YPF y las transiciones energéticas en Argentina – Por Ignacio Sabbatella

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Ignacio Sabbatella

Con motivo del centenario de la empresa más emblemática del país, seguramente se escribirán cantidad de notas sobre la historia de su fundación, el derrotero de su privatización y los logros a partir de la recuperación del control estatal hasta nuestros días. Aquí nos proponemos ofrecer una mirada distinta, una menos explorada en la biblioteca académica de YPF y que cobra relevancia en el presente: su rol en las transiciones energéticas del pasado.

Hoy en día es muy común, y hasta una necesidad, hablar de transición energética en el marco de la crisis climática global. Una transición de carácter consciente, en poca o en gran medida planeada según las circunstancias socioeconómicas de cada país, que busca desplazar el consumo de combustibles fósiles a cambio de energías limpias o de bajas emisiones de carbono. Ese es el desafío de las próximas décadas tanto para Argentina como para el mundo. Sin embargo, lejos está de ser la primera transición energética en la historia mundial, lo mismo que a nivel nacional.

Transiciones

Una transición energética puede ser definida como un proceso de transformación multidimensional y a largo plazo del sector energético, que incluye y afecta una amplia gama de tecnologías, estructuras organizativas e institucionales. Cada etapa energética conlleva tanto el consumo de combustibles como el uso de motores primarios dominantes. En las sociedades precapitalistas el principal combustible era la biomasa tradicional (básicamente, leña) y los principales motores eran el músculo humano y los animales; aunque también se debe señalar al viento y el uso de molinos y el agua y las ruedas hidráulicas en algunas culturas antiguas. Por el contrario, el paso hacia una formación social capitalista desde finales del siglo XVIII es inescindible del tránsito hacia un régimen energético basado en combustibles fósiles y en motores inanimados. La expansión del uso del carbón fue facilitada por los motores a vapor, pero no fue hasta 1910 que el carbón superó como primera fuente a la biomasa; mientras que el consumo del petróleo estuvo impulsado por la masificación de los motores de combustión interna desde las primeras décadas del siglo XX y, sin embargo, no le quitó al carbón el primer lugar de la matriz energética mundial hasta mediados de la década de 1960, para luego alcanzar una participación máxima del 45% en 1973, cuando precisamente el embargo petrolero decretado por los países exportadores a los países centrales se cristalizó en una crisis de dimensión mundial.

Como se puede observar, son procesos que tienen al menos dos características adicionales. En primer lugar, no implican la sustitución completa de viejas fuentes de energía, sino que adicionan una nueva fuente hasta convertirse en la primera. Para entenderlo en números: la biomasa tradicional representa todavía el 7% del consumo primario global y en términos absolutos su uso duplica al que se hacía en el año 1800. Algo similar sucede con el carbón, que desde su máxima participación en 1910 (55%) incrementó su consumo absoluto más del 400% hacia 2019 para representar el 27% de la matriz mundial, solamente superado por el petróleo. En segundo lugar, son procesos que se miden en décadas y, a veces, en siglos, ya que se trata de una industria intensiva en capital e infraestructura, al mismo tiempo que existen diferencias de alcance regional o local tal como demuestra Vaclav Smil en «Energía y civilización». Por caso, Inglaterra fue el primer país en adoptar el carbón en el siglo XVII y éste no abandonó su supremacía en la matriz británica hasta la década de 1960. En cambio, en países como Estados Unidos, Canadá y Rusia la transición también comenzó con el carbón, pero pasaron más rápidamente al petróleo y luego al gas natural. Otro caso muy distinto es el de China, la última gran economía en transitar hacia el carbón, ya que los combustibles vegetales representaron más de la mitad de la energía primaria hasta 1965.

YPF como vehículo de la transición al petróleo

Argentina cuenta con una historia energética riquísima, en muchos casos siendo pionera a nivel regional e, incluso, mundial. Hablando de transiciones, dentro de la trayectoria energética nacional se cuentan tres: primero al carbón, luego al petróleo y, por último, al gas natural. Es decir, un conjunto de transiciones que permitieron ir desde el hidrocarburo más contaminante de todos al de menores emisiones de CO2. Cabe destacar que pocos países han logrado el tránsito al gas natural, en un mundo donde el carbón sigue siendo la primera fuente de generación eléctrica. Asimismo, es difícil imaginarse tal logro sin la participación decisiva de YPF como vehículo de las últimas dos transiciones.

