Chile | Piñera: «No queríamos este mamarracho de Constitución pero la del ’80 tiene que ser renovada»

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Sebastián Piñera: “Con los ministros comentábamos ‘cuando se sienten aquí, se darán cuenta de que otra cosa es con guitarra’”

Por María José O’Shea

De pasar a ser un Presidente que nunca logró replegarse, que se metía hasta en los detalles más ínfimos de su gobierno, que copó todos los diarios, redes y pantallas posibles, Sebastián Piñera se fue para la casa el 11 de marzo y hasta esta semana, en que el Rechazo ya ganó, no había vuelto a aparecer en el debate público. Dice que la decisión fue suya, y que, a fin de cuentas, fue “mucho menos difícil de lo que yo creía”.

La oficina de Apoquindo 3000, piso 18 -al cual sube tres veces al día por las escaleras, según dice-, está llena de cajas. En las próximas semanas se mudará a Vitacura y empieza otra etapa, una donde quiere viajar a dar charlas en el extranjero, donde piensa reintegrarse a la academia en alguna universidad, y en la que, sin ser candidato “nunca más”, seguirá atento a los hilos de la política.

-Cuando uno deja el gobierno, tiene sentimientos muy encontrados. Por una parte, una cierta nostalgia del gobierno, de estar a cargo, la adrenalina, el contacto con la gente. Pero también uno siente un gran alivio del ‘no gobierno’. Ese peso que estaba sobre los hombros y que ahora está sobre los hombros de otro, es una sensación de alivio. Ese cruce de sentimientos me facilitó mucho el haber tenido un periodo de seis meses de mayor tranquilidad y estar en silencio.

¿Cómo manejó la ansiedad?

Es difícil, pero fue menos de lo que yo creía. Muchos me decían ‘no vas a cumplir ese compromiso de silencio’, y yo les decía ‘lo voy a cumplir’. Pero dejar La Moneda no significa que la vida se acabe. He tenido meses extraordinariamente intensos y llenos de desafíos.

¿Cómo vive la pérdida del poder?

El poder es como el dinero, uno lo puede tomar de dos maneras: como un fin en sí mismo, y se transforma en una droga, en que uno necesita más y más y más. O como un medio para hacer cosas, y ahí se transforma en un elemento de libertad. Yo siempre he tenido claro que es un medio…

¿Seguro?

Seguro.

Nadie le cree que se le haya quitado el hambre por el poder. Lo mismo con el dinero.

Bueno, no es así, pero cada uno puede creer lo que quiera. Hace mucho tiempo que me alejé del mundo de los negocios y he dedicado todo mi compromiso al mundo de lo público. Pero cuando uno lo toma como un medio es un elemento de liberación. Por tanto, yo perdí un medio, no un fin.

¿Se puede dejar de querer más y más?

Como le decía, el poder como el dinero, cuando se toman como fin, son adictivos. Como la droga. Pero la verdad es que yo pensé mucho, porque todo el mundo me decía que cuando uno deja el gobierno tiene un bajón, puede tener depresión, pérdida… A mí no me pasó nada de eso.

¿En serio?

En serio. Todo lo que le estoy diciendo es verdad. Y hemos seguido en contacto permanente con los exministros, con los exsubsecretarios, preocupados por los temas públicos y de defender al gobierno, porque normalmente los gobiernos entrantes descargan toda su artillería sobre el gobierno saliente, y es bueno que haya un contrapeso para responder. Muchas cosas que se dicen no son verdad. Por ejemplo, que habría ido un avión a Venezuela que habría vuelto con todos los pasajeros. Aquí ponemos los datos arriba de la mesa.

¿Qué es lo que más le ha molestado que se ha dicho respecto de su gobierno?

La oposición tiene dos formas comportarse: una es tratar de ser una oposición firme, pero constructiva, que eso fue parte del éxito de la transición desde el gobierno militar a la democracia, en los años 90. O puede ser una oposición destructiva, cuyo único objetivo es debilitar o destruir al gobierno. En nuestro gobierno, una parte de la oposición tomó ese camino destructivo. Y nos hemos hecho el firme propósito con los partidos de Chile Vamos de que nuestra oposición no siga ese camino.

