Un profundo malestar en la ciencia – Por Carlos Eduardo Maldonado

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Un profundo malestar en la ciencia

Carlos Eduardo Maldonado*

De acuerdo con un estudio reciente, la ciencia ha perdido vitalidad, radicalidad. Sin embargo, nadie sabe exactamente por qué. Todo en un momento en el que la producción científica ha aumentado notablemente. Frente a este panorama, el diálogo de la ciencia con las artes, los saberes y el mundo puede revitalizar la fuerza disruptiva que alguna vez tuvo.

La revista Nature es una de las más importantes y de mayor impacto en el mundo en materia de artículos científicos de punta. El pasado 4 de enero publica un artículo que elabora un diagnóstico preciso: la ciencia disruptiva ha decaído, y nadie sabe por qué (1). La profunda crisis civilizatoria no es ajena a esta situación. Todo parece indicar que, a pesar de que las publicaciones científicas van evidentemente en aumento alrededor del mundo, su fuerza innovadora, esto es, revolucionaria, está en declive. Veamos.

Ciencia normal y ciencia revolucionaria

Contamos con dos grandes fuentes para entender que existen y son posibles revoluciones científicas. Esto es, que el conocimiento no avanza acumulativa y progresivamente, sino por quiebres, por discontinuidades, por rupturas. La forma puntual de decirlo es que hay revoluciones científicas.

Estas dos fuentes son: la más popular y que la mayoría de estudiosos y académicos conocen, se debe a Th. Kuhn en un texto ya clásico: Estructura de las revoluciones científicas. Esta es, digamos, la comprensión anglosajona –y estándar– del tema. Sin embargo, antes que Kuhn, en la tradición francesa, tres filósofos de primer rango habían puesto el asunto en evidencia. Se trata de A. Koyré, G. Bachelard y G. Canguilhem.

Contra toda la tradición de origen aristotélico, y en contraste con la historia de la ciencia normal, comprendemos que el conocimiento avanza principalmente a través de revoluciones científicas. Esto es, la irrupción de nuevos paradigmas (una expresión que se debe a Kuhn y con la cual, sin embargo, el propio filósofo norteamericano no estuvo enteramente satisfecho).

En el ámbito académico, ya desde el colegio y hasta la universidad, la normal es que el avance del conocimiento se entienda y se gestione de manera lineal, secuencial, acumulativa. Alguien, por ejemplo, no puede ver cálculo II porque no ha visto cálculo I; o bien, no puede estudiar historia de América porque no ha visto antes historia universal. Los ejemplos pueden multiplicarse a voluntad. El sistema educativo es normalizador, pues poco y nada sabe de revoluciones, quiebres, rupturas, discontinuidades, en fin, revoluciones en el conocimiento.

La linealización del conocimiento en el sistema educativo no es otra cosa que la normalización de los seres humanos que, normales, son sencillamente seres funcionales; en fin, mediocres, en el sentido preciso de J. Ingenieros (2).

Dicho de manera puntual, la ciencia normal se caracteriza por dos rasgos, así: con ella, se pueden hacer cosas, por ejemplo, construir puentes o viviendas; pero su capacidad comprensiva o explicación ya encontró un límite. Y, en segundo lugar, con ella se pueden resolver problemas, pero no formular nuevos problemas. En contraste, la ciencia revolucionaria se caracteriza porque formula problemas que la ciencia normal es incapaz de concebir y adicionalmente, se da a la tarea de acuñar nuevas semánticas y metáforas de cara al esfuerzo de resolución de problemas que la ciencia normal es incapaz de resolver.

Crisis en la ciencia revolucionaria

Es evidente la profusión de publicaciones, eventos científicos –conferencias, seminarios, y demás– alrededor del mundo. Jamás existió tanta gente con maestría y doctorado (Ph.D.) como hoy en día. Alrededor del mundo es creciente el reconocimiento de que alguien con solamente el título de doctorado (Ph.D.) está social, laboral y académicamente limitado. Es creciente el número de académicos que buscan estudios de postdoctorado, aunque éste no es, jamás, un título académico.

