Tiempos de ira y desprecio en Perú: ¿choque o el diálogo social? – Por Francisco Durand

Foto: Alessandro Cinque /Reuters
2.022

Tiempos de ira y desprecio en Perú: ¿choque o el diálogo social?

Francisco Durand*

Sorprende el giro que ha dado la política peruana en la post pandemia. Su rasgo principal es que lo subjetivo, en sus peores expresiones, ocupa un lugar prominente, oscilando entre la ira social de unos contra otros, entre “los de arriba” y “los de abajo”, también al interior de grupos sociales y corrientes políticas de similar origen, y el desprecio de las elites contra el presidente Castillo, su familia, y sus seguidores.

Vivimos un tiempo de animosidad predominante, de gran tensión y violencia verbal, por momentos con choques sociales, donde las pasiones pesan más que los intereses (la conquista del poder, el aprovechamiento).  Este predominio subjetivo negativo ocurre en un momento de celebración del bicentenario de la república.

La animosidad ha puesto de relieve viejas y profundas fisuras, mezcladas con algunas nuevas, que entierran el mito de las elites del “Perú camino al desarrollo”, país “de clase media”, “nación de emprendedores”, todas narrativas que la derecha y los defensores del modelo económico neoliberal difundieron desde 1990. Incluso las divisiones sociales, expresadas en la convivencia de familias de distinto origen en la popularísima serie Al Fondo hay Sitio, las críticas, amores y arreglos entre “chiruzos” y “pitucos”, ha sido sobrepasada. El humor ya no sirve para relajar tensiones.

Por lo tanto, lo característico de hoy es que los mitos dominantes de economistas y empresarios, las elites predominantes, y sus voceros, se han ido desvaneciendo en medio de la crisis política y las agrandadas brechas sociales, en gran parte fruto de la pandemia COVID-19, y han sido reemplazados por animosidades que han salido del closet, a la que se suman las divisiones en la izquierda y la propia elite social.

Estamos en un desierto de ideas y camino a un abismo, operando en un sistema político inútil dirigido por una cacocracia donde los actores, sobre todo las elites, buscan un ajuste de cuentas más que rendición de cuentas, sin mayores ideas innovadoras ni propuestas concretas realizables de derecha, centro o izquierda. Ni Pedro Castillo o Vladimir Cerrón, ni Rafael López Aliaga o Hernando De Soto, para citar a las nuevas figuras, tampoco el desvanecido centro,  plantea nada original o nuevo realizable. Se concentran en discursos subjetivos, en anuncios vagos, en luchas primarias para aprovechar el poder.

La ira anti-caviar

Llámese odio social, resentimiento, rencor, antipatía, envidia, o lo que fuere. Los sinónimos sobran. El caso es que de un tiempo a esta parte, con más intensidad a partir de la elección del 2021, estamos frente a un parteaguas en materia de cómo vemos a la sociedad.

Empecemos por el sentimiento anti caviar. Se expresa principalmente, pero no únicamente,  dentro de la elite limeña y líderes de “derecha popular”; sea por medios sociales o en los partidos recientes adquiridos por gente pudiente para tener inscripción rápida, caso de Renovación Popular y Avanza País. También, con mayor fuerza se siente en medios viejos como el grupo El Comercio, en la nueva TV digital Willax, comprada por Erasmo Wong, un millonario tusan, y otros impresos tipo “prensa chicha”.

Si por caviar se entiende a personajes profesionales destacados, que salieron del seno de la propia elite, el sentimiento es que, por las ideas que profesan, por las propuestas que defienden, particularmente en el campo de derechos universales, y las políticas anti corrupción, por mantener rentas y propiedades y tener buenos trabajos, son “traidores a su clase social”.

Esta fisura siempre ha existido, lo nuevo es que se ha hecho más intensa y se usa con más frecuencia. Antes se hablaba de “izquierda miraflorina”, ahora de “caviares”, tomándose prestado el término francés de caviar gauche. Varias décadas de artículos y declaraciones, como las de Alan García, destacado anti caviar, y del periodista itinerante ultraconservador Aldo Mariátegui, han contribuido a desarrollar un clima de rechazo a este grupo social.

