América Latina y la necesidad de «pensar con lo nuestro» – Por Juan Manuel Padín
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Juan Manuel Padín*
En los años ’60, el economista estructuralista brasileño Celso Furtado decía que nada autorizaba a ver en el desarrollo latinoamericano una etapa de transición hacia las estructuras capitalistas desarrolladas. Esta observación sigue teniendo vigencia. Y no solo respecto a esas economías, sino también en relación a otras experiencias de desarrollo recientes. Sigue siendo indispensable construir un camino propio, que hoy en día parece repleto de obstáculos macroeconómicos y políticos. Aun así, es posible recoger lecciones de distintos casos nacionales, que marcan que ningún orden es eterno e inmutable y que ocasionalmente se presentan «ventanas de oportunidad».
Pandemia y después
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) publicó recientemente su Anuario Estadístico 2021. El documento detalla distintos aspectos de la realidad económica, socio-demográfica y ambiental que expresan con crudeza el presente regional. Como era de esperar, el impacto de la pandemia de la Covid-19 desmejoró las ya frágiles condiciones de vida de millones de latinoamericanos.
En 2020, la pobreza alcanzó al 33 por ciento de la población y la pobreza extrema, al 13,1 por ciento. La suba de 2,5 puntos porcentuales en la pobreza y de 1,7 puntos en la pobreza extrema respecto a 2019 es el mayor incremento anual de los últimos 20 años. En el caso de los menores de 14 años, las cifras de 2020 alcanzaron el 47,1 por ciento y 19,1 por ciento, respectivamente.
En lo que respecta al empleo, la desocupación aumentó de 8,1 por ciento en 2019 a 10,5 por ciento en 2020. Los jóvenes de 15 a 24 años se llevaron la peor parte, ya que en este segmento la desocupación superó el 20 por ciento y llegó al 25 por ciento en las mujeres. Todo ello, en un mercado de trabajo donde casi la mitad de los ocupados urbanos es parte del denominado «sector informal». La profundidad de la contracción de la actividad económica en 2020 (-6,8 por ciento) es uno de los factores explicativos de este complejo cuadro social. Esa baja golpeó con mayor intensidad a actividades económicas muy relevantes como la construcción, el transporte, el comercio y la industria manufacturera.
En este contexto, la expansión económica regional que se produjo en 2021, del 6,3 por ciento, resulta una noticia esperanzadora que da cuenta de una importante recuperación y pronostica cierta mejora de los indicadores sociales. A pesar de ello, es preciso ubicar la novedad en su debido contexto.
Mirando hacia atrás, desde el pico de 2010 (6,2 por ciento) la tasa de crecimiento regional se desaceleró hasta alcanzar un piso en 2016 (-1,2 por ciento). Luego vendría una tenue suba en 2017 y 2018 (1,1 por ciento anual), un nulo incremento en 2019 y la caída de 2020.
Este desempeño consolidó otra «década perdida»: en 2020 el producto interno bruto a precios constantes de mercado fue prácticamente el mismo que en el año 2011. De cara al futuro, las proyecciones de crecimiento regional no invitan al optimismo. Según el último informe sobre Perspectivas de la Economía Mundial del Fondo Monetario Internacional, habrá un alza de 2,5 por ciento tanto en 2022 como en 2023, por debajo del promedio estimado para la economía global, del 3,6 en ambos años.
Estructura
Más allá de los factores coyunturales, el «problema del crecimiento» tiene otras facetas más tendenciales. Tal como señalaron desde mediados del siglo pasado los intelectuales nucleados en la CEPAL y posteriormente aquellos que integraron la escuela de la dependencia, los roles que ocupa cada país/región en la división internacional del trabajo hacen la diferencia; y éstos se asocian, a su vez, al tipo de estructura productiva predominante.
Por esta razón, la industrialización sustitutiva de América Latina fue el camino aconsejado por tantos investigadores para salir del atraso. La meta era clara: se debía construir una estructura productiva diversificada y homogénea que permitiera consolidar el crecimiento recogiendo los frutos del progreso técnico para mejorar consistentemente los niveles de vida de la población. O sea, había que atentar contra la especialización primaria entonces vigente.
Desde el abandono de esa estrategia de desarrollo en los años ’70 y al calor de diversos cambios a nivel mundial, América Latina modificó su abordaje abrazándose a un naciente neoliberalismo cargado de promesas. Entre éstas, se destacaba aquella según la cual, en un mundo más abierto e integrado, la libre circulación de capitales impulsaría fuertemente el ascenso de los países rezagados; permitiendo a la periferia converger hacia los niveles de ingreso de los países centrales.