Hay cosas que han dicho en el gobierno que no son verdad. Mire, yo siento una cierta solidaridad corporativa con los presidentes y ahora con el Presidente Boric, porque estuve sentado en su mismo escritorio. Yo me acuerdo cuando estuvimos con él en La Moneda, al día siguiente del que fue electo, y yo le planteé que ser oposición destructiva es muy fácil: basta con encontrar un problema, transformarlo en un escándalo moral, ético y exigirle al gobierno la solución inmediata. Y le dije ‘pero en pocas semanas más, usted va a estar a este lado del escritorio y, en consecuencia, va a tener que enfrentar no solamente la denuncia y el escándalo, sino que ver cómo se soluciona, y es mucho más difícil’. Siento que esa es una buena lección, tanto para los que están en el gobierno como para los que estamos en la oposición.

¿Y no resiente que esa oposición destructiva, que usted apunta, esté hoy en el gobierno y ahora ustedes opten ser oposición constructiva?

Bueno, el camino más fácil es ser una oposición ciega, sorda, que critica y obstruye todo. Pero ese es un muy mal camino para Chile. Nosotros, cuando recuperamos la democracia, inauguramos el concepto de democracia de los acuerdos, cuando estábamos dando los primeros pasos en una democracia que era débil y que podía tropezar. Y eso ha sido una especie de ADN de la forma en que nosotros hemos hecho oposición.

Y cuando está con Boric en La Moneda, al día siguiente de su triunfo, ¿no se le venía a la mente la imagen suya diciéndole que lo perseguiría por violaciones a los derechos humanos?

Me acuerdo muy bien de esa afirmación. La conversamos cuando estuvimos juntos. Y no es una afirmación consistente con una verdadera democracia y un Estado de Derecho en que hay independencia y autonomía de los distintos poderes. Quienes juzgan son los tribunales, no los presidentes.

¿Cómo ha visto el giro que ha ido dando el Presidente Boric con el correr de los meses?

Hay dos tipos de candidatos a la Presidencia: los que creen que tienen una buena opción de llegar y que piensan cada palabra que dicen, porque van a tener que responder por ellas cuando sea Presidente. Y están los candidatos que no creen que van a llegar a ser presidentes y que se cuidan menos.

¿Ese era Boric?

Lo que pasa es que muchas de las frases de los candidatos envejecen mal. Por ejemplo, un tema que está hoy día en la primera línea de las prioridades de la gente, que es la seguridad ciudadana, con esta ola desatada de violencia, de crimen organizado, de narcotráfico, de terrorismo, de encerronas, etc., fue un tema muy prioritario durante nuestro gobierno. Teníamos una agenda de seguridad que fue obstruida y rechazada por la entonces oposición y actual gobierno. Y ellos, desde el gobierno, hoy se dan cuenta de que otra cosa es con guitarra…

Debe de ser el dicho más odiado por el gobierno actual…

De hecho, cuando escuchábamos estas críticas, lo conversábamos con algunos de los ministros del comité político, y en ese momento era muy probable que Boric pudiera ser Presidente. Y decíamos “cuando se sienten aquí, van a darse cuenta de que otra cosa con guitarra”.

¿Ha conversado con Boric últimamente?

Algunas veces, desde que él fue electo.

¿Y cómo lo siente? ¿Ha logrado “habitar la República”, como él dice?

Habitar la República. ¡Qué palabras tan grandes! Bueno, no es fácil habitar en la República. Y es un proceso de aprendizaje, no hay curso para ser Presidente, no hay universidad que capacite para ser Presidente. Yo aprendí mucho en las dos presidencias.

¿Qué aprendió?

Bueno, a escuchar más. A reflexionar más. Le pongo un ejemplo: la noche del 12 de noviembre del 2019 fue una noche muy violenta. Lo que aquí hubo fue un estallido destructivo, que estaba dispuesto a quemarlo todo. Además, hubo una expresión muy fuerte de demandas legítimas, pero es aparte de la violencia. Ese día, yo leí una carta firmada por todos los partidos de la oposición, que realmente no la pude creer: no había una sola palabra de crítica a la brutal violencia que estábamos viendo. Esa noche, yo estaba en mi oficina y había mucha tensión, mucha angustia, mucha desesperación. Y todos quienes estaban ahí, argumentaban con pasión qué es lo que había que hacer. En un momento determinado, les pedí que se fueran y que me dejaran solo. Tenía dos caminos: el camino de la fuerza, que muchos lo pedían con vehemencia, o el camino de la democracia, por el cual opté al proponer el Acuerdo por la Paz, la Justicia y la Nueva Constitución.

