Honduras: el alcance y los límites de la contención – Por Fabio Luis Barbosa Dos Santos

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Antesala y estrategia del golpe

En 2009, Honduras copó los titulares de todo el mundo cuando el presidente Manuel Zelaya fue depuesto por un golpe camuflado en una maniobra jurídica. El «disfraz» no impidió que sacaran al presidente en pijamas de su casa para enviarlo a Costa Rica en un avión militar.

Zelaya pertenecía al Partido Liberal, uno de los brazos políticos de la oligarquía que siempre había gobernado el país. En esa ocasión se juntó con su brazo opuesto: el Partido Nacional. El motivo que desencadenó la maniobra fue la propuesta de agregar una «cuarta urna» en las elecciones que se avecinaban: además de elegir un nuevo presidente, diputados y alcaldes, la población respondería a una consulta sobre una posible nueva constitución.

En aquel momento, la ola progresista estaba en auge: además de Lula, Kirchner, Tabaré Vázquez, Morales, Correa y Lugo en América del Sur, Daniel Ortega presidía Nicaragua y Mauricio Funes había sido electo en El Salvador. En ese contexto, la hipótesis de una constituyente reanimó el fantasma del bolivarianismo. La clase dominante interpretó la consulta como el primer paso de una estrategia de Zelaya para perpetuarse en el poder. Entonces, se desencadenó una virulenta campaña anticomunista que sobreactuaba una inexistente Guerra Fría contra un presidente que nunca había sido de izquierda y que solo había aumentado el salario mínimo y adherido al ALBA. Zelaya fue depuesto cinco meses antes de terminar su mandato.

Cabe pensar que el Partido Nacional fue el primer beneficiario del golpe, pues desde entonces gobernó el país por tres mandatos sucesivos. Durante la presidencia de Pepe Lobo (2010-2014), Juan Orlando Hernández (JOH), presidente del congreso, se posicionó como la figura más fuerte del país. Influido por la escuela militar donde estudió, el sucesor de Lobo mostró tener una visión militarista de la política, marcada por la conquista de espacios institucionales y la neutralización de reacciones enemigas.

Más con caja que con ideología, se ganó la fidelidad de policías y militares. Una serie de designaciones arbitrarias aseguraron el alineamiento del poder judicial que facilitó su reelección en 2017. Amarga ironía, cuando se recuerda el pretexto del golpe perpetrado pocos años antes. Por lo demás, JOH cultivó la lealtad de la cúpula religiosa —sobre todo evangelista, pero también católica— y tejió una vasta red de programas sociales que aseguraron su política clientelista.

En síntesis, JOH construyó y ejerció el poder a la vieja usanza, en las antípodas del salvadoreño Bukele, joven rey de las redes sociales autodefinido como «el dictador más cool del mundo mundial».

El narcoestado

El alineamiento incondicional de Estados Unidos es parte de este savoir faire y JOH siguió a Trump en la mudanza de la embajada de Israel a Jerusalén. Más importante, en un gesto nada desinteresado, el gobierno colaboró extraditando criminales vinculados al narcotráfico. De hecho, existen pruebas de que el gobierno actuó siguiendo el modelo militar de Río de Janeiro, donde las operaciones policiales atacan organizaciones criminales solo para colocar otras en su lugar. Los vínculos crecientes entre el narcotráfico, los paramilitares y los tres brazos del poder estatal, además de la policía y el ejército, dibujaron los contornos de eso que muchos definieron como un narcoestado.

En los territorios, las relaciones promiscuas con el extractivismo transnacional produjeron desalojos y violencia, bien simbolizados por el asesinato de Berta Cáceres en 2016.

La alternativa laboral que prosperó fue la industria maquiladora, atraída por los bajos salarios y la ausencia de regulaciones. La migración es la única opción de quienes no quieren someterse. Y los hondureños protagonizaron caravanas masivas que atravesaron la región a pie. Los que consiguieron instalarse en Estados Unidos, de modo legal o ilegal, sostienen la economía del país con sus remesas.

Es una realidad paradójica: mientras unos luchan por el derecho a migrar, la población de los territorios lucha por el derecho a quedarse. El pueblo hondureño emerge como una frontera del «devenir negro del mundo», según la expresión de Mbembe: una especie de limbo planetario, en un mundo que produce cada vez más personas sin lugar.

