La nueva izquierda chilena en sus horas más grises – Por Mauro Salazar Jaque y Carlos del Valle Rojas

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

La nueva Izquierda Chilena en sus horas más grises

Por Mauro Salazar Jaque y Carlos del Valle Rojas

Frente a los desafíos que ha supuesto un acuerdo por una Nueva Constitución, el gobierno ha optado por revivir pactos elitarios impensados. Apruebo Dignidad, lejos de mantener la esencia que le permitió llegar a La Moneda, ha optado por un progresismo laxo y hoy refuerza la liturgia de reconciliación clásica de la Concertación. Es un recuerdo de Patricio Aylwin en su esplendor. ¿Es posible un horizonte compartido de comprensiones y transformaciones en esa izquierda?

A tres décadas del inicio de la transición democrática pactada, la izquierda chilena vive sus horas más tristes. Presenciamos un revival de acuerdos elitarios y cerrojos constitucionales impensados en tiempos de cambios algorítmicos. Luego de la arremetida concertacionista, el estallido del 2019, con su rabia erotizada, su potencia igualitaria y sus momentos sin destino -invocando a Giorgio Agamben-, se asemeja a los espejos de Borges. Por obra de las élites, hoy nadie quiere verse retratado en la imagen que el movimiento del 2019 proyecta. En las últimas semanas, el discurso restaurador ha logrado devolver una normalidad discursiva al impulsar la redacción de una nueva constitución. Se trata de un proyecto que renuncia a la soberanía popular y suscribe a un nuevo reparto oligárquico que ha logrado retratar la demanda popular como un vértigo desintegrador, delirante, distópico y violento, que abrió paso al consenso reaccionario de progresismos laxos, conservadurismos protagónicos, politólogos y saberes expertos de la clase empresarial.

Ante el fárrago de acontecimientos surge una pregunta: qué tipo de discurso político puede movilizar el fragmentado mundo de la izquierda chilena en medio de modernizaciones sacrosantas (vinculadas a la gestión, la eficiencia, los indicadores, los servicios y la ética accountability). Y ante la herida abierta el 04 de septiembre (luego del triunfo del Rechazo en el plebiscito de salida), la estrepitosa derrota hegemónica y el discurso póstumo del presidente Boric ante la estatua-homenaje a Patricio Aylwin inaugurada el 30 de noviembre  en La Moneda surgen nuevas preguntas, igual de primordiales.

¿Cómo enfrentará Apruebo Dignidad los 50 años de la Unidad Popular, más allá del recurso memético (memes), la metáfora coyuntural o el travestismo simbólico?

La revuelta del 19, con sus destellos redentores, fue un proceso de intensa destitución que devastó el mapa intelectual y sus auxilios teóricos. Las cogniciones del mainstream y los narcisismos críticos se desplomaron como un castillo de naipes. Hoy, que la herida irrefrenable no cesa de sangrar en el polo reformista, ¿podrá la izquierda cohesionarse en plena disociación estructural entre fuerzas deseantes y progresismos indomiciliados? En medio de la tormenta y sus afecciones, ¿es posible un horizonte compartido de comprensiones y transformaciones en Apruebo Dignidad?

Mucho tiempo antes, la ética de los vencidos había entrado en connivencia con el buenismo neoliberal como un fenómeno que reorganizaba el pesimismo de las izquierdas y hacía del disenso un momento turístico y estructural para la post-dictadura.

Hoy, la beatificación de las vidas de derechas se presenta como el factum de aquellas generaciones de los ’90 y 2000 que no padecieron las experiencias del trauma. Los jóvenes de la afasia somatizan aquellas cohortes de la higienización neoliberal cuyo karma es el desconocimiento material de las vidas de izquierdas y la imposibilidad de imaginar los mapas de existencia y el reparto de lo común, los enunciados, las prácticas del sentido común y los modos de subjetivación.

¿Cómo enfrentará Apruebo Dignidad los 50 años de la Unidad Popular, más allá del recurso memético (memes), la metáfora coyuntural o el travestismo simbólico?

La buena consciencia del Frente Amplio (FA) se ha hecho parte de un progresismo laxo (librado al pillaje de la ultraderecha e histéricamente premunido de las influencias de la ex/Concertación). Abraza la economía cultural de las vidas de derechas estableciendo el rito de la capitulación ante el fantasma aylwinista.

