Los quilombos en Brasil: lugares de resistencia – Por Andrea Ana Gálvez

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Por Andrea Ana Gálvez*

La historia de los quilombos es la lucha contra el racismo que estructuró la sociedad brasileña desde la época colonial y que continúa en nuestros días. También es la historia por el derecho al territorio en el que vivían sus ancestros, antiguos esclavos.

La historia de la lucha por la tierra en Brasil se remonta al siglo XVI, cuando la Corona Portuguesa dominaba el territorio brasileño. Con el sistema esclavista las grandes haciendas concentradas en pocas manos sacaban rédito del trabajo esclavo de millones de personas procedentes de Angola, Guinea Ecuatorial, Congo, Mozambique y Nigeria en las plantaciones de café, azúcar o algodón. Pueblos como los Yorubá, los Kinbundu, Kicongo, Benguela, Mina fueron arrancados de sus tierras y llevados al Brasil colonial.

El sistema esclavista de las Américas contabilizó unos doce millones de esclavos. Brasil fue el lugar que más población esclava tuvo, se estima que cerca de un 40% acabó en este país. Una de las resistencias al sistema esclavista se dio en los quilombos, espacios de resistencia que perviven hasta hoy. En aquella época las comunidades quilombolas estaban constituidas por grupos de esclavos, algunos habían conseguido fugarse y se organizaban en territorios normalmente fértiles y aislados para sobrevivir.

Las experiencias fueron diversas, algunos eran pequeños y otros llegaron a tener miles de habitantes. Según el etnólogo Edson Carneiro, “era la continuación de África en suelo brasileño”. Este fenómeno no solo se dio en Brasil si no en muchos puntos de América Latina: los Cimarrones y los Garífunas en Centroamérica, Cumbes en Venezuela, Palenques en Colombia y Cuba.

Los quilombos eran el refugio de los negros pero también de algunos indígenas, desertores y blancos mestizos, ya que era común que los quilombolas mantuvieran relaciones comerciales con las localidades vecinas, cambiando productos agrícolas por manufacturas. Quizá el más conocido fue el de Palmares, era del tamaño de Portugal y llegó a tener unos 30.000 habitantes. Liderado por Dándara y Zumbi, consiguió permanecer durante casi todo el siglo XVII.

Cuando cayó el quilombo, después de un largo asedio, Zumbi fue capturado y su cabeza fue colocada en una plaza pública para servir como ejemplo a otros aquilombados o esclavos. Su historia fue recuperada años después y hoy, en la fecha de su muerte, se celebra el Día de la Conciencia Negra, simbolizando la resistencia y la lucha contra el racismo y la esclavitud.

Después de tres siglos, en 1888, Brasil abolió formalmente la esclavitud, fue el último país en hacerlo. Aunque sobre el papel los esclavos habían sido liberados, según Givânia Silva, fundadora de la Coordinación Nacional de las Comunidades Negras Rurales Quilombolas (Conaq) “la abolición fue apenas una narrativa política desde la mirada de los esclavistas, impulsada por la modernización del capital y por los intereses extranjeros y no por la lucha de los esclavos que durante tres siglos resistieron de diferentes formas”.

La tesis de Givânia parece tener sentido, pues tuvieron que pasar otros cien años para que los antiguos esclavos y los quilombolas fueran reconocidos por el Estado. “Durante este siglo, se silenció la existencia del pueblo negro y de los quilombos, no hubo ninguna ley que les reconociera como sujetos políticos y su historia fue borrada”, afirma la fundadora de Conaq.

Así fue hasta que en 1988, en el contexto del proceso constituyente, el Movimiento Negro Unificado lograra que en la nueva constitución del Estado se reconociera el derecho de las comunidades quilombolas y sus descendientes sobre las tierras que habían ocupado tradicionalmente. Pero esto volvió a suceder sólo sobre el papel. Hoy, apenas el 9% de las comunidades quilombolas obtuvieron reconocimiento legal de sus territorios aunque el Gobierno Federal reconoce la existencia de al menos 3447, mientras que la Conaq habla de al menos 6000 en todo el país.

