El gran capital pendula entre derechas nuevas y viejas
Desde la crisis de 2008 el capitalismo global acentuó sus tendencias previas y las magnificó. La financiarización de la economía aceleró su ritmo luego de que los Estados del norte (en particular Estados Unidos) llevaran a cabo los salvatajes multimillonarios a los bancos de inversión que contaban con una parte muy importante de su cartera en subprime. Esta nueva ola de financiarización aceleró el ritmo de crecimiento de nuevas burbujas y apalancó a las nuevas megacorporaciones triunfantes: las hi-tech y las plataformas. El mundo del trabajo continuó su derrotero excluyente de más de un 50% de la población en los países capitalistas del sur, con la acentuación de la deslocalización productiva y nuevos encadenamientos de las cadenas globales de valor en los cuales las posiciones medias siguen siendo ocupadas por los países del norte global, con la excepción de China.
Estos procesos se vieron, sin duda, extremados por la pandemia en 2020-2021. La pandemia del coronavirus actuó como un catalizador de las tensiones económicas acumuladas en los años previos (ver Dossier 28, Tricontinental). Pero sobre todo mostró a las claras una distancia significativa entre las dinámicas nacionales de acumulación de capital y las dinámicas globales, entre las que prevalece el poder de las plataformas y los bancos de inversión. Amazon, Facebook, Alphabet, Apple, Microsoft, Tesla representan los grandes capitales ganadores de la nueva burbuja post 2008 y, sobre todo, en 2020 y 2021 frente al crecimiento exponencial de la utilización de plataformas y la virtualidad. Las grandes empresas financieras operaron como un engranaje indispensable para direccionar los dólares circulantes hacia estos vectores de acumulación de capital.
En gran medida, la relación entre los nuevos desarrollos tecnológicos de Silicon Valley y las nuevas derechas emergentes es bastante conocida: Peter Thiel, cofundador de Paypal, es un defensor furioso del ideario de la derecha alternativa; la aparición de las criptomonedas y la tecnología de blockchain son promovidas por el supremacista blanco Richard Spencer como la moneda de las derechas alternativas; la CEO de Oracle, Zafra Catz, donó unos 127 mil millones de dólares a la última campaña electoral de Donald Trump; entre otros vínculos. Sobre todo los sectores alineados a las posturas neorreaccionarias, seguidores de Nick Land y otras expresiones de una filosofía basada en la ucronía, como Mencius Moldbug, han reforzado a partir de los nuevos desarrollos de plataformas, redes sociales y criptos las nociones anti-estatistas y anti-globalistas que son el combustible de los nuevos movimientos de derechas en el norte.
Sin duda, las derechas alternativas ven en el desarrollo del llamado capitalismo cognitivo y en los desarrollos financieros del blockchain y las criptomonedas, formas concretas de favorecer lógicas de acumulación de capital privado en las cuales los Estados nacionales tienen escasa o nula capacidad de intervención. Los programadores vinculados a las nuevas oleadas de Silicon Valley, han vinculado los nuevos desarrollos de las high tech con las potencialidades de resolver los “problemas” de la democracia y de la intervención estatal. Es lo que Cédric Durand (2019) llama “El consenso de Silicon Valley”, que más que producir un efecto sólo sobre este pequeño grupo de empresas (las llamadas empresas emergentes) intenta realizar una operación hegemónica, producir un nuevo mapa cognitivo que pone en el banquillo de los acusados por la falta de productividad de los empresarios a los conservadores tradicionales del Partido Republicano y a los Demócratas progresistas que conducen “(…) a la mediocridad igualitaria, consumista y multicultural” (Raim, 2017: 59). Esta ideología se expresó desde 1994 en lo que se llamó Una Carta Magna para la Edad del Conocimiento elaborada por la Progress and Freedom Foundation. Si bien no logró disputar los breves años de la hegemonía neoconservadora a nivel estatal, en la cual marcaron el paso los halcones del Pentágono, el gran empresariado asumió una posición de acuerdo a la cual “El Silicon Valley, o más bien su representación encantada, es la vitrina del nuevo capitalismo: una tierra de oportunidades donde, gracias a las empresas emergentes y a la sociedad de capital de riesgo, las ideas florecen libremente, los empleos abundan y los desarrollos high tech benefician a la mayoría” (Durand, 2019: 49).
