Estados Unidos y América Latina entre “cumbres borrascosas”: de la propuesta neoliberal a un rompecabezas para armar – Por Lic. Faustino Cobarrubia Gómez

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Estados Unidos y América Latina entre “cumbres borrascosas”: de la propuesta neoliberal a un rompecabezas para armar

Por Lic. Faustino Cobarrubia Gómez*

Desde que Estados Unidos propuso e inició las cumbres presidenciales en 1994 para impulsar e instrumentar el proyecto hegemónico del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en el marco del Consenso de Washington, han transcurrido más de dos décadas y media. En ese lapso, se han sucedido numerosas reuniones de jefes y jefas de Estado en Santiago de Chile (1998), Québec (2001), Mar del Plata (2005), Puerto España (2009), Cartagena (2012), Panamá (2015) y Perú (2018). Ha sido una compleja, larga y difícil travesía por el ciclo vital del neoliberalismo, en la cual se pudieran identificar, grosso modo, tres grandes etapas: apogeo, crisis y decadencia. Ellas marcan las relaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y sus pares latinoamericanos; y manifiestan las distintas contradicciones entre proyectos alternativos de integración regional, que son a su vez la expresión, mediada, de las contradicciones entre capital y trabajo, entre las distintas potencias que se disputan sus intereses en la región y entre estas y los países dependientes de Nuestra América (Morgenfeld, 2016).

Tras la caída de la Unión Soviética, un Estados Unidos fortalecido e ilusionado por el mundo unipolar augurado por Fukuyama, procuró consolidar su hegemonía  e  impulsó una agenda hemisférica basada en la promoción de la democracia liberal y el libre mercado.

El “apogeo” neoliberal 

Tras la caída de la Unión Soviética, un Es- tados Unidos fortalecido e ilusionado por el mundo unipolar augurado por Fukuyama, procuró consolidar su hegemonía e impulsó una agenda hemisférica basada en la pro- moción de la democracia liberal y el libre mercado. Muchos países latinoamericanos se sumaron con entusiasmo: querían consolidar sus frágiles democracias y buscaban dejar atrás la “década perdida” de los años 80, signada por la inestabilidad económi- ca y las crisis de la deuda. Líderes cercanos a Washington ganaron el poder en casi toda la región (Morgenfeld, 2016). Fue la etapa en que Estados Unidos, envuelto en un boom tecnológico y bajo el mandato de Clinton disfrutó de la segunda expansión económica más larga de su historia, con 92 meses de ininterrumpido crecimiento económico, bajas tasas de desempleo e inflación controlada. Las empresas estadounidenses estaban bien posicionadas en los mercados del continente y no necesitaban un gran esfuerzo para conservar el dominio económico.1

Un mercado norteamericano en expan- sión y un dólar fortalecido constituían un atractivo irresistible para una región latinoamericana y caribeña, de regreso de la llamada “década perdida” de los ochenta, atrapada en el mecanismo de coerción de la deuda externa y carentes sus gobiernos de un mínimo de audacia y valor para retar al “Consenso de Washington” y mucho menos a Washington.

En ese contexto, en 1992, con apoyo bi- partidista en Estados Unidos, se firmó el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) con México y Canadá. Para los presidentes Geor- ge H. W. Bush y Bill Clinton, el acuerdo generaría oportunidades de negocios para las empresas estadounidenses y  potenciaría el desarrollo en México, reduciendo la emigración. Tal era la confianza en los benefi- cios del libre comercio que, tras la firma del NAFTA, Clinton reflotó la idea de Bush pa- dre de crear un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

Así, América Latina devino laboratorio “par excellence” y aplicó con ejemplar obe- diencia la política que los paquetes de ajus- te estructural del FMI planteaban y que los economistas devenidos funcionarios de gobierno habían aprendido en universidades norteamericanas.

La liberalización del comercio, la desregulación financiera, las privatizaciones de activos públicos y, en términos generales, una reducción del papel del Estado en la economía, constituían la receta para establecer de modo definitivo que la salida del subdesarrollo era solo alcanzable dejando al mercado resolverlo todo “de la mejor manera posible” y borrando para siempre cualquier tentación “estatista” o “populista”.

Al introducir conceptos fundamentales que la vaciaban de su contenido, el predominio del neoliberalismo llevó a un callejón sin salida a la integración que de forma incipiente venía intentándose en América Latina.