No es necesario ser demasiado perspicaz para advertir que desde el cenit neoliberal de los años noventa hasta 2020 sucedió otra cosa. Al contrario de lo que planteaba aquel augurio, se acentuó la trayectoria divergente en la periferia, que incluyó nada menos que el atraso relativo de América Latina.
Tomando los datos del producto per cápita en dólares (a precios constantes de 2015) provistos por la Unctad, se observa que mientras éste se incrementó un 54 por ciento a nivel global en las últimas tres décadas, tanto África como América Latina quedaron atrás, con alzas del 32,6 y 30,5 por ciento, respectivamente. Al tiempo que Estados Unidos y la Unión Europea crecieron algunos puntos por debajo del promedio global.
Como contracara, el Este Asiático se erigió como la región más favorecida con un incremento del 241 por ciento. Detrás de este fenómeno se encuentra el estelar avance de China: el producto per cápita de la potencia asiática aumentó más del 1.000 por ciento en estos años.
La evolución dispar en términos de crecimiento no puede disociarse de ciertas continuidades y rupturas que se produjeron en la etapa. Por caso, en América Latina no medió un cambio estructural pese a los intentos durante la «ola progresista» de los años 2000 por desandar varios legados críticos del neoliberalismo y torcer el rumbo. En consecuencia, la modalidad de inserción de la región conservó sin grandes modificaciones sus rasgos clásicos, y continuó destacándose como exportadora de productos primarios, manufacturas basadas en la explotación de recursos naturales y productos industriales con reducido valor agregado a nivel local.
Bajo este esquema, no logró incrementar decididamente su participación en el comercio mundial; ni tampoco alterar la participación conjunta en el valor agregado manufacturero global de sus principales economías (Brasil, México y Argentina), que osciló alrededor del 3 por ciento.
En el caso de China, la situación fue radicalmente diferente. Hace décadas se vislumbra su ascenso a partir de un sistema económico mixto bajo un férreo control político, que logró combinar un proceso de apertura controlada capaz de atraer inversiones extranjeras junto a un sinnúmero de iniciativas estatales destinadas a mejorar la infraestructura del país, alentar a las empresas nacionales y reducir la brecha tecnológica, entre otras cuestiones.
Así, el país de Mao no solo se transformó en una potencia económica y comercial a escala planetaria, convirtiéndose en el mayor exportador del planeta; también ingresó al selecto club manufacturero que hoy lidera, explicando la cuarta parte del valor agregado manufacturero mundial.
Pensar el desarrollo
Atento a los resultados alcanzados y perspectivas, ¿no será hora de replantear en América Latina el esquema económico-productivo vigente y pensar nuevamente el desarrollo desde nuestra propia especificidad? ¿No es tiempo de abandonar, a su vez, la aversión que parece tener cierta parte de la dirigencia a un Estado que vaya más allá de su índole regulatoria, para reasumir su papel como conductor del proceso económico allí donde otras opciones no ofrezcan mejores resultados?
Nadie podría afirmar que se trata de una tarea fácil. Entre otros asuntos, visto y considerando que el giro neoliberal no ocurrió en el vacío sino que supuso un avance del capital por sobre los trabajadores y sus organizaciones, y además conllevó una redefinición del rol estatal como garante de un marco amigable para los negocios. Este papel se cristalizó en distintos compromisos mediante la firma, por ejemplo, de acuerdos de libre comercio o de tratados bilaterales de inversiones, gran parte de los cuales siguen en vigor y limitan el tipo y alcance de las intervenciones.
Adicionalmente, quedó deteriorado el punto de partida para impulsar el desarrollo manufacturero en el siglo XXI. La desindustrialización y la transformación regresiva de los entramados industriales, la especialización en bienes de menor complejidad tecnológica, la carencia de una adecuada infraestructura física y tecnológica, la falta de políticas industriales y tecnológicas que incrementen las capacidades de innovación y producción, la baja diversificación de las canastas exportadoras o el déficit institucional son elementos que en buena medida caracterizan las realidades de las principales economías de la región. A todo esto se suma una disputa permanente con una derecha impasible y electoralmente competitiva en la mayoría de los países de la región.
Volviendo a Furtado, no hay razón para pensar que las economías de la región están en un largo tránsito hacia las estructuras capitalistas desarrolladas, tampoco hacia otras experiencias de desarrollo recientes. Sigue siendo indispensable construir un camino propio, recordando que ningún orden es eterno e inmutable y que ocasionalmente se presentan ventanas de oportunidad. Pero para lograr aprovecharlas se requieren múltiples elementos. Entre ellos, aunar voluntades, crear capacidades y planificar ya que, como sostenía el filósofo Séneca, no hay viento favorable para el que no sabe adónde va.
(*) Investigador, Universidad Nacional de Quilmes.