Un orgullo tardío: el semidesierto en México también tiene arcoíris – Por E. Andrea Robles G., especial para NODAL

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Un orgullo tardío: el semidesierto en México también tiene arcoíris

Por E. Andrea Robles G.(*), especial para NODAL

 

“Nuestra mayor venganza es que seamos felices” 

Kenya Cuevas

Junio, el mes conmemorativo al orgullo de la comunidad LGTBIQ+, ha tenido una serie de transformaciones multifacéticas a lo largo y ancho de México: mientras en algunos lados, <<el orgullo>> se vive a tono de fiesta cosmopolita, en otras ciudades de la amplia república como Zacatecasla marcha del orgullo sigue siendo un acto legítimo de protesta.

En el otro México, el que -irónicamente- existe y resiste (tal como está inscrito en el barrio de Tepito) fuera de la urbe de la ciudad capital; en las otras calles que también son camino y vida de los otros cien millones de mexicanos que no pertenecen a la población capitalina, ahí donde el orgullo LGTBIQ+ sigue siendo cuestionado, la marcha no sólo es un acto de conmemoración, sino una digna forma de mantenerse en la cima del debate público.

En el otro México, el conservador, el tradicionalista, el guadalupano, los elementos más esenciales de existencia humana, no son derechos reconocidos sino, dudas legislativas, litigios judiciales, pugnas sociales. En el México no defeño los derechos civiles y humanos de la comunidad LGTBIQ+ no gozan de una solidez jurídica: la prohibición del matrimonio igualitario, la imposibilidad de reconocer maternidades y paternidades homosexuales, la negativa de cambio de género y todos los demás problemas, aquejan la agenda de la comunidad LGTBIQ+.

Pero además de las consignas propias del ius civile, está la otra parte de la demanda: el derecho a vivir libres de violencias, atendiendo a los crímenes de odio que son una realidad en México y en todo el mundo. Cada vez causa menos terror para el confort heteropatriarcal, la serie de abusos que lxsmiembrxs de la comunidad LGTBIQ+ vivencian como parte de su cotidianidad.

Para el resto de México, donde el orgullo no es una fiesta sino una demanda formal; un día de toma simbólica de las calles que se contrapone a los otros trescientos sesenta y cuatro días del año, donde las calles son zona de riesgo para lxsintegrantxs de esta comunidad e incluso, <<su orgullo>> se ve pospuesto. La agenda de las marchas arcoíris prioriza las actividades que tienen su auge en la alcaldía Cuauhtémoc, en el corazón de la ciudad de México, mientras que el resto de la república, tiene que aplazar sus fechas para que personajes, activistas, influencers o miembrxs del gremio socio-político puedan estar presentes sin interrumpir su asistencia a los mejores eventos que sólo tienen cabida en las ciudades más grandes del país.

Zacatecas: la puerta del norte de México, bastión de la revolución mexicana, lugar donde se derrocó la dictadura militar, para dar paso a que la División del Norte comandada por Pancho Villa montado en su Siete Leguas abriera el camino hacia el federalismo actual, es una de esas ciudades pospuestas. Y pospuestas en todo sentido: la marcha del orgullo se realizará -como todos los años- a finales del mes de julio, particularmente para la edición 2023, el día sábado veintidós. Pero no sólo se pospone una fecha en el calendario, sino que esta ciudad con rostro de cantera y corazón de plata, tiene una serie de deudas pendientes con la comunidad LGBTIQ+.

Aquí en el estado más católico del país, las juventudes de la diversidad, siguen siendo protagonistas de las ocho columnas de los periódicos cuando más se suicida por el rechazo de su familia, sus profesores o sus empleadores. Aquí en Zacatecas, el orgullo no se vive con la frente en alto; en esta ciudad todavía hay quienes obligados están a caminar por la Avenida Hidalgo con la cara agachada, vestidxs en ropa de prisión, portando en las identificaciones un nombre que suena ajeno, siendo llamadxs con los pronombres que fueron clavados como un destino irremediable en un acta- el primer documento que nos acompaña bajo el brazo desde el primer respiro- que, en esta árida tierra, los usufructuarios del poder se niegan a cambiar.

En Zacatecas, el orgullo es un acto político, y no porque no haya orgullo qué celebrar, sino porque en la balanza, son más las demandas, son más la serie de discriminaciones sociales, laborales, educativas que se viven ininterrumpidamente todos los días. Aquí en esta parte de México que parece casi dibujada, son más las maternidades y paternidades pendientes para hijxs de la comunidad LGBTIQ+, son más los crímenes de odio, son más los transfeminicidios, son más los pendientes legislativos, administrativos y judiciales. Es más grande la rabia acumulada en décadas; heredada por lxshermanxs que ya no están, pero que hace dos décadas salieron a decirle al mundo que la diversidad en tierra de machos, al norte de México, también existe. Es más grande la necesidad de hacer de este lugar en el que nos tocó vivir, uno mejor, uno que alejado de la fiesta grande que implica la existencia misma, no se aleje de la eterna protesta, reclamando que, si la agenda política se descuida, los derechos humanos son los primeros en ser hurtados. Aquí en este pedazo de semidesierto, desde hace veinte años, el orgullo se vive un mes después del mes del orgullo, porque aquí, la lucha no es celebración, aquí la lucha es resistencia, resiliencia y una total entrega a la causa, sólo para dejar este lote de mundo mejor que como lo encontramos.

*Abogada, maestrante, docente artículista, escritora aficionada, activista por los Derechos Humanos.

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