La ira  social anti caviar se ha acentuado políticamente cuando el fujimorismo comenzó su  prédica al intentar defender “los derechos de la familia”, y también, no lo olvidemos, descalificar las acusaciones contra la corrupción y las violaciones de derechos humanos que aparecieron a su caída y que se han reproducido con el aprovechamiento de fondos millonarios de campaña bajo la mesa de Keiko Fujimori.

Esta rabia anti caviar, por el lado de la elite capitalina y sus partidos, usa en las redes sociales el término “cojudigno” para referirse a un supuestamente ingenua, bobalicona, idealista facción “traidora” de la elite social. Se trata entonces de un anti caviarismo de derecha y de clase alta, de corte reaccionario, que tiene un componente anti izquierdista, pero que va más allá en la medida que personajes “de centro” como el ex presidente Francisco Sagasti entran en su lista de rechazados.

La otra corriente anti caviar emana principalmente de líderes e intelectuales chavistas que siguen a Vladimir Cerrón y su partido Perú Libre. Su crítica es muy similar a la de la derecha elitista limeña. Las razones, sin embargo, son distintas. “Resienten» que los llamados caviares tengan privilegios laborales, que les den lecciones morales y que sean su principal competencia en puestos del Estado en el gobierno de Castillo.

Durante la campaña del 2020-2021, el economista e intelectual Silvio Rendón (Gran Combo Club), fue quien apuntó con más empeño a la crítica anti caviar que estalló en las elecciones dentro de la izquierda. Era una crítica con cálculo en la medida que buscaba descalificar a los seguidores de Verónika Mendoza, partido visto como “caviarón”.

Desde la victoria de Perú Libre y Castillo líderes como los hermanos Cerrón, y el ex premier cusqueño Guido “Puka” Bellido, han recurrido a la prédica anti caviar para buscar sacar del gabinete y Petroperu a especialistas para exigir su “cuota de poder” así sus candidatos no estuvieran a la altura de los cargos y tuvieran como meta dar empleo a sus seguidores.

En realidad, esta división es antigua. Muchas de las animosidades dentro de la izquierda setentera reflejaron esta fisura, pero quedó oculta debido a que se usaron términos marxistas como “pequeña burguesía reformista” y porque los “caviares” de entonces hacían trabajo político de bases. En los violentos 1980s Sendero Luminoso combatía a los “gerentes de las Ciencias Sociales” para indicar su rechazo a profesionales liberales o izquierdistas que, en coincidencia con la visión de Cerrón, ambos estalinistas, no eran  “verdaderamente revolucionarios”.

Lo curioso es que los anti caviares de izquierda hoy recogen un término que no se corresponde con un análisis marxista sino con un rechazo coloquial acuñado por la derecha. Los ven como elites limeñas arrogantes y privilegiadas. Razón no les falta, pero de ahí a verlos como enemigos antes que rivales es un exceso.

La otra ira, más autentica y amplia, emanó en las últimas elecciones como rechazo a “la nueva oligarquía”, a los monopolios, al dominio limeño del país, a su indiferencia a la situación social fuera de la capital, y al abandono de la educación y la salud estatal, esencial para los pobres.

Vivimos pues un momento anti elitista. Surge luego de que termina la bonanza exportadora, y con ella el sueño de “Perú, país desarrollado” y cuando se agravan las distancias sociales con la pandemia que se inicia el 2020. Quien recoge políticamente este sentimiento es la candidatura de Castillo en las elecciones del 2021, convirtiéndola en un discurso anti capitalino, anti elitista, con cierto tinte nacionalista, que recuerda más al velasquismo que al marxismo. Hoy la crítica se mantiene como parte de la narrativa presidencial, acentuándose cuando Castillo se siente acorralado y vilipendiado.

El desprecio social

El sentimiento de despecho a los pobres y provincianos, a los del campo y piel cobriza, tan viejo como fuerte, ha sido tradicionalmente sentido al interior de la elite social, aunque recientemente expresado con gran intensidad en las redes sociales y en espacios políticos y periodísticos manejados por la prensa corporativa y el fujimorismo.

