Perú: empate catastrófico – Por Nicolás Lynch

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Nicolás Lynch*

El Perú se encuentra en estos momentos en una coyuntura de empate catastrófico. Ni el gobierno de Pedro Castillo es capaz de gobernar ni la oposición, me refiero a la oposición de derecha y extrema derecha que controla el Congreso, es capaz de removerlo del cargo. Hasta hace pocas semanas se trataba de un enfrentamiento sin tregua que nos llevaba a los peruanos cada noche sin saber con qué gobierno nos levantaríamos al día siguiente, pero sorpresivamente las cosas han cambiado, no sabemos si para bien.

La derecha parlamentaria se ha empezado a entender con lo que podríamos llamar izquierda, o al menos la mayoría de esta agrupada en el partido Perú Libre, apañándose mutuamente en investigaciones sobre corrupción o en las censuras o no de algunos ministros, todo parece indicar que, con el ánimo de permanecer en sus puestos hasta el final del período legislativo, el 2026. Por su parte el gobierno de Pedro Castillo ha optado como todo programa por durar. No comparte aún el gabinete con la derecha, pero sigue nombrando figuras sin experiencia política conocida y, en muchos casos, con antecedentes de estar envueltos en casos de corrupción.

Del programa inicial del gobierno, el llamado “Programa del Bicentenario” no queda nada. El punto más importante y que según muchos le permitió producir la polarización necesaria para ganar la elección: el convocar a un referéndum para preguntar al pueblo si quería una Asamblea Constituyente para elaborar una Nueva Constitución, tuvo un atisbo a fines de marzo cuando Castillo envió un proyecto de ley al Congreso con ese fin. Sin embargo, este siguió el camino previsto, fue archivado de inmediato en la Comisión de Constitución sin llegar siquiera al pleno.

Pero lo que es peor, no fue acompañado de una campaña de movilización nacional ni de la propaganda respectiva. Esto hace ver que fue un “saludo a la bandera” sin otra consecuencia que agitar momentáneamente a las bases populares que todavía confían en un cambio.

Cuando recién empezó esta etapa de simplemente durar daba la impresión de que Castillo y su entorno hubieran creído que bastaba con arriar las banderas iniciales para que la derecha los dejara tranquilos, pero si bien entre parlamentarios parecen haber llegado a alguna convivencia, el acoso a Castillo no ha cesado.

No habiendo podido declarar la vacancia de la presidencia de la república, que han intentado hasta en tres ocasiones en los primeros seis meses de gobierno, ahora van tras la vicepresidenta y la primera dama, en ambos casos con acusaciones tontas que no hubieran sucedido en otros gobiernos. No está demás señalar el tufillo racista de ensañarse con ambas mujeres, las dos de procedencia andina.

Las tácticas de inicios de año por parte de la derecha y el centro, que iban de la vacancia a elecciones adelantadas, no tienen hoy la inminencia de meses atrás, sobre todo por falta de fuerzas señalada de las derechas que las impulsan. Las izquierdas que ya no están o nunca estuvieron en el gobierno, tampoco las promueven porque consideran que sacar a Castillo bajo cualquier forma en la actualidad traería un gobierno de derecha abierta contrario a sus intereses, prefiriendo prepararse para un desenlace posterior de la situación.

Así las cosas, creo que lo importante ahora es señalar el tipo de coyuntura en que se sitúa este empate catastrófico. Creo que la situación profundiza las múltiples crisis, de gobierno, régimen político y estado; a las que el gobierno de Pedro Castillo, se pensó en algún momento que podría darles salida.

El Perú ha pasado ya en los últimos cinco años por la amarga experiencia de que cambiar ministros, gabinetes, congresos y presidentes no soluciona la crisis en la que nos metieron los gravísimos escándalos de corrupción que han tenido como protagonistas a grandes empresas nacionales y extranjeras y buena parte de la clase política.

La alianza de ensueño que han pregonado en los últimos treinta años, con todos los medios a su alcance, desde canteras reaccionarias: el gran capital nacional y extranjero y los gobernantes de turno a su servicio, ha volado por los aires en el último quinquenio, destruyendo la confianza de la mayoría de la población en estos políticos e incapacitando al sistema para reproducirse. Esta es la gran novedad de la coyuntura actual, inédita en las últimas tres décadas, desde que el golpe de estado del cinco de abril de 1992 implantara el modelo neoliberal.

Pedro Castillo mismo es producto de esta pérdida absoluta de legitimidad. Un maestro rural que logra liderar una gran huelga del movimiento sindical más importante del Perú como son los maestros el año 2017, denunciando el programa de liquidación de la educación pública que se estaba desarrollando. En el curso de la lucha es vilipendiado de la peor manera con los peores epítetos racistas por los medios y las autoridades de la época.

No logra vencer, pero queda en la memoria de los más pobres como uno de ellos que se atrevió a denunciar las condiciones de injusticia en las que viven. Cuatro años más tarde este maestro gana la presidencia, pero sin los recursos para gobernar. A la esperanza en su figura suma la frustración con lo que va de su gobierno, aunque más allá de lo que suceda, deja la impresión que después de él las cosas no volverán a ser como antes.

