Base militar de EEUU en Argentina – Por Luis Britto García

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Por Luis Britto García*

Incontables recursos aplica Estados Unidos para forzar su hegemonía en Nuestra América. A ello contribuyen su Doctrina Militar; su Sistema Hemisférico de Seguridad; su cuerpo de Doctrinas y Resoluciones legitimatorias de la intervención; una batería de Tratados Internacionales entreguistas; su espionaje estratégico y sociológico; su intento de restringir la talla de los ejércitos latinoamericanos y caribeños; el plan  de reducirlos a meras policías antidrogas; sus programas de adiestramiento de nuestras oficialidades; sus Ejercicios Conjuntos con ellas;  sus instructores destacados para instilar adhesión a los intereses e injerencias estadounidenses.

Además, las masivas ventas de armamentos; la constitución de Fuerzas Interamericanas de Intervención; la injerencia  disfrazada de ayuda humanitaria; la subordinación a la OEA y a la OTAN, el acoso y bloqueo mediante países cómplices, la ocupación del espacio aéreo, los conflictos de baja intensidad, la Guerra de Cuarta Generación; la provocación de secesiones.

Y como si ello fuera poco,  la instalación de bases militares, a las cuales el Presidente George W. Bush llamó en 2002 “uno de los símbolos más profundos del compromiso estadounidense con nuestros aliados y amigos”.

No hablaba por hablar: Estados Unidos mantiene 6.000 bases militares en su territorio y unas 800 fuera de sus fronteras, de las cuales 76 están en América Latina y el Caribe. Como residuo de sus intervenciones o anuncio de las venideras, el Imperio  enclava un cinturón de estos “profundos símbolos” en Nuestra América. La soberanía  que los antepasados conquistaron a sangre y fuego es entregada por gobiernos serviles entre  tratados complacientes y brindis claudicantes.

Con la ejecución de los acuerdos sobre el canal de Panamá fue desocupada la base Howard en 1999; no tardaron ser instaladas 12 más. América Latina y el Caribe sigue siendo una región ocupada: restan al Comando Sur las bases de Guantánamo en Cuba, una docena en Puerto Rico, entre ellas la  de Vieques, 3 en Honduras,  entre ellas la de Soto Cano, donde se fraguó el golpe contra Zelaya; la de Comalapa en El Salvador; 8 en Perú, entre ellas las de Iquitos, que domina la Amazonia, así como las de Santa Lucía Huallaga, Santa Lucía y Palmapampa.

En lugar de disminuir, su número aumenta: a principios del Tercer Milenio instala Estados Unidos  las nuevas bases aéreas  Reina Beatriz en la isla de Aruba y Hato Rey en la de Curazao, como respuesta a las negativas del presidente Chávez a permitir la instalación de bases en Venezuela. Estos  enclaves cumplen el cometido estratégico que le asignaron los Países Bajos al ocuparlas en 1634: flanquear las costas venezolanas y facilitar incursiones contra ellas; entonces para el tráfico de esclavos, ahora bajo la excusa del control del narcotráfico.

No podía ser olvidada la vecina Colombia, escenario de interminable intervención. En ella funcionan 9 bases, entre ellas  Las Tres Esquinas y la de Larandia: de hecho, todos los aeropuertos colombianos operan como bases donde las aeronaves militares estadounidenses se guarecen, reparan y recargan.  El Comando Sur opera asimismo 17 bases terrestres de radares: cuatro con sede en Colombia, tres en Perú, y varias móviles o de ubicación secreta en  los Andes y el Caribe. Alegando tales méritos, Colombia ha sido aceptada como Aliado Especial extra-OTAN, lo que la privilegia para comprar los excedentes de armas estadounidenses y almacenar las reservas  bélicas de dicho país.

Comentario aparte merece la base de Manta, en Ecuador, que dominaba uno de los puertos fundamentales de un país petrolero, la frontera con la convulsionada Colombia y la estratégica cuenca del Putumayo. Tras ímprobos esfuerzos Rafael Correa logró su cierre: quizá ello desencadenó la intervención estadounidense en el golpe apoyado por la Confederación de Naciones Indígenas que casi le cuesta la vida al Presidente. Su sucesor Lenin Moreno, también apoyado por la CONAIE, entregó a Estados Unidos las inapreciables islas Galápagos como base militar.

Esta progresiva ocupación castrense norteña de América Latina no  olvida al Cono Sur. Estados Unidos hizo lo posible y lo imposible por derrocar al Presidente electo Juan Domingo Perón e instalar en su lugar atroces dictaduras militares. En 1981 Argentina intentó recuperar las islas Malvinas; Estados Unidos se negó a apoyarla, incumpliendo el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y permitió que las islas fueran ocupadas por el Reino Unido, potencia sometida a la OTAN, a su vez sometida a los yankis.

Quizá en agradecimiento por esta traición incalificable, el  gobierno argentino de 1998 se convirtió en “Aliado Especial Extra-OTAN de Estados Unidos” (junto con Brasil y Colombia), y el actual abdica de su soberanía permitiendo al Comando Sur estadounidense la construcción de una base militar en Neuquén, casualmente cerca del yacimiento petrolífero de Vaca Muerta.

Al respecto, sintetizamos argumentos irrefutables del pedagogo Gustavo Cirigliano, de la profesora Elsa M. Bruzzone del Centro de Militares para la Democracia Argentina (CEMIDA), y del documento elaborado por la Multisectorial “No a la Base Yanqui en Neuquén”, de organizaciones sociales, sindicales, políticas y de Derechos Humanos de la provincia: Que América Latina y el Caribe ha sido declarada Zona de Paz y es por tanto contradictoria la instauración en ella de bases militares de potencias ajenas a la región. Que la Constitución de la República Argentina prohíbe la instalación  en su territorio de bases militares foráneas.

Que tales enclaves al principio invaden, como  en Neuquén, con  la excusa de prestar “ayuda humanitaria”. Que  pasan de ello a autoclasificarse como FOL (lucha antidrogas) y luego a redefinirse como CSL (De Seguridad Cooperativa). Que ocupan Zonas Económicas “ricas en recursos naturales estratégicos” o “bienes comunes: tierras fértiles, agua dulce, minerales, hidrocarburos, biodiversidad”. Que su verdadero y oculto objetivo es operar como bases de apoyo y proyección geoestratégica, favorecer a las compañías foráneas en la explotación de recursos no renovables y proteger las vías para exportarlos.

Narrador, ensayista, dramaturgo, dibujante, explorador submarino, autor de más de 60 títulos. En narrativa destacan Rajatabla (Premio Casa de las Américas 1970) Abrapalabra, (Premio Casa de las Américas 1969) Los fugitivos, Vela de armas, La orgía imaginaria, Pirata, Andanada y Arca.

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