Estados Unidos y el debate sobre América Latina: dominación imperialista y “negligencia benigna” – Por el Dr. C. Jorge Hernández Martínez

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Estados Unidos y el debate sobre América Latina: dominación imperialista y “negligencia benigna”

Por el Dr. C. Jorge Hernández Martínez*

El artículo reflexiona sobre las valoraciones que suscita la región latinoamericana ante la política actual de los Estados Unidos, un año y medio después de establecida la Administración Biden, de cara a la IX Cumbre de las Américas. El análisis expone algunas preguntas y se aproxima con brevedad a posibles respuestas. ¿Qué significado se le atribuye a América Latina en las percepciones gubernamentales y académicas a la luz del contexto político-ideológico interno norteamericano? ¿Mantendrá la región su lugar en el sistema de dominación imperialista o se impondrá un nuevo período de desatención o como se expresa con eufemismo, de “negligencia benigna”? Pareciera que ante los problemas que enfrentan los Estados Unidos a nivel interno y en su geopolítica global, Nuestra América permanecerá en la estrategia de dominación dirigida a impedir la unidad latinoamericana, limitar la presencia de rivales hegemónicos extracontinentales, obstaculizar la llegada al poder de fuerzas progresistas y desalojarla de los gobiernos donde se hallen establecidas, revertir los procesos antimperialistas y revolucionarios en curso y destruir el simbolismo de la Revolución Cubana.

A partir del cambio que tiene lugar en la correlación mundial de fuerzas al comenzar el último decenio del pasado siglo —en medio del cual los Estados Unidos experimentan una recuperación relativa de la crisis hegemónica que vivió años antes, se desintegra la Unión Soviética y desarticula el sistema socialista en Europa del Este—, se establece en las ciencias sociales el concepto de “fin de la Guerra Fría”. En ese marco, cobra cuerpo la consideración de que América Latina pierde interés para los Estados Unidos ante la contracción de los movimientos y fuerzas progresistas y no existir amenazas a su seguridad (Castañe- da, 1993). Unido a ello, se asume que en la agenda de sus relaciones predominan los asuntos denominados “intermésticos” (como la migración, el comercio, el crimen organizado transnacional, la energía y el medio ambiente).1  Una  mirada  a  la  misma  atendiendo a los desempeños de los gobiernos estadounidenses y sus consecuencias para la región latinoamericana, desde Clinton hasta Trump, deja claro que los principales temas que definen las relaciones entre las dos Américas poseen esa naturaleza dual, interna e internacional. Se confirma, así la muy temprana apreciación leninista, según la cual entre la política interna y la exterior existe un nexo dialéctico, y “la idea de se- pararlas es profundamente equivocada, no marxista, no científica” (Lenin, 1973: 34).

Sobre la base de tales consideraciones, el presente trabajo reflexiona sobre las va- loraciones que suscita la región latinoamericana ante la política actual de los Estados

Unidos, un año y medio después de establecida la Administración Biden, de cara a la IX Cumbre de las Américas. Algunas preguntas, a cuyas respuestas pretenden aproximarse de forma embrionaria, las notas que siguen. ¿Qué significado se le atribuye en las percepciones gubernamentales y acadé- micas especializadas, a la luz del contexto políticoideológico interno norteamerica- no?  ¿Mantendrá  América  Latina  su  lugar en el sistema de dominación imperialista, como objeto de sus apetencias y no como sujeto de sus propias determinaciones, o se impondrá un nuevo período de desatención, o como se expresa con eufemismo, de “negligencia benigna”?

Al conjugar en el análisis las declaracio- nes de Biden durante su campaña presiden- cial electoral y el camino recorrido por su Administración, tiene sentido formular como hipótesis que no se articulará una visión estratégica efectiva hacia América Latina, a pesar de contar Biden con más conocimientos de la región y experiencias previas en su manejo político que otros presidentes de la misma filiación partidista. Hasta la fecha, por encima de su retórica discursiva y de la de sus funcionarios ocupados en el área, se registra una postura ambivalente y de confrontación con algunos países y procesos. No se ha distanciado lo suficiente del legado de Trump ni hecho suyo el enfoque de Obama. América Latina tendrá un per- fil relativamente bajo habida cuenta de las prioridades a nivel interno y en la geopolíti- ca global. Pero se mantendrá el empeño en impedir la unidad latinoamericana, limitar la presencia de rivales hegemónicos extracontinentales, obstaculizar la llegada al poder de fuerzas progresistas y desalojarla de los gobiernos donde se hallen establecidas, revertir los procesos antimperialistas y re- volucionarios en curso y destruir el simbolismo de la Revolución Cubana.

