El largo rastro del virus – Por William Ospina

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El largo rastro del virus

William Ospina*

La gran diferencia entre la pandemia que ahora vivimos y todas las grandes pandemias de la historia, es que cuando ocurrieron todas las anteriores, la plaga de Justiniano, la peste bubónica o la peste negra, la viruela, el cólera, la gripe española, no habíamos alterado de un modo tan dramático el equilibrio natural.

Metrópolis sin gente, cielos sin aviones, la lógica implacable de la realidad detenida bruscamente por una ansiosa alarma planetaria… no dejó de ser un alivio en medio de la angustia y aun del pánico descubrir que el mundo puede cambiar de la noche a la mañana, que hay cosas sorprendentes e imprevisibles que pueden ocurrirle de pronto, no a los individuos como es costumbre, sino a la humanidad.

Ese invento antiguo y creciente, la globalización, nunca se había hecho sentir de un modo tan vasto y unánime. Es verdad que vivimos ya una cultura mundial, unas costumbres harto homogéneas, pero la mezquindad de los poderes y la arbitrariedad de los Estados siguen manteniendo bien trazadas sus fronteras para los débiles y sus murallas para los desesperados. Esas fronteras por las que pasan con la misma libertad los pájaros y los capitales, siguen cerradas para los seres humanos cuando no los lleva la opulencia sino la necesidad.

Pero cuanto más pequeño es el viajero más fácilmente pasa las barreras, y el virus se filtró por todas partes con una eficiencia que les hace honor a todos nuestros avances: el de la velocidad, el de la comunicación, el de la igualdad, el de la globalidad. El virus mostró sus credenciales modernas: veloz, omnipresente, igualitario, “viral” y universal.

 Nos recordó que esta civilización es un gigante de pies de barro, nos separó físicamente y nos unió de un modo fantasmal, nos recordó, como decía el poeta, que “la muerte a todos nos saluda sin cortesía”. Por unos días logró que el mundo dejara de ser la feria de vanidades de la especie humana, y hasta insinuó una edad en que volvían a ser libres y visibles los ciervos y los osos, todas esas criaturas que hace siglos viven a la defensiva, escondidas y sitiadas por eso que llamaba Álvaro Fernández Suárez “la terrible mirada del hombre”.

* Escritor colombiano, autor de ¿Dónde está la franja amarilla?”, En busca de Bolívar La lámpara maravillosa, Pa que se acabe la vaina , El dibujo secreto de América Latina y cuatro libros de poemas. Autor de las novelas Ursúa El país de la canela), La serpiente sin ojos y El año del verano que nunca llegó Recibió los premios Nacional de Ensayo 1982, Nacional de Poesía 1992, de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada en Casa de las Américas 2003 y el Premio Rómulo Gallegos 2009.

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