Discurso de Luiz Inácio Lula da Silva el 7 de mayo con motivo del lanzamiento de su precandidatura a la presidencia de Brasil

BRUNO ROCHA/ENQUADRAR/ESTADÃO CONTEÚDO
1.141

En defensa de la soberanía nacional y la democracia

“Quiero empezar hablando de la más importante lección que he aprendido en 50 años de vida pública, ocho de los cuales en la presidencia de este país: gobernar debe ser un acto de amor. La principal virtud que debe tener un buen gobernante es la capacidad de vivir en sintonía con las aspiraciones y sentimientos de la gente, especialmente de las que más necesitan. Es alegrarse con cada logro, con cada mejora en la calidad de vida del pueblo que uno gobierna. Es compartir la alegría de la familia que, gracias al Minha Casa, Minha Vida (1), toma por primera vez la llave de su ansiado hogar, después de toda una vida de alquiler en condiciones precarias. Es emocionarse con aquella madre que vivió años y años bajo la luz de una lámpara y que con la llegada del Luz para Todos pudo por fin contemplar la serenidad de su hijo durmiendo en la noche. Es alegrarse con la abuela que, cuando joven, era obligada a romper un solo lápiz en 2 pedazos para dárselo a sus hijos. Y luego, con el Bolsa Família, pudo comprar útiles escolares completos para su nieta, incluso un estuche de lápices de todos los colores. Es celebrar con los hijos de los trabajadores que se convirtieron en médicos gracias al ProUni, al FIES y a la política de cuotas en las universidades públicas.

Pero no es suficiente a un buen gobernante sentir como si fueran suyas las conquistas del pueblo sufriente. Para gobernar bien, él también debe tener la sensibilidad para sufrir con cada injusticia, cada tragedia individual y colectiva, cada muerte que se pudiera evitar. Desafortunadamente, no todos los gobernantes son capaces de entender, sentir y respetar el dolor de los demás. No es digno de ese título el gobernante incapaz de derramar una sola lágrima frente a los seres humanos que hurgan en los camiones de basura en busca de comida, ni a los más de 660.000 brasileños muertos por la Covid. Puede incluso decirse cristiano, pero no tiene amor al prójimo. En 2003, cuando asumí como presidente de la República, dije que, si al final de mi mandato todos los brasileños tuvieran al menos la posibilidad de desayunar, almorzar y cenar, habría cumplido la misión de mi vida.

Peleamos la más grande de todas las batallas contra el hambre, y vencimos. Pero hoy sé que necesito volver a cumplir esa misma misión. Todo lo que hicimos y el pueblo brasileño conquistó está siendo destruido por el actual gobierno. Brasil volvió al Mapa del Hambre de la ONU, de donde lo habíamos sacado en 2014, por primera vez en la Historia. Es terrible, pero no nos rendiremos, ni yo ni nuestro pueblo. Quien tiene una causa jamás podrá abandonar la lucha. La causa por la que luchamos es lo que nos mantiene vivos, es lo que nos renueva las fuerzas y nos rejuvenece. Sin una causa, la vida pierde sentido. Yo y todos los que estamos juntos en este momento tenemos una causa: restaurar la soberanía de Brasil y del pueblo brasileño.

El artículo 1º. de nuestra Constitución enumera los fundamentos del Estado Democrático de Derecho. Y el primer fundamento es precisamente la soberanía. Sin embargo, nuestra soberanía y nuestra democracia vienen siendo constantemente atacadas por la política irresponsable y criminal del actual gobierno. Amenazan, desmantelan, desguazan, ponen en venta nuestras empresas más estratégicas, nuestro petróleo, nuestros bancos públicos, nuestro medio ambiente. Entregan en bandeja de plata todo este extraordinario patrimonio que no les pertenece, sino al pueblo brasileño. Destruyen políticas públicas que cambiaron la vida de millones de brasileños, y que fueron admiradas y adoptadas en todo el mundo. Es más que urgente restaurar la soberanía de Brasil. Pero defender la soberanía no se limita a la importantísima misión de proteger nuestras fronteras terrestres y marítimas y nuestro espacio aéreo, también se trata de defender nuestras riquezas minerales, nuestros bosques, nuestros ríos, nuestros mares, nuestra biodiversidad. Y es, sobre todo, garantizar la soberanía del pueblo brasileño y los derechos de una democracia plena. Es defender el derecho a la alimentación de calidad, al buen empleo, al salario justo, a los derechos laborales, al acceso a la salud y a la educación. Defender nuestra soberanía es también recuperar la política altiva y activa que elevó a Brasil a la condición de protagonista en el escenario internacional.