En las redes sociales, las manifestaciones de desprecio a “los otros”, el “choleo” ha sido tan variada como intensa, desde “maten a los indios”, pasando por el “terruqueo” (una expresión más especifica contra “el indio alzado” de antes), a todo tipo de calificativos contra Castillo y su entorno.

uien más ha aportado en este desprecio masivo y organizado, es decir, manejado política y mediáticamente, ha sido Mario Vargas Llosa, marqués de la corte española, quien ha calificado al presidente como “absolutamente ignorante” luego de haberse sumado al golpismo. Con ello se borró la diferencia entre la derecha autoritaria fujimorista y la derecha liberal, que emergió en 1990, fusionándose ahora y añadiendo a la polarización en curso.

El sentimiento anti rural, anti provinciano, marcadamente racista, es una reacción masiva que discurre sobre todo en la clase alta limeña, que es donde vive el 1% más rico, pero cuya influencia se extiende a la vieja y parte de la “nueva clase media”. Se expresa también en políticos de Renovación Popular y Fuerza Popular.

Lo origina la victoria electoral de Castillo el 2021, que inmediatamente ha dado lugar a afiebradas e insultantes manifestaciones en las redes sociales y algunos medios de comunicación, contra  los “ignorantes”, los “resentidos”. La división del país se manifestó también en la campaña cuando la limeña de clase media Keiko Fujimori debatió en Cajamarca y dijo “he venido hasta aquí”, como si fuera otro mundo.

En esta narrativa del despecho y la indiferencia, Castillo representa alguien que, para sus estándares, no se expresa bien en español, no tiene “cultura”, roce ni clase, siendo además sindicalista, rondero y ahora corrupto. Castillo, en ese sentido, es distinto a Alejandro Toledo, “el cholo de oro”, con PhD en Stanford y casado con una europea altamente educada, Eliane Karp.

Recordemos que fue presentado externamente como “economista indígena”, acogido luego en Stanford University, hasta que estalló el escándalo de corrupción. Fue Mario Vargas Llosa quien lo bendijo y lo presentó al mundo como un fenómeno, un andino que creía y defendía las libertades de mercado y la libertad política imaginada e idealizada por el célebre escritor.

Otro episodio importante en esta dinámica del desprecio la dio antes Alan García al presentar su “teoría del perro del hortelano”, donde los indígenas y sus aliados eran vistos como un obstáculo al desarrollo. En su gobierno ocurrió la tragedia del Baguazo, primera gran movilización de nativos amazónicos contra medidas de profundización del modelo económico que atentaban contra sus tierras, al mismo tiempo que les negaban los derechos de consulta previa.

Terminó en un baño de sangre que recuerda episodios anteriores cuando los andinos invadían haciendas en los años 1960 y eran masacrados por la policía como ocurrió en Ongoy, Cusco. Los nativos fueron descritos como “chunchos” nombre de una vieja tribu con que el Perú urbano y rico los describía.

Estos sentimientos, tan viejos como fuertes y muy presentes, son sobre todo muy sentido al interior de la elite social, de la casta limeña y buena parte de la clase media profesional. En las redes sociales las manifestaciones de desprecio a “los otros”, el “choleo”, ha sido tan variado como intenso, desde “maten a los indios” a todo tipo de calificativos contra Castillo y su entorno, donde predomina la calificación vargasllosiana de “ignorante”.

Varios episodios de este sentimiento anti popular, indio fóbico, han ocurrido en campañas políticas. Un caso sonado fue el rechazo del candidato presidencial de Acción Popular Alfredo Barnechea en las elecciones del 2011 a probar un chicharrón en un mercado popular. La imagen de este personaje asimilado a la elite se ha reforzado con la parodia callejera de la conquista de los indios durante el matrimonio de su hija Belén en abril, casada con Martín Cabello de los Cobos, aristócrata español.