Estados Unidos en su contexto interno: política e ideología 

Aunque va quedando atrás la situación que se dibujaba al terminar el reñido proce- so electoral de 2020, podría afirmarse que en la sociedad civil, la cultura y el sistema político, no han desaparecido del todo los efectos desoladores de una crisis múltiple, que incluía ante todo los estragos del Corona- virus, con miles de contagiados y fallecidos, en un país fragmentado no sólo en términos partidistas o ideológicos, en el que había calado, entre rechazos y adhesiones, la cosecha “trumpista”, que no ha abandonado la escena político-ideológica interna, y donde se aprecian, de forma manifiesta cuando no latente, viejas tendencias, que se superponen con otras, más recientes (Hernández Martínez, 2021).

A pesar del extenso programa de vacunación que existe en el país promovido por Biden, diversas variantes de la enfermedad han seguido propagándose con fuerza. En cuanto a la economía, si bien se advierten signos de recuperación de los estragos, causados por la pandemia, y a reserva del pro- nóstico de la Reserva Federal, que anticipa un crecimiento cercano al 6% para 2022, considerándose que sería el más alto desde 1984, persisten al menos tres problemas: el control de la creciente inflación, el fenóme- no identificado como crisis de los contenedores, consistente en la escasez de ciertos bienes de consumo, debido a dificultades en las cadenas globales de suministro, y el abandono de puestos de trabajo en el mer- cado laboral, sobre todo en aquellas actividades con las remuneraciones más bajas y en los que las personas están más expues- tas a contagiarse (Guillén, 2022).

El resultado de los comicios de 2020 confirmó cuán dividida se hallaba la sociedad norteamericana, evidenciándose un destacado activismo de sectores de extrema derecha […].

El resultado de los comicios de 2020 con- firmó cuán dividida se hallaba la sociedad norteamericana, evidenciándose un desta- cado activismo de sectores de extrema de- recha, que se movilizarían de inmediato, ganando espacios mediante manifestaciones masivas y llevando a cabo el asalto al Capitolio. Para una determinada gama de la sociedad estadounidense, que incluye una amplia variedad clasista (sectores de trabajadores y de clase media, algunos de ellos radicados en áreas rurales y suburbanas, hombres blancos adultos con bajo nivel de escolaridad, segmentos vinculados a la in- dustria de la construcción y energética, a los bienes raíces y al complejo militar-industrial), no existe interés de cambio en el país. El resentimiento hacia el partido demócrata de aquellos a los que Trump llamó “los olvi- dados”, afectados por la política socioeconómica de Obama, junto a exponentes de la derecha radical, la evangélica incluida, se su- perpone o mezcla con las posiciones ideológicas del llamado nacionalismo jacksoniano dentro del Partido Republicano, que sigue dividido, y donde algunas corrientes, como la conservador tradicional y la neoconser- vadora cuestionan las intenciones de Trump de aspirar a su nominación como candidato para las elecciones de 2024 y rechazan su propuesta de crear otro partido, el llamado Patriota, la cual ha ido perdiendo peso. A ello se suma otro elemento que ilustra las divisiones en el país: la influencia y relativa fortaleza de las tendencias que apoyaron a Bernie Sanders, identificada como el ala izquierda del Partido Demócrata, que cons- tituye un factor que aleja a esa base partidista de la que sostiene y respalda a Biden, que hace suyas fundamentalmente las banderas ideológicas de la tradición liberal wilsoniana, y en ciertos casos, la hamiltoniana (Hernández Martínez, 2021).

Con el trasfondo de tal mosaico políticoideológico, Biden trata de avanzar en el plano interno. De ahí dependerá en no poca medida la viabilidad de su agenda exterior y de la tocante a las relaciones con América Latina. Ese proyecto comprende propuestas generales que servirían de marco el di- seño de la política latinoamericana, entre las cuales se afirma reforzar la democracia y restaurar el liderazgo moral de la nación; restituir la imagen y la frase que presenta a los Estados Unidos como “nación de inmigrantes”; revitalizar el compromiso nacional para promover los derechos humanos y la democracia en el mundo; identificar seguridad económica con seguridad nacional; reconstruir la clase media como columna vertebral del país.