Ya, pero yo le preguntaba qué aprendió.

Esa noche uno siente la soledad, el peso y también la responsabilidad del poder. Y ahí uno aplica lo que ha aprendido: a escuchar más, a estar más dispuesto a cambiar de opinión, a no tomar decisiones de forma precipitada. Aprendí también a trabajar en equipo, porque un buen líder es el que es capaz de formar, motivar y también exigir y controlar a buenos equipos. Y también a escuchar a la sociedad civil en forma directa.

Otra cosa muy importante es que yo en los momentos más álgidos muchas veces les pedía la opinión de los expresidentes, porque su experiencia es muy valiosa.

Boric no lo llama mucho para pedirle consejos, ¿o sí? Con Ricardo Lagos y con Michelle Bachelet tiene una relación fluida.

Yo he tenido conversaciones con Boric. Pero eso queda dentro del mundo de lo privado.

Esa noche del 12 de noviembre, ¿usted sintió miedo?

No tuve tiempo para sentir miedo. Cuando empecé a ver esa violencia desatada, más que miedo sentí la tremenda responsabilidad de enfrentarla. Y siempre teníamos este doble criterio: por un lado, proteger el orden público, que es parte esencial del Estado de Derecho, y al mismo tiempo proteger los derechos humanos. Eso fue un equilibrio que estuvo vigente durante muchos meses.

Tiene todavía muchas querellas por violaciones a los derechos humanos durante el estallido.

En Chile presentar una querella es un trámite formal. Basta un artículo del Código Penal, una fotocopia de un diario y un abogado patrocinante. Y como estos delitos son delitos de acción pública, el que asume la investigación es el Estado a través de la fiscalía, y el demandante se va a su casa a preparar la próxima querella. Eso es un mal camino, porque hoy, por las mismas razones por las cuales se me invoca a mí acusaciones de esa índole, uno podría hacérselas al actual gobierno.

A ver…

Por las mismas razones.

Pero no hay pérdidas de ojos, ni las situaciones que se veían en su gobierno.

Pero hay lesionados… Lo que yo quiero decir con esto es que hay que ser muy responsable con las acciones, con los instrumentos que entrega el Estado de Chile. Tanto con las acusaciones constitucionales como con el uso del Poder Judicial como instrumento de lucha política.

¿Usted diría que el 12 de noviembre fue el día más difícil de su vida hasta ahora?

Creo que sí, en la vida pública, porque también he tenido momentos dolorosos en la vida privada. Pero además de la violencia, el clima político de ese instante era muy especial. La entonces oposición y actual gobierno no condenaba la violencia de forma fuerte y clara. Era siempre una cosa ambigua, salvo honrosas excepciones.

Usted en ese momento habló de la palabra guerra. ¿Se arrepiente hoy de haberla usado?

Yo uso mucho la palabra guerra. Yo he dicho estamos en guerra contra la pobreza; estamos en guerra contra la delincuencia; estamos en guerra contra la desigualdad; estamos en guerra contra la ignorancia. Y en ese momento dije que estábamos en guerra contra un enemigo muy poderoso que no respetaba nada ni a nadie, que era esta violencia irracional y desatada. Y yo creo que a la luz de la experiencia, el enemigo era poderoso y la democracia chilena tenía que enfrentarlo. Algunos tergiversan esto como que había declarado la guerra a mi propio pueblo. Eso es mentira. Y no es un problema de comprensión de lectura, es un problema de mala intención.

Otra frase que marcó ese momento fue el audio de su esposa, Cecilia Morel, en que decía que había que compartir los privilegios. ¿Cómo lo analiza, casi tres años después?

