Los rostros del socialismo – Por Nieves y Miró Fuenzalida

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Por Nieves y Miró Fuenzalida*

¿Comunismo, socialismo o socialdemocracia? ¿Cuál de ellos expresa mejor el anhelo socialista que anima el espíritu de lucha de las clases oprimidas a través del mundo? ¿De qué manera difiere del capitalismo? ¿Cuál es, en el contexto de las luchas sociales, el auténtico socialismo? ¿Y, por qué, socialismo ahora?

En verdad cualquier aspecto particular del socialismo que pretendamos apoyar necesita ser colocado dentro del complejo cuadro que el éste ha presentado desde su mismo origen hasta nuestros días. Algunas interpretaciones le agregan al socialismo el adjetivo de “democrático”, “de mercado”, “libertario”, “anarco”, eco”, “evolutivo”, “revolucionario”, soviético”, “cristiano”, “utópico”, “científico”, “parlamentario”, “estatal”, “estalinista”, etc.

La cosa es que cualquier adjetivo o interpretación particular que se pueda elegir no constituye necesariamente la totalidad del socialismo. Éste siempre ha estado alimentado por una tradición múltiple con diferentes y controversiales corrientes de pensamiento y prácticas y lo que siempre lo acompaña es que la transición del capitalismo a uno u otro tipo de socialismo es turbulenta y no hay garantía de que todos sus objetivos se lograran o que ninguno será abusado.

¿Por qué hoy, a pesar de esta falta de garantía, todavía necesitamos desarrollar una alternativa socialista al capitalismo? La respuesta mas obvia es porque la existencia actual del capitalismo no ha logrado concretar los ideales de la revolución capitalista, de “libertad, igualdad, fraternidad y democracia”, por lo que se necesita ir mas allá para desarrollar concretamente estos ideales en un mundo en que, como muy bien sabemos, el 1% más rico de la población se ha adueñado de las actividades productivas y de la banca, controla las exportaciones y se beneficia de las ganancias de los de colegios, universidades, equipos de fútbol, además de ser propietaria de los medios de comunicación.

Los sistemas de economía socialista difieren en importantes aspectos de los sistemas capitalistas. Pero si miramos la escena histórica, los socialistas no siempre están de acuerdo con cuales son esas diferencias.

Uno de los conceptos más populares del socialismo, que lo distingue del capitalism,o es por el grado de intervención estatal en la economía. Como nota el economista y profesor Michael Wolff, el capitalismo, según el enfoque socialista, se define por la empresa privada y el libre mercado. En la misma forma en que la palabra “privado” se aplica a la empresa, la palabra “libre” se aplica al mercado, señalando con ello que el Estado como institución social no interviene, o interviene mínimamente, en la producción y distribución de bienes y servicios.

Cuando el Estado interviene en la empresa privada o en el libre mercado el capitalismo se ve comprometido o, a lo menos, transformado en socialismo. En este modelo, el alcance de las intervenciones estatales, desde impuestos y regulaciones a empresas, define el grado de socialismo y su distancia del capitalismo. Verdadero o “puro” capitalismo existe cuando las intervenciones estatales son casi cero. Para algunas variantes del socialismo, éste existe cuando las intervenciones del Estado son sustanciales o generalizadas.

Siempre han existido profundos desacuerdos entre estas diferentes variantes. En el último siglo, por ejemplo, para un fuerte sector socialista, solo si el Estado posee y opera las empresas, a lo menos dentro de los principales sectores de la economía, es socialismo, como en la Unión Soviética. Si el Estado meramente regula las empresas privadas, que continúan siendo operadas por ciudadanos privados, entonces, no es socialismo.

Otros socialistas cuestionaban o rechazaban este uso del socialismo. Es así como, después de 1917, “comunismo” se convirtió en el nombre para el socialismo que iba más allá de los impuestos y la regulación y “ socialismo” para los que celebraban el capitalismo de mercado privado donde el Estado garantiza las libertades políticas, grava impuestos, gasta, regula y redistribuye el ingreso y la riqueza de manera más equitativa, pero sin poseer ni operar la mayoría de las empresas.

Para otros, las nuevas políticas económicas de John Maynard Keynes, provocadas por la gran depresión de 1929, se asocian cercanamente con el socialismo, a pesar de que el mismo Keynes rechazaba profundamente el socialismo, el comunismo y el marxismo y su intención era salvar el capitalismo. Este es el tipo de socialismo adoptado por Escandinavia y otros países del norte de Europa y ahora por Bernie Sanders en EU, cuyo objetivo es el de regular los mercados compuestos en su mayoría por empresa capitalistas, junto con un sólido gasto en servicios sociales.

Como vemos, el Estado siempre ha ocupado un lugar preponderante a la hora de definir el socialismo y su diferencia con el capitalismo.

En 1917 el socialismo, dice Wolff, dio un gran paso cuando los socialistas lograron por primera vez “apoderarse del Estado” y construir la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, dando paso así a la primera sociedad socialista del mundo. Más tarde, en 1949, los socialistas en China emprendieron un experimento similar, pero en 1980 tomó una dirección diferente. Ambos, para bien o para mal, han representado hasta ahora los experimentos nacionales más importantes en la construcción de un sistema económico socialista.

Desde el comienzo, el liderazgo soviético bajo Lenin se vio enfrentado con múltiples crisis y amenazas que pusieron en peligro el proyecto, creando una serie de dificultades adicionales. En esta primera etapa Lenin admitió que el socialismo era una meta, no todavía una realidad. La sociedad soviética seguía siendo capitalista. Un capitalismo de estado en transición al socialismo.