Es en ese contexto que Biden propuso realizar la Cumbre por la Democracia mun- dial para “renovar el espíritu y el propósito compartido de las naciones del mundo libre”, enfrentar los retrocesos que apreciaba y forjar una agenda común ante las amena- zas a los valores norteamericanos y en ge- neral, occidentales. Constituyó una manipuladora y funcional antesala, propiciadora de la lógica político-ideológica desde la cual se situaría ulteriormente la IX Cumbre de las Américas.2

Quizás la manera más gráfica y matizada de ponderar los alcances de la crisis de legitimidad que vive el país, como proceso político-ideológico fundamental, sea la sugerida por Wade Davis, al entender el pro- ceso que selló la secuela electoral de 2020 y el asalto al Capitolio como un “desmorona- miento” de los Estados Unidos, cuya sombra se proyectará largamente, con un impacto devastador, reduciendo a jirones la ilusión del excepcionalismo norteamericano, constituyendo un punto de inflexión histórica (Davis, 2020). Y aunque como proceso real parece exagerada la reflexión de Stephen Marche, es totalmente válida como representación metafórica: “Los Estados Unidos de hoy se dirigen una vez más hacia la guerra civil y, una vez más, no son capaces de afrontarlo. El sistema político estadou- nidense está tan sobrecargado de ira que cada vez se hacen más imposibles hasta las tareas más elementales del gobierno. El sistema legal pierde legitimidad día tras día” (Marche, 2022). En resumen, la nación está signada por la brecha ideológica que, como cuña, agrieta la legitimidad política tradicional, conmociona los valores y mitos fun- dacionales, así como la cultura cívica (Hernández Martínez, 2020 y 2021).

Las visiones de Estados Unidos sobre América Latina

La relación histórica de los Estados Uni- dos con América Latina se define ante todo, desde el siglo XIX hasta el XXI, por una constante pretensión de dominio, una gran asi- metría de poder y por una fuerte depen- dencia (Connell-Smith, 1977, Smith, 1996, Shoultz, 1999, Ayerbe, 2002, Suárez Salazar, 2007).

Existe un debate inconcluso sobre el lugar y papel asignado a América Latina en el contexto de las proyecciones globales norteamericanas, acerca de si la política estadounidense coloca al escenario latinoa- mericano entre sus principales prioridades, de naturaleza estratégica. En rigor, no se trata tanto de precisiones semánticas sino de acciones concretas. En tal sentido, podría resultar secundaria la discusión en torno a la palabra exacta que define la significación que le atribuyen los Estados Unidos a América Latina a lo largo de la historia: si lo adecuado es considerar su prioridad o su importancia. Aunque no se trate de sinónimos,

en este caso podría decirse que constituye un área de gran importancia, o de prioridad relativa, si se le compara, por ejemplo, con la primacía otorgada a regiones como Asia y Pacífico, Medio Oriente o Europa. El relieve, la importancia, la prioridad que adquiere América Latina para los Estados Unidos a través de los años y de los siglos, depende de coyunturas, en una u otra etapa, de cuán- do existen crisis o conflictos de relieve y del estado de salud del imperio y los recursos de que dispone en uno u otro momento. Pero existen intereses geopolíticos y econó- micos de larga data, a partir de la vecindad geográfica y del simbolismo que conlleva la convivencia en un área tan cercana. La definición de Lars Schoultz es, desde este punto de vista, sumamente gráfica y reveladora: “Tres consideraciones siempre han determinado la política de los Estados Unidos hacia América Latina: primero, la presión de la po- lítica doméstica norteamericana; segundo, la promoción del bienestar económico de los Estados Unidos; y tercero, la protección de la seguridad estadounidense” (Shoultz, 1999: 6). Con expresiones singulares a través de diferentes etapas, esas consideraciones configuran como invariantes el sistema de dominación y condicionan sus reajustes, actuando mediante diferentes combinaciones y énfasis, acorde con las correlaciones de fuerzas en cada momento.

Bajo esas coordenadas, lo que se requie- re en el proyecto imperialista hacia los países latinoamericanos es control sobre los procesos internos y los gobiernos, lo cual se presenta hoy mediante los argumentos pú- blicos de la Administración Biden en su primer o único período, de que busca superar los excesos de Trump, avanzar en el control de la pandemia, defender la democracia,

combatir la corrupción, controlar la migración, proteger el cambio climático, fomentar las inversiones, recuperar el lugar mundial de los Estados Unidos, en tanto que lo que le interesa realmente es preservar la hege- monía y la dominación. Esas intenciones las coloca bajo la sombrilla de las declaraciones iniciales generales de Biden, que miran en primer término hacia dentro de la sociedad norteamericana: reconstruir el país, restau- rar el alma de la nación.

América Latina ha cambiado profundamente desde finales del siglo XX, abriéndose paso procesos contradictorios, que incluyen la alternancia de gobiernos y movimientos sociales  de signos opuestos, la articulación y el ocaso de alternativas integracionistas […].