El narcoestado dirigido por JOH cristalizó como forma de gestión del capítulo hondureño de este mundo en el que no caben las personas. En 2017 el presidente renovó su mandato de modo fraudulento. En lo sucesivo, la descomposición social se aceleró. Honduras no es solamente un territorio de paso para el narcotráfico y este último no opera solamente al norte del país. Entre el fraude y la delincuencia, el país acaricia los límites de una narcodictadura.

La victoria de Castro

En este marco, la pregunta que se plantea es: ¿cómo fue posible la victoria de Xiomara Castro? Para el campo opositor, solo un triunfo electoral indiscutible, como el de AMLO en México, era capaz de impedir un nuevo fraude. En cambio, la preocupación principal de JOH estaba puesta en el triunfo de un aliado que blindara su posible extradición. Su hermano fue condenado por la justicia en Estados Unidos y muchos hilos sueltos vinculan al presidente con el narcotráfico. En el ínterin, el hijo de Pepe Lobo fue extraditado y apresado, motivo que alimentó la furia del presidente y agravó la división del Partido Nacional. Si bien el Partido Liberal estaba en franca decadencia y presentaba como candidato a la presidencia a otro condenado que acaba de cumplir su pena, su rival no siguió un camino distinto.

Frente a esta melé, es comprensible que el bipartidismo haya perdido el beneplácito de los Estados Unidos. Y de los sectores del capital. Tres semanas antes de las elecciones, la campaña de Castro convenció a Salvador Nasralla, comentarista deportivo y conductor de radio con mucho prestigio entre los jóvenes, de renunciar a su candidatura y negociar su apoyo. También fueron decisivas las encuestas que confirmaban el buen desempeño de la candidata entre los empresarios. Poco después, una manada de dirigentes del Partido Liberal —el mismo que tan bien aprovechó el derrocamiento de Zelaya— se sumó a la campaña. Las nuevas bases de derecha crearon una situación en que la única alternativa del candidato de JOH era imponerse mediante un golpe, pero las fuerzas armadas no estuvieron de acuerdo.

La pesada herencia

Xiomara Castro fue candidata del Partido Libre, surgido como reacción política al golpe de 2009. El partido nuclea a dirigentes de izquierda, provenientes principalmente del movimiento estudiantil; demócratas liberales, como el propio Zelaya, y a una multitud variopinta de militantes sin filiación definida.

Libre conquistó la mayoría simple en el Congreso. Pero para desmontar el legado que heredó necesita la mayoría absoluta. Eso implicará negociar de nuevo con las inestables fuerzas de la derecha. El mentado legado abarca desde los dispositivos de criminalización de la protesta social, que penalizan las aglomeraciones de cinco personas, hasta las zonas económicas especiales, que crean enclaves mercantiles en territorio hondureño exceptuados de la legislación nacional. Todo eso en el marco de un Estado en quiebra, que deberá negociar con urgencia sus deudas con las instituciones financieras internacionales si quiere que los empleados públicos cobren sus salarios.

En síntesis, desde el primer día el gobierno estará obligado a negociar las condiciones básicas de la gobernabilidad con la derecha, con los organismos financieros internacionales y con los Estados Unidos.

¿Revancha histórica?

A primera vista, el triunfo electoral de la esposa de Zelaya parece una revancha histórica. De hecho, debemos celebrar la derrota de un régimen narcodictatorial.

Pero el país que Castro encontrará es muy distinto de aquel que dejó Zelaya. A lo largo de estos trece años, ciertas tendencias corrosivas, previas al gobierno de Zelaya pero contenidas durante su mandato, se aceleraron. El narcotráfico, las maras, los militares y los paramilitares existían, igual que existían la corrupción y la violencia. Sin embargo, estas y otras dimensiones de la degradación social acompasaron sus ritmos y entraron en una simbiosis cuya cara visible es el narcoestado.

Al mismo tiempo, la descomposición hondureña afecta a los Estados Unidos, vinculados al país por la migración y el narcotráfico (cuestiones que tienen un peso distinto en la Nicaragua de Ortega). En un momento de desprestigio de un régimen represivo que fortaleció las tendencias que producen migrantes y delincuentes a escala masiva, Xiomara Castro es la cara opuesta al hundimiento encarnado por JOH: es una alternativa de contención.

El intento de contener la violenta corrosión del tejido social se planteó también en el gobierno de Zelaya. En este sentido, son dos momentos que se hacen eco uno del otro. Sin embargo, la crisis se agudizó en el país y en sus alrededores: otros son hoy el alcance y los límites de la contención. Las desventuras de la contención de la crisis latinoamericana, que muestra en Honduras una etapa avanzada, es lo que presenciaremos durante los próximos años.

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