Brasil era un país soberano, respetado en todo el mundo, que hablaba en igualdad de condiciones con los países más ricos y poderosos. Y que al mismo tiempo contribuía con el desarrollo de los países pobres, por medio de la cooperación, la inversión y la transferencia de tecnología. Eso es lo que hemos hecho en América Latina y también en África. Defender nuestra soberanía es defender la integración de América del Sur, América Latina y el Caribe. Es volver a fortalecer el Mercosur, la Unasur, la CELAC y los BRICS. Es establecer libremente las alianzas que más le convengan al país, sin sumisión a nadie. Es luchar por una nueva gobernanza global.

Brasil es demasiado grande para ser relegado a este triste papel de paria en el mundo, debido a la sumisión, al negacionismo, la truculencia y las agresiones contra nuestros socios comerciales más importantes, causando un enorme daño económico al país.

Defender nuestra soberanía es defender a Petrobras, que está siendo desmantelada día tras día. Pusieron a la venta las reservas del Presal, entregaron la BR Distribuidora y los gasoductos, interrumpieron la construcción de algunas refinerías y privatizaron otras. El resultado de este desmantelamiento es que somos autosuficientes en petróleo, pero pagamos una de las gasolinas más caras del mundo, cotizada en dólares, mientras que los brasileños reciben sus salarios en reales. El (precio del) gasóleo también sigue subiendo, sacrificando a los camioneros y disparando los precios de los alimentos. Un cilindro de gas puede costar hasta 150 reales, comprometiendo el presupuesto doméstico de la mayoría de las familias brasileñas. Necesitamos hacer con que Petrobras vuelva a ser una gran empresa nacional, una de las más grandes del mundo. Ponerla de nuevo al servicio del pueblo brasileño y no de los grandes accionistas extranjeros. Hacer con que el Presal sea otra vez nuestro pasaporte hacia el futuro, financiando la salud, la educación y la ciencia. Defender nuestra soberanía es también defender a Eletrobrás de aquellos que quieren un Brasil eternamente sumiso. Eletrobrás es la mayor empresa de generación de energía de América Latina, responsable de casi el 40% de la energía consumida en Brasil. Fue construida a lo largo de décadas, con el sudor y la inteligencia de generaciones de brasileños. Pero el actual gobierno hace todo lo posible para entregarla a destajo y a un precio de ganga.

El resultado de un crimen más contra la patria sería la pérdida de nuestra soberanía energética. Perder a Eletrobrás es perder Chesf, Furnas, Eletronorte y Eletrosul, entre otras empresas esenciales para el desarrollo del país. También significa perder parte de la soberanía sobre algunos de nuestros principales ríos, como los ríos Paraná y São Francisco. Es decir, adiós a programas como el Luz para Todos, responsable por traer al siglo XXI a cerca de 16 millones de brasileños que antes vivían en la oscuridad. Es aumentar aún más la factura de la luz, que hoy ya pesa no solo en el bolsillo del trabajador, sino también en el presupuesto de la clase media.

Defender nuestra soberanía es defender los bancos públicos. El Banco do Brasil, la Caixa Econômica, el BNDES, el BNB y el Basa fueron creados para promover el desarrollo del país. Para garantizar el crédito barato a quienes quieran producir y generar empleo. Para financiar obras de saneamiento y construcción de apartamentos y casas para la población de bajos ingresos y la clase media. Para apoyar a la agricultura familiar y a los pequeños y medianos productores rurales. Porque ningún país será soberano si no cuida a quienes producen el 70% de los alimentos que llegan a nuestra mesa.

Defender nuestra soberanía es defender a las universidades e instituciones de apoyo a la ciencia y la tecnología de los ataques del actual gobierno. Porque un país que no produce conocimiento, que persigue a sus profesores e investigadores, que corta las becas de investigación y reduce las inversiones en ciencia y tecnología está condenado al atraso. En nuestros gobiernos, más que triplicamos los recursos destinados al CNPq y a la Capes (2) y al Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico. Saltaron de 4 mil millones y 500 millones reales en 2002 a 13 mil millones y 970 millones reales en 2015. Con el gobierno actual, esas inversiones cayeron a 4 mil millones y 400 millones reales, cifra inferior a la de hace 20 años.