 

América Latina ha cambiado profunda- mente desde finales del siglo XX, abriéndose paso procesos contradictorios, que incluyen la alternancia de gobiernos y movimientos sociales de signos opuestos, la articulación y el ocaso de alternativas integracionistas, aperturas democráticas y cierres represivos, pero lo que ha permanecido inalterable es la real voluntad de modificar esencialmente la proyección estadounidense. Más continuidad que cambio ha definido el quehacer de las cuatro figuras que han ocupado la Casa Blanca en la actual centuria, hasta el presente. De ahí que con frecuencia pareciera que los manejos estadounidenses en su política latinoamericana están condenados a cierta repetición. Pero, naturalmente, se registran modificaciones en los estilos, los ritmos, los contenidos, las formas, los acen- tos, los lenguajes. Ello ha estado en consonancia con los liderazgos personales, las orientaciones ideológicas y los patrones de comportamiento de uno u otro partido.

En este sentido, se identifican algunas diferencias importantes cuando se con- trastan los desempeños de los dos partidos norteamericanos en América Latina (Maira, 1981, Russell y Tokatlián, 2009). Por un lado, se señala que habitualmente, ha sido en los períodos de Administraciones demócratas en los que han tenido lugar los rea- justes mayores, en los que se han diseñado grandes formulaciones ideológicas y pro- gramas políticos. Como ejemplos, tómen- se los gobiernos demócratas que llevaron consigo, respectivamente, la estrategia del “Buen Vecino” (Roosevelt), la Alianza para el Progreso (Kennedy), la política de Derechos Humanos (Carter) y la del Poder Inteligente (Obama). También se puntuali- za que en esos gobiernos, los académicos dedicados a estudios internacionales des- empeñaron un rol influyente, más o menos directo, a través de sus obras o de asesora- mientos personales, aportando criterios a los formuladores de política y a los propios presidentes, que proyectan amplias y coherentes visiones sobre América Latina, de aplicación general al continente, con anuncios espectaculares sobre sus agendas, aludiendo a los valores tradicionales de la nación norteamericana y a una presunta comunidad o identidad de intereses, sobre la base ideológica de la Doctrina Monroe, el Panamericanismo y la tradición ideoló- gica liberal estadounidense. En el caso de Roosevelt, se distinguió la figura de Nelson Rockefeller, a quién encargó la dirección de la Oficina de Asuntos Interamericanos; en el de Kennedy, Arthur Schlesinger Jr., McGeorge Bundy y Theodor Sorensen; en el de Carter, Zbigniew Brzezinski; en el de Obama, Joseph Nye. En esta caracterización se señala que el modelo demócrata tiende a basarse en conocimientos más precisos del acontecer latinoamericano, definidas según el enfoque del realismo, que “ve al mundo tal cual es”, por lo cual sus diagnós- ticos son más cercanos a la realidad e informan mejor a la política gubernamental.

A diferencia del modelo   demócrata, el republicano presta menos atención a las construcciones ideológicas, se apoya en una visión pragmática, que en lugar de mirar hacia ideales y valores compartidos […].

A diferencia del modelo demócrata, el republicano presta menos atención a las construcciones ideológicas, se apoya en una visión pragmática, que en lugar de mirar hacia ideales y valores compartidos, aplica una mirada apegada a los hechos, llamada factualista, que se define concreto en las relaciones bilaterales con cada país o subregión, dejando a un lado la espectacularidad en las formulaciones de la agenda. Más que utilizar la asesoría individual especializada de figuras intelectual o académicamente re- conocidas, acuden a criterios elaborados por grupos de trabajo que vinculan a tales estu- diosos con exintegrantes de equipos de go- bierno anteriores, directores empresariales, conformando una especie de red entre el sector público y el privado, sobre la base de una ideología conservadora compartida, de un nivel de análisis inferior al de los modelos demócratas, construida a partir de un enfoque idealista, que “no ve al mundo como es, sino como se quisiera que fuese”, de modo que su visión tiende a alejarse de los acontecimientos, propiciando miradas ca- prichosas o voluntaristas desde el gobierno. Cabe decir que lo expuesto dibuja rasgos generales, que en la práctica resultan, a la luz del presente, un tanto esquemáticos, apreciándose, por ejemplo, como una ten- dencia común el acudir cada vez más a mi- radas colectivas, multidisciplinarias, como las que indistintamente nutren a gobiernos demócratas y republicanos. En el primer ca- so, apoyados en instituciones académicas (los conocidos think-tanks) liberales, como Brookings Institution, Interamerican Dia- logue, Council On Foreign Relations, y con- servadoras en el segundo, como American Enterprise Institute, Heritage Foundation, Center for Strategic and International Studies, entre otros.