Esa fue una frase que dijo Cecilia en un grupo de WhatsApp de amigas y que llamaba a que había que tener una disposición a compartir más con todos. Y yo creo que tiene toda la razón, porque a pesar de que Chile tuvo muy buenos 30 años desde que recuperamos la democracia, obviamente no fueron suficientes. Creo que esta verdadera campaña deliberada de asesinato moral de los 30 años es un error, porque los países tienen que recoger lo bueno de la historia y corregir lo malo. Y ese es el enfoque con que debemos enfrentar el futuro. Y si bien ha mejorado en los últimos 30 años más que nunca antes en la historia, probablemente todavía tiene muchos desafíos, muchos problemas por enfrentar y uno de ellos, además de la seguridad, es mejorar la calidad de vida de los más postergados.

A la luz del resultado del plebiscito, ¿era el proceso constituyente el paraguas para encauzar la crisis que estaba ocurriendo?

El 12 de noviembre propusimos un acuerdo por la nueva Constitución, porque llevamos más de 40 años confrontándonos, dividiéndonos, con la Constitución del 80. Y, por lo tanto, es de sentido común que Chile necesita un acuerdo en democracia para tener una Constitución que nos incluya a todos. La famosa casa de todos. Ese fue el espíritu del llamado del 12 de noviembre. ¿Qué pasó después? Se hizo la reforma constitucional el 24 de diciembre del año 2019 y luego otras reformas e iniciativas casi todas parlamentarias: las listas de independientes, los escaños reservados y varias más que generaron la Convención que conocimos. La Convención tuvo dos grandes problemas. El primero fue el más noticioso: los escándalos, los excesos, las estupideces que hacían algunos convencionales. Pero lo más grave fue la orientación ideológica que hubo detrás de esa Convención, que terminó con una propuesta de Constitución que era muy mala para Chile. Por eso el país, que en los momentos estelares siempre muestra su sabiduría, tomó una decisión muy sabia el 5 de octubre del año 1988 con el Sí y el No, y tomó una decisión muy sabia el 4 de septiembre del 2022 rechazando masivamente una muy mala propuesta. ¿Significa eso que ahora volvemos al statu quo? No, porque eso sería esconder la basura bajo la alfombra. Es cierto que los chilenos no queríamos este engendro y mamarracho de Constitución, pero la mayoría también se da cuenta de que la Constitución del 80 tiene que ser renovada.

Ya hay sectores en la oposición que dicen que si el 62% rechazó, para qué forzar las cosas.

El 62% rechazó esta propuesta de Constitución, pero el 78%, hace un año, pidió una nueva Constitución. El camino a seguir es no caer en las tentaciones. Primero, no quedarse tranquilo con el statu quo, porque eso es dejar que la caldera siga acumulando presión, y tampoco caer en estas precipitaciones, ideologismos, la cultura de la cancelación, el octubrismo. Hay que tener un poco más de calma y reflexión, pero no hay que perder de vista el objetivo que es tener pronto una nueva y buena Constitución. ¿Qué significa nueva? Que sea una Constitución que se analice y se apruebe en democracia. ¿Qué significa una buena? Que recoja los valores y los principios que viven en el alma de la inmensa mayoría de los chilenos, que tengamos una república democrática, un país unido, un sistema político con equilibrio de poderes y con independencia y autonomía de los tres poderes del Estado, no degradando a un sistema, por ejemplo, el Poder Judicial. Que tengamos igualdad ante la ley y no los privilegios exorbitantes que la Convención quería otorgar a una minoría a costa de la inmensa mayoría.

¿Cómo cree que deberían representarse los independientes y los pueblos originarios en una nueva Convención? Porque se les culpa bastante por el producto…

Eso tiene que ver con la lista de independientes y la forma en que se trataron los escaños reservados, pero hay una segunda reflexión más de fondo y es que detrás de esto no todo fue improvisación y casualidad.

Entonces, ¿cómo aprendemos de los errores? Primero, hay que tener un sistema electoral que refleje mejor a los 13 millones y no a los muchos grupos de minoría que llegaron con mucha facilidad a la Convención anterior. Hay dos cosas con respecto al nuevo proceso: está el mecanismo, del cual hemos hablado mucho, y están los contenidos, de los cuales hemos hablado poco. Es muy importante que en la creación de esta nueva Constitución convivan dos condiciones: uno es la legitimidad y eso requiere convencionales electos. Por eso nosotros proponemos un consejo ciudadano que sea elegido, que sea mucho más pequeño que los 155 de la anterior, y con plazos más acotados. Pero también necesitamos la calidad de la Constitución y para eso se requiere el aporte del conocimiento, los expertos, la experiencia. ¿Cómo combinamos esas dos cosas? Es lo que estamos discutiendo.