La mudanza de la generalizada política cepalina de sustitución de importaciones y “desarrollo hacia dentro” fue general en di- rección hacia la política de “inserción en el mercado mundial”, apertura y privatización. La CEPAL plegó sus banderas distintivas e intentó un equilibrio imposible entre la tradición de pensamiento de Raúl Prebisch, Aníbal Pinto, Pedro Vuskovic y el neoliberalismo arrollador; al que dio el nombre de regionalismo abierto, en el cual el regionalismo fue la reverencia a la vieja idea de la integración regional y lo abierto fue la aceptación del núcleo de política neoliberal, que en la práctica cancelaba la posibilidad de la integración regional para abrir el camino de la integración como apéndice subordinado a la economía de los Estados Unidos (ALCA) (Martínez, 2007).

La larga crisis neoliberal

El proyecto del ALCA avanzó sin dema- siados contratiempos, hasta que en los al- bores del siglo XXI, la combinación de un conjunto de factores económicos y políticos le propinaron un formidable golpe al neoli- beralismo, alejando gradualmente a la región de la órbita de Washington (Binetti y Shifter, 2021).

Una de las expresiones más claras del fracaso neoliberal seria el estallido de la llamada “Gran Recesión” o “Larga Depresión Global”

Bajo los efectos del tónico neoliberal, se fue incubando una gran crisis económica que estalló en Estados Unidos en el 2008 y se expandió como pólvora, con efectos solo comparables con la Gran Depresión de los años 30, y que aún hoy, se sienten en la economía mundial. La conmoción fue tan fuerte para el capitalismo que hizo sentir al sistema la necesidad perentoria de evitar otro colapso semejante, porque podría ser el último. La profundidad y extensión de la crisis, la enorme destrucción de riqueza, el desempleo alarmante, pusieron de relieve la incapacidad del neoliberalismo para explicar las crisis y para evitarlas.

El desarrollo de la informática, unido a la entronización de las políticas neoliberales, provocó la formación de una burbuja en el sector de la informática, que estalló ruido- samente en 2001 y 2002, y arrastró bajo sus escombros las ilusiones en una “nueva economía” inmune a las crisis y dotada del “gla- mour” digital. Más tarde, la burbuja se esta- bleció y estalló en el 2008 en el más prosaico sector de la propiedad inmobiliaria, alentada por la política de dinero barato aplicada por el gobierno estadounidense para salir de,la caída en 2001, y su diluvio de créditos para viviendas con muy bajo interés. Esas burbujas fueron aguas donde el neoliberalismo nadó y el hizo crecer, de ellas obtuvo “fáciles” y elevadas ganancias, a través de apuestas financieras, que terminaron acuñando el término “financierización” para caracteri- zar la forma de operar mediante derivados financieros en la economía mundial.

En paralelo, fue cambiando la correlación de fuerzas en América Latina hasta que finalmente, en la célebre reunión de 2005, en Mar del Plata, se produjo el fracaso del ALCA, cuando los cuatro países del Merco- sur, junto a Venezuela, rechazaron la iniciativa (Morgenfeld, 2006). Ante la resistencia de múltiples sindicatos y movimientos so- ciales —a través del Foro Social Mundial, la Alianza Social Continental y las Contra- cumbres de los Pueblos— que lograron articular una oposición popular al ALCA, y el rechazo de los gobiernos de Brasil, Argen- tina, Uruguay, Paraguay y Venezuela, Estados Unidos debió abandonar esa estrategia (Morgenfeld, 2016). En esos años avanzó la integración latinoamericana: expansión económica y política del Mercosur, aparición de la Comunidad Sudamericana de Naciones, luego Unión de Naciones Sura- mericanas (UNASUR), creación de la Alian- za Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio entre los Pueblos (ALBA-TCP).

No obstante, la Administración Bush si- guió aferrada a la tesis de que el remedio para América Latina y el Caribe consistía en dosis aún mayores de neoliberalismo aún más puro.