Desde otro punto de vista, no debe ob- viarse el hecho de que, por supuesto, el conocimiento y experiencia previa que pueda tener un político —sobre todo si se trata de un presidente, y no de un país cualquiera, sino del más poderoso, acerca de una región o el mundo en su conjunto—, le capacita para un desempeño en la arena mundial que responda a los intereses nacionales. Más allá del enjuiciamiento ético, legal o académico que se pueda hacer del mismo, y sobre todo, a la luz de la historia pasada, de lo que se trata es de si la actuación en cuestión satisfizo o no los imperativos del imperialismo norteamericano en una etapa dada. Pero el conocimiento y la experiencia precedente no garantizan ese propósito y mucho menos, el beneficio para los intere- ses de los países situados al Sur del Río Bra- vo, diferentes e incluso, contrapuestos a los imperiales. Como tampoco contar con ello constituye un aval que asegure la sensatez y la eficiencia en el rumbo que pueda tomar la proyección hacia la región de un nuevo gobierno.

Cuando se examina la política seguida hacia América Latina por mandatarios an- teriores que encabezaron gobiernos demócratas, como por ejemplo James Carter, no solo carecía de los atributos mencionados y de familiaridad con el tema internacional y regional, sino que cuando inició su candida- tura a la presidencia en 1976, era considerado un político con poca experiencia como senador y gobernador, con escaso reconocimiento a nivel nacional, y pocas posibili- dades de éxito. Sin embargo, su desempeño latinoamericano fue relevante y aunque con tropiezos, funcional a los Estados Unidos. Después de un decenio de desinterés norteamericano en la región, su presidencia situó a América Latina de nuevo en la agenda estadounidense. Tres hitos. Uno, Canal de Panamá, Tratado Torrijos-Carter que acabó con más de setenta años de intrusión y humillación. Dos, el principal paso para la normalización de las relaciones con Cuba hasta Obama en 2014: apertura de las seccio- nes de intereses y flexibilización de algunos ingredientes del bloqueo. Tres, afirmación de valores democráticos frente a regímenes dictatoriales, convirtiendo el tema de derechos humanos en bandera de política latinoamericana, propiciando un radical enfriamiento con Pinochet en Chile, después del asesinato del ex canciller Orlando Letelier.

En los casos de Kennedy, Clinton y Obama, se advierte una trayectoria parecida, en el sentido de que contaban con experiencias políticas (el primero y el último como senadores, y el intermedio, como gobernador). Al igual que Carter, en sus labores legislativas y estaduales, en las que la atención se concentra básicamente en asuntos locales, no disponían de referencias ante proce- sos en América Latina. Sin embargo, todos anotarían en su expediente importantes ac- ciones desde el punto de vista de los intere- ses de los Estados Unidos.

Así, Kennedy apadrinó la invasión a Playa Girón, promovió la Alianza para el Progreso (ALPRO) y manejó la Crisis de Octubre. Clinton firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), puso en vi- gor la Ley Torricelli, aprobó la Helms-Burton y auspició el nacimiento de las Cumbres de las Américas, al organizar la primera de ellas, en Miami, en 1994, en la que nacería la idea del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Obama, que comenzaría su mandato con una elevada retórica que prometía “un nuevo comienzo” en las relaciones interamericanas”, dejaría un legado incrementado en el proceso de restructuración del sistema de dominación de los Estados Unidos en la región, al estrechar las coordinaciones con los sectores oligárquicos nacionales de derecha, propiciando los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, el primero con fachada democrática, pero con respaldo militar, y el segundo, de índole legislativa, inaugurando así una secuencias de acciones parlamentarias y judiciales, que consiguió además desestabilizar un proceso como el de Brasil, al sacar del gobierno a la presidenta, descreditar y encarcelar a la figura emblemática de la izquierda. Obama manipularía las Cumbres de las Américas de 2009, 2012 y 2015, ganando tiempo en su ofensiva enfilada contra los gobiernos progresistas, emancipadores y antimperialistas, profundizaría la escalada subversiva contra Venezuela en todos los frentes y procedería al restablecimiento de las relaciones con Cuba, considerando que con ello avanzaría en el viejo objetivo norteamericano de derrocar a la Revolución, al cambiar los medios, más manteniendo los fines. Como parte de la estrategia geopolítica de reforzamiento de los resortes de seguridad, propuso la llamada Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte en América Central, re- activó la Cuarta Flota Naval, subordinada al Comando Sur, concibió el enfrentamiento subregional a las experiencias guberna- mentales más radicales en el área andino- amazónica, coordinando la citada ofensiva contra la Revolución Bolivariana en Vene- zuela, la Ciudadana en Ecuador y la Democrática-Cultural en Bolivia y favoreciendo el diálogo entre gobierno y guerrillas en Colombia, país utilizado como pieza clave en los planes de los Estados Unidos. También avanzó en las intenciones de quebrar los proyectos de unidad, integración y concertación, identificando el obstáculo que representaban para los intereses norteamericanos ALBA, UNASUR, CELAC (Hernández Martínez, 2016, Vázquez Ortíz, 2018, 2020 y 2021).

