“La calle es nuestra”: Argentina y la movilización más grande de la historia – Por Emilia Trabucco
“La calle es nuestra”: Argentina y la movilización más grande de la historia
Por Emilia Trabucco*
El 2022 cerró con una alegría para el pueblo argentino: después de 36 años volvió a levantar, por tercera vez la copa mundial. Una alegría que se materializó en una movilización calificada como la más grande de la historia de Argentina para recibir a los héroes de camiseta albiceleste. A lo largo y ancho del país, desde la Quiaca a Base Marambio (Antártida), más de 5.000.000 de personas colmaron las calles de la Capital Federal, el conurbano bonaerense y cada plaza del interior del país. Más del 10% de la población total se adueñó de los espacios simbólicos de cada rincón del territorio nacional para festejar el triunfo de la selección de fútbol en la Copa del Mundo de Qatar.
Detrás del fenómeno futbolístico, esta manifestación masiva del pueblo en la calle amerita algunos análisis de fondo.
Esta movilización popular puso sobre la mesa, una vez más, la incapacidad de las fuerzas federales y las autoridades de gobierno nacional en materia de seguridad para garantizar la seguridad, no solo del cuerpo de la selección, que no pudo llegar al obelisco ni a la Casa Rosada sino la de millones de fanáticos y fanáticas que se encontraban festejando y esperando a quienes se volvieron sus héroes nacionales, retomando el legado de Diego Maradona en el ´86, con la mística que caracteriza a los jugadores de la selección y al pueblo argentino.
El fútbol y el pueblo en las calles, como identidad nacional, volvieron a hacerse carne en cada argentino y argentina que se dejó llevar por la memoria histórica a los espacios colectivos en busca del encuentro con ese otro quién comparte una misma ilusión.
A lo largo de la historia el pueblo argentino ha decidido utilizar las calles, para celebrar las victorias populares, despedir a sus máximas y máximos representantes o para defender cada derecho conquistado, y de eso tenemos sobradas muestras. Por nombrar algunas, podemos citar las más de un millón de personas que atravesaron el Riachuelo, desde los talleres y fábricas del sur de la provincia de Buenos Aires, para copar la Plaza de Mayo exigiendo la libertad de su líder, Juan Domingo Perón, en aquel inolvidable 17 de octubre; el Cabildo Abierto del Justicialismo, donde un millón de personas se dirigió hacia la 9 de Julio para lo que esperaban fuera la proclamación de la fórmula Juan Perón-Eva Perón para las elecciones un 22 de agosto de 1951; los actos de cierre de campaña en 1983, con sendos actos de la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista en el Obelisco de Buenos Aires, dónde también se movilizaron masas similares del pueblo argentino para vitorear por Raúl Alfonsín e Ítalo Luder. Más cercanas en la historia, tenemos el fresco recuerdo de los festejos del Bicentenario de nuestra Patria, durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. O las movilizaciones de los movimientos feministas, o disidentes, donde siempre se vive fiesta en sus expresiones.
Este año puede marcarse también como un hito en los procesos de movilización masiva la avanzada popular hacia el corazón de la territorialidad de la aristocracia porteña: el barrio de Recoleta en la ciudad de Buenos Aires. El hecho ocurrió en plena guerra jurídica contra la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, durante los alegatos del pseudo funcionario judicial, el fiscal Diego Luciani, acompañado de su ayudante Sergio Mola, en el juicio conocido como “Causa Vialidad”.
El pueblo argentino avanzó hacia Juncal y Uruguay, para convertirse en el chaleco moral de su líder Cristina Fernández de Kirchner, tomando las calles, en las inmediaciones de su residencia por más de una semana. En ese escenario, la fuerza social que se constituía se enfrentó, como no podía ser de otra manera en la ciudad controlada por el PRO, con la represión de la Policía porteña, bajo el mando de Marcelo D’Alessandro Ministro de Seguridad porteño y el jefe de gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, que llegó a impedir la llegada de Máximo Kirchner, diputado nacional, a la casa de su madre.
Un montaje represivo que fue en escalada y que finalmente el pueblo derrotó el 27 de agosto, atravesando el vallado que rodeaba la casa de la vicepresidenta y logrando acceder a la que ya era la esquina del pueblo. Buscaron derrotar a esta fuerza, con el intento de magnifemicidio contra Cristina, el máximo punto de salvajismo e impunidad de la mafia judicial y el Estado paralelo denunciado por la misma vicepresidenta (Anuario Argentina 2022, CLAE).
Lo ocurrido el diciembre pasado, demuestra la capacidad de movilización del pueblo argentino, a partir de la apropiación de las victorias de la selección argentina como propias. Un símbolo -quizás- de la alegría que necesita un pueblo que atraviesa por una profunda crisis económica. Así la alegría por lo ocurrido a más de 13 mil kilómetros en Doha, resultó un bálsamo para la población argentina toda. Las calles de todo el país se convirtieron en escenario de fiesta popular luego de cada partido, desde octavos de final en adelante.
