La Argentina cangrejo – Por Juan Guahán

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

La Argentina cangrejo

Juan Guahán*

Quienes vieron caminar a los cangrejos dan por cierto que lo hacen para atrás. Cuando observamos la situación argentina, en las últimas décadas, ella sugiere algo parecido. Pero hay una gran diferencia. Para los cangrejos eso forma parte de su naturaleza y estructura física, en cambio para nuestro país se trata de un real retroceso en las más variadas cuestiones.

No hay que ser demasiado optimista para comprender que nuestra regresión no se corresponde con las características y posibilidades naturales de nuestra sociedad y del territorio que habitamos. Todo lo contrario. Parecemos estar condenados por las riquezas naturales con las que contamos.

Como suele decirse, nuestras condiciones físicas son tales que, más que alentarnos por las perspectivas que ofrecen, constituyen –para muchos- una invitación a la desidia. Aquello que provoca el orgullo de los propios y cierta envidia de muchos extranjeros, por las gigantescas posibilidades que encierra, puede llegar a constituirse en un freno a los avances, dadas las facilidades para acceder a los recursos básicos para sostener la vida humana.

En el menor desarrollo relativo de los pueblos del Abya Yala que poblaron esta parte del continente, que hoy se reconoce como Argentina, se encuentran algunas de las explicaciones por tal situación dadas las facilidades que esos territorios ofrecían para la sobrevivencia y reproducción de la vida en los mismos. Dicho esto, en comparación con las dificultades físicas de otros pueblos residentes en la misma región -por ejemplo, los incas en el Perú- o los mayas junto a otros pueblos en México, Guatemala y muchos pueblos del centro y norte de América.

Fundados en las mismas razones, gran parte de los varios millones de inmigrantes europeos que poblaron estas tierras manifestaron su alegría ante las condiciones naturales que rápidamente les permitían mejorar su situación socio económica. Ello quedó patentizado en la expresión de “hacerse la américa” que parecía describir esa perspectiva.

Argentina, poblado por algo muy parecido a un “pueblo trasplantado” -como suelen denominarlo algunos estudiosos-, marcha a la cabeza de esa tendencia. Fue una de las sociedades, dominada por conquistadores blanco-europeístas, que -con mayor facilidad- borró del mapa a millones de indígenas, negros y criollos pobres para establecer una cultura e instituciones que fueron traídas por esa inmigración, aunque ello significara negar las propias aquí existentes.

Cuando se observa la aceptación y naturalización de las profundas desigualdades existentes y la tolerancia hacia las mismas, se fortalece la idea que la cultura predominante está guiada más por el dinero y la ganancia que por la solidaridad con el otro, el respeto a la tierra y la naturaleza que nos permiten vivir. Considerando a esa naturaleza como objeto pensaron en un crecimiento sin límites, con el mayor consumo como objetivo y sin querer saber que la tierra los tenía y ahora estamos empezando a pagar esa eqivocación.

Es por ello que se puede pensar que hay vínculos que relacionan el modo de ejercer tal dominio cultural con la dolorosa realidad que nos rodea. Hacer una breve enunciación y un corto “recorrido” por algunos aspectos de nuestra realidad permitirá ver de qué modo ese deterioro se visibiliza haciéndose -cada día que pasa- más fuerte, profundo e irreparable.

La mención de algunos temas no agota el infinito número de cuestiones que podríamos plantear, como la entrega de la soberanía territorial en varias zonas, muchas de ellas fronterizas, a manos de empresarios extranjeros o la continuidad del pago de deudas fraudulentas e impagables, como la que fue firmada con el FMI.   Aquí se han seleccionado algunas cuestiones.

Repercusión de la política económica en la vida del pueblo

Según un Informe del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), cercano a sectores sindicales, la participación de los trabajadores en el Ingreso era -para fines del primer semestre del 2016- del 51,3% y se redujo para igual momento del 2022 al 44%.

Mientras tanto la participación del capital subió, en idénticos períodos, del 39% al 45%.  Añade que en los últimos tres años se pudo observar una notoria mejora en la productividad laboral, pero el 83% de la misma se transformó en una transferencia de ingresos de los trabajadores a los empresarios.

El índice de desocupación (6,9%) es el nivel más bajo desde 2016. Pero ese dato positivo se relativiza con otro según el cual, de cada 100 trabajadores, 22 son por cuenta propia y 28 son asalariados en negro del sector privado. La otra mitad de los trabajadores se reparte entre un 15% que trabaja en el sector público y el restante 35% lo hace en blanco en el sector privado, en un número igual al de seis años atrás, sin dar cuenta del natural crecimiento poblacional.

En síntesis, los empleos que se pueden conseguir son aquellos de máxima precariedad, una forma de encubrir -con una pobreza generalizada- el creciente deterioro social.

Otro de los aspectos significativo para medir nuestro retroceso social es la pobreza. La actual supera el 43% y la de niños y adolescentes está por encima del 50%. Es superior a la que teníamos una década atrás y nuestro caso es excepcional donde la pobreza, a pesar de los avances tecnológicos, es muy superior a la que teníamos hace medio siglo.

Otras medidas de gobierno nos permiten visibilizar esta involución que ellas producen en la sociedad. En ese camino es bueno recordar las denuncias por el modo que el “ajuste” está produciendo recortes en políticas educativa y de salud. Algo semejante se verifica en las llamadas políticas sociales, el último bastión que tiene este Estado para contener las broncas acumuladas.