América Latina en la mirada y el quehacer de Biden

La situación de Biden no encaja exacta- mente o al pie de la letra en las argumentaciones expuestas, como era de esperar, considerando que siempre la realidad es mucho más rica que cualquier construcción analítica o intento de clasificación. Su actuación guarda determinada correspondencia con el modelo demócrata, en el sentido de portar una mirada ideológica, pero combina ciertos elementos del pragmatismo republicano. En lo concerniente a experiencia y conocimiento de la realidad latinoame- ricana su caso es muy diferente de los que se han referido. Se considera que es posiblemente uno de los políticos estadounidenses con más experiencia en relaciones internacionales, América Latina incluida, atendiendo a su labor previa como senador y presidente del Comité de Relaciones Exteriores, así como a su actividad como vicepresidente en la administración Obama, al atender diversos asuntos y realizar numerosos viajes en función de la ampliación y consolidación de intereses de los Estados Unidos, destacándose por su capacidad en el manejo de cuestiones delicadas y conflictos, y en la búsqueda de alianzas para el manejo diplomático de problemas comunes. Respecto a América Latina, Biden fue el primer funcio- nario de alto nivel de la administración Obama en viajar a Centroamérica (Costa Rica) y al Cono Sur (Chile), así como el último en visitar la región andina (Colombia). Realizó alrededor de una veintena de visitas a diversos países. El que más visitó fue México, seguido de Brasil y Colombia, luego Chile y Guatemala, así como también Costa Rica, Panamá, República Dominicana, Honduras y Trinidad y Tobago. Un estudio detallado señala que aunque existió determinado grado de coordinación entre Biden y Obama, y si bien como vicepresidente respaldó las prioridades del Jefe de Estado también tuvo cierta autonomía, apreciándose reiteración en sus intereses y manejos en temas rela- cionados con la seguridad, como los de la inmigración indocumentada, el narcotráfico, la corrupción generalizada y la fragilidad de las instituciones democráticas, unido al del cambio climático. Varios análisis le ubican una posición muy comprometida no sola- mente con lo que era el enfoque de Obama, sino con el que se promueve desde la razón de Estado, o sea, atendiendo a los llamados intereses nacionales permanentes norteamericanos.

Un estudio detallado señala  que  aunque existió  determinado grado de coordinación entre Biden y Obama, y si bien como vicepresidente respaldó las prioridades del Jefe de Estado también tuvo cierta autonomía, apreciándose reiteración en sus intereses y manejos en temas relacionados con la seguridad, como los de la inmigración indocumentada, el narcotráfico, la corrupción generalizada y la fragilidad de las instituciones democráticas, unido al del cambio climático.

Con respecto a Cuba, pareciera que su esquema invierte los términos del que utilizó Obama. A diferencia de este, que promovió las relaciones asumiendo que con ello en la Isla se produciría una gradual apertura en los temas de democracia y derechos humanos, Biden apuesta por exigir primero que para el mejoramiento de las relaciones, la Revolución muestre cambios en ambos terrenos. En su lenguaje ha enfatizado la existencia de problemas en Cuba en el campo de violaciones de derechos humanos jun- to a limitaciones en el ejercicio democrático, y ha asumido posiciones semejantes hacia Venezuela, siendo significativo que desde que se proyectaba inicialmente durante las primarias del Partido Demócrata, Biden fue el primer candidato en expresar su apoyo a Juan Guaidó. En su momento, se conside- ró su papel desde la sombra, junto a Hillary Clinton, en la acción golpista en Honduras.