Defender la soberanía de Brasil significa invertir en infraestructura capaz de transformar el país y la vida de su gente, aumentar la productividad de la economía y crear las bases para el progreso y el futuro. Pero el gobierno actual no cuida la infraestructura que necesita este país. Paralizó importantes obras que estaban en curso. Intentó apropiarse de otras que recibió prácticamente terminadas. Este es el caso de la Transposición del Río São Francisco, una obra soñada desde los tiempos del Imperio, que nosotros hicimos realidad para que 12 millones de brasileños finalmente tuvieran agua brotando de sus grifos. Nuestros gobiernos no sólo planificaron y concibieron la transposición, sino que también ejecutaron el 88% de las obras. Pero tratan de engañar a la gente diciendo que han sido ellos los que construyeron todo.

Defender nuestra soberanía es defender la Amazonía de la política de devastación puesta en práctica por el actual gobierno. En nuestros gobiernos hemos reducido la deforestación en la Amazonía en un 80%, contribuyendo a reducir la emisión de gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento global. Pero el cuidado del medio ambiente va más allá de defender la Amazonía y otros biomas. Es necesario reinvertir en saneamiento básico, como lo hemos hecho en nuestros gobiernos. Terminar con las alcantarillas abiertas y cuidar del destino de la basura y de las personas que viven recogiendo materiales reciclables. Cuidar el medio ambiente es, ante todo, cuidar a las personas. Es buscar la convivencia pacífica entre el desarrollo económico y el respeto por la flora, la fauna y el ser humano.

Ningún país será soberano mientras sigan siendo asesinadas mujeres por el simple hecho de ser mujeres. Mientras la gente siga siendo golpeada y asesinada por su orientación sexual. Mientras no se combata con rigor el exterminio de la juventud negra y el racismo estructural que hiere, mata y niega derechos y oportunidades.

Somos el tercer mayor productor de alimentos del mundo. Somos el mayor productor de proteína animal del mundo. Producimos alimentos más que suficientes para garantizar alimentos de calidad para todos. Sin embargo, el hambre ha vuelto a nuestro país. No habrá soberanía mientras 116 millones de brasileños sufran algún tipo de inseguridad alimentaria. Mientras 19 millones de hombres, mujeres y niños se acuesten con hambre cada noche, sin saber si tendrán un pedazo de pan para comer al día siguiente.

No habrá soberanía mientras decenas de millones de trabajadores sigan sometidos al paro, la precariedad y el desánimo. Hemos sido capaces de generar más de 20 millones de empleos con contrato formal y todos los derechos garantizados. Mientras que ellos destruyeron los derechos laborales y generaron más desempleo y más sufrimiento en la vida del pueblo trabajador. Es necesario avanzar en una legislación que garantice los derechos de todos los trabajadores. Que fomente la negociación civilizada y justa entre patrones, empleadores y empleados, gobierno y, por qué no decirlo, involucrando incluso las universidades. Que contribuya a crear mejores empleos y hace girar la rueda de la economía. No es posible que el reajuste de la mayoría de las categorías profesionales esté por debajo de la inflación, al contrario de lo que sucedió en nuestros gobiernos. No es posible que el salario mínimo siga perdiendo poder adquisitivo año tras año. En nuestros gobiernos subió un 74% por encima de la inflación, aumentando el consumo y calentando la economía. Si los trabajadores no tienen dinero para comprar, los empresarios no tendrán a quién vender. Eso lleva a lo que estamos presenciando hoy: el cierre de fábricas en São Paulo, en Bahía, en la Zona Franca de Manaus y otras regiones, incluso muchas multinacionales están saliendo de Brasil.

También necesitamos crear un ambiente fértil para el espíritu de emprendimiento, para que el talento y la creatividad de los brasileños puedan florecer. Este país necesita volver a crear oportunidades, para que la gente pueda vivir bien, mejorar su vida y hacer realidad sus sueños.