Dos décadas antes, en post-dictadura, se había decretado que la única vida posible se debía gestionar por el cauce de los Derechos Humanos. La judicialización era un hito reparador en el caso chileno; sin embargo, la izquierda no pudo dar con un espacio discursivo que supere la topografía de un presente sin horizonte.

Hoy, las vidas de derechas no pueden lidiar con formas de militancia declaradas obsoletas, pecaminosas y trasnochadas. Tampoco es posible ocultar la indolencia por la política hacia los territorios. Y la categoría pueblo ha sido expulsada por la ira digitalizada de los expertos elitarios. Este cúmulo de negaciones pavimentó la expulsión del presente, la orfandad de las hermenéuticas políticas y exterminó la comunidad del recuerdo.

El significante “militancia” ya no tiene carga libidinal ni referentes proyectuales, salvo su anudamiento con una imagen marcial-determinista. Hoy no evoca ningún reparto de lo político, y se restringe a los universales abstractos donde toda dictadura -bajo los silogismos del orden- debe ser condenada (per se) y la sujeción a las gramáticas asépticas del “Nunca Más” -del cono Sur- han colonizado la economía política de los progresismos.

Esto parte de una intensa discusión entre quienes analizaron los procesos de memoria en la región. El recuerdo de los desaparecidos y la borradura de sus identidades políticas es parte de la política del nuevo conglomerado como de la obsolescencia neoliberal mediante derechas humanitarias.

Tal borradura descansa, de manera profunda, en el modo generacional de concebir lo político. La apelación al mal radical como horizonte de inteligibilidad de lo sucedido configuró un esquema del buenismo que se ubicó lejos de la posibilidad de asumir la existencia de diferentes tipos de responsabilidades y repartos en el desarrollo del proyecto represivo. Se propuso desculpabilizar a la sociedad civil des-responsabilizando al cuerpo social de las tecnologías subyacentes a las imágenes del horror.

La invocación al mal radical sirvió para componer un mecanismo absolutorio que al dotar al otro del carácter de absoluta negatividad desculpabilizó la omisión ciudadana e instauró una impunidad omnisciente al concentrar todo en las escenas del terror. El paradigma de los derechos humanos pudo funcionar como ineludible necesidad pírrica, pero en esencia fue una neutralización imaginal -precarización de la creatividad política- para elaborar otras narraciones en torno al sentido del proyecto represivo, sus mecanismos (modo de producción) y engranajes estructurantes del neoliberalismo.

Esto nos traslada a la necesidad de un paradigma humanitario que no se restringe a la tragedia de los campos de concentración y las imágenes del horror, sino al protagonismo de los poderes económicos -personificados en actores corporativizados del Pinochetismo- que desmantelaron la pulsión de cambios mediante la obtención de beneficios del poder represivo, y que hoy mantienen un comercio cognitivo que ha dejado en vilo el control político-visual de vidas sin expectativas de izquierda.

En las últimas semanas, la colación de gobierno y la demografía frenteamplista ha reforzado la liturgia de reconciliación -expediente transicional- mediante el rito de la capitulación frente al mundo adultocéntrico de la Concertación (castración original ante la extraviada ley del Padre) que devela la “clandestinidad estructural” (originaria) de la política progresista.

Cuando todo cuelga de las cornisas, se suma un Partido Comunista desolado que firmó el llamado “acuerdo de la infamia” del 12 de diciembre (Constitución de expertos designados para una nueva Constitución). El PC se ve tentado a un éxodo que lo devolvería a un escenario ligeramente de exclusión, distinto a los años 90’, o bien, a pervivir bajo la hegemonía del mundo socialista y sus filiaciones con la derecha postransicional.

Todo esto ha dado pie a la capitulación de Apruebo-Dignidad ante la facticidad neoliberal (aylwinización de la política) intentando ficcionar la distopía como un horizonte posible en pleno riesgo.

Asistimos a un acontecimiento tanático, cuyo desliz no tiene precedentes en la política institucional del caso chileno. Una última pregunta: ¿de qué manera el significante “Concertación”, cual vitalismo ético, vuelve a circular y a intersectar las potencias profanantes de octubre del 2019? Aquellas fuerzas que mediante sus grises devastadores empañaron la publicidad clandestina del afamado milagro chileno en América Latina.

El discurso de Gabriel Boric Font frente a la estatua del ex presidente Patricio Aylwin nos recuerda que “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Es la resurrección de los muertos”. Pero eso no solo nos debe hacer recordar los muertos -cuestión siempre esencial- sino también las figuras espectrales que habitan nuestro presente.

 

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