Un papel para vivir

Desde la nueva Constitución (1988), la organización de los descendientes de quilombolas aumentó. En los primeros años de los 90 nace la Conaq, en homenaje al Quilombo de los Palmares, para impulsar los derechos de estos pueblos. Fue así que en el 2003, bajo lapresidencia de Lula, los quilombos pudieron acceder efectivamente a políticas públicas y comenzó un proceso en el que miles de personas empezaron a recordar esas historias que les habían contado sus familiares, aquellas que habían sido borradas y que les conectaban con las luchas de los quilombolas. Esto le ocurrió a Edna, nacida en el Quilombo de Gurutuba en Minas Gerais, su familia decidió abandonar la comunidad a causa de la escasez del trabajo que produjo una grave sequía.

Edna vivió lejos del quilombo durante un tiempo, estudió y formó familia, pero siempre supo que algún día volvería a la comunidad, donde ahora cría a sus hijos pequeños y es una de sus líderes. Hubo un momento, hace unos años, que ella empezó a recordar las historias que la abuela le contaba, al pie del fuego, mientras preparaba la harina de mandioca, cuando caía el día. Empezó a recordar cómo había sido su infancia en el quilombo, cómo eran los juegos y su muñeca de paño, cómo olía el campo de algodón cuando florecía y a qué sabía el beijú que su madre preparaba.

Aunque tenía pocos años, también recuerda cómo fue la lucha por la tierra en su comunidad. Era el tiempo de los grileiros, personas que usurparon ilegalmente grandes áreas de terreno, convirtiéndose en sus dueños a través de la falsificación de documentos, esta práctica se desarrolló intensamente a mediados del siglo XIX y persiste hasta hoy.

“Cuando Antonio Pulú y compañía vinieron a tomar nuestras tierras con armas, para defendernos nuestros padres pusieron a los niños en primera línea, después las mujeres y los hombres detrás armados con hoces. Recuerdo nítidamente esa máquina viniendo y destrozando las plantas y nosotros en el frente. Antonio Pulú gritaba que el tractor nos pasaría por encima si no nos quitábamos de en medio”, cuenta Edna.

De las 47.000 hectáreas que pertenecen al Quilombo de Gurutuba, el mayor de Minas Gerais, solo el 3% está en manos de la comunidad

En los años 70 y 80 los conflictos por la tierra entre quilombolas y grileiros eran frecuentes y en ocasiones de mucha violencia. Edna cuenta que perdieron algunas vidas y que fue por eso que los gurutubanos decidieron recular y no pudieron recuperar el resto de su territorio. De las 47.000 hectáreas que pertenecen al Quilombo de Gurutuba, el mayor de Minas Gerais, solo el 3% está en manos de la comunidad, “es triste cuando vemos que las tierras en las que nuestros antepasados cultivaban hoy son propiedad de los granjeros y pasto para el ganado”, dice Edna.

Muchas veces los grileiros y los terratenientes pactaban con los quilombolas, normalmente ellos trabajaban el campo dándoles la mayor parte de la producción y a cambio les dejaban quedarse en su territorio, muchas veces con engaño de por medio. Fue el caso de la familia de Edna, “nuestra tierra de origen queda al otro lado del río, mi abuela recibió herencia de mi bisabuela y uno de los grileiros además del cambio de terreno prometió darnos un documento del terreno que nunca apareció”.

Pasaron los años y hoy el quilombo sigue esperando la titularidad de la tierra. El proceso de titulación es arduo y si dentro del área quilombola existen inmuebles u otros ocupantes como terratenientes o trabajadores rurales, el estado brasileño debe expropiarles y compensarles económicamente. “Es por eso que titulan tan poco, porque cuesta dinero al Estado, pero es cuestión de prioridades, nosotros nunca interesamos”, dice Edna.

Durante este tiempo, según el gobierno de turno, las prioridades iban actualizándose: bajo el periodo de Lula se expidieron 75 títulos, los gobiernos de Dilma otorgaron 94, Michel Temer 33 y desde la asunción de Bolsonaro sólo 14 títulos fueron entregados a los quilombos. El camino de lucha por la propiedad de la tierra —que aún sigue, pues el 91% de las comunidades no tiene la titularidad— fue violento y dejó a muchos sin casa, algunos perdieron la vida en intentarlo. Fue el caso del líder Seu Antônio do Barroso, como era conocido en la comunidad, que acabó asesinado hace escasos meses defendiendo lo que le pertenecía.