Desde el punto de vista de la exposición formal de las líneas de la política exterior general y latinoamericana de Biden, en marzo de 2021 la Casa Blanca publicó el documento titulado Guía estratégica interina de seguridad nacional, que podría considerarse como anticipación de la habitual Estrategia de Seguridad Nacional que exponen las directrices gubernamentales. Si se compara con la anterior, la emitida en 2017 bajo Trump, se evidencian vasos comunicantes y puntos comunes. Por ejemplo, se menciona entre los adversarios a China, Rusia, Irán y Corea del Norte, precisándose al primero como la principal amenaza. Con respecto al continente, menciones sucintas a México, Centroamérica, a la migración irregular, entre otras referencias. Declaraciones del Secretario de estado, Anthony Blinken y del Di- rector del Consejo de Seguridad Nacional para el Hemisferio Occidental, Juan Gonzá- lez, subrayan el tema de la supuesta defen- sa estadounidense de la democracia, junto a otros, como los de la corrupción y la migración, que junto a pronunciamientos del propio Biden definen lo que se persigue en la región y con la Cumbre de las Américas a realizarse por segunda ocasión en territorio de los Estados Unidos, La primera de todas tuvo lugar, como es bien conocido, en Miami, en 1994, y la de 2022 será en Los Ángeles. En un viejo trabajo, escribía Robert Pastor —uno de los principales estudiosos de las relaciones interamericanas en el poderoso Vecino del Norte—, que no existían cortes naturales en la política exterior de un país. Especificaba que “a veces, los puntos de cambio decisivos en la política exterior de los Estados Unidos han coincidido con un hecho específico, interno o exterior, como la Gran Depresión o la Revolución Cubana”. Y agregaba que “pocos presidentes de los Estados Unidos se han concentrado en América Latina y el Caribe. Aquellos que han formulado políticas se han visto forzados a hacerlo por circunstancias casi siempre debidas a crisis de seguridad” (Pastor, 1987: 197). Quizás esa consideración pueda servir de premisa al intento de explorar y caracterizar, a muy grandes trazos, la mirada del actual gobierno demócrata norteamericano, presidido por Josep Biden, al transcurrir un año y medio de su primer o único mandato, que se esfuerza justamente por una suerte de corte intencional, no natural —asumiendo la precisión de Pastor— y marcar una identidad propia que distancie su política, e incluso, la contraponga, a la de su antecesor.

En la coyuntura actual, parecen válidos los razonamientos de Pastor. Los problemas que exhibe la dinámica hemisférica no lle- van consigo nuevos traumatismos para la lectura imperial norteamericana. Más bien existe una pauta que prolonga situaciones heredadas en algunos casos de los pe- ríodos de gobierno de Barack Obama o del de Donald Trump, percibidas más bien con beneplácito por los círculos que deciden e implementan la proyección latinoamerica- na de los Estados Unidos (Arnson, 2021 y Ayuso, 2021). Los objetivos maximalistas de esa política, referidos al derrocamiento de los procesos revolucionarios en Cuba y Venezuela, a la desarticulación de todos los me- canismos de integración o concertación regional y a anular los esfuerzos en favor de la unidad latinoamericana, no se han logrado. Pero el imperialismo ha cosechado frutos a partir de la escalada o contraofensiva introducida en Honduras con la modalidad de un Golpe de Estado de novedosa factura (Regalado, 2021). Desde entonces se aplica con no pocos aciertos un expediente deses- tabilizador, contrarrevolucionario y subver- sivo a través de la manipulación de métodos legislativos y judiciales, de la intensificación de prácticas de guerra económica, psicológica y mediática, amparadas en las fórmulas de los llamados golpes blandos y de la Guerra No Convencional, encaminadas a debilitar los soportes populares de los procesos pro- gresistas y de izquierda, al descrédito de sus liderazgos, sin abandonar el empleo directo de la fuerza.3 Ese reajuste, como otros operados en la política norteamericana, toma en cuenta los cambios en la correlación hemisférica de fuerzas, pero teniendo como eje siempre los efectos para Cuba, que vendría a ser, como en una ecuación algebraica, una función de las readecuaciones de la estrate- gia hacia América Latina.

En lugar de conclusiones

Como ha sucedido en otras épocas, sobre todo durante el primer y el segundo año de una nueva Administración, se abre el debates cerca de la prioridad, importancia, cambio y continuidad de la política latinoamericana de los Estados Unidos.

