El futuro del trabajo: una mirada desde América Latina
Por Gonzalo Zunino*
La discusión sobre el impacto del cambio tecnológico en el empleo y las relaciones laborales es un tema de creciente interés a nivel académico, político y de los actores sociales. A modo de ejemplo, en Uruguay, este año, la Comisión Especial de Futuros del Parlamento, apoyada por un grupo de técnicos especializados, se encuentra discutiendo sobre la temática identificada como “el Futuro del Trabajo y el Trabajo del Futuro”.
En este tema es particularmente relevante profundizar el análisis con una perspectiva regional, que identifique cuáles son los principales desafíos para nuestras economías. Esto se debe a que, si bien lo que está ocurriendo en el mercado de trabajo en la región, y en particular en Uruguay, tiene puntos importantes de conexión con los principales hallazgos de la literatura para el caso de los países de mayor desarrollo, también tiene matices relevantes. Estos matices hacen que el diagnóstico y las líneas de política a tener en cuenta no necesariamente sean las mismas en las diferentes realidades.
En particular, esta columna discute un diferencial inicial que es de suma relevancia para analizar el tema, que consiste en la velocidad a la cual el cambio tecnológico es incorporado en los países de la región en comparación con los países de mayor crecimiento. En una próxima columna, dedicada también al tema, discutiremos otros matices relevantes vinculados a las tendencias recientes de los mercados laborales regionales en comparación con países desarrollados.
La cuarta revolución industrial no será igual para todos
Cuando se piensa en temas vinculados al futuro del trabajo, es fundamental tener presente que el proceso de aceleración tecnológica vinculada a la automatización, digitalización y penetración de inteligencia artificial probablemente no impacte en los países de América Latina con la misma intensidad o velocidad que en los países desarrollados o emergentes asiáticos.
La literatura disponible sugiere la existencia de una brecha promedio importante entre la región y las economías más avanzadas en lo que se refiere a la incorporación de tecnologías del siglo XXI. La brecha, no obstante, es heterogénea. Hay focos de alta incorporación de tecnología, pero suelen ser núcleos específicos en áreas urbanas y en determinadas industrias. En un seminario sobre el tema desarrollado el año pasado,1 el investigador brasileño João Carlos Ferraz planteaba que se estima que, en la región, 75% de las empresas utiliza tecnologías con rezagos significativos, un 20% tecnologías de generación mediana y solo un 5% (los denominados cóndores) utilizan tecnologías de punta.
Este rezago y heterogeneidad en la penetración de tecnología tiene su contraparte en menores impactos sobre el mercado laboral. El trabajo de Lewandowski et al. (2020)2 aporta evidencia que indica que el quiebre desde trabajos rutinarios a no rutinarios (típico efecto de la adopción de tecnologías en el mercado laboral) en países de ingresos bajos y medios entre 2000 y 2017 habría sido significativamente más modesto que el observado en países desarrollados.
¿Qué ocurrió en revoluciones tecnológicas previas?
La menor velocidad de incorporación tecnológica no representaría una novedad para la región ya que, en ocasiones anteriores de aceleración tecnológica a nivel global, América Latina mostró mucho menor dinamismo que las regiones que lideraron los procesos, presentando incrementos del producto por habitante significativamente más modestos.
A modo de ejemplo, en la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos y las economías de Europa Occidental presentaron una importante aceleración en el crecimiento del producto por habitante, generando una divergencia significativa respecto a la dinámica latinoamericana, donde no se registró una aceleración relevante (gráfico 1).
Más recientemente, focalizándonos en los últimos cuarenta años, se observa una fuerte aceleración de las economías del sudeste asiático, lideradas por China, mientras que las economías de mayor desarrollo muestran una moderada desaceleración. América Latina, por su parte, continuó sin exhibir un quiebre significativo en su dinámica de crecimiento. El gráfico 2 nos permite observar, más allá de la importante brecha que aún existe, que en los últimos 40 años las economías emergentes de Asia lograron consolidar una senda de convergencia hacia las economías desarrolladas, en tanto que América Latina muestra una trayectoria divergente con algunas oscilaciones.
En este sentido, si, como probablemente ocurra, el proceso de cambio tecnológico llega a la región con mucha menor intensidad, los desafíos asociados al desempleo tecnológico y/o polarización laboral mencionados en la literatura vinculada al futuro del trabajo serán menos relevantes que en los países desarrollados. Sin embargo, este escenario representaría un nuevo episodio de aceleración tecnológica que la región no lograría capitalizar a los efectos de potenciar su crecimiento y reducir las importantes brechas de productividad que la separan de las economías de mayor desarrollo.
