Mujeres migrantes: los caminos de la violencia – Por Claudia S. Corichi
Mujeres migrantes: los caminos de la violencia
Por Claudia S. Corichi*
La composición y naturaleza de la migración ha cambiado de forma absoluta. Tradicionalmente se asociaba a la partida de hombres solos en edad laboral productiva, pero ahora ha cobrado fuerza la salida de familias enteras (padre, madre, hermanos) y mujeres solas acompañadas de hijas e hijos.
No hay angustia o miedo que valga para frenar la dura y valiente decisión de emprender un camino lleno de desafíos y peligros. Se sabe que la migración es una válvula de escape a acuciantes dificultades económicas, sociales y falta de empleo; a eso se suman las condiciones de inseguridad, la violencia de género y los eventos climatológicos por inundaciones o sequías extremas que tornan más dura la vida en el ámbito rural.
El periplo que realizan las mujeres migrantes es especialmente desolador dejando la casa y el entorno familiar; implica reunir dinero para pagar al coyote; viajar en condiciones de hacinamiento entre decenas de hombres; cruzar terrenos agrestes; proteger y resguardar, en su caso, a los hijos en el trayecto; tratar enfermedades repentinas y lograr asilo o refugio para ellas y quienes las acompañan.
Esa es la pesadilla a la que se enfrentan miles en una travesía sembrada de violencia y acoso, de maltrato y ofensas. La condición de migrante agudiza su vulnerabilidad y exposición a situaciones de violencia de género. El hostigamiento contra mujeres en situación de movilidad se normaliza y alienta la indiferencia de amplios sectores sociales.
Lamentablemente, el calvario no se reduce a esta descripción. El altísimo número de violaciones documentadas que sufren las mujeres migrantes (7 de cada 10 que transitan por el país) es una evidencia del terror irremediable para llegar al otro lado. Algo ante lo que no podemos cerrar los ojos.
¿Por qué la migración conlleva ahora vulnerabilidad para las personas que se movilizan de un país a otro; cómo llegamos a esto? Una de las razones se explica por las redituables ganancias que les genera a los grupos criminales el explosivo negocio de tráfico de personas, que en muchos casos tienen el contubernio de autoridades migratorias y de seguridad pública. Un engranaje perfecto pero perverso.
Desde Tapachula hasta Piedras Negras, pasando por San Pedro Tapanatepec, los municipios fronterizos y los que se encuentran en la ruta migratoria del país, se han visto colmados de personas exhaustas, agotadas y desesperadas por la indolencia de autoridades migratorias que no cuentan con la capacidad para atender a esa población ni documentar su estancia en el país.
Entre octubre de 2021 y septiembre de 2022, La Oficina de Adunas y Protección Fronteriza (CBP) registró la detención récord de 2.7 millones de personas migrantes (823,000 de ellos fueron connacionales); en número de detenciones le siguen personas de Cuba y Venezuela.
El Departamento de Seguridad Nacional por su parte, afirma que el número de mujeres y niñas capturadas en la frontera en 2021 alcanzó un máximo histórico: 507,358. De ese tamaño es la problemática de la migración que hoy hay que mirar con perspectiva de género.
Migrar bajo una falsa expectativa de éxito es confiar en las sofisticadas redes de trata que operan en la región, que hallaron un lucrativo interés en el tráfico de personas y su extorsión, poniendo en riesgo la vida de miles y sin que las autoridades de los respectivos países hayan establecido acuerdos de cooperación que neutralicen sus actividades y sus márgenes de ganancia.
Esos grupos controlan los movimientos de los migrantes durante su recorrido, extorsionan a sus familias para que depositen más dinero del monto inicialmente acordado; con falsas promesas de empleo engañan a mujeres que hacen la travesía, quienes son privadas de la libertad y obligadas a realizar trabajos forzados o a prostituirse, atentando contra los más elementales derechos humanos de las personas.
México cuenta con un marco legal dirigido a proteger a la población en contexto de movilidad humana en territorio nacional, pero en los operativos y la actuación de las autoridades responsables de velar cotidianamente por esos derechos, no se observa apego a la norma. Las mujeres migrantes, refugiadas y desplazadas rara vez denuncian los abusos de los que son objeto ellas y sus familias.
A propósito del Día Internacional del Migrante este 18 de diciembre, los grupos organizados de mujeres tenemos una obligación profunda de visibilizar y vigilar que las estaciones migratorias otorguen un trato con respeto a los derechos humanos, con perspectiva de género, con perspectiva de niñas y niños y tengan capacidad para ello y capacitación.
Debemos exigir que cese cualquier abuso, que el derecho humano a migrar sea respetado, que los tránsitos no entrañen violencias adicionales y que el respeto a la dignidad de las personas, miles de ellas mujeres y niñas, sea la norma y no una excepción.
*Titular de la Unidad de Igualdad de Género y Cultura de la Fiscalización de la ASF.