La pelea de los juguetes colombianos para ganarle a los chinos

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La pelea de los juguetes colombianos para ganarle a los chinos

En Colombia, los mayores recuerdan sus días de infancia jugando al aire libre con hermanos, primos, vecinos, compañeros de colegio y amigos. Muñecas, carros, canicas, cocas, trompos y caballitos de madera hacían parte del repertorio de juguetes, muchos con marcados roles de género, con los que se entretenían y adquirían las habilidades duras y blandas que luego fueron de gran ayuda en su vida laboral y familiar. Los más afortunados podían disfrutar de bicicletas y triciclos.

La mayoría eran juguetes hechos en Colombia, si bien había unos pocos que podían hacerse a figuras de origen extranjero —más costosas y muchas veces coleccionables—, aunque fuera solo en fechas de importancia, como los cumpleaños, la primera comunión o las navidades. Se trataba de juguetes que llegaban al país por la vía de los viajes, las contadas importaciones legales o el contrabando.

Desde entonces, mucha agua ha pasado por el río. La industria colombiana de juguetes se ha transformado, de una industria predominantemente tradicional, muy poco diversificada y artesanal que hacía juguetes de madera y metálicos, a una industria diversa, que innova en el diseño y utiliza una gran diversidad de materiales para ofrecer, por ejemplo, juguetes articulados o armables, que involucran varios sentidos, que tienen un marcado énfasis didáctico, que vienen en cómodos kits o que incluyen componentes electrónicos.

Si bien se consiguen juguetes artesanales y de madera en el mercado nacional, predominan los de plástico, muchos de ellos importados de China, el gigante mundial de los juguetes. Para los productores nacionales resulta difícil competir con los productos provenientes de este país, pues sus costos de producción son mayores, entre otras razones por el mayor costo país de Colombia, el menor uso de tecnología, el menor acceso al crédito y la menor escala productiva.

Aún así, la industria colombiana ha logrado competir en algunos segmentos, y especialmente en mercados de nicho. Uno de ellos es el de los juguetes artesanales de madera que, todavía hoy, encantan a niños y adultos. Maderas como el pino ciprés, el pino patula, el laurel, el cedro rosado y el urapán, son utilizadas por los fabricantes.

Para conocer un poco mejor este mercado, hablamos con José Gregorio Hernández Hoyos y Yenny Cristina Hernández López, fundadores de una juguetería quindiana que inició en 2016 con el nombre de Maderitas y pasó en 2019 a llamarse Iokus, que en latín significa “juego”. Esta empresa cuenta con tiendas físicas en los municipios de Salento y Filandia, en el departamento del Quindío, y comercializa sus productos a nivel nacional por canales digitales.

Hernández Hoyos explicó que la industria colombiana de juguetes de madera puede dividirse en dos grupos: aquellos que compiten principalmente con calidad y los que compiten más que todo con precio.

Los juguetes del primer grupo suelen ser más artesanales. En su fabricación hay una alta proporción de trabajo a mano, para lograr acabados pulidos y piezas únicas. Al respecto, Hérnández Hoyos señala que, si bien se utilizan máquinas básicas de corte, como la sierra, la canteadora y el cepillo, procesos como el ensamble, la torneada, el lijado y la pintura se hacen a mano.

En algunos casos, además, los productos de este grupo tienen una propuesta ecoamigable, con el uso de tintes naturales a base de agua y madera reforestada. De acuerdo con Hernández Hoyos, los compradores de estos juguetes privilegian la calidad sobre el precio y valoran lo tradicional, lo artesanal, la exclusividad y las posibilidades didácticas y sensoriales de la madera.

En este segmento, los fabricantes nacionales han logrado competir con marcas extranjeras de nicho, como la alemana Hape y la estadounidense Melissa and Doug, pues los juguetes de estas marcas son costosos y no circulan de forma masiva en Colombia, especialmente en las regiones. Además, se trata de un mercado cuyos clientes sienten afinidad por comprar juguetes hechos en Colombia, que muchas veces tienen propuestas que evocan la nostalgia de lo que fue vivir la infancia específicamente en este país.

En esa línea, resultan exitosos los juegos de mesa típicos de Colombia —Iokus comercializa, por ejemplo, La Cucaracha, un juego típico del Eje Cafetero— y los coleccionables con motivos tradicionales, como los carros más emblemáticos que han circulado por el país o muñecos que reflejan la diversidad regional. Si bien estas dos categorías son compradas por adultos para el disfrute de toda la familia, los juguetes siguen siendo sobre todo una cosa de niños, explica Hernández Hoyos.

