Una lectura histórica: Eva Perón y las luchas feministas – Por Julia Rosemberg

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Por Julia Rosemberg

Eva Perón fue decisiva no solo para instaurar el voto femenino en 1947, sino para lograr avances que han quedado olvidados, como el ingreso de decenas de legisladoras al Congreso por primera vez. A pesar de ello, la relación entre feminismo y peronismo ha quedado atada a una serie de interpretaciones parciales y recién hoy comienza a revisarse.

El 11 de noviembre de 2021 se cumplirán 70 años de la primera vez que las mujeres votaron a nivel nacional en Argentina. Se trata de una elección conocida por ser la que le permitió a Juan Domingo Perón ser nuevamente elegido Presidente, y también por ser la primera y única vez que pudo votar Eva Perón. Lo hizo desde el policlínico donde estaba internada, ya con su enfermedad avanzada. El voto femenino fue posible gracias a la sanción cuatro años antes de la Ley N° 13.010 que consagraba “los derechos políticos de las mujeres”, una ley largamente anhelada por diferentes agrupaciones políticas y feministas que desde comienzos del siglo XX habían emprendido la lucha por el sufragio de las mujeres. Más de una decena de proyectos habían llegado a presentarse en el Congreso durante la primera mitad del siglo XX, pero ninguno fue aprobado: la mayoría en ambas Cámaras solía estar bajo el control de los partidos conservadores, opositores a otorgar derechos a las mujeres.

Pero las elecciones de 1951 fueron importantes por un aspecto que suele estar ausente en la memoria histórica: por primera vez fueron elegidas diputadas y senadoras mujeres. A partir de la apertura de sesiones legislativas de 1952 el Congreso de la Nación y las diferentes legislaturas provinciales contaron con la presencia de más de 100 legisladoras. Por primera vez hombres y mujeres discutirían y decidirían sobre la cosa pública de igual a igual. Un dato no menor es que todas las mujeres que ingresaron a las Cámaras de diputados y senadores ese año provenían del Partido Peronista, que había creado la rama Partido Peronista Femenino. El otro partido político con fuerza electoral, la Unión Cívica Radical, no llevó mujeres en sus listas. El estatuto partidario permitía a las mujeres tan sólo tareas secundarias, como las de propaganda. Otros partidos sí incorporaron mujeres, como el Partido Comunista que llevó la primera candidata a la vicepresidencia, Alcira de la Peña, pero la cantidad de votos que obtenían no les permitió colocar legisladoras en el Congreso.

Creado en 1949, el Partido Peronista Femenino fue la herramienta que permitió la incorporación masiva de mujeres a la política. Con una estructura de penetración territorial muy capilar, era absolutamente vertical: la conducción residía en Eva Perón, y a ella respondían de manera directa o indirecta todas las militantes. Eva eligió personalmente a veinticuatro delegadas, cada una de ellas a cargo de una provincia, y luego subdelegadas que controlaban porciones de territorio más pequeñas, lo que les permitió avanzar por todo el mapa nacional. Se cree que llegaron a haber unas 3.600 subdelegadas, número que nos permite tener una idea de la masividad que adquirió este partido en muy poco tiempo. El objetivo principal era empadronar a las mujeres, entregarles la libreta cívica y capacitarlas para ejercer por primera vez el voto.

El Partido Peronista Femenino fue, junto a la Fundación, el pilar central en la construcción de poder de Eva Perón. Un poder que, al decir de Marysa Navarro, una de las mejores biógrafas de Eva, era similar al que había construido el propio Perón (1). Sólo los diferenciaba el hecho coyuntural de que uno era Presidente. Una mujer, entonces, que construye un poder político central en Argentina incluso antes de que las mujeres votaran, antes de que fueran consideradas sujetos políticos, antes de que fueran consideradas ciudadanas. Un caso único dentro de los países republicanos de mediados del siglo XX.

Eva no sólo construyó poder para sí; también disputó poder para sus compañeras. A partir de las elecciones de 1951 el armado de las listas de legisladores que presentaría el peronismo fue objeto de disputas internas entre las tres partes que componían el peronismo: el Partido Peronista de los hombres, la CGT y el Partido Peronista Femenino. En este marco, como resultado de las elecciones de 1951 y 1953, la composición del Congreso Nacional mostraba casi un 30% de mujeres. Es interesante la comparación con otros países: en Chile, por ejemplo, había sido aprobada una ley de sufragio femenino en 1949, poco tiempo después de la sancionada en nuestro país, pero hacia 1957 habían pasado por el Congreso de ese país tan sólo cuatro mujeres legisladoras, bien lejos del centenar que hubo en nuestro país. Lo que sucedía por ese entonces en otros países era más similar a lo que ocurría en Chile que en Argentina.