Al no poder consolidar la estrategia de una mayor liberalización del comercio por medio de un gran acuerdo con el continente, el Tratado de Libre Comercio (TLC) se convertiría para Estados Unidos en el modelo “ideal” de integración que se reproduciría por todo el hemisferio2 e iría más allá de meros convenios de intercambio de bienes y servicios hasta devenir estrategias claramente dirigidas a recuperar y fortalecer la influencia estadounidense en la región, la cual se traduce en el control comercial de estos territorios y de sus recursos naturales estratégicos. Desde la octava Reunión Ministerial de Miami en 2003, el gobierno estadounidense, advirtiendo el fracaso del ALCA, anunció formalmente el inicio de negociaciones del TLC Andino (Perú, 2009 y Colombia, 2011) y, además, aceleró el Acuer- do Comercial de Centroamérica, ampliando las negociaciones a la República Dominica- na (CAFTA-DR, 2004) y Panamá (2011).3

El “plan B” estadounidense —alternativo al ALCA—, avanzaría con Obama hasta el punto de que los TLC terminarían dibujando una línea casi continua desde Canadá hasta Chile, compitiendo con un relativamente nuevo eje sudamericano compuesto por la tríada Mercosur-Iirsa4-Unasur liderado por Brasil.

A pesar de ello, la crucial Cumbre de las Américas de Cartagena, realizada en abril de 2012, se llevaría adelante en un novedo- so contexto regional, marcado por un constante retroceso del comercio entre Estados Unidos y sus vecinos del Sur (del total de las importaciones estadounidenses, las de ori- gen latinoamericano disminuyeron del 51 al 33% entre 2000 y 2011) (Oppenheimer, 2012). La contracara era el avance de China, constituido en un socio comercial fundamental para los principales países de la región ade- más de un creciente inversor; lo cual había producido cambios significativos en la relación de Estados Unidos con lo que históricamente consideró su patio trasero.

Gracias a la vigorosa demanda del gigante asiático y a la conversión de los productos básicos o “conmodities” en objetos de gran especulación financiera, América Latina pudo atenuar los efectos de la crisis del 2008; en la medida en que ambos factores contribuyeron a sostener los precios de los productos básicos exportados por la región más allá de las reducciones de la demanda norteamericana, europea y japonesa. En otras palabras, al prevalecer por encima de la demanda disminuida de los tradicionales países desarrollados, la “financierizacion” —anteriormente analizada— y la demanda china le dieron vida al neoliberalismo en América Latina.

El gran dinamismo de los vínculos comer- ciales entre China y América Latina, sobre todo durante la primera década del presen- te siglo, llevó al gigante asiático a convertir- se en el segundo mayor socio comercial de la región desde el 2011. En la actualidad, China es el principal socio comercial de al me- nos ocho naciones latinoamericanas y 19 países de la región forman parte del ambicioso proyecto de inversión e infraestructu- ra de Pekín, conocido como la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda.

La intensificación de la crisis de 2008 ter- minó afectando el crecimiento de la economía china, y finalmente, cayó con todas sus fuerzas sobre las economías de la región (ver más adelante).

Así, con el gobierno de Trump —y en coincidencia con la pérdida de liderazgo de EE.UU. a escala regional-global y con la tendencia a la descomposición de la supremacía y hegemonía del orden mundial liberal—, la política neoliberal entra en una nueva fase, marcada por una inédita combinación de unilateralismo nacionalista y una peculiar ideología de neoliberalismo asimétrico, que altera, aunque no transforma radicalmente, la matriz de política latinoamericana del periodo anterior (Vigevani y Magnotta, 2016).

La propuesta de renegociación de los acuerdos de libre comercio firmados por Estados Unidos y considerados “injustos” y “desequilibrados” en perjuicio propio, se erige en instrumento de las transnacionales norteamericanas para forzar una mayor apertura e integración a los nuevos circuitos globalizados de acumulación en la época del capitalismo digital y la hegemonía del capital financiero transnacional (Robinson, 2018).

El abultado déficit comercial de Estados Unidos sería el argumento central del ex presidente republicano para emprender una cruzada proteccionista a partir del 2017,5 así como proceder a la negociación de un nuevo acuerdo comercial regional, que significó el reemplazo del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) por el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC).6 Ello implicó un proteccionismo y guerra comercial intensos y el hostigamiento de los países percibidos como com- petidores desleales de los Estados Unidos (China, la Unión Europea, e incluso países latinoamericanos, entre otros).