Hoy vivimos en una situación desoladora. Un país cuyo mayor anhelo de la juventud es salir al extranjero en busca de oportunidades nunca será soberano. Necesitamos reinvertir en educación de calidad, desde guarderías hasta estudios posdoctorales. No habrá soberanía mientras la educación siga siendo tratada como un gasto innecesario y no como una inversión esencial para hacer de Brasil un país desarrollado e independiente.

En nuestros gobiernos, triplicamos las inversiones en educación, que pasaron de R$ 49 mil millones en 2002 a R$ 151 mil millones en 2015.

Pero el gobierno actual ha ido reduciendo las inversiones cada año. El resultado es que el presupuesto del MEC (Ministerio de la Educación) para 2022 es el más bajo de los últimos 10 años. Además de la educación, la salud también ha sido tratada con desprecio por el actual gobierno. Hoy faltan inversiones, profesionales de la salud y medicamentos. Hay enfermedades y muertes que podrían haberse evitado. Si no fuera por el SUS (Sistema Único de Saúde) y los valientes trabajadores de la salud, la irresponsabilidad del actual gobierno en esta pandemia habría costado aún más vidas.

Uno de los mayores orgullos de nuestros gobiernos fue cuidar con mucho cariño la salud del pueblo brasileño. Creamos el Samu, la Farmácia Popular, las UPA 24 horas. Creamos el Mais Médicos y llevamos profesionales de la salud a las afueras de las grandes ciudades y a las regiones más remotas de Brasil. Prácticamente duplicamos el presupuesto de la salud, que pasó de R$ 64 mil millones y 800 millones en 2003 a R$ 120 mil millones y 400 millones en 2015. Ningún país será soberano si su pueblo no tiene acceso a salud, educación, empleo, seguridad y alimentación de calidad.

Pero la cultura también debe ser tratada como una necesidad básica. No habrá soberanía mientras el actual gobierno siga tratando a la cultura y a los artistas como enemigos a derribar y no como generadora de riqueza para el país y uno de los mayores patrimonios del pueblo brasileño. Necesitamos música, cine, teatro, danza y artes visuales. Necesitamos libros en lugar de armas. El arte colma nuestra existencia. Ella es capaz de retratar y reinventar la realidad. La vida como es, y como podría ser. Sin arte la vida se hace más dura, pierde uno de sus mayores encantos. Por eso, vamos a invertir mucho en cultura y transformar la cultura en una industria que genere dinero y con eso generar empleo en este país, para que la gente pueda vivir dignamente.

Durante nuestros gobiernos promovimos una revolución democrática y pacífica en este país. Brasil creció y creció para todos. Combinamos el crecimiento económico con la inclusión social. Brasil se ha convertido en la sexta economía más grande del planeta y, al mismo tiempo, en una referencia mundial en la lucha contra la pobreza extrema y el hambre. Dejamos de ser el eterno país del futuro para construir nuestro futuro día a día, en tiempo real. Pero el actual gobierno hizo caer a Brasil al puesto 12 en el ranking de las economías más grandes. Y la calidad de vida también ha bajado de forma espantosa, y no solo para los más necesitados. Los trabajadores y la clase media también se vieron muy afectados por el aumento descontrolado de la gasolina, de los alimentos, de los planes privados de salud y las mensualidades escolares, entre muchos otros costos que siguen aumentando. Vivir se volvió mucho más caro.

En este primer trimestre de 2022, el ingreso de los hogares brasileños cayó al nivel más bajo de los últimos 10 años. El resultado es que el 77,7% de las familias están endeudadas. Y lo más triste es que la mayoría de estas familias se están endeudando no para pagar el viaje de vacaciones con los hijos, o la reforma de su propia casa, o la compra de un televisor o de una nevera. Se están endeudando para comer. En otras palabras: Brasil volvió a un pasado sombrío que habíamos superado.

Es para conducir a Brasil de regreso al futuro, por los caminos de la soberanía, el desarrollo, la justicia y la inclusión social, la democracia y el respeto al medio ambiente, que necesitamos volver a gobernar este país. El grave momento que atraviesa el país, uno de los más graves de nuestra historia, nos obliga a superar las posibles diferencias para construir juntos un camino alternativo a la incompetencia y autoritarismo que nos gobierna. Nunca olvido las palabras del inolvidable Paulo Freire, el mayor educador brasileño de todos los tiempos, una de las principales referencias de la pedagogía mundial, cuyo centenario de nacimiento celebramos precisamente en 2022. Decía nuestro querido Paulo Freire: “Es necesario unir a los divergentes para enfrentar mejor a los antagonistas”.