Al mismo tiempo, resalta que son miles de científicos los que publican un artículo científico cada cinco días (3), un fenómeno que, por decir lo menos, saca a flote tres hechos: primero, que existen miles de científicos que sencillamente “hacen la tarea”, pues es imposible desarrollar una obra –esto es, notablemente, un modelo, una teoría o dar lugar al nacimiento de una ciencia– escribiendo y publicando un artículo cada cinco días. Segundo, se trata del reconocimiento explícito del capitalismo académico (4). Simple y sencillamente, la ciencia se ha convertido en una apología del capitalismo en cuanto sistema productivista y extractivista. El famoso: publish or perish (publica o morirás) constituye una expresión, acaso la más clara e inmediata en el narco de la investigación, del sistema productivista: los científicos y académicos deben producir papers en revistas de impacto, punto. En tercer lugar, la alta producción científica es una invitación –directa o indirecta– para que los académicos, científicos e investigadores no piensen; sencillamente hagan. Incluso les pagan para ello. (En numerosos lugares existen bonos y otros reconocimientos económicos por publicación; literalmente en estos lugares cada investigador se pone su propio sueldo, que en muchas ocasiones es sumamente elevado. Para escándalo de quienes no lo hacen o no pueden. Esto sucede ya en Colombia.

La verdad es que todo el sistema educativo está fundado y tejido en torno a escalafones, rankings, clasificaciones. Todos trabajan para ello, aunque no se lo reconozca públicamente. Hay incluso universidades y sistemas de gestión que, si deben maquillar las cifras, lo hacen con tal de aparecer en los primeros lugares, a nivel nacional o internacional. Aquí o allá.

Exactamente en el centro de este panorama gana evidencia un profundo malestar. Se trata de la creciente tendencia a la autocitación por parte de miles de científicos (5). Autocitación es la versión amable para decir: autoplagio. En verdad, en ciencia existe tanto el plagio como el autoplagio. El primero es evidente y crítico. El segundo es velado y pusilánime. Es tal la situación que existe un sitio dedicado al estudio y seguimiento de los casos de plagio en todo el sentido de la palabra: Retraction Watch (cfr. https://retractionwatch.com/), cuyo objeto es la retractación, por numerosas causas, de artículos ya publicados.

No en última instancia, hay un sinnúmero de artículos científicos que jamás han sido citados, incluso artículos de ganadores de premios Nobel (6). Artículos por los que se ha pagado, sumándolos todos, una ingente fortuna para que sean publicados.

Como quiera que sea, asistimos a una crisis profunda del sistema de producción de la ciencia.

La ciencia revolucionaria se normaliza

La ciencia disruptiva se encuentra en declive. Y nadie sabe por qué. Cabe observar, en primer lugar, que no se habla de ciencia revolucionaria. El miedo al lenguaje ya es un síntoma claro de cosas. La ciencia revolucionaria es eufemísticamente llamada ciencia “disruptiva”. En cualquier caso, lo cierto es que se evidencia una impresionante producción científica alrededor del mundo, pero ésta es minimalista por técnica. Los científicos, investigadores y académicos se encuentran cada vez más prisioneros de los sistemas de gestión; eufemísticamente llamados gestión del conocimiento.

Administración llana y simplemente. Un proceso que no es un sistema de facilitación de las cosas, contra todas las apariencias, sino, mucho mejor, un sistema de control: de recursos, de tiempos, de gastos, de personal, y demás.  Administración de la vida. La administración está hecha, desde sus orígenes, para que la gente haga cosas –y sea controlada (= evaluada por lo que hace), y no piense, punto.

Científicos y filósofos, artistas e innovadores trabajan, crecientemente, para los sistemas de gestión cuya primera expresión son los rankings.

La ciencia revolucionaria se encuentra en decadencia en los últimos cincuenta años: grosso modo, a partir de los años 1970. Un análisis sutil de las cosas podría situar esta situación en el marco de la crisis ambiental, del final de la Guerra Fría, la decadencia del capitalismo y la caída del llamado socialismo real (Muro de Berlín), y en varios otros contextos. Dejamos aquí de lado un marco semejante, pero es evidente para una inteligencia sensible.

El artículo de M. Kozlov, periodista de la revista Nature, señalado al comienzo, se funda en el estudio de millones de artículos científicos. Lo que ha disminuido es la intensidad de los logros y avances en el conocimiento. Un concepto clave. El fenómeno afecta por igual a todos los campos del conocimiento estudiados –computación y biología, matemáticas y física, economía y química, biomedicina y ciencias de la vida, y las tecnologías en general, notablemente–, tanto como a la producción de patentes.

Toma forma, simple y sencillamente, un crecimiento incremental en el conocimiento, centrado esencialmente en mejorar o profundizar cuestiones, aspectos o dinámicas ya existentes. En ciencia como en la vida, la sensibilidad al lenguaje es determinante.