Estados Unidos ante la VIII Cumbre de las Américas: crónica de una propuesta vacía

La injerencista política norteamericana enfrenta hoy, en lo que ha considerado siempre su “patio trasero”, un escenario difícil y complejo para articular una propuesta económica coherente y atractiva. Con la pandemia, que ha infligido un daño duradero al crecimiento de las economías en gran parte de la región, poniendo en riesgo la propia supervivencia humana, el neoliberalismo parece entrar en una tercera etapa: la decadencia. La región atraviesa, quizá, por el peor momento económico de su historia: la pandemia golpeó a América Latina en medio de una tormenta perfecta: fin del ciclo de las commodities, una “guerra comercial” impulsada por Estados Unidos, y el retroce- so económico global.

La injerencista política norteamericana enfrenta hoy, en lo que ha considerado siempre su “patio trasero”, un escenario difícil y complejo para articular una propuesta económica coherente y atractiva.

Los problemas estructurales que por dé- cadas han limitado el crecimiento económico de la región —débil inversión, baja productividad e informalidad—, se han agudizado y constituyen un lastre para la recuperación de la actividad económica. Antes del COVID-19, América Latina ya acumulaba casi siete años de bajo crecimiento, con un promedio de 0,3% entre 2014 y 2019, menor al promedio del sexenio que incluye la Primera Guerra Mundial (0,9%) y el de la Gran Depresión (1,3%) (CEPAL, 2021). La caída de -6,8% del producto interno bruto (PIB) en el 2020, resultó la peor de la historia de América Latina y dejó muy atrás la contracción de 1930 (-5%), e incluso de 1914 (-4,9%) (CEPAL, 2021a).

El repunte de los precios de las materias primas y en general del comercio internacional, favorecieron un crecimiento de 6,2% del PIB regional en 2021; pero el rebote no ha sido suficiente para mitigar la profunda crisis social asociada, entre otras cosas, a la desigualdad de ingreso y género, a la pobreza, a la informalidad y a la vulnerabilidad en que vive la población (CEPAL, 2022).

En efecto, un 30% de los empleos perdidos en 2020 aún no se han recuperado. Asimismo, se ha quebrado la tendencia decrecien- te que venía observándose en la desigualdad desde 2002 y el Coeficiente de Gini —utilizado internacionalmente para medir la distribución del ingreso— aumentó en 0,7 puntos porcentuales para el promedio regional en 2020 (CEPAL, 2022).

Las presiones inflacionarias se han tor- nado cada vez más intensas en la mayoría de los países de la región, lideradas por aumentos en los alimentos y la energía (la inflación llegó al 7,1% promedio a noviembre, excluyendo a Argentina, Haití, Surinam y Venezuela), y se espera que estas persistan en 2022 (CEPAL, 2022).

Es notable el deterioro de las condicio- nes sociales: la tasa de pobreza extrema en América Latina habría aumentado del 13,1% de la población en 2020 al 13,8% en 2021, un retroceso de 27 años, mientras que se esti- ma que la tasa de pobreza general —que en el 2020 se ubicó en un nivel similar al de finales de la década de 2000— habría disminuido levemente, del 33,0% al 32,1% de la población. Esto significa que la cantidad de personas en pobreza extrema pasaría de 81 a 86 millones, y el número total de perso- nas en situación de pobreza bajaría ligera- mente de 204 a 201 millones (CEPAL, 2022).

No sorprende que la región que con ma- yor rigor y disciplina ha aplicado la fórmula neoliberal, haya resultado la más vulnera- ble del mundo en la pandemia de Covid-19, que ha dejado cerca de 50 millones de casos y más de 1,5 millones de muertes en Améri- ca Latina —con Brasil, México, Perú y Co- lombia y Argentina a la cabeza—, cifra que seguirá creciendo mientras la pandemia persista. Estas representan el 28,8% del to- tal de defunciones por COVID-19 informadas en el mundo, pese a que la población de la región apenas asciende al 8,4% de la población mundial (CEPAL, 2021a).

El problema consiste en que la recupe- ración económica no será sostenible en el mediano plazo: se pronostica que el crecimiento baje a 2,1% en 2022 y para entonces apenas 14 países latinoamericanos habrían recuperado los niveles de PIB previos a la crisis (CEPAL, 2022).