Ustedes se han dado cuenta que al parecer Alckmin había leído la misma frase de Paulo Freire en su discurso, ¡y ni yo sabía del discurso de Alckmin, ni él sabía del mío! Se dan cuenta de que estamos pensando de manera muy similar y se darán cuenta de que el plato de chayote y calamares (3) será un plato extraordinario, que podrán empezar a comer hoy, aquí en São Paulo. Y al volver a vuestros estados, coman harto, porque Brasil necesitará de mucha salud. Contiene mucha, mucha energía ese plato, ¡estén seguros! Sí, queremos unir a los demócratas de todos los orígenes y matices, de las más variadas trayectorias políticas, de todas las clases sociales y de todos los credos religiosos. Para enfrentar y vencer la amenaza totalitaria, el odio, la violencia, la discriminación y la exclusión que pesan sobre nuestro país. Queremos construir un movimiento cada vez más amplio de todos los partidos, organizaciones y personas de buena voluntad que quieran que la paz y la armonía regresen a nuestro país. Este es el sentido de la unión de fuerzas progresistas y democráticas formada por el PT, PCdoB, PV, PSB, PSOL, Rede e Solidariedade (4). Todos dispuestos a trabajar no sólo por la victoria del 2 de octubre, sino por la reconstrucción y transformación de Brasil.

Estoy orgulloso y muy orgulloso de poder contar con el compañero Geraldo Alckmin en esa nueva jornada. Alckmin fue gobernador (del estado de São Paulo) mientras yo era presidente. Somos de diferentes partidos, éramos adversarios, pero también trabajábamos juntos y manteníamos el diálogo institucional y el respeto a la democracia. Tenía un adversario leal en Alckmin. Y estoy feliz de tenerlo como un aliado, un compañero cuya lealtad sé que nunca fallará, ni para mí, ni mucho menos a ustedes y a Brasil. Cuando gobernamos el país, el diálogo fue nuestra seña de identidad. Creamos importantes mesas de negociación y consejos de participación de la sociedad civil en todos los ministerios. Además, realizamos 74 conferencias a nivel municipal, de los estados y nacional, con la participación de millones de personas, para tratar los más diversos temas: salud, educación, juventud, igualdad racial, derechos de la mujer, comunicación y seguridad pública, entre muchos otros. De esa extraordinaria participación popular nacieron varias de nuestras políticas públicas que cambiaron Brasil.

Y ahora nos toca volver a cambiar Brasil. Tendremos que convocar todo de nuevo. Llamar a todas las personas. Algunas personas ya no están, pero renacemos en nuestros hijos, renacemos en nuestros nietos, renacemos en nuestros bisnietos y nos encontraremos con más ganas, más ganas de luchar, que los que lucharon en nuestro gobierno. Por eso, en lugar de promesas, presento el inmenso legado de nuestros gobiernos. Hemos hecho mucho, pero soy consciente de que todavía se necesita, y es posible, hacer mucho más. Necesitamos volver a colocar a Brasil entre las mayores economías del mundo. Revertir el acelerado proceso de desindustrialización del país. Crear un ambiente de estabilidad política, económica e institucional que anime a los empresarios a invertir de nuevo en Brasil, con garantía de retorno seguro y justo, para ellos y para el país.

Fui víctima de una de las mayores persecuciones políticas y legales en la historia de este país, hecho reconocido por la Corte Suprema de Brasil y por las Naciones Unidas. Pero no esperen de mí resentimiento, dolor o deseos de venganza. Primero, porque no nací para odiar, ni siquiera a los que me odian. Pero también porque la tarea de restaurar la democracia y reconstruir Brasil exigirá de cada uno de nosotros un compromiso de tiempo integral. No tenemos tiempo que perder odiando a nadie. Nunca haremos como nuestro oponente, que trata de enmascarar su incompetencia peleando con todos todo el tiempo y mintiendo siete veces al día. La verdad liberta, y Brasil necesita la paz para progresar.

