México | Fernando Serrano Migallón, «obrero del intelecto» – Por Israel Sánchez

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Hasta el otro lado del Atlántico, mientras finalmente hacía válidas unas vacaciones por Grecia y Turquía canceladas el año pasado a causa de la pandemia, el académico Fernando Serrano Migallón (Ciudad de México, 1945) recibió una alegre noticia.

Una que en realidad por poco y pasa de largo debido a su costumbre de no atender llamadas de números desconocidos. Quizá menos aún durante un esperado viaje donde ni el «calor de muerte» impediría la visita a unas ruinas maravillosas.

Justo cuando él y su esposa acababan de llegar a la sagrada isla de Delos, y ante la insistencia de aquel número que no dejaba de aparecer en la pantalla de su teléfono, finalmente contestó. Era de la oficina de la Secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, con el anuncio de que había resultado galardonado con el Premio Nacional de Artes y Literatura 2021 en el campo de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía.

La máxima distinción que otorga el Estado Mexicano, entregada en este caso en reconocimiento a una polifacética y destacada trayectoria.

«Es un prestigioso abogado, un respetado estudioso de la historia de nuestros símbolos patrios, un amante y conocedor de las palabras. En suma, un humanista cabal», lo definió el lingüista José G. Moreno de Alba, al darle la bienvenida el 28 de septiembre de 2006 como miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua.

Constitucionalista; experto en literatura e historia de México; como hijo de refugiados españoles, estudioso del tema del asilo; apasionado del teatro, la plástica, la filatelia; lector ávido, y bibliófilo que ostenta una copiosa biblioteca con más de 30 mil ejemplares.

Pese a todo esto, Serrano Migallón, también miembro de las academias mexicanas de Historia y Jurisprudencia y Legislación, se percibe a sí mismo de una manera acaso muy modesta.

«Yo lo único que he sido es un obrero del intelecto, un trabajador del intelecto desde que entré a la Universidad (Nacional Autónoma de México). No he tenido nunca pretensiones de muchísimo brillo y de muchísima altura», expresa, no sin dar el justo valor al trabajo cotidiano y permanente, al gran esfuerzo y la vocación que lo han guiado.

«A mí me gustaría que me identificaran como universitario. Yo creo que para mí es lo mejor que me ha pasado en la vida: ser universitario y considerarme completamente un universitario, con lo que eso significa», agrega el profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM.

Fue en ésta, su alma mater, donde se formó como licenciado en derecho y en economía, y después como doctor en historia. Volvería para desempeñarse como docente, como director de la facultad donde hasta el día de hoy da clases o como Abogado General. Incluso en algún momento buscó encabezar la Rectoría, luego de los dos periodos de Juan Ramón de la Fuente, aunque el sucesor terminaría siendo José Narro.

La Máxima Casa de Estudios significa para él, tal cual confiesa, una sorpresa. Llegó hace más de cinco décadas creyendo entrar a una institución para obtener un título universitario y poder desarrollar una profesión; pero se encontró con una vida distinta, con un camino y una posibilidad de desarrollo personal por completo determinante.

«Decía el Rector don Ignacio Chávez que quien entra a la Universidad una vez ya siempre está ligado a la Universidad; de diferentes maneras, pero siempre nos marca a todos.

«La Universidad crea una dependencia anímica de sus alumnos y sus exalumnos como yo no he visto que ninguna otra institución de educación superior lo haga. Es una dependencia total y absoluta», opina quien aun ahora no puede evitar sentirse conmovido en el campus de Ciudad Universitaria. «Después de 50 años, le sigue dando a uno un vuelco al corazón».

Su vínculo con la UNAM, no obstante, no ha estado desprovisto de obstáculos y desafíos. En marzo del 2000, por ejemplo, tomó posesión como director de la Facultad de Derecho en medio de protestas en su contra por parte de integrantes del Consejo General de Huelga (CGH).

Le reclamaban la entrada de la Policía Federal Preventiva (PFP) a la Escuela Nacional Preparatoria 3 siendo él todavía el Abogado General de la UNAM, cinco días antes de que elementos de esta corporación recuperaran Ciudad Universitaria tras más de 10 meses de paro. Acaso uno de los pasajes más aciagos e inauditos en la historia de la Universidad.

Cuestionado al respecto, Serrano Migallón recuerda que se había realizado un referéndum en el que la mayoría de los universitarios optaron por el regreso a clases; sin embargo, «la cerrazón fue absoluta entre quienes tenían tomadas las instituciones».