La deuda externa permanece como bom- ba no desactivada (ver figura 1). Latinoamérica es la región emergente más endeudada del mundo, con obligaciones conjuntas de los gobiernos que promedian el 77,7% del PIB regional; mientras el servicio total de la deuda, es decir, los intereses de la misma, representa el 59% de las exportaciones de bienes y servicios. Mucha de esta deuda es de mercado: se hizo a través de la colocación de bonos en el mercado internacional, con los grandes bancos y fondos de inversión en Wall Street como sus principales compradores (Cota, 2021).

Los gigantescos paquetes de rescate fiscal para hacer frente a la crisis del coronavirus impulsaron a los gobiernos de las principales economías de la región a pedir prestado en el exterior capital por un valor de 53 000 millones de dólares. Y está previsto que en el 2022, América Latina mantenga su liderazgo, llegando a emitir unos 44 000 millones de dólares (Cota, 2021).

Deuda en Latinoamérica como % del PIB Fuente: Cota, Isabella (2021): “Latinoamérica, en las manos de Wall Street”

Lo anterior implica, entre otras cosas, que en los próximos años la región tendrá que reducir gastos —aumentar los impuestos o el coste de los servicios públicos, o hacer las tres cosas a la vez— para asegu- rar su sostenibilidad fiscal y credibilidad en los mercados internacionales. El déficit fis- cal sigue siendo bastante elevado, cercano al 5% del PIB en promedio, lo que refleja la necesidad de varios países de aplicar medidas fiscales estructurales para estabilizar la carga de la deuda cada vez mayor (Cota, 2021). El difícil entorno social y político dificulta la consolidación fiscal rápida.

Los recortes sociales, una de las razones detrás de la oleada de protestas sociales que recorrieron desde Chile hasta Ecuador a finales de 2019,7 podrían provocar otro estallido de descontento social en el que la inflación desempeñaría un papel clave.

A la luz de todo lo anterior, es fácil advertir el riesgo latente de disturbios civiles en 2022 en las principales economías de la región. “Como ha señalado la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de Naciones Unidas (CEPAL), Alicia Bárcena, las sociedades latinoamericanas no soportarían una nueva ronda de políticas de ajuste y es necesaria otra matriz de política económica: “es el momento de la política fiscal para reactivar el crecimiento y responder a las demandas sociales” (Sanahuja, 2020).

Lo más preocupante es que la Reserva Federal (Fed) en los Estados Unidos, su equi- valente al banco central, ha comenzado a subir sus tasas de interés para contener la inflación y regresar de manera gradual a una política monetaria más ortodoxa.8 Analistas anticipan que ha comenzado una época de “dinero más caro” y, con la incertidumbre que provoca la guerra en Ucrania, las expectativas apuntan a que probablemente 2022 será un año de aumento progresivo de las tasas de interés en distintos países del mundo.

La incertidumbre hace que los capitales traten de refugiarse en el dólar, una moneda fuerte, contribuyendo a que el billete verde se aprecie respecto a las demás monedas.

Con la subida de las tasas, los préstamos se vuelven más costosos en todo el mundo, por lo que aumenta el costo del servicio de la deuda de los países latinoamericanos, sobre todo aquella nominada en dólares u otra moneda extranjera. Al propio tiempo, existe el riesgo de la fuga masiva de capita- les invertidos en Latinoamérica hacia Estados Unidos, provocando la depreciación de las monedas locales y una mayor inflación —estimulada precisamente por esa pérdida de valor de las monedas de los países fren- te al dólar—. En síntesis, como en los años ochenta, los países latinoamericanos parecen otra vez a merced de la elevación de las tasas de interés y la sobrevaloración del dólar, factores detonantes de la crisis de la deu- da; aunque ahora con una terrible pandemia como telón de fondo.

Ante este dantesco escenario, resulta necesario para Estados Unidos articular una propuesta económica ambiciosa sobre comercio e inversión, una especie de Alianza para el Progreso, para intentar restaurar el sitio de Estados Unidos en la región y disminuir la influencia de China.

Más allá de las visibles divisiones ideológicas en la región, ello choca con las realidades de una economía norteamericana en franco estancamiento secular, que contiene dentro de sí los ingredientes de un estallido que podría ser aún mayor que el ocurrido en el 2008, a partir de la expansión acelerada de sus desequilibrios externos.