Siguiendo la tesis de Pablo Ronco [iii], la primera transición es la que podemos ubicar en el período que va desde la Revolución de Mayo hasta la Primera Guerra Mundial, en el cual se registra una lenta transición hacia el carbón desde una matriz tradicional compuesta por el uso de biomasa como calor y del recurso eólico en el transporte marítimo y en el sector agrícola para el bombeo de agua mediante molinos, además del aprovechamiento de la fuerza animal y humana en el transporte y la agricultura. El carbón se incorporó como recurso en el sistema energético durante el siglo XIX, en la misma medida que se introdujo la máquina de vapor y el ferrocarril, y su principal proveedor era Inglaterra. A su vez, el gas de carbón se utilizó en el servicio de alumbrado público desde el año 1856 hasta el año 1915 y, en el último cuarto de siglo, en los talleres metalúrgicos e industrias así como en las primeras centrales eléctricas.

Si la transición al carbón había sido impuesta externamente, la transición al petróleo en las primeras décadas del siglo XX también estuvo enmarcada por condicionamientos externos, pero sobre todo por factores domésticos: obedeció al descubrimiento de nuevos recursos, acompañado de un conjunto de decisiones políticas que buscaron la independencia económica en el contexto de los conflictos bélicos internacionales.

Por el lado de los condicionamientos externos, la reducción del consumo del carbón se vinculó al desenvolvimiento de la Primera Guerra Mundial, cuando Inglaterra suspendió la exportación de carbón y, aunque una vez finalizada la guerra normalizó su suministro, la crisis económica internacional de la década de 1930 provocó un alza desmesurada de los precios que desalentó su importación.

Por el lado de los factores domésticos, el descubrimiento de petróleo por parte de la División de Minas, Geología e Hidrología a cargo del Ingeniero Enrique Hermitte el 13 de diciembre de 1907 en Comodoro Rivadavia inauguró una nueva etapa para Argentina que le permitió contar con un recurso natural propio que durante las siguientes décadas se convertiría en estratégico en el concierto geopolítico internacional. Tras el descubrimiento, se encadenaron una serie de decisiones políticas que fueron desde la creación de una reserva nacional de petróleo alrededor de Comodoro al día siguiente por parte del presidente José Figueroa Alcorta hasta la creación de la División General de Explotación del Petróleo de Comodoro Rivadavia en diciembre de 1910, transfiriéndole la administración de los yacimientos descubiertos, por parte del presidente Roque Sáenz Peña. La sucesión de políticas de Estado alcanzó su punto más alto con la creación de la Dirección General de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) en 1922, durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen, y el nombramiento del Gral. Enrique Mosconi al frente de la misma llevado a cabo por el presidente Marcelo T. de Alvear el mismo año.

Mosconi promovió la expansión de YPF como empresa verticalmente integrada, primera petrolera completamente estatal del mundo, para competir con las grandes empresas extranjeras interesadas en los recursos petroleros descubiertos en el país: fundamentalmente, la Standard Oil de Nueva Jersey (a la cual conocemos hoy como Exxon) y la Royal Dutch Shell (Shell a secas en la actualidad). La gestión de Mosconi logró en poco tiempo la autonomía administrativa de YPF y se planteó metas ambiciosas de inversión en infraestructura: en materia de refinación, puso en funcionamiento la planta de La Plata –la más grande del país hasta el día de hoy- en 1925 y en materia de comercialización, a fines de 1927 contaba con cientos de bocas de expendio en todo el país.

Pronto el petróleo pasó a ser considerado un recurso estratégico tanto para el desarrollo industrial como para la defensa nacional, cuya explotación debía ser promovida activamente por el Estado Nacional a través de su empresa de bandera. La consolidación de YPF en el complejo hidrocarburífero permitió que la producción local de petróleo y sus derivados crecieran significativamente desplazando tanto al carbón como principal fuente energética como a la importación de combustibles líquidos. De esta forma, a principios de la década de 1940 el peso del carbón mineral importado en el consumo energético nacional había caído por debajo del 10% y los derivados del petróleo producidos internamente explicaban el 30% de las necesidades energéticas de la economía [iv]. La continuidad de este proceso favoreció que el petróleo alcanzara su máxima participación en la oferta interna primaria con el 73% en 1965.

No es el objetivo de este artículo adentrarse en los cambios de orientación política y en los obstáculos que enfrentó YPF a lo largo de estas décadas para lograr el autoabastecimiento, sino destacar su acción decisiva en el desarrollo de la industria petrolera y gasífera nacional que dieron lugar a las transiciones energéticas. En base a datos de Kozulj y Bravo [v], hasta 1989, año del comienzo de la era menemista y, por lo tanto, del proceso de desregulación y privatización del sector, YPF representaba:

El 62% de la producción de petróleo que extraía por sí sola, mientras que el 35% correspondía a las empresas contratistas que le entregaban su producción a YPF y un 3% a viejas concesiones.
El 96% de los pozos exploratorios realizados y el 90% de las reservas descubiertas.

El 70% de la refinación de combustibles (a través de sus refinerías de La Plata, Plaza Huincul, Luján de Cuyo, San Lorenzo, Campo Durán y Dock Sud).

El 49% del mercado de expendio de combustibles en las provincias más pobladas y el 67% en el resto del país.

