El MAS-IPSP boliviano: ¿Una excepción histórica? – Por José Galindo

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El MAS-IPSP boliviano: ¿Una excepción histórica?

 José Galindo*

La celebración del 28 aniversario del Movimiento al Socialismo – Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP) encontró a Bolivia en una coyuntura crucial. Aunque los partidos de la derecha todavía no se recuperan del golpe que significó el arresto de Luis Fernando Camacho a finales del año pasado, las clases dominantes han tomado consciencia del peligro que supone la permanencia de un partido de izquierda en el poder y con ello emprendido una ofensiva económica con el objetivo de desestabilizar al Gobierno, a la par que altos rangos militares de los Estados Unidos expresan sin tapujos su ambición por los recursos naturales de nuestro suelo.

En realidad, no habría que poner en duda la afirmación de que es a Washington a quien más le interesa la “guerra interna” en el MAS y la desestabilización de Luis Arce por la vía de la economía. A pesar de las circunstancias, las principales dirigencias de la sigla oficialista aún no pueden superar sus diferencias constructivamente, amenazando no solo el futuro de esta organización política, sino el de Bolivia como un todo.

Los ánimos se han crispado más de lo que se advertía en el anterior aniversario del partido de gobierno, entonces realizado en la ciudad de Oruro. Aunque en esa ocasión ya corrían rumores acerca de la creciente rivalidad entre sus principales líderes, esto no impidió que compartieran la testera sin mayores complicaciones que las que sugerían los medios de comunicación. Mucho ha pasado desde aquel día y los intercambios entre las dos facciones en las que se ha escindido el MAS han superado el ámbito de las acusaciones parar llegar incluso a actos de violencia, perpetrados tanto en espacios locales como en la propia Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP).

En el fraccionamiento están, por un lado, quienes secundan incondicionalmente a su líder histórico, Evo Morales, a quien ven como el elemento fundamental de su movimiento político; y por el otro, quienes creen que debe dar un paso al costado en su aspiración a ser candidato presidencial tanto por razones tácticas como estratégicas, apoyando una eventual segunda candidatura del actual primer mandatario, ante el decreciente apoyo a Morales reflejado en encuestas y consultas de opinión. Los primeros mezclan jefatura política con candidatura presidencial; los segundos apuntan que ambos campos son distintos.

La regla

Aunque en otros países la alternancia entre dirigentes en diferentes cargos no significó necesariamente la ruptura de sus respectivas organizaciones políticas, en Bolivia las cosas se muestran de manera distinta a como sucedieron en la Argentina, Brasil o incluso Cuba, donde se reemplazaron a las cabezas de Estado sin declarar con ello la expiración de sus jefes máximos. En dirección opuesta, la actual disputa en el masismo parece arriesgar la continuidad del único partido que tuvo por un largo tiempo la capacidad de articular a la mayor parte de las clases populares del país.

En ello influye una innegable impronta caudillista que atraviesa la cultura política boliviana casi desde su fundación, limitando la existencia de partidos a la voluntad y la vida de sus respectivos jefes. Los ejemplos más citados al respecto son los del MNR de Paz Estenssoro, el ADN del Hugo Banzer Suárez, el MIR de Jaime Paz Zamora, el PS1 de Marcelo Quiroga Santa Cruz o incluso el MSM de Juan del Granado, organizaciones partidistas que desaparecieron tras el retiro o la muerte de sus líderes, o se redujeron a su mínima expresión, hasta casi existir solo formalmente pero ya sin capacidad alguna de movilización.

De hecho, el precedente más cercano al MAS-IPSP es, según muchos, el MNR, hoy reducido a una tienda política en búsqueda desesperada por representantes. Un partido que en su momento fue capaz de ponerse al frente de las clases trabajadoras y su vanguardia minera, detonando una revolución que derrocó a una élite enquistada en el poder durante décadas, para luego reemplazar a sus bases obreras por multitudes campesinas instrumentalizadas en un esquema que se propuso, exitosamente, generar sus propias clases medias y su burguesía nacional, base para el último periodo neoliberal. La historia es conocida por todos.

Debe advertirse que la relación del MAS con sus bases es más estrecha de lo que sucedió con el MNR, que nunca dejó de ser, en lo fundamental, un club de socios de la clase media. Todavía más, la mayor parte de los partidos mencionados fueron a partir de algún momento siglas capturadas por las clases dominantes, que lograron sobrevivir como clase a pesar de la expiración de sus organizaciones políticas. Nadie podrá negar, por ejemplo, que las mismas élites agroindustriales que conformaban un alto porcentaje de la base del ADN sobreviven hasta el día de hoy en los comités cívicos que se oponen al MAS, sea al frente de Evo Morales o de Luis Arce.

El programa

Por otro lado, un argumento que se ha estado citando en la pelea interna del MAS es la ausencia de un debate programático en torno al cual se definan los liderazgos, sin recurrir, como sugiere el sociólogo Fernando Mayorga, al empleo de los recursos de poder propios de la lucha política en el país, sean materiales o simbólicos. Un aspecto que no debe subestimarse de ninguna manera, pues tampoco debe olvidarse que la fuerza del MAS consistió justamente en proponer, apropiarse y ejecutar programas políticos que surgieron tanto desde su seno como circunstancialmente.

