Populismo y progreso en nuestra América – Por Guillermo Castro H.
Por Guillermo Castro H.*
El populismo tiene una larga trayectoria en la historia política del sistema mundial. Ahora, la transición en curso de la fase internacional de ese sistema hacia una fase nueva, aún en definición, trae de vuelta al término a la vida política
En este regreso, el uso del término ha dado un giro. Si para fines del siglo XIX el populismo designó movimientos populares que demandaban transformaciones sociales y políticas de gran relevancia, ahora designa una corriente reaccionaria surgida de la descomposición del neoliberalismo. Al propio tiempo, el análisis del populismo pasa ahora de su comprensión como proceso histórico a la búsqueda su lugar en modelos formales de interpretación de la crisis del neoliberalismo en el plano político y cultural.
Nada de esto disminuye la relevancia del populismo. Por el contrario, hoy representa una disfuncionalidad de creciente importancia para aquella democracia liberal que hace apenas 33 años había conocido un triunfo que para algunos anunciaba el fin de la historia política de la Humanidad. Al respecto, dice Horacio Bernades en un artículo para Página 12, el populismo ha devenido en uno de esos términos que se dan por sentados, aunque cada persona que lo aborda “le da un sentido distinto”.
Para acercarse a una mejor comprensión del significado contemporáneo del Bernades entrevista al politólogo australiano Benjamin Moffit.[1] Para éste, el populismo es “un concepto que parece haber captado el sabor de la política internacional en el siglo XXI”. Hoy es utilizado para referirse a “una amplia variedad de líderes (Donald Trump, Rodrigo Duterte, Hugo Chávez), partidos (Podemos, One Nation en Australia, Alternativa para Alemania), movimientos (Occupy Wall Street, Indignados) e incluso sucesos (Brexit), todos ellos prominentes y disruptivos”. Así, se ha convertido en “un comodín de uso difundido para diagnosticar todo aquello que resulta exaltante, preocupante o disfuncional en las democracias contemporáneas del mundo entero”.
Desde allí, Moffit se refiera al populismo “como un estilo político con tres características principales”: un llamamiento a “el pueblo” frente a “la élite”; “malos modales”, expresados en “actuaciones políticas transgresoras”; y “el carácter de crisis o amenaza para el establishment.” Por otra parte, al referirse al origen histórico del término, señala movimientos como la narodnaia volia – “la voluntad del pueblo”, que hacia las décadas de 1860 y 1870 vinculó a intelectuales progresistas rusos con la lucha del campesinado por el reparto agrario y contra el régimen zarista -, y “el movimiento agrario que condujo a la formación del Partido Popular en el sur y Oeste Medio de los Estados Unidos en la década de 1890,” los cuales se autodenominaron «populistas».[2]
Para Moffit, hay tres enfoques principales sobre el populismo. Uno ve al populismo “como una ideología, un conjunto de ideas o una visión del mundo.” Otro, como una modalidad de estrategia, y otro más lo ve como “un tipo de discurso o actuación”, que cumple un importante papel en “la creación del sujeto político del ‘pueblo’”.
Desde otra perspectiva, lo planteado por Moffit parece ver al populismo como un fenómeno “en sí”, sin indagar en sus relaciones de interacción con otras dimensiones del proceso histórico que lo genera y a cuyo desarrollo contribuye. Visto desde nuestra América, por ejemplo, hay sin duda una fuerte impronta populista – en el sentido del tercero de los enfoques mencionados por Moffit – en los procesos de constitución del pueblo como sujeto político.
En ese sentido, el populismo animó tanto a nuestra primera lucha de liberación nacional – la cubana, liderada por el Partido Revolucionario Cubano entre 1892 y 1898, cuyo principal dirigente fue José Martí -, como en el cardenismo que llevó a su culminación a la Revolución Mexicana entre 1934 y 1940; el peronismo, que entre 1945 y 1955 hizo de las masas populares un sujeto político hasta hoy vigente en la política argentina, y el Movimiento 26 de Julio y sus sucesivas transformaciones en Cuba, en la década de 1960. Y este recuento podría aún ampliarse a Panamá, donde la gestión populista del General Omar Torrijos entre 1972 y 1981 tuvo un papel decisivo en la creación del sujeto político popular que apoyó la transformación del protectorado militar extranjero impuesto al país desde 1903 en la república plenamente soberana establecida en diciembre de 1999.[3]
Hoy, dice Moffit, el populismo está más extendido a nivel mundial y, lo que es más importante, que está más presente que nunca en muchas culturas políticas y sistemas electorales. Antes se trataba al populismo como algo exótico: ahora es parte integral de la política contemporánea y no creo que vaya a desaparecer.