Así, podemos decir que esta operación ideológica que se ha venido desarrollando desde los años ́90, logró luego del fracaso neoconservador y de las iniciativas globalistas de Barrack Obama, pasar a la ofensiva y potenciar su agenda política durante los años de gobierno de Donald Trump. El 1 por ciento de los más ricos del mundo ha adquirido como propio el planteo de que la creación de valor en el capitalismo contemporáneo no se encuentra en lo material sino en la innovación (sea informática, financiera o bien la obtención de patentes para desarrollar luego producción físicas). Como nos muestra Mariana Mazzucato (2019), desde Apple hasta PayPal y desde Goldman Sachs hasta Pfizer, la posición es clara: ellos son quienes crean valor, frente a los ineficientes, entre los cuales el Estado y los trabajadores pobres son los ejemplos siempre citados. Esto emparenta bastante bien con el movimiento neorreaccionario que representa “un movimiento antimoderno y futurista de libertarios desilusionados” (Raim, 2017).
La pregunta clave aquí es ¿Cuánto de estos elementos han estado detrás de los proyectos de la derecha latinoamericana? ¿Podemos ver que esta “ideología de Silicon Valley” está marcando el ritmo de las demandas y propuestas de las clases dominantes en los países del sur del Río Bravo? Y, por otro lado, ¿Qué vínculo tienen las nuevas derechas emergentes con las clases dominantes locales?
Estas preguntas no podremos responderlas de manera contundente aquí, pero al menos podemos proponer algunas hipótesis.
La primera hipótesis que planteamos es que el antipopulismo es el principal articulador del gran empresariado de América Latina. El gran empresariado considera como sus principales enemigos a los diferentes proyectos populares (que despectivamente tildan de populistas). Como señalamos, desde los años de posneoliberalismo continental en la primera década de 2000, el reencuentro entre el capital concentrado y las derechas políticas se dio a partir de la necesidad de confrontar a los gobiernos emergentes de la lucha antineoliberal. Esa articulación se volvió cada vez más estrecha, al punto de generar procesos novedosos que van desde golpes de Estado blandos hasta duros, pasando por una variedad de formaciones de coaliciones electorales reaccionarias.
Los ejes sobre los cuales los grandes capitales de la región dieron su espaldarazo a las diferentes coaliciones y líderes de la derecha fueron constantemente las polarizaciones en relación al “populismo”: republicanismo vs. deterioro institucional; libertad de mercado vs. estatismo; democracia vs. autocracia; entre otros.
En esto encontramos una línea de continuidad con los procesos actuales. Si tomamos como ejemplo a Brasil, aparece a las claras que el gran empresariado prefiere apoyar a Jair Bolsonaro, que podríamos definir como un neofascista, frente a las posibilidades de que su gobierno termine de derrumbarse y acceda nuevamente al poder un proyecto popular encabezado por el ex presidente Lula Da Silva. Por lo general, la elite económica en Brasil tiende a posicionarse en un neoliberalismo más clásico y globalista, que un poco se ve representado en la figura de Paulo Guedes al interior del gobierno de Brasil. La síntesis novedosa que aparece en Brasil, respecto de los años ´90, es una conciliación entre el programa neoliberal clásico en lo económico, con el neofacismo de Bolsonaro en lo político. Desde los sectores del agronegocio hasta los bancos apoyan actualmente al gobierno abiertamente.
El punto de articulación es el temor al retorno de un gobierno popular. Si no logra detener este retorno, el bloque reaccionario de Brasil está dispuesto a realizar todas las reformas estructurales regresivas posibles para echar por tierra las ya reducidas capacidades estatales. La burguesía Brasileña no se plantea articular otro proyecto posible, manteniendo el horizonte neoliberal en el plano económico y barriendo bajo la alfombra los excesos fascistas de Bolsonaro.
De manera similar, el gran empresariado en Argentina se posicionó en una postura antipopulista desde el mismo momento de la asunción de Néstor Kirchner como presidente en 2003 y luego dio pasos cada vez más firmes para dar espalda a un proyecto que logre reemplazar al peronismo en el gobierno a manos de una fuerza que, encabezada por Mauricio Macri, olía a nueva derecha pero tenía más de derecha conservadora, republicana, colonialista y oligárquica que de una derecha que crezca en base a la incorrección política, el antiestatismo extremo, la movilización política y el nacionalismo reaccionario. En 2015, la Asociación Empresaria Argentina (la asociación de mayor peso entre las asociaciones empresariales del país), los grandes jugadores del agronegocio (que se expresan en la Sociedad Rural Argentina y otras entidades) y los grandes grupos que operan en la Unión Industrial Argentina, tuvieron una posición de apoyo absoluto a la campaña electoral de Macri y al sostenimiento de su política que, en términos de rentabilidad incluso no los benefició de manera sustancial. Sin embargo, la necesidad de sostener una política neoliberal se mantuvo como el eje central “frente a la amenaza populista” (Cantamutto y otros, 2019).
