Paraguay | Ñamanda Aréta – Por Alfredo Boccia Paz
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Ñamanda Aréta
Por Alfredo Boccia Paz
Ese fue el título de una columna que escribí en mayo de 1998. Su traducción sería “Mandaremos por mucho tiempo” y se refería a la contundente victoria que la dupla colorada Cubas-Argaña había obtenido contra una alianza opositora encabezada por Domingo Laíno. El comentario comenzaba con esta frase: “Una de las pocas ventajas de ser opositor en el Paraguay es que uno llega a tener cierto training en esto de perder elecciones. Y eso sirve para deprimirse menos”.
Aquella vez, parecían darse todas las condiciones, internas y externas, para una derrota de la ANR y, sin embargo, ese partido obtuvo un sorprendente 54% de los votos. Decía entonces que, ”ante el riesgo de perder el poder en todos los pueblos de la República surgiría, sordo e incontenible, el ruido de la estructura del Partido-Estado que despertaba con angustioso apuro. Desde las entrañas de nuestros atavismos más profundos el sentimiento colorado, tan primario como eficaz, barrió con las propuestas de gobierno, con las estrategias lógicas que esgrimía la Alianza”.
Algo muy parecido acaba de ocurrir. Los que creíamos que podría reproducirse el escenario de 2008 descubrimos reminiscencias de lo vivido una década antes de eso. Por eso, esta victoria colorada es cualquier cosa, menos sorpresiva. El Partido Colorado fue el ganador de catorce de las últimas quince elecciones presidenciales paraguayas. Es cierto que las primeras ocho, realizadas durante la dictadura, e incluso la realizada poco después del golpe de 1989, fueron fraudulentas, pero las siguientes se vistieron de creciente legitimidad.
Si una victoria colorada era estadísticamente muy probable, entonces lo sorpresivo hay que buscarlo en otro lado. Por ejemplo, en la contundencia de las cifras. La mayor distancia porcentual histórica frente a la oposición, mayoría propia en las Cámaras, quince de diecisiete gobernaciones. El mapa paraguayo está apabullantemente enrojecido de Norte a Sur. Estas cifras serían entendibles si gobernaran bien, con honestidad y eficiencia. No es el caso de este partido de ideología indescifrable, que se dice “socialista humanista”, pero gobierna con talante de derecha dura. El hecho es que el Partido Colorado ha vuelto a ganar porque conecta mejor con la cultura y tradición del Paraguay más profundo. La hegemonía que ejerce en el país desde la década del cuarenta del siglo pasado merece un estudio más profundo.
Por ahora, solo me atrevo a señalar que la oposición, tal como la conocíamos, no existe más. El PLRA ha cerrado un ciclo de dos décadas, así como ocurrió en 1998 con Domingo Laíno. Deberá refundarse sin Alegre ni Llano y sin nuevos líderes visualizados con nitidez. Empequeñecido hasta el punto de no contar con ningún diputado propio en la capital del país, afrontará una de las crisis más preocupantes de su historia reciente.
También el progresismo se evaporó de la geografía parlamentaria. Estará representada solo por dos mujeres muy valiosas: Esperanza Martínez en el Senado y Johana Ortega en Diputados. Esa es otra anomalía curiosa de la política paraguaya. ¿No le resulta raro que un país con tanta pobreza y desigualdad carezca de una izquierda potente? Pero le pasa lo mismo a la derecha educada, Patria Querida, minimizada también a dos representantes: Orlando Penner en el Senado y Rocío Vallejo en Diputados.
La verdadera sorpresa fue la cantidad de votos obtenida por Payo Cubas, convertido en jefe de una enigmática tercera fuerza política. Tuvo centenares de miles de votos; tantos, que convirtieron a un preso por violación a menores en senador.
Esto es lo que ha expresado el pueblo desde la legitimidad de los votos. El Partido Colorado ha ganado y la sociedad volvió a mostrar su temor al cambio. Fiel a su tradición, el Paraguay votó mayoritariamente a un partido que gobernará del mismo modo que lo ha hecho siempre. Se fortalecerán, lamentablemente, la impunidad, la agenda antiderechos, el prebendarismo y el sectarismo en los servicios públicos. Es el Paraguay de verdad. Aquella frase premonitoria de 1989 suena tan vigente como entonces.