Son hechos anecdóticos pero decidores y que van sumando. Más serias, sin embargo, han sido las actitudes y expresiones de la presidenta del Congreso María del Carmen Alva, quien se ha ganado el apelativo de Malcricarmen. Primero se negó a darle la mano a Castillo en su visita oficial, gesto muy típico de quien no quiere ni tocarlo.

En otro incidente, Alva rezongó a una alcaldesa invitada, exigiéndole “respeto”, indicando que se siente superior y tiene que corregir al inferior. Luego siguieron sus expresiones desacertadas de superar las diferencias entre “blancos e indios”, planteando un idea retrograda de la integración que ni siquiera aludía al mestizaje, la ideología dominante del siglo XX, y la última, antes de dejar la presidencia del Congreso de agredir verbalmente y zarandear a la congresista Chabelita Cortés, trabajadora de limpieza pública antes de ser congresista.

A estos hechos ahora se suma el Comité Organizador del Cade ’22, el gran evento empresarial del año, que presentó prematuramente una lista de posibles participantes que no incluía al presidente, quien desde 1959, con excepción de 1987, siempre ha clausurado el evento. Antes de este incidente los grandes empresarios y sus gremios (Confiep, Cade), con excepción de millonarios como Miró Quesada, Wong Lu y López Aliaga, más politizados, se habían mantenido al margen de estas disputas.

Ahora los organizadores están en el dilema de invitarlo, y no poder evitar los silbidos, o dejar de invitarlo, y romper con la tradición dialogante. En cualquier caso hay más leños en el fuego. De su parte, Castillo puede optar por no asistir o aprovechar el incidente para reforzar la idea que es discriminado.

Epilogo: ¿a dónde vas Perú?

Lo importante de los casos de desprecio y de ira es que, quienes son despreciados, rechazan abiertamente esta vieja y renovada forma de discriminación que esconde un miedo. Ahora bien, no sabemos cómo se va a expresar esta “rebeldía”, esta pérdida de temor, en elecciones y protestas.

La salida de Antauro Humala de la cárcel y su prédica contra los poderosos, sus reclamos sobre la discriminación de “la raza cobriza”, añade al temor social de las elites y la derecha, y ciertamente puede aprovechar las tensiones y el racismo. Habría que ver que pasará en la calle si eventualmente vacan a Castillo, una meta un tanto más lejana a medida que aumenta su aprobación un poco y baja más la del Congreso.

La tesis que presentamos es que la realidad subjetiva predomina, incluso sobre el otro gran problema nacional, la corrupción en obras públicas, que Sinesio López llama la competencia entre tiburones limeños y pirañas provincianas. El odio y el rencor social, las pasiones, rigen sobre los intereses, el reparto de coimas, como problema principal de la agenda nacional. A fin de cuentas, “todos roban”, de modo que no hay nada nuevo, excepto que quienes han llegado al poder para decidir licitaciones son “los otros”.

Estamos entonces frente a un momento de disgregación social, sin ideología pre-dominante como nación, como ciudadanos, como parte de un colectivo llamado Perú. Aunque a muchas de estas críticas y sentimientos se les nota un desgaste (Cerrón, la derecha vacadora), en otros casos (el anti elitismo) más bien avanza.

Sea como fuere, es hora de enfrentar estos demonios democráticamente, ganarle al violentismo en germen que está creciendo, y que anuncia posibles choques sociales. Podemos como respuesta ir abriendo espacios de diálogo en universidades y plazas públicas, en parroquias y sindicatos, en los medios que se animen.

Discutamos, no ocultemos, el elitismo, el racismo, la discriminación, la concentración del poder, la falta de oportunidades y la corrupción. Preguntémonos luego sobre derechos, obligaciones y responsabilidades, en fin, de cómo seguir construyendo la nación.

(*) Sociólogo por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), PhD en Ciencia Política y Economía Política, por la Universidad de Berkeley en California (USA). Ha sido docente en la Universidad de Texas, en Austin. Investigador en el Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo (DESCO), y profesor del Departamento Académico de Ciencias Sociales de la PUCP.

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