Después de la muerte de Lenin en 1924 el liderazgo de Stalin, que duró hasta 1950 y que estuvo en constantes crisis, declaró que el Estado Soviético ya había logrado el socialismo, después de lo cual otros países siguieron su modelo. De ser uno de los países más pobres de Europa, Rusia -bajo Stalin- llegó a ser la segunda superpotencia mundial en la década de los 60. Pero, al mismo tiempo, desde el mismo comienzo, Stalin restringió las libertades cívicas, las expresiones artísticas y los debates teoréticos sobre las diversas interpretaciones del socialismo.

Este inquietante desarrollo antidemocrático agudizó aún más las diferencias en el movimiento socialista. Muchos de ellos, fuera de la URSS, abogaron por una transición pacifica, democrática y lenta al socialismo, en lugar de una revolución violenta. La limitación del consumo y las libertades cívicas, además de otros factores externos, llevaron finalmente a la implosión de la URSS en 1989. Para quienes, en gran medida, equiparaban el socialismo con la URSS, 1989 marcó el “fin” del socialismo.

Al igual que la URSS, China nacionalizó la industria capitalista y transformó al Estado en el mayor empleador. Pero, a diferencia de la URSS, recelosos de la experiencia soviética en la agricultura, el liderazgo político fue más cuidadoso en responder al hambre por la tierra profundamente arraigado en los campesinos, especialmente después de los reveses del Gran Salto Adelante. En los 60 China empieza a separarse de la estrategia soviética a favor de una determinada apertura al comercio exterior y la inversión, planeando la industrialización a través del Estado y el sector privado.

China proporcionó mano de obra barata, apoyo gubernamental y un creciente mercado chino a cambio de socios capitalistas extranjeros y acceso a las nuevas tecnologías y al sistema de comercio mundial. La consultoría económica McKinsey and Company, independiente y altamente respetada, estima el crecimiento del PIB chino en tasas anuales del 10 al 15 por ciento entre el 2005-2010 y alrededor del 6 por ciento en el 2019 convirtiéndola en potencia económica numero dos en el mundo después de EU, cerrando y sobrepasando la brecha en el 2030. Pero, al igual que la URSS, el rápido crecimiento económico ha ido aparejado con el subdesarrollo del consumo y las limitaciones de las libertades civiles y personales.

Es este déficit democrático el que alimenta los argumentos antisocialistas y lo que les permite identificar el socialismo con lo que en realidad es un capitalismo de Estado, con una regimentación partidaria de la vida política y cultural de los pueblos. Lo que este criticismo ignora es que paralela a la dictadura estatal, corre también la dictadura capitalista de las megacorporaciones.

Así como el capitalismo ha cambiado y los experimentos buenos y malos con el socialismo se han acumulado, los anhelos socialistas también han cambiado y buscan nuevas formas de democracia política para ser agregadas al sistema económico socialista. El problema es ¿como se logra esto? Múltiples partidos y elecciones no son la respuesta. La riqueza y el poder económico, hoy más que nunca, tienden a concentrarse en las corporaciones, transformando los partidos y las elecciones en instrumentos con bien poca sustancia democrática.

Una economía, cualquiera que ella sea, según Michael Wolff, se puede reducir a un conjunto de formas y medios para producir y distribuir bienes y servicios que las personas en la comunidad necesitan o desean. En el esclavismo los participantes se dividen en esclavos y amos. En el feudalismo, en señores y siervos de la tierra. En el capitalismo, en empleados y empleadores, siendo los últimos, al igual que en los otros sistemas, los que dirigen y controlan a los empleados en relación a la producción y distribución de los bienes y servicios.

El socialismo actual, en cualquiera de sus variaciones, repite la misma dicotomía o división, siendo, ya sea, el Estado el que regula o el propietario de los lugares de trabajo. En cada caso una pequeña minoría emplea a una mayoría que, a pesar de hacer la mayor parte del trabajo, son excluidos de las decisiones claves que se toman en la organización a la que pertenecen. Estas estructuras sirven para mantener alejados a la mayoría de los empleados de toda influencia económica, excepto ocasionales y marginales.

Es por esta razón que un número creciente de socialistas han empezado a centrarse en las cooperativas de trabajo como un medio alternativo para lograr una democracia tangible en donde los empleados sean simultánea y colectivamente los empleadores, con el fin de acabar con las dicotomías que fomentan las desigualdades. Estas aspiraciones no son nuevas. Han existido y circulado entre los esclavos, los siervos, los trabajadores y las comunidades indígenas a través de centurias.

En su nueva forma, dice Wolff, el anhelo es que, ya sea en la fabrica, la oficina o la tienda, las mayorías sean las que determinan que, cómo y dónde se produce, cómo se utiliza o distribuye lo producido y cómo se relaciona con el Estado que ahora pasa a ser socio en su relación con el colectivo de empleados-propietarios. Esta democratización del lugar de trabajo plantea inmediatamente la necesidad de extenderla también a la comunidad en la que el lugar de trabajo funciona para que también sean parte de las decisiones que últimamente afectaran a todos.

El primer paso es construir cooperativas de trabajadores junto con los lugares de trabajo capitalistas privados y estatales. Esto proveería la base para que los ciudadanos tomen decisiones informadas sobre qué combinación de lugares de trabajo alternativos funcionan mejor.

¿Pura utopía? Por supuesto. Pero de utopías vivimos para despertar la imaginación a una vida mejor, especialmente en una era tan turbulenta marcada no sólo por una pandemia global, sino también por el aumento cada vez mayor de las preocupaciones ambientales, el aumento de la migración forzada, la desnutrición generalizada y la guerra neocolonial librada con la insanidad de las tecnologías posmodernas.

* Profesores de Filosofia chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses presa en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesía. Colaboradores de surysur.net y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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