Costa Rica y la abolición del ejército – Por Rafael Cuevas Molina

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Costa Rica y la abolición del ejército

 Rafael Cuevas Molina*

El 1 de diciembre se conmemora en Costa Rica la abolición del ejército en 1949. Fue el primer país en el mundo en hacerlo, y no han faltado a lo largo de todos estos años quienes cuestionen esta decisión, unos porque plantean que el monopolio de la fuerza es una de las funciones irrenunciables del Estado y perderla implica su desnaturalización, y otros, nostálgicos, que añoran la posibilidad de tener un instrumento que permita dar un golpe sobre la mesa cuando “las circunstancias lo requieran”.

Hoy, son más de veinticinco los países en el mundo que han seguido esta senda, incluyendo otro se la región, Panamá, y no se sabe de ninguno que haya revertido su decisión por haberse presentado consecuencias negativas.

En América Latina, los ejércitos son un símbolo de lo peor que nos ha sucedido a través de la historia, de autoritarismo, dictadura, violación de derechos humanos y abusos de todo tipo. En donde han triunfado proyectos de profunda renovación, lo que se ha impuesto ha sido su renovación total, la creación de ejércitos “de nuevo tipo”.

La existencia de los ejércitos refiere a condiciones que no dudaríamos en asociar a la prehistoria de la humanidad, en la cual aún estaríamos viviendo y de la cual, dados los vientos de auto exterminio que soplan, no alcanzaremos a salir. Lo que se impondría en sociedades verdaderamente civilizadas sería desechar radicalmente la violencia en todos los órdenes de la vida, y sustituirla por el diálogo, el consenso y las condiciones que permitan una vida digna que no orille a romper con las normas de la convivencia.

En Centroamérica, los ejércitos son, por el contrario, garantía de pervivencia de condiciones que no solo mantienen, sino que profundizan, relaciones patológicas que perfilan sociedades enfermas al borde del colapso.

Después de años de conflictos armados, que supieron aprovechar para que algunos de sus más conspicuos representantes se posicionaran en estructuras criminales que han hecho del Estado botín que alimenta su condición de nuevos ricos, constituyen estructuras que lastran los presupuestos nacionales, y se erigen en permanente amenaza ante cualquier opción que pretenda salirse, aunque sea mínimamente, de la ruta establecida para mantener el estatus quo.

Los ejércitos centroamericanos no son instituciones apolíticas, como lo requieren las constituciones, sino entes beligerantes con intereses corporativos propios, con un pasado reciente muy comprometido con serias violaciones a los derechos humanos. En este sentido, se han transformado en un escollo importante para todos los procesos que buscan esclarecer la verdad de las atrocidades cometidas durante los años de la guerra, y no dudan en utilizar todo tipo de artimañas para, a la inversa de lo planteado por el alemán Carl von Clausevitz, dar continuidad a la guerra a través de la política.

En países cuyos índices de desarrollo se encuentran entre los más bajos no solo de este desigual continente que es América Latina, sino del mundo, la erogación de presupuestos mil millonarios para su mantención constituyen un verdadero crimen de lesa humanidad. En una región permeada hasta la médula por el narcotráfico y el crimen organizado, ojalá que supieran cumplir por lo menos con la función de guardianes de las fronteras; pero no, más bien, permeados por la corrupción, se convierten en factores coadyuvante de estas lacras sociales.

Ojalá nuestros paisitos accedieran alguna vez a la sensatez y siguieran los pasos de este pequeño país que es Costa Rica. Un mundo sin ejércitos será un mundo mejor. La abolición del ejército debería ser parte de nuestras utopías.

* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.

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