Así se acaba este conflicto
Así se acaba este conflicto
Los conflictos se acaban cuando:
1. Se extingue el motivo del conflicto. ¿Qué es lo que se va a extinguir exactamente con las nuevas elecciones (con o sin Constituyente)? ¿Cuál es la situación que desaparecerá con nuevas autoridades elegidas entre los mismos que están hoy?
2. Las partes alcanzan un acuerdo. ¿Cuáles y cuántas son las partes que se tienen que poner de acuerdo y respecto a qué? ¿A qué acuerdo hay que llegar? ¿Nuevas elecciones con Constituyente y ¡listo! se acaba el conflicto?
3. Una parte aniquila a la otra. Esperemos que eso no suceda.
4. Litigio: las partes en conflicto se someten a la decisión de un juez o un árbitro. ¿Quién tiene legitimidad suficiente para ser reconocido por la mayoría indeterminada de actores en conflicto para asumir dicho rol y que su fallo –fuera el que fuere– sea respetado?
5. Negociación y diálogo. Esta posibilidad/alternativa no parece estar sobre la mesa:
– ¡Terruco! ¡Comunista! ¡Indio resentido!
– ¡Facho! ¡Miserable! ¡Racista! ¡Asesino!
Elecciones ya
La única salida de corto plazo es el adelanto de elecciones y los congresistas no se quieren ir. Pero aunque quisieran, adelantar las elecciones es solo la primera parte del problema.
Los dos últimos procesos electorales están marcados por la piconería del perdedor. En el 2016, Keiko Fujimori perdió por 40 mil votos y ella y sus adláteres estaban (y siguen) convencidos de que les habían robado la elección (el resto es historia conocida). En el 2021, el fujimorismo volvió a perder, ahora por 44 mil votos, pero aquella vez denunciaron a los organismos electorales de ser cómplices de un fraude electoral. La dimensión gargantuesca de tal pataleta aportó bastante al clima de desconfianza y resentimiento actuales.
Con esos precedentes y en las circunstancias actuales, es augurable que quien pierda las próximas elecciones intentará impugnarlas acusando a los organizadores de haber organizado todo a última hora sin medidas de seguridad adecuadas, con normas aprobadas al caballazo, poca transparencia y decisiones arbitrarias. Incluso fraude. Quien gane esas elecciones difícilmente obtendrá más de 15% en primera vuelta y, con esa exigua legitimidad, le será difícil defender su victoria en un país dividido y de instituciones en ruinas.
La tragedia es que adelantar las elecciones es la única salida. Imperfecta, de corto plazo, ponzoñosa, pero la única.
Asamblea Constituyente
El único momento en el que la ciudadanía cree que tiene la sartén por el mango es cuando vota y entonces ceder al pánico o a la desesperación es menos probable (con razón o ilusión).
Por eso pienso que la consulta sobre la Asamblea Constituyente sí se debe dar. No porque una nueva Constitución vaya a cambiar o mejorar algo esencial (no lo hará, de hecho, el peligro es que lo empeore), pero nos comprará algo de tiempo y mitigará los ánimos momentáneamente.
Reconozco que esto es una esperanza, no un pronóstico.
Esa Constituyente será, como mucho, un calmante mediocre de corto plazo. Seguramente se llenará de Acuñas, Durands, Chirinos, Juárez, Pasiones Dávilas, Caveros, Portalatinos, pues no se avizoran liderazgos nacionales alternativos. Porque, ¿quiénes son, en esta coyuntura, los líderes que tendrían la misión de confeccionar un nuevo pacto social (aunque sea de manera nominal) en nombre de todos los peruanos y para todos los peruanos? ¿Dónde están? Nombre usted a tres líderes de las manifestaciones. Bueno, a dos. ¿Uno?
Peor, ¿quiénes tienen el dinero para postular a la asamblea sin un partido político que los auspicie?
Es importante recordar que porque usted o yo no los veamos, no significa que los liderazgos no estén allí. Siempre puede aparecer un Pedro Castillo abrazando a algún fujimorista en la puerta del Congreso.
Peor aún: es altamente probable que la nueva Constitución faculte al Estado para hacer empresa y socave los incipientes avances en materia de derechos humanos.
Sin intermediarios
No hay interlocutores válidos en ningún bando. Y cuando escribo “válidos” me refiero a líderes que representen las posturas de sus respectivas tribus y que, al mismo tiempo, sean reconocidos como tales por la tribu que está al frente. Incluso la legalidad que ampara a Dina Boluarte se está rompiendo y varios de sus (pronto ex) aliados ya buscan la manera de convertirla en su chivo expiatorio. Como una ofrenda al volcán de las protestas, a ver si se calma y los perdona. Qué tribal todo.
¿Qué compromiso puede asumir hoy, Boluarte, a nombre de la nación, frente a los manifestantes?
Frente al gobierno tampoco hay liderazgo reconocible capaz de aglutinar, movilizar y –menos– encauzar voluntades en algún sentido. Como el antifujimorismo de los primeros años, no hay identidad en la mera oposición.
Los grandes medios de comunicación no favorecen el diálogo ni la construcción de espacios para contrastar ideas, enriquecer perspectivas y limar diferencias. El grito injurioso y destemplado vende más y mejor que el comentario fundamentado y ecuánime.
Los que vienen
Carlos Anderson quiere ser presidente. Carlos Añaños quiere ser presidente. Flor Pablo Medina quiere ser presidenta. Todo muy bien, pero candidatos sobran, lo que escasea son instituciones y bases que los respalden, banquen o legitimen.
Carlos Añaños está inscrito en Avanza País y hoy busca conformar un frente de derecha con Renovación Popular de Rafael López Aliaga y Alianza para el Progreso (APP) de César Acuña. El pragmatismo en todo su esplendor: Acuña tiene el norte, así que hay que hacer sacrificios y, mientras no le den el ministerio Educación, ¿cuál es el problema?
¿Y a la izquierda? En Juntos por el Perú, uno de apenas dos partidos de izquierda que aún tiene inscripción en el JNE –además de Perú Libre–, están barajando el nombre de Pedro Castillo como una alternativa presidenciable futura.
Entiendo que frente a Castillo, Antauro Humala o Keiko Fujimori; para muchos, la opción de Añaños/López Aliaga/Acuña sea un mal muy menor, casi codiciable. Siempre que (a dicho frente) se le mire de lejos.
Un océano de oportunistas (y buitres) sin nombre –o con nombre prestado– busca pescar en río revuelto, hurgando entre los cadáveres de sus compatriotas.
Es tremendo. Y triste.