El segundo grupo, en cambio, le apuesta a comercializar juguetes de madera de menor calidad, pero más económicos. Muchas veces resultan de procesos altamente industrializados, cuentan con acabados menos pulidos, son menos detallados y están hechos con maderas aglomeradas y sin pintar a mano. Los clientes tienen menor capacidad adquisitiva que los del primer grupo, pero también valoran la madera y sus posibilidades.

En este caso, la competencia se da sobre todo con juguetes similares provenientes de China, los cuales sobresalen por su bajo precio, dados los menores costos de producción de ese país. Esto fue especialmente cierto hasta hace unos meses.

La pandemia y sus posibilidades

Los confinamientos con los que se buscó reducir el contagio de Covid-19 fueron la ocasión perfecta para que las familias pasaran mayor tiempo juntas e hicieran un esfuerzo para disfrutar su tiempo en casa.

Los fundadores de Iokus relatan que las compras de juegos de mesa florecieron en esos meses, y aquellas empresas que contaban con canales digitales de venta o los implementaron rápidamente se vieron beneficiadas. “Estos juegos hicieron más llevable la pandemia, porque facilitan la integración y unen a las familias por medio del juego”, señala Hernández Hoyos. Como resultado de esto, las ventas de su empresa en 2020 aumentaron un 7% frente a las de 2019.

Además, gracias a factores como el encarecimiento del dólar, las dificultades que viene experimentando el comercio internacional en las cadenas de suministro y especialmente la ya famosa crisis de los contenedores, los juguetes importados se han encarecido significativamente y han perdido terreno. “Por ejemplo, un carrito que traían en un contenedor de China a Colombia y vendían aquí en $5.000, ahora les da para venderlo en $15.000, pero nosotros en $15.000 tenemos uno de mejor calidad para ofrecer”, explica Hernández Hoyos.

En efecto, aunque la magnitud del alza no es igual para todos los productos, los compradores ya no ven una diferencia de precio tan marcada entre los juguetes extranjeros —chinos, estadounidenses, británicos, etc.— y los colombianos, por lo que estos últimos han ganado competitividad y cuota de mercado.

Ante este panorama y la escasez de contenedores, que empuja a priorizar unos productos sobre otros, a los importadores les está resultando menos atractivo traer juguetes a Colombia. Tan fue así, que en diciembre de 2021 María Ximena Lombana, ministra de Comercio, Industria y Turismo, reportó escasez de juguetes importados.

Pero llegó la inflación

Hasta aquí llegan las buenas noticias. A pesar del aumento en el consumo de ciertos tipos de juegos y juguetes y de la mayor capacidad de los productos nacionales para competir con los importados, no todo ha sido color de rosa. En efecto, el aumento de la inflación a nivel global y nacional ha aguado la fiesta y se ha convertido en un obstáculo para el sector.

Hernández Hoyos explica que ha aumentado el costo de la madera, los tintes y las lijas, por lo que les está resultando mucho más costoso producir. Ante el encarecimiento de los insumos —especialmente los que se importan directamente y los que se compran en Colombia pero han sido fabricados con materias primas importadas, como las pinturas y las lijas—, los fabricantes se han visto en la obligación de trasladar al menos una parte del alza en los costos de producción a los consumidores.

En el caso de Iokus, el precio de venta de sus productos ha aumentado en promedio un 20% en el último año. Además, la empresa se ha visto en la obligación de achicar algunos de sus juguetes para reducir el uso de materias primas y de dejar de comercializar algunos de ellos, pues sus estudios de mercado indicaron que los compradores no están en condiciones de pagar más por ellos. Fue el caso de los juguetes de rodachines y de la mariquita de arrastre.

Aún así, Hernández señala que su empresa vive un buen momento. En 2021 las ventas fueron superiores a las de 2020 en un 10%, las tiendas físicas han logrado mantenerse, las ventas por canales digitales vienen en aumento y espera que, algún día, el sector cuente con una agremiación fuerte que facilite incursionar en los mercados internacionales —por ahora no considera que esté en capacidad de competir— y vele por sus intereses.

Eso sí, confía en que los rumores de un posible Tratado de Libre Comercio con China no sean ciertos, pues, asegura, “para la industria de los juguetes sería desastroso”. En su concepto, una iniciativa de este tipo sería “desequilibrada”, pues las economías de ambos países no son comparables y “sería mucho más lo que se importe que lo que se exporte”.

¿Ahora que el mundo valora más el contacto humano y celebra el juego presencial, habrá llegado la hora de que la industria nacional de juguetes recupere el terreno perdido? amanecerá y veremos.

Las dos orillas

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