«Nunca, evidentemente, los universitarios queremos que las autoridades extrauniversitarias ingresen al campus. Fue una decisión del Gobierno Federal el liberar las instituciones universitarias y ponerlas en manos de las autoridades designadas por la Junta de Gobierno (de la UNAM).

«Creo que fue el 9 de febrero del año 2000 cuando la Procuraduría General de la República me entregó las instalaciones a las 6 de la mañana en la explanada de Rectoría. Y a partir de ahí se recuperó la vida universitaria», destaca el jurista.

Y aunque siempre que alguien ajeno ingresa a la UNAM «es un problema y una lástima para todos», insiste Serrano Migallón, «gracias a ese hecho la Universidad pudo empezar a funcionar, y actualmente la tenemos en pleno funcionamiento y en uno de sus mejores momentos».

Una trayectoria de servicio en instituciones públicas Catorce años después, Fernando Serrano Migallón tendría que hacer frente a otra huelga, esta vez en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), ahora como Subsecretario de Educación Superior en el sexenio de Enrique Peña Nieto.

Un asunto que el jurista e historiador rememora como «complicadísimo», pese a que inicialmente la entonces directora de esta casa de estudios, Yoloxóchitl Bustamante Díez, le asegurara que la situación -el desacuerdo con una reforma del reglamento interno- no prosperaría; que simplemente se trataba de un grupo de agitadores.

«Hasta que fue creciendo, fue creciendo, fue creciendo, y los estudiantes se presentaron en la SEP pidiendo una mesa de trabajo», cuenta Serrano Migallón, quien recibió la encomienda del Secretario de Educación Pública en turno, Emilio Chuayffet, de hacerse cargo junto con un grupo plural con otros funcionarios así como con profesores y alumnos del Politécnico.

«Y poco a poco, hablando con ellos, fueron más de 60 reuniones, yo creo, aparte televisadas; muchas de las 9 de la mañana a las 11, 12 de la noche sin parar. Hasta que se llegó a unos acuerdos. Fue una labor de desmonte, de relojero; se pudo salir adelante, y el Politécnico está funcionando perfectamente».

Labor sumamente complicada, refrenda el jurista, en particular por todas las aristas y agentes involucrados: desde partidos políticos, aspirantes a ocupar la dirección del Politécnico y grupos internos del Instituto.

Fue el último cargo público que ostentó Serrano Migallón, quien desde su regreso al País tras obtener su certificado de Estudios Superiores en el Instituto Internacional de la Administración Pública de París y en la Academia de Derecho Internacional de la Corte Internacional de Justicia de La Haya había pasado lo mismo por el sector central, el paraestatal, el Poder Legislativo y las Secretarías de Estado.

Ya fuera como consejero suplente del otrora Instituto Federal Electoral y titular del consejo local del IFE en el entonces Distrito Federal; secretario general de la Cámara de Diputados, o secretario Cultural y Artístico del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).

«Cada uno de esos puestos deja una enseñanza y una labor extraordinaria. Y en todas (las áreas) yo creo haber hecho mi mejor esfuerzo», comparte el jurista e historiador.

Aquí, de nuevo, si bien cosechó logros importantes, como la aprobación de la Ley Federal del Derecho de Autor que él mismo concibiera durante el sexenio de Ernesto Zedillo, vigente hasta nuestros días, tampoco estuvo libre de controversias. Como cuando en Conaculta se le encomendó armar una ley de cultura, y en un punto se dijera que el proyecto ya era revisado por el Congreso, hasta que la diputada Kenia López Rabadán lo desmintió.

Pero de su paso por Conaculta destaca la serie de programas Discutamos México, enmarcada en los festejos por el Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana, con distintas generaciones de académicos, historiadores, artistas, críticos, periodistas, escritores y científicos, entre otros, intercambiando opiniones y puntos de vista sobre la historia patria.

«Se hizo una labor yo creo que muy importante, y afortunadamente quedó un documento filmado que es una radiografía profunda del México del año 2010», estima. «Y cuando los investigadores del futuro quieran volver los ojos atrás y ver qué pasó, van a tener desde luego que recurrir a esa serie de programas que se llevaron a cabo con muchísimo trabajo y que dejaron una visión extraordinaria de México».

¿Aceptaría un cargo en la actual Administración? Mire usted: primero, nunca nadie me ha dicho nada; y luego, tengo cerca de 80 años. Ya estamos llamados a desaparecer. Como no me invitaran al Instituto del Deporte, no creo que tuviera yo ninguna posibilidad.

