Aportes a la discusión sobre la legalización, descriminalización y despenalización de las drogas (II) – Por Jorge Rolón Luna

Imagen de portada: Milena Coral
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Aportes a la discusión sobre la legalización, descriminalización y despenalización de las drogas (II) 

Por Jorge Rolón Luna*

El consumo de sustancias alteradoras de la conciencia debería ser apenas un asunto sanitario. Y ello, cabe agregar, cuando tal consumo reviste el carácter de “problemático”. El consumo de drogas no siempre tiene ese carácter; o sea, no todas las veces afecta la funcionalidad de la persona, genera adicción, deterioro de la salud o trastornos de conducta. Como problema de salud, puede compararse con el cáncer, la diabetes, las enfermedades degenerativas, las dolencias cardíacas o el alcoholismo, por lo que debería abordarse como estos casos. Esto se debe matizar, obviamente, dada cierta relación entre el consumo de algunas drogas y la comisión de hechos punibles (crack y opiáceos, especialmente), vínculo que deriva, a su vez, del modo en que los Estados enfrentan este problema de carácter sanitario, criminalizando a los usuarios, contribuyendo así a la entrada de los mismos al mundo del delito. 

La historia de la relación entre estas sustancias y el ser humano es remota, pero no fue hasta hace poco que se convirtió en una cuestión de Estado y, al mismo tiempo, un problema de salud. El uso de la marihuana tiene un par de miles de años, aunque es en tiempos recientes que vira el modo de relacionarse con ciertas sustancias por parte del ser humano. No es muy lejano en el tiempo, considerando la prehistoria y la historia humana, que se observa la experimentación con el uso recreativo de drogas, tal como la cocaína a comienzos del siglo 20. La adicción al opio y a la morfina, ya se había manifestado, sin embargo, un siglo antes. La élite china se había vuelto consumidora compulsiva del opio en el siglo 19, lo cual fue el puntapié inicial para que el uso de esta sustancia se convierta lentamente en una epidemia de enormes proporciones afectando a todos los niveles de la sociedad china. También se observó un consumo masivo –y problemático- de consumo de morfina entre veteranos de la Guerra Civil estadounidense luego de esa conflagración.

En tiempos más recientes, el surgimiento de “la cultura de las drogas” en la década de 1960 configuró el papel de las sustancias en la posmodernidad y dio pie a la “guerra contra las drogas”, iniciada durante la administración de Richard Nixon en 1971.

Lo paradójico es que la disponibilidad de sustancias novedosas, que se encuentran en la base del fenómeno actual de consumo masivo y problemático, viene de los países que se sumaron con entusiasmo digno de la mejor causa al prohibicionismo –en materia de alcohol y sustancias- que surge en el siglo 19, y a la guerra contra las drogas, en el siglo 20, como se acaba de puntualizar.

El alcaloide derivado de la hoja la coca, la cocaína, fue aislado en 1859 por el químico alemán Albert Niemann y comercializado como medicamento en Estados Unidos en 1882. La heroína, a su vez (diacetilmorfina), fue sintetizada en 1874 por el químico Alder Wright, del St. Mary’s Hospital Medical School de Londres. La anfetamina, una sustancia sintetizada en 1887 por el químico japonés Nagayoshi Nagai y los laboratorios Smith Kline and French y comercializada para uso inhalatorio como descongestionante nasal. Una típica droga de diseño, el éxtasis (metilendioximetaanfetamina), se logró sintetizar en 1914 en los laboratorios alemanes Merck, con utilidades contra la anorexia, aunque nunca fue comercializada. A pesar de esto, fue utilizada con fines de investigación por la Armada norteamericana entre las décadas de 1950 y 1960 a efectos de facilitar la comunicación entre el terapeuta (¿interrogador?) y el paciente (¿prisionero?). Un poco más tarde, en 1962, se sintetiza la ketamina por Parke-Davis, la farmacéutica más antigua de Estados Unidos, fundada en 1860 y absorbida por Waner-Lambert en 1970, a su vez absorbida por Pfizer en el año 2000.

El estruendoso fracaso de esta “guerra”, iniciada justamente por quienes la inventaron y son las sociedades más drogómanas del mundo, demonizó a países que ni inventaron estas drogas, ni fueron sus principales o más grandes demandantes. Los resultados del enfoque bélico creado y fogoneado en otras latitudes, han sido una verdadera tragedia para países como Paraguay, tal como reseñamos en un artículo anterior, sin olvidar que han construido además el estigma del “latinoamericano narcotraficante”. “El fracaso” a lo largo de todo este tiempo de una “guerra” con nulos resultados en lo que hace a impedir la oferta de drogas prohibidas, debe verse además desde otra perspectiva, según la cual la misma ha sido un éxito, pero para las “élites” asociadas a este negocio. El caso paraguayo lo demuestra palmariamente.

Nuestro país, al igual que otros, paga hoy el precio de intereses moralistas, religiosos y geopolíticos nacidos en los ámbitos más conservadores de otras sociedades, opuestos a libertades ampliadas. Ese enfoque moralista hoy se encuentra deslegitimado por el mencionado fracaso de la guerra contra las drogas.

Cuando el entonces presidente norteamericano Richard Nixon encargó el llamado “Informe Shafer” a la comisión conocida con el mismo nombre (en realidad, National Commission on Marihuana and Drug Abuse) con el objetivo de que analice la política antidrogas de su país, ya tuvimos una muestra de la falta de racionalidad de “su guerra”. Dicho informe de 1972 sostuvo rotundamente que no había conexión entre el consumo de cannabis y el crimen, que el alcohol era más peligroso que la marihuana y que debía permitirse el consumo personal de esta droga. Según cuentan, un Nixon furioso declaró al informe como “antiamericano” y que “todos los desgraciados que están a favor de legalizar la marihuana son judíos”.

Ya entrada en años la “guerra contra las drogas”, en 2014, el gobierno británico publicó un informe titulado “Drugs, International Comparators“, cuyo responsable fue el parlamentario Norman Baker, en el que se concluyó que las políticas “duras” contra las drogas no funcionaron en ninguno de los países analizados (13 en total). Este debería ser, afirmó Baker sobre ese informe, el principio del fin de la “retórica sin sentido” contra las drogas y debería además, dar paso a un enfoque basado en los aspectos de prevención y tratamiento. Mucha agua ha vuelto a correr desde ese informe y se siguen repitiendo las mismas políticas represivas, que obviamente están llamadas a seguir fracasando.

El estruendoso fracaso de esta “guerra”, iniciada justamente por quienes la inventaron y son las sociedades más drogómanas del mundo, demonizó a países que ni inventaron estas drogas, ni fueron sus principales o más grandes demandantes. Los resultados del enfoque bélico creado y fogoneado en otras latitudes, han sido una verdadera tragedia para países como Paraguay

La pregunta que debemos hacernos es, visto todo esto: ¿hasta cuándo seremos tributarios de políticas no basadas en mínimas evidencias científicas y criminológicas, mientras nuestra sociedad naufraga entre la violencia que el narcotráfico genera y su copamiento de la política y de nuestras instituciones republicanas?

*Abogado, investigador y ex director del Observatorio de Seguridad del Ministerio del Interior. Autor del libro de relatos “Los sicarios”.

Terere Cómplice

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