Libros como catedrales – Por Óscar López Pulecio

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Libros como catedrales

Óscar López Pulecio*

 

En su eterno trasegar de conquista Alejandro Magno llevaba un cofre custodiado como su mayor tesoro. Las tropas hablaban de joyas de inestimable valor, de algún diamante robado de la frente de alguna deidad hindú, pero lo que había adentro era un ejemplar de la Odisea de Homero. Quizás se veía a sí mismo como el nuevo Ulises en su viaje fantástico. Esa era para los griegos la importancia de los libros, pocos, preciosos, en los albores de los tiempos.

La historia, apócrifa o no, porque testimonios tan antiguos oscilan entre la ilusión y la leyenda, la trae Irene Vallejo, joven doctora en filología de las universidades de Zaragoza y Florencia, especializada en el mundo antiguo, quien ha recogido en un texto erudito lleno de encanto y anécdotas que se lee con facilitad, lentamente, saboreándolo, para que no se termine, historias como esa que no son tanto de los libros como de la palabra escrita. Con el más afortunado de los títulos, El infinito en un junco, para significar sus orígenes: esas cañas de papiro que recogían los barqueros a las orillas del Nilo, que se convirtieron en un primer refugio de los logros de una civilización cuyas ideas no tenían límites ni fronteras.

Todo comienza en forma, con método y fondos, en la Biblioteca de Alejandría, que nace del delirio de un faraón, Sóter, primero de la dinastía Ptoloméica, antiguo general de Alejandro Magno, a quien le toca ese pedazo del imperio conquistado, el más pequeño pero el más rico. Funda la ciudad como capital del nuevo Egipto griego y el museion, con su biblioteca anexa, para darle prestigio.

Llega a ser el más importante centro de estudios del mundo antiguo; gigantesco archivo de toda la cultura de entonces, que era griega. No parece ser cierto que Julio César la haya incendiado a propósito. Sobrevive a Antonio y Cleopatra, la última de la dinastía, pero va decayendo. En realidad, acaban destruyéndola los cristianos coptos en el siglo IV, que la veían como un peligroso reducto del paganismo frente a las sagradas escrituras, peligro que aún se teme. Cada dominación quema lo que más teme: sus rebeldes y sus libros.

Por siglos los documentos de la Biblioteca fueron rollos de papiro, largas tiras de cáñamo con las fibras cruzadas para darle consistencia, sobre las cuales se escribía por un solo lado con letra minúscula y seguida para economizar espacio. Una comedia de Aristófanes o una tragedia de Esquilo podían llegar a 42 metros.

Era un soporte frágil; un papiro bien conservado podía durar dos siglos, más práctico eso sí que las tabillas de arcilla, difíciles de almacenar. Fue toda una innovación cuando, ya en tiempos del cristianismo, se comenzó a escribir en pergaminos hechos con pieles de oveja. Durables, aunque costosos; un evangelio podía necesitar un rebaño. Pero han llegado hasta nosotros.

Algunos iluminados con imágenes coloridas, que tardaron años en crearse: libros como catedrales, las cuales también fueron construidas para ser leídas por los fieles. El gran descubrimiento fue sin embargo el papel, ligero, durable, barato, cuyo reinado amenaza hoy el texto digital.

Recuerda doña Irene que el otro gran descubrimiento, comparado quizás al fuego, la rueda, o la política, fue el alfabeto. La escritura nace como un recurso contable, para enumerar y describir patrimonios, aunque poetas y cuentistas siempre ha habido; pero en algún momento maravilloso alguien descubrió que se podían describir todas las cosas con un número reducido de signos.

Allí comienza la popularización de la cultura y se supera de verdad lo que había sido desde siempre el impreciso depositario de los conocimientos: la memoria y la tradición oral. Cada quien, olvidando, corrigiendo o añadiendo algo.

En ese proceso de tradición oral y fragilidad de los manuscritos casi todo se perdió. Pero lo poco que sobrevive es la base de la cultura occidental: Homero, Aristóteles, Hesíodo, que son aun los fundamentos de la literatura, la filosofía y la historia. La Ilíada y la Odisea, donde todo está dicho, que llegan hasta nosotros porque algún bardo memorioso recogió en un texto años y años de tradiciones orales. Algunas comedias y tragedias, y algún poema. Todo gracias a la Biblioteca de Alejandría.

En el principio era el verbo, pero sobrevivió gracias a la palabra escrita, guardada en libros. Recoger en esta época donde todo cambia, todo se desecha, la manera procelosa como se crearon los libros a través de los siglos, como uno de los más grandes logros de la civilización, que hoy damos por sentado, como el fuego, la rueda o la política, es un bálsamo para el espíritu, cuyos recursos infinitos caben en un junco.

*Abogado especializado en Ciencias Socioeconómicas de la Universidad Javeriana, Bogotá. Fue embajador de Colombia ante la Asamblea General de la ONU, Cónsul General de Colombia en el Reino Unido; Gerente Regional de la Caja Agraria, y Secretario General de la Universidad del Valle.

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