Diez años de Francisco, el latinoamericano universal – Por Álvaro Ramis
Diez años de Francisco, el latinoamericano universal
Álvaro Ramis*, especial para NODAL
Los 10 años de pontificado del Papa Francisco representan un hito relevante de cara a un balance preliminar de su figura. Sin duda, al ser el primer Papa latinoamericano ha marcado un hito no sólo en la historia de la Iglesia Católica, sino para el proceso de universalización de América Latina como espacio político y cultural singular.
Esta última dimensión no ha sido suficientemente reseñada, pero es fundamental. Más allá de la relevancia del Papa Francisco al interior del catolicismo, es importante reconocer que en pocas áreas de la vida mundial América Latina ha logrado tener un rol determinante, a esa escala y a esa densidad. Latinoamérica esta habituada a ser objeto de decisiones ajenas, tomadas en espacios y por personas lejanas al continente. Son muy pocas las ocasiones en las que un latinoamericano ha asumido un rol de un impacto decisional a escala universal.
Jorge Mario Bergoglio, como figura política y cultural mundial tiene una relevancia que excede lo estrictamente religioso. Son pocas las personalidades latinoamericanas que se pueden asemejar en ese plano. Se puede reseñar un conjunto de “latinoamericanos universales” en el plano cultural, como García Márquez o Neruda, o en el ámbito deportivo, como Messi o Pelé. Pero no representan ejercicios de poder político y administrativo a escala global. Javier Pérez de Cuellar como secretario general de Naciones Unidas entre 1982 y 1991 es una figura que podría acercarse, pero sin la connotación de liderazgo político-carismático que es inherente al cargo pontificio.
Por este motivo el aniversario del papado de Francisco debe ser observado como un hito simbólico. Es el primer latinoamericano que ha podido presidir y conducir una institución verdaderamente global. Lo que Francisco decide en Roma tiene impacto simultáneo en la vida de instituciones y personas concretas en Filipinas, en Sudáfrica, en Colombia, en Alemania y en Estados Unidos. Esta universalidad del rol papal se asimila, en lo meramente gerencial, al papel de un CEO de una multinacional que se relaciona de alguna forma con 1.359.612.000 personas que se declararon católicas en 2020. En lo político se puede comparar con el papel del líder de una potencia que, sin tener una economía productiva, ejército ni territorio, resulta determinante en el avance o retroceso en procesos políticos de escala planetaria. Recordemos el rol modernizador de Juan XXIII al convocar el Concilio Vaticano II, o de Juan Pablo II en la crisis de los socialismos reales durante los años ochenta, o el papel de Benedicto XVI al apoyar las agendas anti-feministas y anti-LGTBI en la primera década de este siglo.
Por eso es importante realizar una evaluación que esté más allá de la minucia de los eventos o sucesos particulares que han marcado su pontificado. Es evidente que Francisco se trazó unos objetivos estratégicos y ha puesto su energía en llevarlos a terreno de forma decidida. La pregunta es ¿ha logrado avances en esa ruta? ¿qué obstáculos ha enfrentado y le han impedido avanzar más rápido? ¿con qué claridad ha comunicado la agenda que se ha trazado? ¿Qué posibilidades tiene de concretar este itinerario en el período vital del que dispone?
Es de consenso que sus mayores logros de cara a la opinión pública radican en la centralidad que ha dedicado a los problemas socioambientales, como la desigualdad y la crisis ecológica. Este enfoque se sintetiza en la encíclica Laudato Sí, donde señala: «No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.»
Francisco ha denunciado de forma directa los grandes dramas de la actualidad y ha defendido a refugiados, inmigrantes y víctimas de la guerra en tiempos particularmente belicistas, xenófobos, y autoritarios, enfrentado abiertamente a líderes mundiales claramente contrarios a estas orientaciones como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Vladimir Putin o Giorgia Meloni. Ha asumido el peso de los grandes males de la sociedad moderna: el aumento de la brecha entre ricos y pobres, la precariedad del trabajo, los impactos de la globalización neoliberal sin temer a crearse enemigos poderosos, que han socavado su autoridad tanto interna en la Iglesia como externamente.