El gran empresariado en Argentina se ubica con toda claridad en oposición al gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández, en su gran mayoría contribuyendo a la coalición de derecha y centro-derecha de la que forma parte el ex-presidente Mauricio Macri. El fenómeno de nueva derecha, que tiene como máxima referencia a Javier Millei, no posee hoy una ascendencia significativa en el empresariado. El capital, con toda su tradición oligárquica, elige por el momento neoliberales conservadores antes que ultraliberales y anarcocapitalistas.
Estos casos nos muestran que las clases dominantes de nuestra región se encuentran en una encrucijada: seguir sosteniendo un modelo de democracia burguesa hoy en crisis o bien dar el salto hacia una forma autoritaria de gobierno. En todos los casos, el único punto de acuerdo es un programa económico antipopular. La variable de ajuste es cuánta violencia política se debe permitir, pero no cuánta violencia económica.
Una segunda hipótesis, vinculada a la anterior, es que la nueva derecha no tiene en realidad un programa económico que pueda ser apropiado por las principales expresiones del capital. En términos concretos, la mayor parte de las medidas de política económica de gobiernos considerados de “nueva derecha” como Bukele en El Salvador y Bolsonaro en Brasil, podríamos decir que siguen en proceso de radicalización del Consenso de Washington más que iniciativas novedosas basadas en la exacerbación de la economía del conocimiento, la revolución 4.0 o la adopción de las premisas de la escuela austríaca. Las medidas macroeconómicas centrales de estos proyectos, al igual que las que ha desarrollado Sebastián Piñera en Chile, Mauricio Macri en Argentina o las que lleva a cabo Lacalle Pou en Uruguay, se resumen en el programa del globalismo neoliberal. Claro que este programa viene mostrando su agotamiento sistemático desde hace décadas y allí es donde comienza a producir simpatías en el empresariado hacia las formas neorreaccionarias y las derechas alternativas.
Quizá el único caso que encontramos como un balbuceo en el sentido de producir nuevas formas de una economía política reaccionaria adecuada a los tiempos, es la adopción de la criptomoneda Bitcoin en El Salvador como moneda de curso legal. En una medida de gran radicalidad, el presidente modelo de la neorreacción en América Latina impulsó esta ley que fue aprobada por la mayoría del parlamento de ese país, suma un riesgo de inestabilidad muy importante, puesto que la libre conversión de dólares a Bitcoin puede producir efectos especulativos generalizados dada la volatilidad que tienen las criptomonedas. El punto central de esta medida es que El Salvador ya tiene su política monetaria atrofiada debido a que la economía se encuentra dolarizada, pero la adopción del Bitcoin como moneda de curso legal directamente gira hacia la privatización de la emisión monetaria. Despojar al Estado de toda capacidad de intervención o regulación sobre el dinero, es uno de los grandes sueños neorreaccionarios que parecen volverse realidad en este país centroamericano.
Así, con la excepción del avance de Nayib Bukele en el salto al vacío de las criptomonedas, las propuestas de política económica de las derechas de la región emparentan bastante bien con los programas neoliberales clásicos y estas son las propuestas económicas que el gran empresariado defiende y sostiene para oponerse a cualquier programa de avance popular. En definitiva, en este punto se ve a las claras que a las diferentes derechas las une el espanto y el odio a las clases trabajadoras.
Como tercera hipótesis, que se vincula a lo anterior, cada vez es mayor la distancia que existe entre lógicas de acumulación de capital y proyectos políticos de las clases dominantes. La dinámica de acumulación de la revolución 4.0 y la extrema financiarización subordina como nunca antes a las clases dominantes de los países de la periferia del mundo a los imperativos del capital global. La respuesta de estos capitales que quieren sobrevivir a la competencia global que crecientemente tiende al tecnofeudalismo es retomar la agenda de la reforma neoliberal recargada. Esta agenda no tiene, sin embargo, el apoyo popular que supo tener en la última década del XX. Las burguesías de los países de la periferia latinoamericana pendulan entre el apoyo explícito a los gobiernos de derecha tradicional y la creciente simpatía hacia los sectores aún hoy marginales de la nueva derecha que prometen nuevos discursos, nuevas utopías reaccionarias y nuevas formas de movilización para apoyar una refundación capitalista.
En un punto la clave de este debate es cuánto necesita hoy la dinámica de acumulación de capital global y nacional de la dominación a través de la democracia burguesa o se encuentran en otras búsquedas.