El empate catastrófico se sitúa en esta crisis profunda en la que el deterioro del día a día permite ver, sin gran perspicacia, los problemas más de fondo del Perú. Por ello no creo que haya salida cumpliendo las ambiciones de la derecha de regresar a los momentos de auge del modelo neoliberal, diez o veinte años atrás, señalando que lo que habría faltado fue la implementación de la “segunda generación” de reformas de mercado como señala el Banco Mundial, poniendo toda la sociedad en una racionalidad mercantil.

Eso sería como volver a recorrer, aunque seguro que en un tiempo muchísimo menor, el camino del fracaso al que vemos hoy que nos ha llevado el neoliberalismo. Tampoco creo que la salida sea una “reforma política” para mejorar la representación, pero sin tocar el modelo económico, como señala algún centro político hasta ahora de escasa fortuna electoral. Por esto, me parece que la salida se encuentra hacia adelante y no hacia atrás, en la gran promesa hasta ahora dejada de lado o no impulsada con suficiente decisión: la convocatoria a una Asamblea Constituyente para elaborar una Nueva Constitución.

Empero, el problema, en todos los casos es la agencia política: ¿Quiénes van a ser los actores que van a llevar adelante cada una de las propuestas? Hay un cansancio político en el Perú, que se puede observar en los partidos y tendencias, pero también en el movimiento social.

La indignación que causó la corrupción y que llevó a movilizaciones ciudadanas importantes que alguna vez dieron la impresión de que podrían llevar a reformas profundas y no sólo de las reglas electorales, parece haber sido aplacada no se sabe si por el efecto inmediato de la pandemia o por el fenómeno devastador del hambre y la destrucción del trabajo consecuentes.

La falta de ingresos, que se expresa sobre todo en una tasa de informalidad que se calcula puede superar el 80% de la PEA, es la mayor dificultad por superar transformar la representación política y aspirar a colocar al país en otro camino. A pesar de todo la derecha, con el mismo programa de estos años, aunque con actitudes más agresivas, ha avanzado en su presencia política. No duda de amenazar con un giro autoritario si es que la situación desborda los cauces de lo que ellos consideran instituciones.

En esta actitud disciplinan además a los que dudan, sumándolos al coro anti-Castillo no solo por la ineptitud en el gobierno y la posible corrupción de sus colaboradores, sino porque se trata de un presidente ajeno a sus formas y a su círculo social. Si no hay en la práctica un volver atrás para esta derecha, sí existe la posibilidad de una salida autoritaria como dictadura abierta o una democradura, es decir una democracia con más limitaciones que la actual, ambas posibilidades que barajan diariamente.

Por otra parte, la izquierda está dispersa y la población confundida, aunque un vasto sentimiento izquierdista en la población subsista y pueda aflorar en el desenlace de esta crisis como ocurrió con la elección de Pedro Castillo. Por un lado, existe un gobierno que se llama de izquierda, pero no realiza políticas de izquierda. Asimismo, grupos parlamentarios que también se llaman de izquierda, pero cuyo apoyo al gobierno es equívoco y parece más un apoyo por reparto de prebendas que por otra cosa.

En otras palabras, una izquierda que tanto en el Poder Ejecutivo como en el Legislativo repite comportamientos que la oposición ha censurado agriamente a la clase política en estos años de neoliberalismo. Esta situación definitivamente tendrá un costo político para la izquierda que logre superar la actual coyuntura. En cuanto a la izquierda anterior al gobierno de Pedro Castillo, en la que destacan dos grupos: Nuevo Perú y Patria Roja, no se logra todavía una agenda común que permita una acumulación de fuerzas desde fuera del gobierno actual, para poder tener una acción destacada en un desenlace de la crisis.

Un tema que destaca, sin embargo, en la agenda pública a diferencia de otras épocas es el tema constituyente, donde no se puede soslayar la influencia de otras experiencias latinoamericanas como es el caso de la experiencia chilena. Es quizás hoy el único parteaguas claro para la población entre izquierda y derecha. Es importante señalar que en este punto ha tomado la iniciativa la izquierda que se encuentra fuera del gobierno.

Ello se ha traducido en que la demanda por una Asamblea Constituyente sea parte de los pliegos de reclamos en diferentes conflictos sociales que asocian la precariedad de la situación, especialmente económica, con el modelo neoliberal que se plasma en la constitución actual promulgada por el gobierno autoritario de Alberto Fujimori en 1993. Pero es todavía un hecho reciente que tiene aún camino por recorrer para convertirse de reclamo aislado en conciencia cívica de la ciudadanía.

Se mantiene entonces la interrogante de cómo se resolverá este empate catastrófico. Si es por la derecha, la solución inevitablemente será la profundización de las recetas clásicas del neoliberalismo y el endurecimiento político contra la izquierda y las posiciones progresistas en diversos ámbitos. Si es por la izquierda, aunque las posibilidades sean menores, se abrirá un espacio para que el tema constituyente avance y se ponga nuevamente a la orden del día.

La posición que se toma como intermedia, planteada como un supuesto consenso, de una reforma política sin una reforma económica, muy agitada por algunos medios de comunicación y que se plasma en la consigna de “adelanto de elecciones”, creo que no es una salida a la situación de crisis y tiene menos posibilidades inmediatas por su escasa fuerza política, aunque de darse brindaría quizás un tiempo a la maduración para decantar la polarización y señalar los caminos que tiene por delante el Perú.

*Sociólogo peruano

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