¿Qué ocurre con las preocupaciones de política económica?
De esta forma, una preocupación inicial para los hacedores de política a nivel regional debería estar relacionada con evitar el fracaso en términos de productividad registrado en las revoluciones tecnológicas previas.
La incorporación masiva y oportuna de nuevas tecnologías que permitan evitar la ampliación de la brecha de productividad e ingresos con los países de mayor desarrollo no se dará naturalmente. Para que esto ocurra, deben existir las condiciones para su incorporación y estar presentes los incentivos económicos adecuados.
En materia de condiciones para la incorporación de nuevas tecnologías, claramente la región parte en desventaja en términos de infraestructura, capital humano e inversión en investigación y desarrollo. La automatización de procesos y digitalización requiere de infraestructura digital, pero también de capital humano adecuado para poder operar y trabajar con las nuevas tecnologías. Los problemas de cobertura y calidad educativa pueden representar una limitante significativa para capitalizar la cuarta revolución industrial. Finalmente, los magros niveles de inversión en ciencia y tecnología también atentan claramente contra el progreso tecnológico adaptado a la realidad local.
El menor grado de investigación local determina que la mayor parte de las veces la región procure adaptar innovaciones tecnológicas desarrolladas en base a motivaciones o un contexto diferente al existente en la región. Por ejemplo, todos los desarrollos tecnológicos ahorradores de mano de obra son claramente consistentes con el desafío de economías que están en procesos avanzados de transición demográfica y proyectan hacia las próximas décadas reducciones de la cantidad de población activa. Sin embargo, el objetivo de ahorrar mano de obra se adapta en menor medida a América Latina, donde se proyecta a nivel global un crecimiento significativo de la población en edad de trabajar, al menos hasta mediados de siglo. Sin embargo, en este aspecto en particular, Uruguay muestra, con su avanzado proceso de transición demográfica, un escenario que tiene más similitudes con los países desarrollados que con el promedio de la región latinoamericana.
El desajuste entre los principales objetivos de las innovaciones y el contexto regional se traduce en condiciones menos alineadas a la incorporación tecnológica. En primer lugar, las decisiones de reemplazar trabajo humano por capital están estrictamente relacionadas con el precio relativo de ambos factores. Mientras que los precios de los bienes de capital “sustituidores de mano de obra” están razonablemente arbitrados entre países, los salarios en las economías de la región son inferiores a las economías de mayor desarrollo, lo que podría estar retrasando las decisiones de sustitución. Estos precios se ven afectados, a su vez, por aspectos estructurales, como las diferencias relativas en las dotaciones de factores productivos. Como se mencionó anteriormente, a diferencia de los países de mayor desarrollo, en los países latinoamericanos se espera un incremento relevante de la fuerza laboral en las próximas décadas, lo que posiblemente limitará el encarecimiento relativo de este factor.
En este sentido, los principales desafíos en materia de políticas públicas en la región deben centrarse en reducir las brechas de infraestructura, continuar incrementando la cobertura y calidad educativa y apuntar a una mayor inversión en innovación y desarrollo. En materia de políticas laborales, es importante evitar una narrativa de ansiedad tecnológica que derive en una agenda pro-desregulación.
El objetivo de evitar la automatización de ciertos puestos de trabajo para preservar el empleo puede derivar en propuestas de desregulación y depresión de salarios o beneficios laborales, lo que a su vez puede efectivamente reducir los incentivos para automatizar. Es importante evitar costos elevados en una transición que implique cambios significativos en el perfil de tareas de los trabajadores, pero la respuesta ante este nuevo impulso tecnológico de ninguna manera puede procurar reducir los incentivos para la adopción de nuevas tecnologías.
La tendencia a la baja en el precio de las diferentes opciones tecnológicas determinará que en algún momento las actuales nuevas tecnologías terminarán por incorporarse a la producción. El problema es que esto podría ocurrir cuando estas dejen de ser de punta y el mundo desarrollado ya se encuentre transitando una nueva revolución tecnológica. En ese caso, los desafíos habitualmente mencionados en la literatura asociada al futuro del trabajo serán manejables, pero gran parte de los trabajadores de la región continuarán inmersos en empleos precarios de baja productividad, reducidos ingresos y escasa protección social.
Aunque no suela incluirse en las discusiones sobre el futuro del trabajo, un riesgo importante para Uruguay y la región es que la cuarta revolución tecnológica a nivel global pase relativamente desapercibida en nuestros mercados laborales y, por lo tanto, no tenga impactos positivos en materia de productividad.
*Gonzalo Zunino, investigador de Cinve. Doctor en Economía por la Universidad Autónoma de Madrid. Blog SUMA.