La danza macabra – Por Rafael Cuevas Molina

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Por Rafael Cuevas Molina*

Oscuros tiempos nos toca vivir a todos, los tiempos de la descomposición, de la decadencia de un mundo, sin que, desafortunadamente, se atisbe otro que, aunque pudiera estar al final de un túnel, fuera una luz que arrojara algo de esperanza.

El tiempo de la decadencia en el que cualquier cosa puede pasar; en el que, en medio de la tormenta, se ha apropiado del timón del barco el bobo de la clase, el malcriado de la familia, el matoncito del barrio.

Se erigen estos timoneles desquiciados sobre una masa informe enloquecida, enfebrecida, desorbitada. Algo aflojó las ataduras de la cordura y ha permitido que eche a galopar lo impensable, lo que estaba escondido y no se veía.

Brotó lo que estaba debajo de la alfombra, lo que parecía que no existía por estar oculto, lo que se pensaba que había sido superado por la especie endeble que somos, alejándonos definitivamente de la bestia de la que los encumbrados piensan que no venimos.

Se aplauden y aúpan entre sí, se lanzan sonrisas y besitos en los hemiciclos que han mandado a construir para poder estar en el centro del mundo. Se sienten personificación de los dioses del Olimpo, emulan su poder de decidir sobre la vida de los simples mortales.

¿Cómo no vanagloriarse si hay una masa enfebrecida que los aplaude e imita mientras baila la danza macabra del Armagedón, del anunciado apocalipsis, borracha y ciega, loca, que se devana los sesos para emular lo que los empoderados hacen por su lado?

Hay un desorden que anuncia el fin de lo que ha prevalecido. La nave hace aguas por todos lados y cruje, desvencijada, mientras en cubierta hay una orgía en la que se disputan los tablones que serán, más tarde, los restos del naufragio.

¿Alguien pensó que esto sería el siglo XXI? ¿Alguien se imaginó que volveríamos a tropezar con la misma vieja piedra que de tanto en tanto se nos atraviesa en el camino? ¿Es este el futuro al que debíamos arribar más altos, más fuertes y más rápidos? ¿Somos acaso nosotros la generación más instruida que jamás pisara la faz de la Tierra, la más saludable, la que casi ha logrado alargar el tránsito terrestre de cada uno a la cifra cabalística de los cien años?

¡Qué tristeza vernos de nuevo en esta tesitura! A los que tuvieron que contarnos la histeria y el desvarío que precedió a las hecatombes que asolaron a Europa en el siglo XX ya no deberán contarnos nada porque lo estamos viviendo, algunos como espectadores y otros como protagonistas imbuidos de ardor piromaníaco y furor guerrero.

A quienes puedan leer estas líneas hay una petición que hacerles: no alimenten la hoguera de la insensatez. Bastante tenemos por resolver en este mundo cada vez más nublado, más sucio, y más estridente. No nos subamos al tiovivo que marea y embelesa con su música de feria empalagosa. Mantengamos la cordura y tratemos de hacernos escuchar en medio del griterío que prevalece. Eso es lo verdaderamente humano en nuestros días.

* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.

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