Para Moffit, en todo caso, el populismo no constituye “una visión del mundo que se sostenga por sí misma; no nos dice nada sobre el tipo de políticas que alguien prefiere o cuál es su posición en importantes problemas políticos.” Para eso, añade, “todavía recurrimos a ideologías reales: conservadurismo, socialismo, anarquismo, etc.”, todas las cuales – por otra parte – suelen calificar como populistas a sus adversarios. Lo común a los liderazgos populistas, dice, es que todos “utilizan un enfoque performativo político común que destaca la división entre ‘el pueblo’ y ‘la élite»’, utilizan los ‘malos modales’ para transgredir las normas políticas y promueven una sensación de crisis que solo ellos pueden resolver.”
No es de extrañar, en este sentido y estos tiempos, que los liberales conservadores tiendan a ver en el populismo un precursor del autoritarismo, mientras que, dice Moffit, para los demócratas radicales el populismo de izquierda “anuncia la apertura de un orden político verdaderamente radical y plural.” Así, añade, el populismo mantiene “una relación realmente compleja y ambigua con la democracia,” que hace difícil establecer si tiene o no un carácter democrático en el sentido liberal – y usual – del término.
En nuestra América, el populismo del siglo XXI se ha visto asociado a movimientos progresistas que han buscado ampliar la base social del desarrollo del capitalismo en la región. Si bien una vez en el poder han tenido dificultades para poner en práctica lo que predican en los procesos electorales, esos movimientos progresistas han contribuido a preservar la presencia del pueblo como sujeto político, lo cual ha incrementado a su vez las dificultades de una restauración neoliberal en la vida de sus sociedades.
Esta relación entre populismo y progresismo hace posible plantear que la transformación que nuestra América demanda “no es sólo la revolución de la cólera. Es la revolución de la reflexión.” En ella, ambas partes se requieren en la tarea de “la conversión prudente a un objeto útil y honroso, de elementos inextinguibles, inquietos y activos que, de ser desatendidos, nos llevarían de seguro a grave desasosiego permanente, y a soluciones cuajadas de amenazas.”[4]
Que es como decir que el cambio que necesitamos será popular por lo revolucionario y revolucionario por lo democrático. O no será.
Notas
[1] Horacio Bernades / Página 12/ 13 junio 2022 https://www.pagina12.com.ar/428764-de-que-se-habla-cuando-se-habla-de-populismo. Editorial Siglo XXI ha publicado este año el libro Moffit Populismo. Guía para entender la palabra clave de la política contemporánea. [2] Al respecto, por ejemplo, al decir de V.I, Lenin, Aleksandr Herzen (1812-1870), uno de los ideólogos fundadores del populismo ruso “veía el ‘socialismo’ en la liberación de los campesinos dándoles la tierra, y en la idea campesina del ‘derecho a la tierra’.” (“En memoria de Herzen” (1912): Obras Escogidas, 3 tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1961. I:329.) Lenin defendió el legado de Herzen al proceso de formación del movimiento revolucionario en Rusia, frente al intento de los liberales de reducirlo a un mero luchador por la democracia constitucional. [3] Otros casos cercanos al populismo, en este sentido, incluyen a la revolución democrática china de 1911, conducida por Sun Yat Sen, y los procesos de liberación nacional que recorrieron el mundo entre 1948 y 1975, desde la victoria de la revolución socialista en China, hasta la formación de estados nacionales en Egipto y Argelia y la unificación de Vietnam, por mencionar algunos casos sobresalientes. [4] Martí, José: “Lectura en la reunión de emigrados cubanos, en Steck Hall, Nueva York. 24 de enero de 1880.” Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. IV: 192.*Intelectual panameño