El próximo septiembre, Brasil cumple 200 años de Independencia. Pero pocas veces en la historia nuestra independencia ha estado tan amenazada. Afortunadamente, lo celebraremos el 7 de septiembre a menos de un mes de las elecciones del 2 de octubre, cuando Brasil tendrá la oportunidad de recuperar su soberanía. Cuando Brasil tendrá la oportunidad de decidir qué país querrá ser en los próximos años y para las próximas generaciones. ¿El Brasil de la democracia o del autoritarismo? ¿El de la verdad o el de las siete mentiras contadas al día? ¿El del conocimiento y de la tolerancia o el del oscurantismo y violencia? ¿El de la educación y la cultura o el de los revólveres y fusiles? ¿Un país que fortalece y fomenta su industria o el que asiste inmóvil su destrucción? ¿El exportador de bienes de valor agregado o el eterno exportador de materias primas? ¿El país del Estado de Bienestar o el del Estado Mínimo, que niega el mínimo a la mayoría de la población? ¿El país que defiende su medio ambiente, o el que abre el portón y deja pasar el ganado (5)? ¿El Brasil que garantiza salud, educación y seguridad para todos los brasileños, o sólo para los más ricos que pueden pagarlo por ellas?

Nunca ha sido tan fácil elegir. Nunca ha sido más necesario tomar la decisión correcta. Pero hay que decirlo claramente: para salir de la crisis, crecer y desarrollarse Brasil necesita volver a ser un país normal, en el más alto sentido de la palabra. No somos la tierra del lejano oeste, donde cada uno impone su propia ley. ¡No! Tenemos la ley suprema -la Constitución- que rige nuestra existencia colectiva, y nadie, absolutamente nadie, está por encima de ella, nadie tiene derecho a ignorarla o desafiarla.

La normalidad democrática está consagrada en la Constitución. Es ella la que establece los derechos y obligaciones de cada poder, de cada institución, de cada uno de nosotros. Es imperativo que todos vuelvan a ocuparse de los asuntos de su competencia. Sin exorbitar, sin extrapolar, sin interferir en las atribuciones ajenas. No más amenazas, no más sospechas absurdas, no más chantajes verbales, no más tensiones artificiales. El país necesita calma y tranquilidad para trabajar y superar las dificultades actuales. Y decidirá libremente, en el momento que la ley determine, quién debe gobernarlo. Queremos gobernar para recuperar el modelo de crecimiento económico con inclusión social que hizo que Brasil avanzara tan rápido y sacara a 36 millones de brasileños de la extrema pobreza. Queremos volver para que nunca más nadie se atreva a desafiar a la democracia. Y que el fascismo sea devuelto a la cloaca de la historia, de donde nunca debió haber salido.

Tenemos un sueño. Nos mueve la esperanza. Y no hay fuerza mayor que la esperanza de un pueblo que sabe que puede volver a ser feliz. La esperanza de un pueblo que sabe que puede volver a comer bien, tener un buen empleo, un salario digno y derechos laborales. Que puede mejorar de vida y ver a sus hijos crecer sanos hasta llegar a la universidad. Es necesario más que gobernar: es necesario cuidar. Y una vez más cuidaremos con mucho cariño de Brasil y del pueblo brasileño. Más que un acto político, esto es una convocatoria. A los hombres y mujeres de todas las generaciones, de todas las clases, de todas las religiones, de todas las razas, de todas las regiones del país. Recuperar la democracia y recuperar la soberanía. Que Dios bendiga a nuestro país”.

1 – Minha casa, minha vida; Luz para todos; Bolsa família; ProUni; FIES: programas sociales creados por los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff.

2 – CNPq – Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico; CAPES – Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nível Superior, ambos del Ministerio de la Educación.

3 – Chayote y calamar, del portugués “chuchu e lula”, chiste con el apodo del precandidato a la vicepresidencia de Lula, Geraldo Alckmin.

3 – Partido dos Trabalhadores, Partido Comunista de Brasil, Partido Verde, Partido Socialista Brasileiro, Partido Socialismo e Liberdade, Rede y Solidariedade.

4 – ¿ … o el que abre el portón y deja pasar el ganado: referencia a una frase de uno de los exministros del Medio Ambiente de Bolsonaro que, en reunión ministerial del 22/4/20, defendió que se “dejara pasar el ganado y se aprovechara para cambiar las reglas ambientales mientras la prensa estaba centrada en los temas de la Covid-19, en imágenes divulgadas por Celso de Mello, ministro de la Suprema Corte.

Traducción: Mila Frati

Más notas sobre el tema