Para entender la ola pentecostal – Por Carlos Martínez García

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Carlos Martínez García *

El pentecostalismo es amplio, diverso y complejo. Por lo mismo, cabe referirse a él no en singular, sino en plural: los pentecostalismos. Éstos conjuntan en su seno a la mayoría de los creyentes evangélicos/protestantes en América Latina, entre 70 y 75 por ciento, e incluso más, consideran investigadores del cambio religioso.

Con presencia más que centenaria en América Latina, en el caso mexicano a partir de la segunda década del siglo XX, los pentecostales tuvieron como espacio natural los grupos empobrecidos. Consistentemente desde sus inicios el pentecostalismo creció en los sectores populares. Entre los primeros observadores del cambio religioso fueron vistos como exóticos y ajenos a la llamada, y casi nunca definida, «idiosincrasia latinoamericana». Alejados de los reflectores mediáticos y centros de influencia política/cultural, los núcleos pentecostales fueron creciendo lenta, pero ­sostenidamente.

El abanico pentecostal tiene vínculos confesionales con postulados de la Reforma protestante del siglo XVI y el movimiento de santidad que sacudió al cristianismo evangélico estadunidense. Este evangelicalismo (no evangelismo, como equívocamente se le llama en espacios informativos/analíticos) se caracteriza por: 1) un enfoque, tanto devocional como teológico, en la persona de Jesucristo, especialmente en el significado salvífico de su muerte en la cruz; 2) la identificación de la Biblia como la autoridad final en materias de espiritualidad, doctrina y ética; 3) un énfasis en la conversión o un «nuevo nacimiento» como experiencia religiosa que produce cambio en la vida, y 4) una preocupación por compartir la fe con otros (fuerte acento en misiones), especialmente a través de la evangelización, considera Alister McGrath.

A los cuatro puntos anteriores la vertiente pentecostal le suma la acción del Espíritu Santo en la vida de los creyentes mediante dones espirituales, acción que se manifiesta en «maravillas, señales y prodigios» (según la narración de Hechos de los Apóstoles, capítulo 2). Para varias denominaciones pentecostales la acción inicial del Espíritu Santo en las personas es evidenciada por hablar en lenguas (la llamada glosolalia) y la sanidad divina.

Conforme los pentecostales fueron ganando visibilidad, la crítica y oposición a ellos tuvo fuertes expresiones no nada más de autoridades de la Iglesia católica romana, sino también dentro del protestantismo histórico y los ámbitos académicos. Miguel Ángel Mansilla y Mariela Mosquera, en la introducción del volumen que coordinaron ( Sociología del pentecostalismo en América Latina, RIL Editores, 2020) analizan los acercamientos estigmatizantes a los pentecostales, los que no prestaron atención tanto a las condiciones en que se incubaron ni a las razones de los conversos para adoptar una nueva identidad religiosa. Mansilla y Mosquera le llaman pentecosfobia, caracterizada por la generalización que los científicos sociales construyeron y reprodujeron sobre los pentecostales como sujetos dóciles, pasivos e indiferentes a la realidad social y política del país. Podríamos agregar el señalamiento, de los guardianes del deber ser identitario, que prolijamente acusan a los pentecostales de ser ajenos a la idiosincrasia ­nacional. El que esté libre de ajenidad que tire la primera piedra.

La señalada excentricidad pentecostal debió pagar costos en sectores de la sociedad dominados por la idea de cohesión social alrededor de la religiosidad históricamente tradicional. Si bien los protestantes padecieron acciones persecutorias, las mismas fueron más cruentas contra los pentecostales. Como apuntó Carlos Monsiváis, en México el Estado es laico, “pero bastante distraído, y no se fija en los métodos que suprimen las herejías. […] Los más pobres son los más vejados, y los pentecostales la pasan especialmente mal, por su condición de ‘aleluyas’, gritones del falso Señor, saltarines del extravío. El respeto a lo diferente es inconcebible y si a los herejes se les persigue es porque se lo buscaron” («De las variedades de la experiencia protestante», en Roberto Blancarte, coordinador, Culturas e identidades , El Colegio de México, 2010, p. 77).

Pese a todo, los más perseguidos, simbólica y físicamente, son quienes más avanzan en los sectores populares.

Mucho del vigor de los pentecostalismos descansa en la intensa participación de las mujeres. El fuerte sentido de pertenencia grupal se potencia, la oralidad es la principal vía de comunicación de la experiencia espiritual, tiene lugar la expresividad festiva corporal mediante cantos y danzas, intenso sentido de esperanza y acción cotidiana divina en la vida de los creyentes les provee la seguridad que no encuentran en ninguna otra parte.

No justifico la expansión pentecostal (carezco de autoridad para hacerlo). Intento comprender, entender la lógica y dinámica de una expresión religiosa a la que se han convertido millones de ­latinoamericanos.

*Colaborador de La Jornada y el magazine Protestante Digital

La Jornada

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