En otras palabras, las cosas no hay que cambiarlas. Basta con pensar en políticas y planes de transición, de mejoramiento, de innovación incremental, antes que ruptura. Todas las políticas, planes y semánticas de emprendimiento pivotan exactamente alrededor de un lenguaje y actitud semejantes.

Significativamente, nadie sabe por qué razón la ciencia ha perdido su fuerza o carga disruptiva. Aparentemente, ni los propios científicos, ni las agencias financiadoras, ni los sistemas de control o gestión. Una situación verdaderamente sorprendente.

La ciencia normalizada, esto quiere decir, que ha perdido su fuerza disruptiva, es ciencia en la que existe una muy baja o nula capacidad de apuesta, de desafío, de riesgo por arte de sus autores. Esto quiere decir que, como actitud, lo que prima es justamente un acomodamiento a los estándares, un repliegue a las zonas de confort, en fin, un esfuerzo por mantener las cosas y no desafiarlas. Una expresión del talante de los tiempos; de tiempos de crisis, en los que la mayoría se pliega, se repliega sobre sí mismos, dejan que otras cosas sucedan en otros lugares, y todos se dan a la mera supervivencia. Supervivencia de los puestos laborales, de las financiaciones sobre lugares seguros que no incomodan a nadie, y así sucesivamente. Tiempos de crisis muchas veces generan gentes normales. Tiempos de crisis afirman hombres mediocres (Ingenieros).

Alternativas a los sistemas normalizados e institucionalizados

La ciencia se ha convertido, según todo parece indicarlo, en una institución más. Que es exactamente lo que el sistema –establishment– desearía. La historia de la ciencia –específicamente a partir de las distinciones entre la pequeña ciencia –que es la que interesa a cada investigador y a cada comunidad científica– y la gran ciencia –que es la que convoca verdaderos programas de investigación, y que es el objeto de interés por igual de Estados, gobiernos, corporaciones y amplias comunidades científicas en diálogo entre sí (7)–, pone en evidencia que el conocimiento no avanza gracias a las instituciones, sino a pesar suyo.

Es como si la financiación, la formación y la gestión del conocimiento estuvieran concentradas en formar científicos normales, que poco y nada critican, que poco y nada desafían, que poco y nada osan.

En el horizonte del nacimiento de una nueva civilización el papel de la ciencia, en contraste con toda la historia de la modernidad, ha dejado de ser central. Hoy por hoy asistimos a un encuentro, a un diálogo y a un aprendizaje recíproco entre la ciencia y las artes, entre las humanidades y las ciencias sociales, entre las tecnologías y los intereses del mundo no-académico. No en última instancia, asistimos, adicionalmente, a la recuperación de saberes tradicionales y autóctonos (8).

En otras palabras, la revolución del conocimiento es, hoy por hoy y hacia futuro, cualquier cosa menos exclusivamente una revolución científica. Se trata, mucho mejor, de una revolución en la que participan, por igual, diversas ciencias y disciplinas y los saberes. Esta conjunción sí es disruptiva, sí sabe de revoluciones, y no solamente de eufemismos, como “mejoramiento”, “aumento”, “transiciones” y otras expresiones semejantes.

Nuevas formas de conocimiento comportan nuevas formas de organización social del conocimiento y, asimismo, nuevos actores en las dinámicas del conocimiento. Sin centralidades, sin jerarquías rígidas, con muchos grados de libertad. Al fin y al cabo, lo que está en juego no es la ciencia misma, sino la vida. La ciencia, importante como es, es tan sólo un sucedáneo para la vida, jamás una finalidad por sí misma. Sólo que buena ciencia contribuye significativamente a que un buen vivir tome cuerpo.

Buena ciencia es ciencia con capacidad de desafío, sin miedos, que no sabe agachar la cabeza, y que se sabe en función de la vida misma y de la naturaleza. Buen vivir comporta, para decirlo resumidamente, vivir sabroso; esto es, vivir sin miedos, dejarse llevar por la alegría de vivir (la joie de vivre).

La crisis de la ciencia que se hace crecientemente menos disruptiva no es otra cosa que la crisis de un sistema de pensamiento, comprensiones y explicaciones que ha perdido vitalidad. Frente a este tipo de ciencia, es posible otra que, específicamente en diálogo horizontal con otras formas de conocimiento y de acción sabe de vida, la cuida y se esfuerza por hacerla posible; tanto como quepa imaginar.

*Ex Secretario General de la SUNEDU

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