Incluso en la historia de Argentina lo sucedido a mediados del siglo XX parece ser una isla. La cifra del 30% de composición de mujeres en el Congreso recién volvería a repetirse más de cuarenta años después, a fines de la década de los 90 y gracias a la Ley de Cupo Femenino de 1991, que obligaba a los partidos a presentar 30% de mujeres en sus listas. Durante el primer peronismo se llegó a ese número sin necesidad de ley alguna, sólo por el empuje y la voracidad que Eva y el Partido Peronista Femenino le dieron al ingreso de las mujeres en la política.

Otros derechos

El primer peronismo no significó únicamente la igualación en términos políticos del hombre y la mujer. Esos años posibilitaron también un ensanchamiento en la agenda de los feminismos. En hechos pero también en palabras, se planteó la necesidad de nuevas conquistas. Desde la vestimenta a la que podían acceder hasta la función que cumplían en la sociedad, se fue reformulando el estereotipo de mujer tradicional. Incluso realizando cuestionamientos que hasta en la actualidad siguen siendo temas pendientes. En un discurso de diciembre de 1946, uno de los primeros que dio en público, una Eva muy joven, de voz aguda, nerviosa, que tartamudea, habla frente a trabajadores y trabajadoras de la industria textil, que suele tener una gran proporción de mujeres. Después de plantear la necesidad de que se sancione la ley que habilita a las mujeres a votar y mencionar la licencia por maternidad, Eva se pregunta: “¿Por qué, si rendimos igual, nos han de pagar menos?”. O la posibilidad, planteada en La razón de mi vida, de que lo que hoy llamamos “tareas de cuidado” sean remuneradas a través de un salario mínimo.

Es importante plantear estas cuestiones porque a lo largo del tiempo se fue macerando una imagen de Eva Perón que,más que una figura disruptiva en la historia argentina, la dibuja como alguien que se limitó a prolongar un estereotipo patriarcal de disciplinamiento sobre la mujer. Esta noción se construyó a partir del recorte de algunas frases aisladas de los textos de Eva más conocidos, en donde habla de la mujer como eje del hogar y la familia. Otras perspectivas muestran una pequeña variación: mientras el peronismo habría producido rupturas en los hechos respecto del género, en sus discursos y palabras, en su lengua, habría mantenido una estructura conservadora.

Sin embargo, aunque es cierto que algunas de esas líneas tradicionales forman parte del lenguaje del peronismo, propias de un determinado clima de época, lo cierto es que convivieron con otras, que produjeron profundas rupturas. Si bien Eva Perón fue crítica de los feminismos en varios pasajes, también sostuvo que necesitamos un “feminismo moderno”. O la marcha del Partido Peronista Femenino, Evita capitana, mujeres que nunca habían votado cantando: “por Perón y por Evita la vida queremos dar”, consignas que remiten más a 1970 que a 1950.

Borrar la memoria

¿Cómo entender estos fragmentos del pasado del primer peronismo en los que el campo de lo posible para las mujeres se ensanchó como nunca antes en la historia argentina, generando profundas rupturas en las tradiciones patriarcales? ¿Es posible pensar un vínculo entre peronismo y feminismo? Si se trató del movimiento político que habilitó avances contundentes, materiales y simbólicos, de las mujeres, ¿por qué durante mucho tiempo se concibieron como movimientos paralelos, que se rechazaban?

En primer lugar, hay que marcar que la experiencia de las mujeres durante el primer peronismo ha quedado invisibilizada de la narrativa histórica. Sólo así pudo crearse una imagen conservadora y patriarcal de Eva Perón. Incluso en la actualidad sigue habiendo un profundo desconocimiento: sabemos muy poco, por ejemplo, sobre las biografías de las delegadas y subdelegadas del Partido Peronista Femenino, sus unidades básicas, la labor parlamentaria que realizaron las primeras diputadas y senadoras. En el barrio de Puerto Madero de la Ciudad de Buenos Aires numerosas calles llevan los nombres de mujeres que lucharon por sus derechos, como Victoria Ocampo, Alicia Moreau de Justo y Julieta Lantieri, pero ninguna recuerda a las primeras políticas peronistas. No han quedado en la memoria popular, y muy poco en la académica, los nombres de esas primeras legisladoras, quienes tuvieron que vencer muchas resistencias para poder incorporarse por primera vez a la política.