Según el último informe del Ministerio Público Federal de la República, entre los años 2010 y 2019 hubo 6.726 casos de violencia registrados por esta entidad, notándose un aumento en los cuatro últimos años, con picos en 2017 y 2019. Según considera el informe, la mayoríade los episodios estaban asociados a conflictos por la tierra. Los pueblos indígenas y las comunidades quilombolas son los más afectados.

Una tierra que puedes llamar tuya

El Quilombo Rio Das Rãs, en el estado de Bahía, es uno de los pocos que tienen la titularidad de la tierra. Iane cuenta que cuando recibieron la noticia de que ya estaba listo el documento, la comunidad echó a suertes quién iría a recogerlo. “Nos tocó a nosotros. Mis padres, mi hermana que apenas caminaba y yo, fuimos a por él, fue un momento histórico”, cuenta Iane, hoy muy activa en la Asociación del quilombo y militante del Movimiento Negro Unificado. “Cuando recibimos el título de la tierra las cosas mejoraron porque teníamos la seguridad que nos daba ese papel de propiedad, entonces ya no tuvimos más amenazas y empezamos a vivir en paz”.

Este documento expedido por el gobierno de Brasil está a nombre de la Asociación del quilombo y es de propiedad colectiva. Iane cuenta que las decisiones se toman en asamblea y se rigen por estatutos. Según lo que se estipula por ley, la tierra quilombola, como la de los pueblos indígenas, no puede venderse ni fraccionarse, la propiedad colectiva respeta el espacio de cada núcleofamiliar y sus cultivos y el resto son espacios comunes: áreas culturales, iglesias, centros de religiosidad de matriz africana, escuelas y puntos de encuentro.

“La peculiaridad de las áreas quilombolas o indígenas es que, una vez que son tituladas no pueden volver más al mercado, salen completamente de los circuitos comerciales por lo que son espacios de resistencia a la lógica capitalista”, explica Ana Gualberto, especialista en comunidades negras y asesora del Observatorio Quilombola de la organizaciõn civil Koinonia, con la que El Saltoconversó. “La legislación fue pensada para garantizar que las comunidades no se extinguieran y la única forma de que esto sucediera fue dejar fuera todo intento de comercialización”, explica Gualberto.

Las condiciones no son fáciles en muchos de los quilombos, algunos no tienen agua potable, internet o luz, como en el quilombo en el que vive Iane. “En mi casa no hay aguapotable, la tengo que ir a buscar fuera”. Otro de los problemas es el aislamiento, en el quilombo Rio das Rãs llevan 30 años peleando porque el Estado pavimente una vía que les conecta con la principal ciudad. “Nos impide ir a la ciudad a por medicamentos, a hacer compras básicas o ir al hospital”, cuenta Iane.

La falta de recursos básicos en muchas de las comunidades rurales se debe, según Gualberto a que “muchas de las políticas públicas a las que podían acceder los quilombos y que mejoraban sus condiciones de vida, bajo el gobierno de Bolsonaro no se extinguieron pero sí fueron completamente desarticuladas y vaciadas de recursos. Es como si estuvieran matando a Zumbi de nuevo”, dice. Pero la titularidad de la tierra les permite algo muy importante, un lugar para vivir y sentir pertenencia, por eso los quilombos luchan por este reconocimiento.

“En el quilombo donde vivo, aunque existe vulnerabilidad social, todos tenemos casa y si alguien no la tiene no necesita comprar el terreno, cada familia puede plantar en cualquier lugar que no esté en uso, además la comunidad te acoge, es un lugar para vivir, un lugar para llamarlo tuyo”, cuenta Iane. “Para las comunidades no hay dinero suficiente que pague la tierra en la que vivieron sus antepasados, sólo hay que garantizar que otras generaciones puedan vivir ahí y aprendan las historias de resistencia de sus antepasados de la forma más cotidiana, como siempre se hizo”.

Muchas veces la memoria se queda en una imagen, una forma de cultivar la tierra, el río donde las mujeres lavaban la ropa, esa comida de la que habla Edna, el recuerdo del padre de Iane haciendo capoeira, el batuque de los gurutubanos, los rezos y esas palabras que fueron arrancadas de África y que significaron resistencia. Dándara y Zumbi, así como muchos otros, aún caminan por las tierras de los quilombolas.

*Periodista argentina.

El Salto

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