La peligrosa ofensiva de las derechas
En el marco de la pandemia, las tensiones se acentuaron y la crisis muestra sus diferentes caras. Hoy es un escenario de batalla golpe a golpe entre los proyectos populares y los defensores de los intereses de las elites. No se logra ver a simple vista qué posibilidades hay para consolidar una nueva oleada de gobiernos populares en la región que logre destruir las bases económicas, sociales y culturales sobre las que asientan sus discursos los proyectos de las derechas de aquí y allá. Se hace necesario un análisis de cuáles son las novedades de las derechas en la región, cómo operan, con qué discursos, qué base social movilizan y cuáles son las continuidades y rupturas con la historia de las derechas en la región.
El mundo occidental vive en el descontento. Por un lado, los modelos progresistas no han logrado mantener los niveles de politización, la mística, la capacidad de interpelación, la vocación transformadora y las posibilidades de cambios concretos para las mayorías. Por otro lado, los proyectos neoliberales fallan sistemáticamente en cumplir con las aspiraciones que ellos mismos impulsan de aprovechar las nuevas tecnologías, apostar por la capacidad emprendedora y lograr mejoras sensibles en los niveles de vida de las poblaciones.
Los modelos de éxito vinculados al ascenso social a través del trabajo o bien vinculados a convertirse en empresarios de sí mismos, quedan atrasados y ponen a las mayorías en una situación de constante frustración y descontento. Esto es, sin duda, el caldo de cultivo para nuevas operaciones de las derechas en todo su amplio espectro. Es en parte la situación que describe Mark Fisher (2016) en su libro Realismo Capitalista, en la cual la catástrofe transcurre de una manera lenta: el futuro solo depara lo mismo que el presente, y este último no es muy auspicioso.
En cierta medida, las promesas del mundo libre luego de la desintegración de la Unión Soviética, que conectaban de manera indisociable progreso económico, libertades individuales y vida democrática no han hecho más que fracasar estrepitosamente. En la región latinoamericana, la tierra arrasada neoliberal no pudo evitar el resurgimiento de las luchas de los pueblos y el florecimiento de nuevos liderazgos populares que alcanzaron su esplendor en la primera década del siglo XXI. Este nuevo auge de gobiernos populares y de movilizaciones de masas, logró trastocar la tranquilidad de cementerio en las que nos pretendían mantener los proyectos neoliberales. Esperanzas renovadas, nuevos mitos, nuevas identidades políticas, nuevas luchas y nuevas tácticas, pusieron sobre el tapete un sentido movilizador, masivo y popular por el cual luchar y por el cual vivir para millones de personas.
Sin embargo, el mundo gira en otra dirección. El quiebre de la inercia neoliberal permitió a la región latinoamericana reconstruir los vínculos entre los pueblos, dignificar a los excluidos y las excluidas, mejorar las condiciones de vida, pero en el marco de una tendencia a la precarización total de la vida que no pudo alterarse de raíz. En el marco, además, de un triunfo cultural del neoliberalismo que cambió de manera radical la subjetividad de las mayorías. Una hegemonía que ha echado profundas raíces basadas en el individualismo, el consumismo y la pérdida de perspectiva de futuro que no hace más que ceñir nuestro horizonte a lo posible, que en la gran mayoría de la humanidad es sobrevivir. En este punto, tal como nos plantea Fisher “El poder del realismo capitalista deriva parcialmente de la forma en la que el capitalismo consume y subsume todas las historias previas” (2016: 25). Este es el contexto político cultural de occidente, sobre esta decadencia es que los proyectos neoliberales tuvieron una nueva etapa de ofensiva con centro en Washington desde el 2012 en adelante. Golpes blandos, duros, lawfare, fake news, ejércitos de haters, fueron diferentes formas de la guerra híbrida que el Hard-Power estadounidense llevó adelante. Incrementó sus niveles de intervención, sofisticó sus métodos y logró su objetivo de desestabilizar el equilibrio progresista de la región latinoamericana en unos pocos años.
Claro que, como dijimos, las formas de las derechas tradicionales atadas al programa del globalismo neoliberal o bien a las miradas conservadoras más históricas de las élites oligárquicas, no lograron cumplir sus promesas basadas en el antipopulismo. Por el contrario, son también parte del problema. Sin embargo, la emergencia de Donald Trump en Estados Unidos y la pandemia del COVID-19 arrasó con las pocas certidumbres que quedaban en pie. Las derechas adoptan nuevos rostros que se entremezclan con los viejos y, al mismo tiempo, rompen con ellos. Derechas alternativas, derechas neorreaccionarias, ultraderechas, derechas post fascistas, fundamentalismos religiosos, anarco-capitalistas, pasaron de los márgenes completos del sistema político a lugares de relativa importancia en el norte global. Sólo por dar uno de los ejemplos más salientes, Steve Bannon, un supremacista blanco que manipulaba los datos de redes sociales, se convirtió en uno de los asesores estrella de la Casa Blanca por 8 meses. Luego de su salida, centralmente a causa de que se demostró la manipulación de Bannon de datos de usuarios de Facebook con fines electorales, el ex asesor de Trump se dedicó a desarrollar vínculos entre los diferentes partidos o experiencias de las nuevas derechas nacionalistas en todo su variopinto paisaje en tierras europeas. Junto al belga Mischaël Modrikamen impulsaron lo que dieron en llamar en 2018 El Movimiento, un espacio de coordinación y apoyo a los proyectos de derechas novedosos en los diferentes países de la región. De esta manera fueron fortaleciendo los vínculos con partidos de la ultraderecha de diferentes países y líderes de la talla de Viktor Orbán que preside Hungría, Mateo Salvini que fue primer ministro de Italia, Marine Le Pen en Francia, entre otros y otras referencias vinculadas a Vox en España, Amanecer Dorado en Grecia. Los acontecimientos se precipitaron en caída libre. La pandemia en 2020 mostró que la decadencia del occidente capitalista es profunda, que su modelo de civilización está en una crisis de grandes dimensiones. Esto otorgó un mapa de posibilidades para las iniciativas de las extremas derechas que ocuparon el lugar de la denuncia del “sistema”, de la necesidad de ruptura de la inercia, de la expresión del tedio y el cansancio que provoca el realismo capitalista que no ofrece alternativas que, a decir de Gramsci, puedan ser asumidas como un buen sentido en el seno del pueblo.
América Latina no estuvo a salvo de esta oleada de nuevas formas de la derecha. Desde la elección de Jair Bolsonaro en Brasil, el país más importante de la región en términos económicos y geopolíticos, hasta la llegada a la presidencia de Nayib Bukele en El Salvador, los actores de la derecha no tradicional han ganado peso, visibilidad e incidencia de masas. A su vez, se mixturan o al menos abren el espectro político-discursivo para que las derechas más conservadoras y tradicionales de Nuestramérica encuentren ecos en la crítica al progresismo, las izquierdas y los proyectos nacional-populares.
El Dossier 47 del Instituto Tricontinental de Investigación Social presenta un análisis sobre estos movimientos de las derechas en América Latina. Entre lo nuevo y lo viejo. Entre las nuevas ropas que se tejen con los hilos del racismo, el clasismo, la homofobia, la misoginia, el autoritarismo, el militarismo y la represión.