Lacalle en su laberinto: Corazones partidos yo no los quiero – Por Alberto Grille

1.189

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Lacalle en su laberinto: Corazones partidos yo no los quiero

Alberto Grille*

Es evidente que lo que le está pasando al presidente Luis Lacalle Pou es un episodio bastante original y sobre todo inédito del cual el mandatario está visiblemente arrepentido. No necesita ni decirlo, quienquiera que sea estaría igual de dolido si le pasara lo que le pasa a él. Solamente un hipócrita como el ministro del Interior puede menospreciar la gravedad de lo que está pasando.

De pequeñas y grandes traiciones, de inocencias y garrones en el ámbito público y privado hay ejemplos innumerables. De inocencias perdidas, arrepentimientos, de amores contrariados, celos, ilusiones y engaños podrían escribirse libros enteros.

Ya hay escrito tangos, cuecas, zarzuelas, óperas, zambas, polkas y boleros en todos los ritmos y en todos los idiomas. Pero este episodio tiene ribetes peculiares. La trama tiene, como siempre, misterio, intriga, amor, escándalo, política, poder e hipocresía, pero, curiosamente, esta vez no tiene autor.

El autor de esta curiosa trama son los hechos registrados escrupulosamente por la tecnología y expuestos por cuentagotas a la opinión pública en una secuencia de chats poco menos que interminable. Al menos se anuncian como interminables cuando los analistas no se cansan de advertir que por ahora solo se han revelado un porcentaje mínimo de lo que todavía queda por conocer.

Los hechos y el contexto son registrados por cada uno de nosotros y van moldeando nuestras opiniones según estemos a uno u otro lado de la llamada “grieta”. No hay nada de ficción, aunque a veces parezca el resultado de una imaginación más que frondosa.

Sabemos que Alejandro Astesiano era el “custodio” del presidente, aunque es controversial si su cargo era de “jefe de la custodia” o solamente se trataba de un impostor con muchísimos “permisos”. Cuanto menos cargo tenga en la planilla del Estado, más grave es el poder que puede adquirir un conserje si goza de la confianza imprudente del presidente.

Sabemos que se trataba de un “pillo”, un delincuente serial especializado en estafas de poca monta, cuya expertise no fue obstáculo, sino muy probablemente ventaja para ser elegido para la función que desempeñaba.

Era de la más absoluta confianza del presidente, permanecía a su lado la mayoría de las horas del día y lo acompañaba a él y a su familia, escuchaba sus conversaciones, participaba en algunas de sus confidencias, lo ayudaba a gestionar su vida pública y privada, contribuía a diseñar su agenda, intercambiaba opiniones y muy probablemente obtenía ventajas y “favores”.

Siempre se discutirá si se trataba de un poder detrás del poder, de un “perejil”, un tramposo, un delirante compulsivo o un pícaro todoterreno. ¿También se debatirá sobre su verdadera relación con el presidente, la magnitud de su traición o de su lealtad?

Lo que no debería ser discutible es que se trata de un sismo, un tsunami, un episodio inesperado, ingrato y desagradable que ocurre una sola vez, pero que cuando ocurre lo arrastra todo. Solo lo que está en juego hace que haya quien quite trascendencia a lo que es un anunciado final.

De lo que ya se sabe hay de todo, espionaje, falsificación de documentos, dinero, licitaciones, uso de los recursos públicos y tráfico de influencias. Astesiano no paraba de chatear y de invocar a Luis las 24 horas del día para tejer negocios reales o hipotéticos según sea un garca contumaz, un fantasioso en reiteración real.

Todo apuntaba a que se trataba de una secuencia espantosa que ubicando un delincuente en el centro mismo del poder, evidenciaba la fragilidad de las instituciones, la falta de conciencia de quien lo había elegido y la vulnerabilidad de los controles y del propio ordenamiento legal.

Pero los últimos chats vuelven esta intriga de espionaje una comedia de enredos, convierten una tragedia en un olvidable y pícaro vodevil.

En un instante nos percatamos de que Hamlet no era el príncipe de Dinamarca, sino un Romeo celoso, angustiado por el precipitado abandono de Julieta, quien unas semanas antes daba un portazo y lo dejaba abandonado en la soledad del poder, instalado en una espaciosa recámara de un castillo despojado de amor,

Casi se trata de una lección de vida. Constata que la felicidad no es torrencial y que un tropezón cualquiera da en la vida. Que el amor es como la culpa y puede enredar las ideas. Que los celos de un macho atormentado son cosa muy seria.

Entendemos ahora por qué Lacalle viajó a Bogotá a destiempo para entrevistarse con un presidente equivocado, pasó unos días en las playas de la isla de San Andrés acompañado de una presencia tan poco romántica como el Fibra (Astesiano) y al subir al avión para su esperado regreso, se preguntó qué haría Loly (su esposa) viajando a Miami esa misma madrugada y cuán tormentoso sería encontrarla en la sala VIP al arribar a Montevideo, despidiendo a Loly, sola o acompañada.

No vale la pena hacer una descripción pormenorizada de las innumerables razones para calificar de deplorable la idea de usar a la Policía para espiar a su esposa o su expareja, lo que en este caso es lo mismo. El hecho es tan deplorable como los otros, pero lejos de protegerse apelando a la “intimidad” del mandatario lo vuelve humana, ética, política e institucionalmente más grave.

Máxime que el único que podía tener motivo para procurar conocer el viaje de su Loly es su esposo. Aquí no hay la excusa de decir que Astesiano lo invocaba, pero Luis no sabía. Astesiano no tenía un motivo para realizar una gestión de ese tipo ni Berriel podía haber obedecido la “orden” si no estuviera seguro de que se trataba de una orden del presidente.

Está más que claro que Luis Lacalle Pou hizo uso y abuso de la autoridad para espiar a un particular, en este caso su esposa. No importa si hay o no denuncia de ella por “abuso” ni si hay delito o no. El hecho es condenable y no vale el más que obvio arrepentimiento.

Tal vez, sería hora de hacerse cargo. Porque ahora le conocemos en la peor de sus facetas.

*Periodista uruguayo, director de Caracas y Caretas.

Más notas sobre el tema