En términos gramscianos, es necesario poder analizar lo sucedido en el país desde tres puntos fundamentales a tener en cuenta, la organización: las masas que se movilizaron en cada punto de nuestro territorio superaron la institucionalidad, llegaban desde sus casas a tomar las calles, las plazas, sin ser convocados, sabiéndose dueños y artífices de las victorias que celebraban; la conciencia: en algún tuit recuperado por aquellos días, un usuario destacaba los pocos heridos en relación a la cantidad de personas movilizadas, el pueblo salió a festejar, y todos los festejos se vivieron en absoluta tranquilidad; la heterogeneidad: no había ningún tipo de diferencia entre quien vestía traje y zapatos o bermuda y ojotas, no importaban los colores políticos, no interesaba si alguien era de allá o de acá, el pueblo en las calles se mezclaba entre las banderas y las camisetas albicelestes. Un pueblo que se autogobernó por más de doce horas, más allá de los esfuerzos o las ausencias de las instituciones del Estado.
Uno de los mayores símbolos del país, como es el obelisco, fue tomado por ese pueblo con conciencia de que esta alegría colectiva le es propia, como fueron tomados los distintos monumentos en las plazas argentinas, demostrando que cuando estamos organizados, las calles son el territorio en donde se realiza la fuerza colectiva. Claro que no todo fue alegría y felicidad. A cada festejo popular, se opusieron dos aparatos de dominación y opresión de las clases populares: los medios de comunicación (o desinformación en el país) y las fuerzas policiales, en este caso y como ya es moneda corriente, la de la Policía de Horacio Rodríguez Larreta.
El monopolio mediático y su estrategia de generación de relato conducida por el poder económico en Argentina no es novedad. Una narrativa antipopular atravesó los canales de televisión y las redes sociales. Un ejemplo paradigmático fue el tratamiento que muchos periodistas dieron a las reacciones de Lionel Messi, capitán del equipo argentino, luego del enfrentamiento con Países Bajos. Actitud que materializó un “Messi maradoniano”, como síntesis de los dos ídolos del fútbol mundial, haciendo reflejar a millones con su “argentinidad”. Una identidad popular encarnada en su “falta de s” al hablar, y en su actitud aguerrida contra las críticas provenientes de la “superioridad europea”, inmortalizada para siempre en su: “¿Qué mirás bobo? ¡Andá pa allá!”. La prensa reaccionaria argentina no dudó en esgrimir sus críticas, erigiéndose como defensores de una supuesta moralidad europea, tildando de “vulgares” a los héroes populares. Relatos a los que subyace un claro odio de clase frente a las expresiones de la alegría popular, subestimando la idiosincrasia nacional en defensa de intereses y culturas extranjeras.
El otro gran aparato represivo contra las expresiones populares lo constituyen las fuerzas de seguridad. En este caso cabe resaltar las acciones de la Policía de la Ciudad, que imitando los métodos de los Carabineros chilenos, vallaron el Obelisco, en un operativo que claramente no tenía como intención cuidar a la ciudadanía movilizada, sino generar un escenario represivo en medio de los festejos familiares. Circularon imágenes de una cacería por parte de los uniformados, arrojando gas pimienta, disparando balas de goma a las multitudes y deteniendo a simpatizantes. Un modelo represivo que tiene como finalidad generar la sensación de que las movilizaciones callejeras no son un espacio seguro de habitar. La derecha es muy consciente del riesgo que trae aparejado la predisposición de millones de cuerpos a la calle, donde cada movilización se constituye en un ejercicio de aprendizaje, y en un factor que acrecienta la conciencia colectiva del poder que las mayorías son capaces de construir e instrumentar a favor de sus intereses, y de sus alegrías.
La pregunta necesaria recae sobre los límites de una institucionalidad que fue desbordada por el pueblo que intenta representar, un mensaje que el pueblo mismo dió a toda la dirigencia política. La capacidad de tomar las calles con autonomía, capacidad de autocuidado colectivo y resistencia a los embates de los aparatos represivos, rompe el relato de la apatía generalizada o la falta de predisposición de los y las millones de argentinas a movilizarse por sus intereses. Relato construido además luego de un largo período de confinamiento por pandemia, donde parecía haberse “atrofiado” el músculo de la calle. Por esas casualidades, o causalidades de la vida, las movilizaciones de diciembre parecen tener cierta continuidad con otro hito popular, que movilizó a las mayorías en pleno confinamiento: la despedida del héroe popular Diego Maradona, aquel 25 de noviembre de 2020.
La movilización más grande de la historia en Argentina entonces abre el interrogante de la direccionalidad de esa fuerza que tomó las calles por asalto para celebrar sus alegrías. Las grandes masas movilizadas, son temidas por aquellos que pretenden volver a aplicar las recetas de ajuste y represión del gobierno macrista, y vistas con buenos ojos por dirigentes del proyecto nacional y popular, que ven la posibilidad de transformar el triunfo de la selección en un motor moral y material que permita profundizar el camino hacia la conquista de derechos para las mayorías.
Las horas vividas de festejo popular ante el triunfo de la selección argentina demostraron que otras mediaciones, otras relaciones son posibles. Los tiempos políticos que se avecinan mostrarán qué intereses tienen la capacidad de direccionar esa fuerza social. Frente a los embates de un conglomerado económico-político-judicial-mediático y policial, el pueblo argentino demostró su fuerza de calle. Hoy se vuelve urgente asumir la iniciativa desde las organizaciones populares para conducir los esfuerzos y la movilización hacia un tiempo y un espacio donde se construyan otras relaciones de fuerza para el pueblo argentino.
Resta ahora dar los enfrentamientos necesarios para superar la crisis y los niveles de pobreza, indigencia y desempleo a los que dicho aparato somete a los millones de argentinos y argentinas. La historia demuestra que ello no solo es necesario, sino posible.
*Psicóloga. militante sindical y feminista. Colaboradora del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)