Así, en un principio y paralelamente al derrumbe del sistema de partidos de la democracia pactada, el MAS fue creciendo desde las áreas rurales hasta las principales ciudades del país a partir de una agenda política centrada en la defensa de la hoja de coca, la reafirmación de la soberanía nacional y la reivindicación de la dignidad de los pueblos originarios, consignas acompañadas de un discurso político coherentemente antineoliberal, antiimperialista y antiprivatización. Una vez consumado el derrumbe del sistema neoliberal, el MAS supo leer al campo popular y adoptó las dos principales demandas de las masas que protagonizaron la Guerra del Gas: Nacionalización de los hidrocarburos y la instalación de una Asamblea Constituyente.

Fue esa capacidad de proponer un programa lo que le dio la iniciativa en medio de una crisis estatal que amenazaba la supervivencia del país, ya arrinconada por la contracara del movimiento popular que acompañó al MAS desde 2003: La burguesía agroindustrial y su agenda autonómica y secesionista. De esa forma, no debe quedar duda acerca de la importancia del programa político para la supervivencia de cualquier partido, algo que en ocasiones resulta más decisivo que la propia conducción del mismo.

Actualmente el MAS como partido parece haber perdido esa capacidad de propuesta coherente y reflexiva, a consecuencia de la inversión de energía en la disputa por la dirección que impide tomarse el tiempo para leer, como se hizo antes, al campo popular. Desde el Gobierno, por su parte, se impulsa un nuevo pacto con la sociedad a partir de la expectativa que genera la industrialización del litio, sin poder crear su propia base de apoyo colectivo.

El liderazgo

Igualmente están aquellos que consideran que el liderazgo encargado de conducir un movimiento político es tan importante, sino más que el programa que se proponga. De esa forma seguramente piensan el conjunto de representantes políticos, exautoridades en las gestiones de Morales y seguidores de base que han cerrado filas en torno a la defensa de este. El líder es el programa.

Por liderazgo no debe entenderse, no bastante, necesariamente la preeminencia de un individuo, algo que ya se acusó desde la propia experiencia revolucionaria como un peligro, siendo rechazado por líderes de la talla de Fidel Castro, quien siempre sostuvo que el culto a la personalidad debe ser combatido en todo momento. Fuera de ello, es lógico que la dirección de un movimiento sea tan clave como los objetivos que pretende alcanzar. Aquí el líder es parte de un proyecto, pero no lo es todo.

En el caso particular que hoy nos ocupa, la dirección del proceso está innegablemente atada a la figura de Morales por lo menos desde 1997, cuando el dirigente cocalero asumió el cargo de diputado tras ser propuesto por sus bases y muchos años de activa resistencia a las políticas de erradicación forzosa de hoja de coca promovidas por los Estados Unidos e implementadas por los gobiernos neoliberales.

El de Morales se trata de un liderazgo basado no tanto en el carisma, sino en la activa lucha e interacción con las bases; luchas en las que también participaron otros hombres y mujeres dirigentes que acompañaron al movimiento popular que se gestaba. Un liderazgo que se forjo en combate contra el neoliberalismo y el intervencionismo yaqui, y no como resultado entre la interacción carismática con las bases, que siempre tiene, inevitablemente, componentes prebéndales.

En este caso, sería improductivo discutir si Evo es o no líder; lo que está en debate y se debería hacer sin prejuicios y fantasmas es si basta con ser líder para ser candidato presidencial.

Las organizaciones sociales

Quizá el aspecto menos reflexionado estos días, debido a la atención excesiva que se ha puesto en los líderes en disputa y otros dirigentes y representantes políticos involucrados. Lo que se sabe, por ahora, es que el divisionismo ya ha alcanzado a las bases, que comienzan a presionar a sus estructuras sindicales más allá de su capacidad de respuesta en unos cuantos casos.

Debe llamar la atención que esta disputa haya afectado a lo que se llamaba “las trillizas” del Proceso de Cambio: la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb), la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia – Bartolina Sisa (Cnmciob-BS) y la Confederación Sindical de Comunidades Interculturales Originarias de Bolivia (Csciob). Sin mencionar al resto de los miembros del Pacto de Unidad: el Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (Conamaq) y la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (Cidob).

Pero además de estos actores sociales, no debe perderse de vista que el ascenso del MAS al poder no hubiera sido posible sin la lucha que simultáneamente se impulsaba desde la ciudad de El Alto (un actor político por derecho propio), el movimiento campesino del norte de Potosí y la región aymara (entonces liderizado por el fallecido Felipe Quispe) y una parte nada despreciable del proletariado minero que sobrevivió a la relocalización, al frente de la Central Obrera Boliviana (COB).

Todas organizaciones que componen el campo nacional popular, donde se articulan los programas y los liderazgos en proceso de lucha, debate e intercambio, y donde también participan, aunque siempre como satélites, intelectuales de las clases medias. Un campo que el MAS en su conjunto, más allá de cualquier individuo, supo leer, interpretar y movilizar efectivamente, constituyéndose en una verdadera singularidad en la historia de Bolivia: un instrumento político de origen campesino, adoptado por el resto de las clases populares y que llevó a los más altos cargos de representación política a miembros de aquel conglomerado social largamente excluido del manejo del Estado y hasta de la simple igualdad social.

Depende de los líderes que se encuentren en este aniversario que el MAS-IPSP se convierta efectivamente en una excepción histórica y que no siga los pasos de otras organizaciones políticas que se fraccionaron, desnaturalizaron o simplemente desaparecieron según la voluntad de los individuos. En ese sentido, el instrumento de las organizaciones sociales debe ser la superación de todos los demás partidos de masas en la historia de América Latina, manteniéndose a pesar de todo como eso: Un gran partido de masas.

*Cientista político boliviano, analista de La Época.

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