A la vez se ha destacado su interés en reformar la Curia Romana, lo que más allá de ser un tema eclesial interno es también un asunto que tiene relación con la legitimidad de las instituciones religiosas, políticas y culturales en la actualidad. Esta línea se relaciona inevitablemente con la denuncia y procesamiento de los casos de abusos sexuales eclesiales. En este ámbito los balances son ambiguos: se reconoce la voluntad de avanzar en esclarecer los hechos generales, pero este objetivo se ha visto opacado por cierta imposibilidad de avanzar a nivel de la curia, o a nivel de las iglesias nacionales o locales, donde las resistencias a la hora de abordar casos se han hecho muy explícita.
En cierta forma el impacto comunicacional de Francisco no se ha acompasado de una institución eclesial capaz de seguirle el paso en su empeño. El liderazgo del Papa ha movilizado más voluntades en la sociedad civil que en la Iglesia misma. Pareciera ser un Papa que llegó a una iglesia ya envejecida, incapaz de seguirle el tranco, y a la vez temerosa de las rutas que abre con su palabra y acción pastoral. Este hecho es particularmente evidente en el campo de los obispos, que lejos de acompañarle y apoyarle en su empeño, parecieran haber sido formados para administrar la institución eclesial en los cánones rígidos de Juan Pablo II y Benedicto XVI, lo que explica sus serias dificultades para asimilar y aplicar el magisterio de Francisco.
Es de público conocimiento que no ha podido cambiar a los prefectos de los principales Consejos Pontificios, como por ejemplo el Consejo para la Familia, y más aún ha tenido fuerte oposición en el Colegio Cardenalicio, algo impensado en pontificados anteriores donde el alineamiento de los cardenales era casi absoluto.
Otro aspecto que ha minado al pontificado de Francisco es la crisis del llamado Banco Vaticano, conocido como el Instituto para las Obras de Religión (IOR), una pesada herencia de los pontificados anteriores. Los sucesivos escándalos de lavado de dinero durante el pontificado de Juan Pablo II y Benedicto XVI, se han heredado de forma crónica por Francisco, especialmente en el ámbito de la lucha contra el blanqueo de capitales. Esto ha mermado financieramente al Vaticano, lo que limita la acción global de un pontífice que ha debido dedicar mucha energía a recomponer asuntos administrativos bastante escabrosos.
Se ha afirmado que este pontificado será recordado por pronunciar grandes palabras, pero con baja efectividad. En el plano inmediato esto podría ser real. Pero en el mediano y largo plazo está aún por verse. ¿Qué capacidad tendrá el decenio de Francisco para marcar un cambio de rumbo en el catolicismo y en sus principales zonas de influencia? Es un asunto que debe ser observado con más detención: sin duda, los procesos de reforma eclesial avanzan más rápido en Alemania que en Polonia o Hungría, por sólo dar un ejemplo. O las tensiones internas en el catolicismo de Estados Unidos o de Brasil se han procesado de una manera muy diferente a la manera autocrática que instalaron Juan Pablo II y Benedicto XVI. Estos aspectos no son evidentes a corta distancia, y es necesaria la perspectiva histórica para saber sus efectos a largo plazo.
En perspectiva histórica esta década estará marcada por gestos más que hechos. Pero esos gestos no se deben despreciar. ¿Cuántas cosas han cambiado desde que Francisco declarara “¿Quién soy yo para condenar a los homosexuales?” o que “Los divorciados deben volver al seno de la Iglesia”. Frente a estas afirmaciones está claro que algunas capas tectónicas del catolicismo cultural se han reubicado, de forma irreversible. El catolicismo ha cambiado bajo Francisco y seguramente el papado como institución ya nunca será igual.
*Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Santiago de Chile