Colombia: 2021, el año de mayor exitación social y de descontento – Por Equipo desdeabajo
Por Equipo desdeabajo
Como diferentes medios lo registran, la colombiana es una crisis con manifestaciones de ingobernabilidad en diferenciales niveles de consolidación, para el caso de Nuestra América, en casi todos nuestros países, incluso más allá de la misma, extendiéndose al territorio de quien nos considera su patio trasero. Esa realidad llevó a que, en la memoria nacional, este año quede registrado como aquel en que alcanzó cuerpo la mayor excitación social y del descontento hasta ahora conocida, en la demanda fundamental por no descender ni perecer: por vida digna.
En ella se puede resumir la demanda por sustanciales derechos humanos: salud, educación, trabajo, ingresos, comida, demanda extendida luego de la intervención estatal para contener en algunos sitios la desbordada inconformidad popular, y, por ende, derecho a la protesta, a la vida, al desmonte de organismos parapoliciales que operaron por doquier y con escasa cortapisa, así como al desmantelamiento de organismos de violencia –control social y del orden público les dicen– como el Esmad, así como a reclamar el predominio de la justicia y la verdad.
Con algún nivel de iniciativa revolucionaria, hizo presencia una acción de desobediencia en amplios segmentos sociales, entre los siempre reconocidos como populares, y otros no tanto, que dejó ver el despunte de la creatividad artística, de la puesta en escena de la disputa cultural, de la confrontación de valores, de maneras de ver el país que se tiene y el que se anhela que tome forma, en medio de lo cual queda un poco más cuestionada la clase que ha detentado el poder por más de un siglo.
La crisis de gobernabilidad que se revela, luego de ser contenida, entre otras expresiones, tanto por la forma violenta como fue enfrentada como por el desgaste lógico de una protesta prolongada más allá de todo cálculo, pero también por la ausencia y el vacío de un sujeto histórico y activo que lograra encausar hacia un fortalecido y entablado puerto la inconformidad juvenil/popular, trae como nítido reflejo la ausencia de un proyecto histórico con lenguaje y responsabilidad para el país que tenemos, de una estructura territorial que se conecte con los negados de siempre, más otros que por primera vez –y por los efectos de la pandemia y su potenciada crisis económica– perdieron los pocos ahorros con que contaban.
Es perceptible la ausencia de un proyecto histórico –sin referentes legítimos de convocatoria y conducción nacional y sin un sistema de información que dispute la opinión– que desperdicia la presencia constante de la crisis, y que lleva a que, como posibilidad alternativa y fundamental para disputar poder y gobierno, sobresalgan sin permanencia, pasado cada tiempo, la vía electoral, la institucionalización de la protesta de cuyo ejemplo más meridiano está la influencia que alcanza el llamado a participar en las elecciones para conformar los Consejos de Juventud –instancia sin poder de decisión alguno sobre las líneas estratégicas en las que se sostenga una lectura sobre el papel de la juventud en nuestro cuerpo social. Se trata de organismos distantes en cuanto a concretar sus derechos en espacios como la educación superior, el trabajo, los salarios, la estabilidad, la diversión, los deportes y otros.
La orfandad implícita se dibuja y resulta del escaso interés en la construcción de espacios y dinámicas de doble poder, que expresen lo reivindicado por la protesta escenificada a partir del 28 de abril, y que, contrariamente a ello, optan por admitir la pausa y rebajar la intensidad en la acción que merecen un degastado régimen y el gobierno de turno, permitiéndoles tomar aire, mucho más allá del segundo, con un resultado que refuerza su dominio sobre el no pequeño segmento social que lo defiende. El hecho se amplía incluso a nuevas capas sociales por efecto de esta ausencia de opciones y modelos de vida digna, necesarios de concretar, así como por medio de un clientelismo –electoral– ahora profundizado y justificado como política social para enfrentar los efectos de empobrecimiento aumentado por la pandemia.
Como producto de todo ello, el año 2022 entra en un escenario no contrario ni desfavorable para quienes detentan el poder, pues, si bien las diversas fuerzas que se le oponen cuentan con opinión pública y un margen electoral nada despreciable, el escenario no plantea una ruptura con el orden establecido, tal como lo reclamaban quienes llenaron las calles de las ciudades a lo largo de dos meses del 2021, y como lo demanda la crisis sistémica en curso, sino que se lleva a cabo en un escenario de continuidad en el cual, si algo llegara a cambiar, es para que todo siga igual.