Cuando se hizo la Convención anterior los políticos eran odiados, nadie los quería en una Convención. Después del triunfo del Rechazo, las riendas del proceso están en el Congreso y los partidos, y ya aparecen peleando nuevamente.

Una reflexión: en los tiempos modernos, a los presidentes los reciben con alfombra y arco de triunfo. Pero al poco tiempo empieza a decaer ese apoyo. Lo que pasa es que antes todo ocurría con mayor lentitud. Yo, por ejemplo, fui elegido con un 55% de los votos dos veces y durante los primeros dos años el apoyo se mantuvo, y después empezó a caer. Ahora todo el proceso se aceleró. El Presidente Boric fue elegido en marzo y 60 días después ya tenía un apoyo minoritario. Lo mismo pasó con los convencionales: llegaron como si fueran vírgenes, puras, prístinas, impolutas, hablando del poder constituyente, que era el poder puro e inspirador, y el poder constituido, que era el perverso y malvado. Y al poco tiempo, se transformaron en parte del establishment. Entonces hay que entender que en la democracia, en algunos aspectos puede ser directa, como en los plebiscitos, pero para funcionar requieren una parte que sea representativa. Pero lo importante es elegir bien a nuestros representantes. Y creo que Chile aprendió una muy buena lección con la forma en que eligió a algunos de sus constituyentes por razones absolutamente ajenas al sentido común.

Habla con mucha propiedad del rol de Chile Vamos en el proceso constituyente. ¿Por qué estuvo tan callado en la campaña del Rechazo?

Porque yo pensé que era el tiempo de la ciudadanía, que era el tiempo de escuchar a la sociedad civil, que le cuesta expresarse, y que esta vez se expresó como nunca antes.

Se decía que lo tenían casi con bozal para que no fuera a hablar, porque la campaña andaba bien si usted no aparecía.

Bueno, la verdad es que nunca nadie me pidió que no hablara. Esa fue una decisión mía y la tomé el primer día y se las comuniqué a los partidos. Además que siempre un expresidente debe dejarle un espacio al que viene. Pero yo siempre impulsé que Chile Vamos tuviese una clara actitud de rechazo cuando se conoció el proyecto, a este proyecto, porque era muy malo.

Lagos, Bachelet y Frei igual hicieron su punto.

Claro, cierto. Efectivamente, cada uno toma sus decisiones. Yo en mi caso era el Presidente saliente. Y además de eso, nosotros habíamos dado inicio a este proceso. Y hay momentos en la historia de los países en que es bueno y sabio escuchar a la gente. Yo creo que aquí era importante que la sociedad civil tomara el protagonismo y no los políticos tradicionales. Esa fue la línea conductora de Chile Vamos durante este proceso.

¿Y no le da pena cuando dicen que a Piñera hay que mantenerlo callado porque si no gana el Apruebo?

Bueno, no es cierto. Y además la opinión pública es muy dura con el Presidente en ejercicio, pero es más reflexiva con los presidentes salientes.

Tiene mejor lejos, dice usted.

Ser Presidente es muy difícil, porque todo el mundo lo culpa de todos los problemas. Y, como decía al comienzo, la oposición que está hoy día en el gobierno, muchas veces caía en la trampa de transformar un problema en un escándalo ético y exigir al Presidente una resolución inmediata. Y ahora que están al otro lado del escritorio, se dan cuenta de que para resolver las cosas no basta con la voluntad. Una cosa es querer y otra cosa es poder. Y que todo requiere esfuerzo, tiempo, trabajo, acuerdos, diálogos. Y, por tanto, el gobierno es un aprendizaje para todos, pero especialmente para la oposición que nosotros tuvimos.