El ya crónico desbalance comercial de Estados Unidos aumentó 27% y alcanzó el nivel record de 859 100 millones de dólares en 2021, dejando muy atrás los 676 700 millones de dólares de 2020 y los 576 341 millones de 2019 (El Economista, 2022).

El desbalance fiscal ha alcanzado nue- vos máximos con Trump y Biden. Fue de 3,13 billones de dólares en 2020 (15% del PIB) y 2,77 billones en 2021 (12,4%), los dos mayores de la historia del país. El recorte de impuestos a las empresas y el aumento de los gastos militares no ha sido compensado por una reani- mación que nunca ha llegado y, entonces, la deuda pública superó por primera vez en la historia los 30 billones de dólares, tras un aumento de 7 billones en los últimos dos años, coincidiendo con la pandemia de covid-19; es decir, ya supera el 125 % del PIB del país (Infobae, 2022). Y forma parte de una deuda total (pública, empresarial y personal) que supera los 71 millones de millones (más de tres veces el PIB de los Estados Unidos) (Richter, 2021).

La economía de los Estados Unidos es ahora muy dependiente de los capitales externos que, actuando como un gran pa- rasito, necesita absorber diariamente para sostener su funcionamiento deficitario, con- sumista, importador y de creciente endeudamiento. De los 30 billones de deuda pública, 23,5 billones pertenecen a acreedo- res (8 de ellos a inversores extranjeros con Japón y China al frente) y los 6,5 billones res- tantes es deuda contraída por el Gobierno consigo mismo (Infobae, 2022).

Se podría hablar, como hace Ashley Smith (2021), de una especie de “keynesianismo imperialista”, que incluye otro aspecto: el de las cadenas de valor mundiales. La pandemia ha puesto de manifiesto la depen- dencia de Estados Unidos de las fuentes de suministro externas, poniendo en  peligro su seguridad definida en el sentido más amplio.

Otro punto de alarma en la economía norteamericana es la peligrosa burbuja financiera que se ha formado en torno al sector corporativo, donde la deuda fomentada por las bajísimas tasas de interés representa casi el 200% del PIB. Alrededor de 200 grandes corporaciones se han unido a las filas de las llamadas empresas “zombis”9 desde el inicio de la pandemia y ahora representan el 20% de las 3 000 empresas más grandes que cotizan en bolsa. Con deudas de 1,36 billones de dólares. ¡Eso es que 527 de las 3 000 em- presas no ganaron lo suficiente para cumplir con sus pagos de intereses! (Roberts, 2021).

En la medida en que se ha iniciado un ciclo de elevación de las tasas de interés debido al aumento de la inflación, los costos del servicio de la deuda para toda una extensa y creciente franja de las llamadas empre- sas ‘zombis’, se convertirán progresivamente en una carga excesiva, con la posibilidad de que se produzcan quiebras y se desen- cadene una nueva crisis financiera.

Así que este año podría ser el de un colapso financiero o al menos una corrección severa en el mercado de valores y los precios de los bonos, a medida que suben las tasas de interés, lo que eventualmente llevará a una serie de corporaciones zombis y familias a la bancarrota.

Lo expuesto hasta aquí permite comprender el formidable desafío que supone para la actual administración norteamericana diseñar una propuesta económica coherente, de cara al restablecimiento de su hegemonía en una región latinoamericana que, lejos de la aplicación del recetario neoliberal, reclama un ambicioso plan de comercio e inversiones para enfrentar los verdaderos retos para el subdesarrollo, la inequidad social y la pobreza.

Consideraciones finales 

A tono con la preservación de su hegemonía hemisférica y global, a lo largo de la celebración de las Cumbres de las Américas, se ha puesto en evidencia la necesidad e interés de Estados Unidos de imponer una propuesta económica de matriz neoliberal, que parece transitar por tres grandes etapas: apogeo, crisis y decadencia. Bajo el influjo de diferentes factores económicos y políticos que han marcado su evolución, la propuesta mutó desde la fracasada estrat gia de una mayor liberalización del comercio por medio de un gran acuerdo continental como el ALCA hasta la promoción del TLC como el modelo “ideal” de integración —hay una decena de TLC bilaterales con países de la región—, donde la abismal desigualdad de fuerzas permitió a Estados Unidos endurecer más su posición e imponer mayores condiciones de liberalización.