La mayoría de los criterios especializados en el tema concuerdan en que la región la- tinoamericana no es escenario hoy de sucesos específicos descollantes, ni parece serlo en el corto plazo, y en que la misma no formará parte, por diversas razones, de las prioridades de la Administración Biden, y entre ellas, comparten la apreciación de que no se visualizan problemas con la envergadura de constituirse en una crisis de seguridad nacional para los Estados Unidos (Morales, 2022). Aún y cuando identifiquen cuestiones en la región, como las relacionadas con la migración, la influencia o presencia de potencias geopolíticas de latitudes lejanas que disputan espacios hegemónicos, de los focos de conflicto en países con gobiernos catalogados como hostiles y ciertos resultados electorales re- cientes, con implicaciones negativas para los intereses norteamericanos, autores de diferentes orientaciones teóricas e ideológicas, le atribuyen un alcance menor, que no les denota con ribetes críticos de relieve, que justifiquen su manejo como prioritarios por su impacto para la seguridad de los Estados Unidos.4 Semejante punto de vista lo comparten en buen grado grupos de investigadores e instituciones académicas, aunque no existe entre ellos una mirada totalmente consensual.5

Como ha sucedido en otras épocas, sobre todo durante el primer y el segundo año de una nueva Administración, se abre el debate acerca de la prioridad, importancia, cambio y continuidad de la política latinoamericana de los Estados Unidos. En ese sentido, suele apreciarse la centralidad del análisis que problematiza esas cuestiones en términos de si una vez más, el gobierno de que se trate considerará a la región en un se- gundo o tercer nivel de atención, con cierto descuido, con pocas referencias en la retó- rica discursiva oficial , tal y como se sinte- tiza en el concepto eufemístico extendido en la latinoamericanística, con una “negligencia benigna”, o de si, aunque no lo haga de manera totalmente explícita y directa, la asumirá a partir de urgente redefinición en el sistema de dominación estadounidense o sea, atendiendo a los imperativos de la geopolítica imperialista, que condujeron a que América Latina inspirara prematuramente la primera formulación doctrinal y estratégica, de política exterior (el Monroísmo), aun hallándose el capitalismo nortea- mericano en su fase premonopolista, como anticipación histórica de la lógica del impe- rialismo. En tal redefinición, la relación de los Estados Unidos con Cuba seguirá siendo una pieza funcional, necesaria, en su política latinoamericana. Lo más probable que esta sea la pauta que siga la Administración Biden. Y seguramente, la IX Cumbre se ocupará de confirmarlo.

Centro de Investigaciones de Política Internacional


1 El término “interméstico”, acuñado por Bayless Manning designa aquellos fenómenos y procesos que son “profunda e inseparablemente tanto internacionales como domésticos” (Manning, 1977: 307). El concep- to lo han hecho suyo autores que también tratan las relaciones interamericanas, como Russell Crandall (2008) y Abraham Lowenthal (1990 y 2007).2 La información utilizada en las alusiones y referencias a hechos recientes, documentos y declaraciones del presidente y los funcionarios ocupados con la política exterior en general y hacia América Latina, se ha to- mado de diversas fuentes periódicas, digitales e impresas, principalmente periodísticas y de origen guber- namental estadounidense. Se ha procurado evitar citas textuales y cifras para simplificar y no hacer extensa la base bibliográfica.3 Entre los ejemplos que no deben omitirse habría que mencionar las acciones para desarticular UNASUR, los pasos que consiguieron reactivar a la descreditada OEA y los esfuerzos, más o menos parciales, rela- tivos, pero también exitosos, en determinados casos, de revertir procesos y gobiernos. Algunos de ellos fueron derrocados mediante la fuerza (Honduras y Bolivia) o derrotados en contiendas presidenciales (Pa- raguay, Argentina, El Salvador, Uruguay), uno traicionado (Ecuador). En ese camino se conjugan pasos ha- cia atrás y hacia adelante. Los reveses en Argentina en 2015 y en Bolivia en 2019, por ejemplo, se tradujeron luego en victorias electorales de fuerzas progresistas, a lo cual se agrega el triunfo progresista en México. A contracorriente de la mirada de los autores que hablan con pesimismo del fin de ciclo progresista, generan- do desmovilización política, se advierte la persistencia de un forcejeo o pulseo.4   Entre otros, Eric Hershberg, Michael Shifter, Geoff Thale, Peter Hakim, Cynthia Arnson, Abraham Lowen- thal, Luis Maira, Jaime Preciado, Luis Fernando Ayerbe, Eduardo Gamarra, Andrés Serbin, Jorge I. Domín- guez, Ana Esther Ceceña, Carlos Malamud, Anna Auso. La mención a sus obras harían muy extensas las referencias bibliográficas.5 Por ejemplo,varios Grupos de Trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), diversas áreas de la Universidad Nacional Autónoma de México el Centro de Estudios Latinoamericanos de Geopo- lítica (CELAG), la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES), el Centro de Es- tudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU), la Institución Brookings, el Diálogo Interamericano, el Consejo para Relaciones Exteriores, y los centros o institutos de estudios latinoamericanos en universi- dades norteamericanas como la Internacional de la Florida, Pittsburgh, Tulane y Austin, en Texas.

 

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