¿Cómo ve el nuevo rumbo que ha tomado el gobierno de Boric a partir de este cambio de gabinete? La inclusión de mayores figuras de peso del Socialismo Democrático y un repliegue de Apruebo Dignidad…

Bueno, efectivamente, lo esencial del cambio de gabinete es un realineamiento de fuerzas. Ahora, ¿qué va a resultar de eso? Porque hay una contradicción evidente que ya se ha manifestado. ¿Cómo va a parchar eso? Demasiado temprano para decir. Yo creo que hay que darle mas tiempo para juzgar.

Pero ya se ha notado algo con la presencia de la nueva ministra del Interior, ¿no?

En las palabras. Ahora falta que lo haga en los hechos, porque como yo le decía, desde la oposición basta con pedir, desde el gobierno hay que cumplir. Por eso dice el dicho otra cosa es con guitarra y cae como anillo al dedo a esta situación.

Yendo a Chile Vamos, ¿está viendo un verdadero recambio de liderazgos?

Bueno, sin duda que hay un recambio importante de liderazgos. Fíjese usted que una generación, los Lagos, los Insulza, en fin, que estuvo en la primera línea durante más de 40 años y esa generación está hoy día pasando a una segunda línea, y yo creo que eso es positivo. Y yo me incluyo en esa generación. Y ahora hay una nueva generación que ha ido surgiendo y le llegó el tiempo de asumir las responsabilidades, de conducir al país desde el gobierno, desde la oposición, y eso me parece muy positivo.

¿En quién pone la fichas? ¿Cree que pueden sacar una candidatura presidencial de esa generación?

Yo creo que los próximos candidatos a la Presidencia, en su inmensa mayoría, van a ser de esta nueva generación y no de la antigua.

Con dos gobierno en el cuerpo, ¿tiene descartado otro?

No, yo no voy a ser candidato nuevamente. Ya fui candidato y Presidente dos veces. Una experiencia maravillosa, muy difícil, pero llena de satisfacciones, penas y alegrías. Pero no me voy a jubilar de ser chileno ni de mi interés por la cosa pública. Voy a seguir participando en la segunda línea.

¿Qué pasa con José Antonio Kast? ¿Y qué debe hacer Chile Vamos con los Republicanos?

Se lo dejo a Chile Vamos.

Usted habla de la importancia de los acuerdos y el diálogo, pero ¿cuál es el límite? Se lo pregunto porque es difícil construir un acuerdo constitucional cuando el excandidato presidencial del sector, José Antonio Kast, sale con un tuit con una apología al golpe.

Por supuesto que tiene que tener un límite. El diálogo es con límites. Uno va a dialogar con principios, con ideas que tiene que defender, pero también con capacidad de escuchar, intentar convencer y tener voluntad de ser convencido. Y eso son los diálogos fecundos. Los otros son los diálogos de sordos. Y por supuesto que para tener esos diálogos las posiciones extremas muchas veces hacen mucho daño.

Para ir cerrando: dos gobiernos, ¿de qué se arrepiente?

Oh, de muchas cosas.

Antes decía que era como la Edith Piaf. Ahora ya no.

Sigo siendo un enamorado de esa maravillosa canción, pero yo sí me arrepiento de muchas cosas. Es un absurdo no arrepentirse por pretender que uno ha hecho todo bien, que es perfecto. Me arrepiento de muchas, muchas cosas, pero hay tanto adversario que me las recuerdan todos los días que no quiero ser masoquista.

Ya, pero ¿cuál es la que más le pesa?

Muchas. Haría muchas cosas distintas. Desgraciadamente uno no tiene la oportunidad de retroceder el tiempo y poder vivirlo de nuevo con la experiencia acumulada. Eso no existe. Uno pasa por la vida como una gota de agua que pasa por un río. Un día que pasa por nuestras vidas nunca más va a volver a pasar por nuestra vida. Y así es la naturaleza humana.

Y desde ese punto de vista, ¿qué consejo le daría al Presidente Boric?

Yo le diría que hay que hacer un gran esfuerzo por sintonizar con el sentido común, con la opinión, la voluntad, los sentimientos, las aspiraciones de las grandes mayorías, y no dejarse obnubilar por los grupos más extremos, que más gritan, que más presión hacen. En el plebiscito votaron 13 millones de chilenos. Que escuche a esa gran mayoría que hablo fuerte y claro el 4 de septiembre.

La Tercera

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