Este año, la ejecución presupuestaria del pago por la Asignación Universal por Hijo, retrocedió un 12,4%, las políticas alimentarias se redujeron en un 59,8% y las jubilaciones perdieron un 0,8. En términos reales, las transferencias a las provincias cayeron un 33% en relación a lo reintegrado un año atrás. El remedio que esta democracia le encontró a esta notoria injusticia fue aprobar, a través del Consenso Fiscal, que cada provincia pueda incrementar los impuestos para compensar esa pérdida.

El campo: sus problemas de propiedad y formas de explotación

La mayor parte de la sociedad argentina mantiene con el campo una relación paradojal. Dado que Argentina nunca completó su ciclo de industrialización, la realidad muestra que el 93% de su población es urbana. pero la economía del país sigue dependiendo, en gran medida, de lo que pasa en el campo.

 Éste es visto –certeramente- como algo vinculado a los sectores más conservadores sin percatarse que allí -en el origen de esa indebida apropiación- está el inicio de las grandes desigualdades actuales y que esa propiedad conservadora es uno de los orígenes del problema y no su solución.  En gran parte de América, lo que se denominó como “descubrimiento y conquista” fue testigo de ese proceso.

La naturaleza, la tierra, la pachamama, fueron consideradas como meros objetos al servicio de las ambiciones humanas e instrumento de las necesidades o conveniencias de su desarrollo científico-técnico.Primero fue el saqueo original de sus riquezas (en oro y plata) las que le dieron a Europa los recursos necesarios para su desarrollo capitalista. Luego, las zonas pampeanas, con la feracidad de sus tierras fueron útiles instrumentos para alimentar a los obreros europeos, forjadores del naciente mundo industrial.

Así, fuimos integrados al mundo, como apéndices de los países centrales. Nuestro territorio, como productor de alimentos, caracterizó a ese momento. El dominio sobre la tierra y las características de su modo de explotación marcan las dos cuestiones centrales de nuestro desarrollo, como país.

Las tierras quedaron concentradas en unas pocas manos, la destrucción del mundo indígena fue una de las condiciones para hacerlo posible. La Constitución de 1853 -aún vigente- junto a la derrota de los caudillos federales había sentado las bases para esa perspectiva. Ése era el país oligárquico.

El peso de los mercados europeos dio a nuestros sectores dominantes esa inserción, económica y culturalmente dependiente del mundo occidental, que aún se continúa. La masiva inmigración europea dio origen a una vasta clase media que incorporó mayores y nuevos derechos, pero no alteró esa dependencia cultural y tampoco modificó las relaciones económicas. Y en las últimas décadas un nuevo elemento, vinculado a la producción agraria, fortaleció esa tendencia.

Justificándose en la necesidad de combatir el hambre, se desarrolló –con epicentro en EEUU y a partir de la segunda mitad del siglo pasado- lo que se conoció como “Revolución Verde”, en oposición a la “roja” proveniente China y de la URSS, con hegemonía rusa.Se trataba de un proceso de cambios tecnológicos en la producción agraria que se aplicaría en los países del Tercer Mundo.

El mismo se sustentò en tres cuestiones básicas: Los insumos químicos, que abrieron las puertas a los “paquetes tecnológicos” para aumentar el área productiva y la productividad de la misma; la presentación de nuevas variedades o tipos de cultivo, con el uso de semillas de laboratorio o genéticamente modificadas. La aparición de la soja es el símbolo más significativo; la modernización de la maquinaria, que reduce el esfuerzo humano y mejora la producción es lo más rescatable de estas innovaciones.

Todas estas innovaciones suponían el despliegue de la matriz energética originada en fuentes fósiles y la construcción de un sistema agroalimentario de tipo universal que favoreciera a las empresas trasnacionales y quebrara la soberanía alimentaria.

La producción agraria, aumentó y notoriamente en estos largas décadas. Ello vino acompañado de fuertes deterioros en la naturaleza con sus conocidos efectos climáticos (inundaciones, sequías y otros fenómenos semejantes), además del problema sanitario producto de masivos envenenamientos (por las fumigaciones). Tampoco sirvió para cumplir el objetivo enunciado: Todas las cifras indican que el hambre aumentó. Somos el mejor ejemplo de esa tendencia negativa.

Este fenómeno tiene, en nuestro país, una notable incidencia. Es de singular importancia el fenómeno de una agricultura, sin agricultores que este hecho genera. Incorpora nuevas áreas productivas, pero lo está haciendo con la expulsión de campesinos, chacareros e indígenas; nuestra producción pierde calidad alimentaria y mercados por el uso generalizado de semillas genéticamente modificadas o “paquetes tecnológicos” que muchos países no aceptan.

Se está “matando a la gallina de los huevos de oro”, quitándole componentes a la tierra por tales usos. Un caso típico es la falta de potasio en la tierra. Éste se va por la erosión y porque cultivos recientes, como la soja, consumen el doble que los anteriormente conocidos. La actual sequía, sin antecedentes en los últimos 30 años, completa el panorama de decadencia que caracteriza a estos tiempos.

Por todo ello los problemas pendientes sobre la propiedad y concentración de la tierra y su degradación constante, por el mal trato que recibe, son problemas que -para nuestra cultura urbana- poco interesan, pero que están en el origen del hambre que se extiende por nuestra geografía nacional.

Esa es una de las claves por la cual nuestro avance se parece al del cangrejo.

*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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