Los TLC pudieran conservar atractivos, pero la capacidad norteamericana para respaldarlos y tirar de ellos se ve muy dudosa incluso para gobiernos neoliberales como los de Colombia.

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca supone la entrada en una nueva fase de la crisis del neoliberalismo, en la medida en que el discurso liberalizador dio paso al uni- lateralismo proteccionista y se buscó forzar una mayor apertura e integración mediante la modificación de los TLC ya firmados, con- siderados “injustos” y “desequilibrados” en perjuicio propio.

De cara a la VIII Cumbre de las Américas, el neoliberalismo se encuentra en una difícil encrucijada, debido a la crítica situación económica y social por la que atraviesan los países de la región, que no resisten una nueva ronda de políticas de ajuste, en tanto está en riesgo la propia supervivencia humana. Es necesaria otra matriz de política económica capaz de reactivar el crecimiento y respon- der a un escenario de expectativas sociales en ascenso que no se alcanzarán, tanto para las clases medias como para los sectores de la población que ya no eran pobres, pero sí vulnerables ante la pandemia.

En ese contexto, la fuerza económica de Estados Unidos se debilita visiblemente y se incuban profundos desequilibrios estructurales que revelan, entre otras cosas, la incapacidad del imperio para articular una pro- puesta atractiva y competitiva que permita enfrentar los graves problemas regionales a la vez que preservar la hegemonía hemisférica. Con elevada inflación, abultados y crecientes déficits —comercial y presupues- tario—, endeudamiento creciente y generalizado, sin liderazgo fuerte, enredado con el conflicto en Ucrania, enfrascado en una guerra comercial y cediendo posiciones en la competencia con China, este país no está en condiciones de proponer a América Latina otra Alianza para el Progreso y ni siquiera otro ALCA.

*Jefe del Departamento de Comercio e Integración del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM)


1 Estados Unidos tenía un flujo comercial consolidado en los países de América Latina, quienes llevaban un largo período bajo el modelo de sustitución de importaciones del nacionalismo económico, con altos niveles de protección.2 Un objetivo estratégico del modelo TLC es geoeconómico, esto es, como parte de un método de negocia- ción comercial que se ajusta a los postulados de la teoría de la “liberalización competitiva”, diseñado para lograr una mayor apertura en las economías de sus socios comerciales. A tal efecto, el modelo constitu- ye un medio de apoyo para la expansión de los productos y los servicios, las empresas transnacionales e instituciones financieras estadounidenses a nivel global. Por tanto, el modelo TLC se erige en un tratado internacional que facilita la construcción de peldaños o pequeños bloques (building blokcs) que hasta cierto punto sustituyen su idea inicial de un acuerdo con el continente bajo su liderazgo (Hufbauer y Wong, 2004).3 Entre 2003 y enero de 2004 se establecieron negociaciones entre Estados Unidos y Centroamérica, que finalmente culminaron con la puesta en vigor del CAFTA-DR en la mayoría de los países en 2006 y en Cos- ta Rica en 2009 (CEPAL, 2011).4     Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (Iirsa).5 Algunas de estas se mantienen vigentes de forma parcial como son los aranceles de hasta 15% a importa- ciones de productos chinos que en su momento tenían un valor de más de 300 000 millones de dólares (El Economista, 2022).6 Puesto en vigor en el 2020, el nuevo T-MEC elevó el valor de contenido regional de las exportaciones del sector automotor de 62,5 a 75% y estableció nuevos estándares laborales en México (El Economista, 2022).7 Hemos visto muchos casos en los que los recortes en los subsidios a los combustibles (Ecuador 2019) y otros beneficios (tarifas de metro en Chile 2019) o propuestas para aumentar los impuestos (Colombia 2021) causaron malestar social.8 El miércoles 16 de marzo, la Reserva Federal anunció un aumento de 0,25 puntos porcentuales en la tasa de interés por primera vez desde 2018, lo cual marca un giro en la política monetaria que había manteni- do el costo del dinero casi en cero desde el inicio de la pandemia de covid-19. Con la decisión, las tasas en EE.UU. quedan en un rango de entre 0,25% a 0,5% (VOA, 2022).9      Las empresas ‘zombis’ son empresas que ni siquiera obtienen suficientes ganancias para cubrir el servi- cio de sus deudas, a pesar de las tasas de interés muy bajas.Centro de Investigaciones de Política Internacional

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