Este desconocimiento no es casual. El golpe de Estado que se impuso en septiembre de 1955 tuvo entre sus objetivos explícitos “desperonizar” al país. Para eso se adoptaron medidas como el conocido Decreto 4161 que, entre otras cosas, prohibía mencionar a Perón y a Eva Perón. La dictadura que se instauró a partir del golpe tuvo un particular interés en disciplinar la experiencia política de las mujeres. No sólo porque gran parte de las legisladoras y delegadas del Partido Peronista Femenino fueron encarceladas, muchas de ellas por más de dos años, prohibiéndoles, en muchos casos, volver a ejercer sus profesiones. Se atacaron, además, las unidades básicas del Partido y se ensañaron particularmente con su archivo, buscando que no queden huellas, que no sea posible la transmisión, de modo que hoy quedan solo piezas desperdigadas, generalmente en manos privadas: en 2012 el Departamento de Estudios Históricos Navales encontró una gran cantidad de documentos pertenecientes a Isaac Rojas, el vicepresidente de facto luego del golpe del 55, que habían sido entregados por sus hijos tiempo antes al Archivo General de la Armada Argentina para que los custodien.

Pero la dificultad para pensar el vínculo entre peronismo y feminismo no sólo proviene de la invisibilización de esta experiencia histórica. Hay que señalar también la incomodidad que genera la figura de Eva Perón, incluso dentro del propio peronismo: después del golpe de 1955 se consolidó su imagen de abanderada de los humildes por su labor en la Fundación Eva Perón, una noción centrada en el vínculo con las organizaciones sindicales, una Evita santa, pero se rescató poco su rol en tanto dirigenta política. El propio movimiento marginó una arista fundamental de su propio recorrido.

De esta manera, el hecho de que Eva Perón tuviera que resignar en 1951 su candidatura a la vicepresidencia, que había impulsado y alimentado como parte del mismo avance que estaba generando con las mujeres en las listas de legisladores, fue narrado y mitologizado como el “renunciamiento histórico”. Es decir, como un hecho de grandeza por parte de ella. A lo largo del tiempo se sumaron interpretaciones que ponían de relieve el estado avanzado de su enfermedad o la oposición de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, no hubo lecturas que pensaran este hecho en clave de género, como un límite que encontró Eva, quizás porque no permitía la monumentalización de su figura. Un límite a una mujer que, aun con toda su influencia, tuvo que enfrentarse al poder masculino, resignando aquello que legítimamente había construido y proyectado. Esta figura construida a lo largo del tiempo de una Eva excepcional y con rasgos heroicos de alguna manera contribuyó a invisibilizar la organización colectiva que construyó y opacó el rol de tantas mujeres que lucharon junto a ella.

Eva Perón, por último, es una figura incómoda para ciertas vertientes de los feminismos, por varios motivos. El primero tiene que ver con un recorrido histórico: la gran mayoría de los movimientos que se autodenominaban feministas fueron profundamente antiperonistas. Aquellas agrupaciones que durante la primera mitad del siglo XX habían iniciado una larga lucha por el sufragio femenino llegaron incluso a oponerse en 1947 a la sanción de la ley que lo habilitaba, con el argumento de que se sancionaba bajo el gobierno de Perón, a quien consideraban un fascista. En esta ocasión, el antiperonismo predominó por encima de las reivindicaciones por las que venían peleando durante décadas.

Y en este sentido hay que sumar otro elemento que genera incomodidad: Eva Perón nunca fue un personaje puro, sino que en ella pueden leerse tensiones y complejidades que estaban en pugna a mediados del siglo XX. Ya mencionamos la convivencia en sus discursos de elementos tradicionales y rupturistas. Pero hay un elemento más de esta impureza: en Eva las cuestiones de género estuvieron siempre atravesadas por otra variable, la clase social. Para Eva la apelación a las mujeres no era en abstracto, no se limitaba a un conjunto total, sino que hacía un recorte: buscaba un sujeto político en particular, las mujeres trabajadoras, las humildes, las descamisadas, las “mujeres de pueblo” como las llamaba, en oposición a las “oligarcas”. Esto para ciertos feminismos era –y todavía es– intolerable.

La figura de Eva Perón abre el desafío de pensar el feminismo no como una corriente ajena a la política en términos tradicionales, sino como algo enlazado con otras tradiciones. En La razón de mi vida llega a decir: “De nada nos valdría un movimiento femenino organizado en un mundo sin justicia social. Sería como un gran movimiento obrero en un mundo sin trabajo. ¡No serviría para nada!”. Feminismo y justicia social como algo indisoluble.

1. Marysa Navarro, Evita, Edhasa, 2005.

Revista La Ciudad

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