Populismo vs. democracia y sus implicaciones en Bolivia y Latinoamérica –  Por Carlos A. Ibañez Meier

1.460

Populismo vs. democracia y sus implicaciones en Bolivia y Latinoamérica

 

Por Carlos A. Ibañez Meier

 

El populismo NO es una ideología, es un movimiento político que se esfuerza por atraer a la gente común que siente que sus preocupaciones son ignoradas por los grupos de élite establecidos.

El populismo con una “significación peyorativa” es el uso de “medidas de gobierno populares”, destinadas a ganar la simpatía de la población, aun a costa de tomar medidas contrarias al Estado democrático. Puede provenir tanto de movimientos de extrema izquierda (La Nueva Izquierda Latinoamericana del Foro de Sao Paulo) como de movimientos de extrema derecha (como ejemplos, el nacionalismo de Bukele en El Salvador y de Bolsonaro en el Brasil). El populismo utiliza el mecanismo electoral de la democracia para copar el poder y luego someter a los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) más sus instituciones públicas (incluidas a la Policía y las Fuerzas Armadas) que lo sustentan para el control absoluto del Estado. ¿Cuáles son las tres grandes causas del populismo en la actualidad?

1. La falta de confianza (corrupción) en las elites políticas, económicas y las instituciones. Por ejemplo, durante la gran crisis financiera de 2008, en EEUU, UK y la UE, la percepción fue que la gente perdió sus casas, pero que los banqueros fueron rescatados.

2. Problemas culturales. La fuerte migración extranjera experimentada por EEUU y Europa ha incidido en la xenofobia o rechazo y odio al extranjero inmigrante. En Latinoamérica, los constantes enfrentamientos entre grupos sociales diferentes, indígenas (aymaras, quechuas, guaraníes, araucanos, mayas, etc.) y citadinos (blancos y mestizos), son una gran fuente que alimenta la segregación y el odio racial.

3. Mediocre crecimiento económico y problemas de desigualdad (bajos indicadores de bienestar social). En la vida republicana de América Latina, desde la frontera norte de México hasta la Patagonia, la corrupción, la injusticia y la enorme desigualdad socioeconómica han sido el mayor caldo de cultivo para el populismo.

Existe una suposición errónea en Latinoamérica de que la amplia presencia del narcotráfico (apañado por el populismo) de alguna manera ayuda a paliar la grave crisis económica por la que estamos atravesando, pues supuestamente las grandes fortunas que ello genera se reinvierten dentro de nuestras empobrecidas economías. Sin embargo, esto está muy alejado de la verdad, pues según el Legatum Prosperity Index de 2021 (que recopila datos de 149 naciones que cubren a más del 90 por ciento de la población mundial) todos los países productores y de tránsito de cocaína están entre los últimos de la lista de prosperidad (ocupando Bolivia en el cuarto puesto más bajo en Latinoamérica y sólo superando a Honduras, Nicaragua y Venezuela —el último de la lista—). Lo cual nuevamente confirma que a los cárteles del narcotráfico sólo les interesa el poder para enriquecerse y prefieren lavar y guardar su dinero en los paraísos fiscales y/o invertir su dinero en EEUU y Europa al igual que lo hacen las mafias rusas, como lo demuestra la prensa mundial tras las sanciones impuestas por la guerra en Ucrania.

La débil estructura democrática en Latinoamérica ha permitido prácticamente la desaparición de los partidos tradicionales en casi todos los países de la región y que sean reemplazados por la Nueva Izquierda Latinoamericana conformada por partidos de corte claramente populistas, donde la derecha y centro izquierda/derecha de la nueva “oposición” se ha atomizado en múltiples partidos carentes de una clara ideología política (por ejemplo, 23 partidos en Perú, 51 en Venezuela y más de nueve en Bolivia). Grundberger describe cómo “los clásicos partidos programáticos son reemplazados por ‘Juntuchas electorales’, normalmente agrupadas alrededor de un individuo, sin ideología ni programa, que se hacen y se deshacen en periodos cada vez más breves” (artículo de José Rafael Vilar, Los Tiempos 08/07/2022).

A pesar de las interrogantes que nos dejó el INE sobre la verdadera distribución poblacional en Bolivia y la corrupta actuación de los responsables de la CNE, están claramente identificados los verdaderos culpables del desastre electoral de 2020 en Bolivia (https://eldeber.com.bo/opinion/los-verdaderos-culpables-del-desastre-ele…). De acuerdo con el consultor en ciencias políticas de la UMSA, Franco Gamboa Rocabado, PhD, “(Los opositores) se concentraron en luchas interpartidarias, porque ninguno de ellos estaba preparado… La consecuencia inmediata fue que el MAS los sumó a su estrategia electoral inmediata, a su dinámica de la agenda electoral” (es decir, más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer).

Es por eso que, a pesar del comprensible reclamo de parte de Santa Cruz contra el resto del país por su falta de apoyo al reclamo por el censo en 2023, lo que sucede es que Bolivia está sumida en una gran apatía y letargo, que no es más que la consecuencia de la tremenda traición ocasionada por la supuesta “oposición” de todos los partidos políticos y el gobierno de Áñez, que entregaron en bandeja de plata lo que tanto nos costó a todos los bolivianos después de haber sacado a Evo y sus secuaces masistas del gobierno con el levantamiento del 21F, hecho que fue la única proeza alcanzada en todo Latinoamérica. Lamentablemente, Camacho es parte de ese mamarracho de políticos traicioneros y, por lo tanto, ¡ni él ni ninguno de los otros politiqueros de la oposición son capaces de nuevamente levantar a esta población cansada de los políticos de pacotilla que tenemos!

En la actualidad, la democracia en Bolivia está herida de muerte. La culpa la tienen todos los partidos políticos y sus miembros, sin importar su ideología (sean de derecha, centro o izquierda), debido a que en la Constitución se concedió demasiados poderes a la figura presidencial, pensando que los primeros mandatarios serían los verdaderos representantes de la diversidad de nuestros pueblos, porque ellos fueron elegidos por el voto popular. Esta fue la gran falacia, ya que la realidad nos muestra que en vez de representar al pueblo en general representan, en primer lugar, a sus propios intereses; en segundo, a los grandes poderes económicos, sociales y políticos (tanto nacionales, como extranjeros) que los enriquecen y en tercer lugar a sus bases de soporte (sindical, cultural y religioso). Este enorme poder obtenido por los gobiernos de turno les permite controlar no sólo todo el aparato administrativo de carácter público del Estado, sino también los otros dos poderes del Estado, el Legislativo y el Judicial, con lo cual llegan a concentrar un enorme poder, ya que terminan controlando la justicia, la Policía y por último a las Fuerzas Armadas.

La consecuencia de todo esto es la corrupción, el abuso del poder, la prepotencia, la persecución política y finalmente el sometimiento de la sociedad civil en su conjunto a sus más nefastos caprichos y exigencias.

Debemos exigir el control de la democracia al ciudadano a través de una enmienda en la Constitución Política del Estado, que introduzca el cuarto poder del Estado: el ciudadano como el eje central de participación y control de la democracia, acompañada de dos leyes de la República: i) La ley de empoderamiento ciudadano y ii) La ley de democracia con participación ciudadana directa a nivel nacional, departamental y municipal (ver Participación ciudadana en la democracia | El Deber 9 de junio de 2020).

En resumen, se trata de institucionalizar el país a través de la meritocracia orientada principalmente al servicio del ciudadano, con eficiencia, eficacia y efectividad.

Los Tiempos

 

 

Más notas sobre el tema