Transición al gas: YPF y Gas del Estado

Siguiendo con las transiciones, la tercera y última fue hacia el gas natural. También fue un proceso marcado por una sucesión de políticas de Estado, que tuvo a la creación de Gas del Estado en 1946 como hito fundante, pero que se montó sobre la experiencia lograda por parte de YPF en la explotación del crudo para aprovechar el gas que hasta ese momento se quemaba en los yacimientos.

La inauguración del gasoducto Buenos Aires-Comodoro Rivadavia en 1949, que con una extensión de más de 1.600 kms lo convirtieron en uno de los más largos del mundo en su momento, doblegó la dependencia del gas producido a partir del carbón importado de Inglaterra y que tenía un precio inaccesible para la población. De allí en adelante, la construcción de otros gasoductos troncales y redes de distribución, la interconexión del sistema de gasoductos nacional con Bolivia en 1972 y la adaptación del uso final del gas en hogares e industrias se volvieron columna vertebral de este proceso. Con todo, la transición al gas no hubiera prosperado de no haber sido por YPF y su descubrimiento del yacimiento de Loma La Lata en 1977, que permitió triplicar las reservas de gas natural y, de ese modo, aprovechar su uso para atenuar la importación de combustibles líquidos. Esto facilitó, a su vez, que en la década de 1980 se pudiera lanzar el Plan Nacional de Sustitución de Combustibles Líquidos, a cargo tanto de YPF como de Gas del Estado, que promovió, el uso de gas natural comprimido (GNC) como combustible automotor. La transición al gas se completaría con su consumo en la generación eléctrica mediante la expansión de las centrales térmicas de ciclo combinado durante la década siguiente, hasta que finalmente en 1995 superó al petróleo como primera fuente de nuestra matriz energética y hoy representa el 54% del consumo primario nacional.

Hacia la cuarta transición

A 100 años de su fundación y cuando Argentina se encuentra en los albores de una nueva transición, el rol de YPF como vehículo de las transiciones energéticas del pasado toma una nueva trascendencia. A través de sus actividades de exploración y explotación de hidrocarburos, así como en la refinación y comercialización de combustibles, YPF fue un actor central en el pasaje del carbón al petróleo, primero, y, junto a Gas del Estado, en el pasaje del petróleo al gas, luego. En ese proceso, Argentina no sólo logró transitar al gas, el cual hoy es considerado un combustible puente hacia las energías limpias, sino que también adquirió márgenes de autonomía al desplazarse de una matriz dependiente de un combustible importado como el carbón hacia una matriz de combustibles extraídos localmente. En ese sentido, los recursos no convencionales de Vaca Muerta nos ponen ante la perspectiva de lograr en el mediano plazo el autoabastecimiento nacional con el protagonismo de YPF. Al mismo tiempo, resulta auspicioso que la empresa haya delineado en los últimos años las divisiones YPF Luz e YPF Litio para involucrarse en el sector de energías renovables y almacenamiento, con el respaldo de la innovación y desarrollo tecnológico de Y-TEC, empresa compartida con el Conicet.

Si bien se trata de una apretada síntesis de las transiciones energéticas a nivel nacional [vi], sobresale el rol de las empresas públicas. La rica trayectoria energética nacional se complementa con las creaciones de Agua y Energía Eléctrica en 1947 y de Hidronor en 1967, por un lado, y de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) en 1950, por el otro, que permitieron diversificar la matriz con la incorporación de la energía hidroeléctrica y de la energía nuclear, respectivamente. Pese a las numerosas dificultades financieras, tecnológicas y políticas que han sobrellevado, las empresas energéticas públicas fueron decisivas en las transiciones del pasado y el estudio de su desempeño es clave para afrontar los desafíos de la cuarta transición, en esta oportunidad hacia una matriz energética de bajas emisiones de carbono.

[iii] Ronco, P. (2015). Energía y desarrollo, el rol de la seguridad energética. Tesis de la Maestría Interdisciplinaria en Energía, Centro de Estudios de la Actividad Regulatoria de la Energética (CEARE), Universidad de Buenos Aires.

[iv] Sabbatella, I., Barrera, M. y Serrani, E. (2020). “Paradigmas energéticos en disputa en las últimas dos décadas de la Argentina”. En Guzowski, C., Ibáñez Martín, M. y Zabaloy, F. (coord.), Energía, innovación y ambiente para una transición energética sustentable: retos y perspectivas, pp. 79-94. Bahía Blanca: Editorial de la Universidad Nacional del Sur.

[v] Kozulj, Roberto y Bravo, Víctor (1993). La política de desregulación petrolera argentina. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires.

[vi] Una versión más amplia sobre las transiciones energéticas en Argentina aparecerá publicada como capítulo en el libro “Desarrollo y ambiente: problemas y debates desde la periferia”, que coordinamos junto a Martín Burgos y que será editado por Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación.

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