¿Es éste el Gobierno de mayor aprecio por la historia y los símbolos patrios? No, no. Pero hay que esperar para hacer un juicio claro. Mire, para Adolfo López Mateos tuvo muchísima importancia los símbolos patrios y la forma de defenderlos, su actitud frente a los Estados Unidos. Don Adolfo Ruiz Cortines fue en eso un hombre ejemplar; «El Viejo» -como le llamaban, y tenía 58 años- era de una austeridad y de un respeto por los símbolos patrios y por la figura Presidencial. Él solamente hablaba el día del Grito (de Independencia) y el día del Informe Presidencial. Él decía que un Presidente no debía de hablar, que para eso estaban los voceros y los Secretarios de Estado. Yo creo que cada Presidente tiene su estilo, y para poder tener un análisis sereno de cómo ha sido su estilo y qué ventajas o desventajas tuvo, hay que esperar a que pase el tiempo.

El exilio español marcó su biografía y su profesión Fernando Alberto Lázaro Serrano Migallón. El jurista e historiador lleva en el nombre el reconocimiento de sus padres a quien abriera las puertas de México a los refugiados españoles: Lázaro Cárdenas.

Siendo el menor de seis hermanos, el académico fue el único de ellos en nacer en este País, al cual su padre, Francisco Serrano Pacheco, llegó en 1942 a bordo del Nyassa; el resto de la familia, procedente de Villanueva de los Infantes, le alcanzaría en 1944 en un pequeño departamento de la Colonia San Rafael. Un año más tarde nacería Fernando.

«Mi padre había sido en España el último Fiscal General de la República. Y aquí en México empezó a ganarse la vida, primero, vendiendo botones por las calles; luego se hizo agente de seguros», relata Serrano Migallón.

Con un padre abogado y fiscal de carrera, y el mayor de sus hermanos habiendo estudiado derecho también, era común que las conversaciones en casa fueran sobre temas jurídicos. De ahí que no resultara sorprendente que el joven Fernando se inclinara por esta profesión familiar; aunque su talento por los números por poco consigue llevarlo por una ruta completamente distinta.

«Es más, durante muchísimo tiempo me llamaban en casa ‘El ingeniero’, porque pensaban que me iba yo a dedicar a ello por mi habilidad con los números y con las matemáticas.

«Y teníamos de vecino a un famoso arquitecto, Félix Candela, que tenía sus oficinas en el mismo edificio donde nosotros vivíamos y con el que hicimos una fraternal amistad. Verlo hacer las obras extraordinarias que hizo también me inclinó a la posibilidad de ser arquitecto-ingeniero», expone. «Pero al final me decidí por el derecho, por la carrera de mi padre y de mi hermano»

Para entonces don Francisco Serrano ya había fallecido, pero el académico mexicano no duda del gran gusto que habría sentido por tal decisión; «yo creo que para él era una ilusión que todos sus hijos hubieran estudiado derecho».

A punto de terminar el décimo volumen de su Historia Constitucional de México, Serrano Migallón tiene entre sus proyectos no sólo empezar una historia gráfica sobre el exilio español, un documento gráfico de lo que fue y lo que significó el exilio para México, sino escribir algo a lo cual se resiste a llamarle memorias.

«Una especie de recuerdos en los que estoy trabajando. Quiero tener un primer borrador para, de manera más serena, después de trabajarlo volverlo a leer y ver si vale la pena o no. Porque una cosa es que a mí me interese, y otra que le pueda interesar a los demás», dice, de nuevo con suma modestia.

«Siempre tengo algo en la pluma, con ganas de seguir- Y lo que no quiero para nada, porque sobre todo ya para uno puede ser muy grave, es caer en el ocio, en el olvido y la inactividad», subraya.

Entre las obras escritas por Fernando Serrano Migallón destacan: -Isidro Fabela y la diplomacia mexicana (1981). -Toma de posesión: El rito del poder (1995). -El asilo político en México (1998). -México en el orden internacional de la propiedad intelectual (2000). -El grito de independencia: historia de una pasión (2007). -Historia mínima de las constituciones en México (2013).

El abogado tiene en su haber distinciones como: -Orden Nacional al Mérito del Gobierno de Francia en 1987 y en 2014. -Reconocimiento a la Promoción y defensa del Derecho de Autor de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual de la ONU 2004. -Encomienda de la Orden de Isabel la Católica de España 2007. -Doctor honoris causa por la Universidad Paulo Freire de Nicaragua, 2007. -Reconocimiento al Bibliófilo 2015 por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. -Premio Nacional de Artes y Literatura 2021 en el campo de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía.

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