Chile | Viva el voto en contra – Por Ignacio Moya Arriagada

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Ignacio Moya Arriagada

La democracia representativa tiene una serie de debilidades. Una de las más perniciosas tiene que ver con la idea de que votar es el acto más importante. Pensar, además, que uno elige un representante cuya misión será la de cumplir sus promesas y satisfacer mis expectativas es una idea nociva para la democracia porque libera al votante de cualquier responsabilidad. Pero no sólo lo libera de responsabilidad política sino que, y esto es más preocupante aún, inhibe la autonomía individual. ¿Qué tiene de deseable aspirar a encontrar un candidato que interprete y represente nuestro mundo interior a cabalidad? Querer que alguien piense por uno o que alguien articule mis aspiraciones sociales fielmente es una derrota para el intelecto. Por eso aquellos que no quieren votar porque Boric no los representa, o porque creen que va a traicionar sus compromisos de cambio, cometen un error. Nadie, nunca, nos debiese representar tan cabalmente que estemos dispuestos a renunciar a nuestra autonomía.

Habemos muchos que tenemos legítimas dudas con respecto a la voluntad y la capacidad de Boric para llevar a cabo las promesas de cambio social que ha hecho. El fantasma de una Concertación 2.0 ronda. Los últimos 30 años de política neoliberal y de cocina entre las élites ha calado, con justa razón, en el inconsciente colectivo. Es por esto que algunos prefieren el voto nulo, blanco o la abstención. Votar por Boric no los convence. Pues bien, mi argumento aquí es que, atendiendo las justas dudas, no vayan a votar por Boric, pero sí vayan a votar contra Kast. A veces no se vota a favor de alguien; a veces se vota en contra de alguien. En esta elección, como pocas veces en la historia, ese voto en contra es importante y necesario.

El académico e intelectual Noam Chomsky, quien estuvo de cumpleaños este pasado 7 de diciembre, dijo alguna vez que “los anarquistas (…) apoyan el poder estatal para proteger a las personas, la sociedad y la tierra misma de los estragos del capital privado concentrado [y que] deben utilizarse los medios disponibles para salvaguardarlos y beneficiarlos [a las personas], incluso si un objetivo a largo plazo es construir alternativas preferibles”. El punto esencial aquí es que desperdiciar espacios políticos es algo que sólo se puede hacer desde espacios de privilegio. Ante el sufrimiento de otro, negarse a hacer aquello que reduce ese sufrimiento es incomprensible. Pero más incomprensible aún es hacer algo que aumente ese sufrimiento (o potencial sufrimiento). Ese es el error de no votar contra Kast. Al no votar contra él, abrimos la puerta a que el abuso, el maltrato y la discriminación aumente y se propague entre aquellos que ya son los más vulnerables de la sociedad.

A pesar de esto, hay quienes siguen sosteniendo que el acto electoral es un medio completamente inadecuado para corregir las injusticias sociales. Más aún, dicen, cuando el candidato de los cambios sociales (en este caso, Boric) se presenta tan conciliador y tan dispuesto a dialogar y llegar a acuerdos con las élites de este país. Pues es indudable que la democracia representativa ha demostrado ser lenta en canalizar, procesar y solucionar de forma adecuada las justas demandas de la gente. Lo cierto es que esta lentitud es una de las virtudes de la democracia porque, bien entendida, la lentitud es en realidad el resultado de un largo y pausado proceso de deliberación. Esta es, entre otras cosas, una de las diferencias con las dictaduras. El dictador puede implementar las medidas que estime necesarias sin pasar por un proceso de consulta que lo obligue a tener que transar o negociar. Le basta la fuerza para, por ejemplo, instalar un nuevo sistema de pensiones como se hizo en Chile con las AFP.

En una sociedad donde prima la justicia social y las urgencias no apremian, el proceso deliberativo que ocurre en democracia no suele ser causa de malestar social. Pero en una sociedad donde las urgencias son tales que la capacidad de llegar a fin de mes depende de tal o cual medida gubernamental, pues esa lentitud es caldo de cultivo para el conflicto social. Es caldo de cultivo, también, para que se produzca rechazo y resentimiento hacia los políticos y eventualmente hacia todo el sistema. Una auténtica democracia (un sistema que represente las preferencias de la gente y que reparta el poder de forma equitativa entre la población) es exitosa cuando es el resultado de un acuerdo entre partes iguales. Cuando partes tan desiguales en poder y conocimiento intentan llegar a un acuerdo, es extremadamente difícil que aquellos que están en una posición de poder renuncien a sus privilegios. Más bien, se dedicarán a entorpecer, bloquear y amarillear los cambios para que, al final, nada cambie realmente.

La democracia representativa tiene, claramente, una serie de debilidades. Junto a la que acabo de mencionar, me parece que una de las más perniciosas tiene que ver con la idea de que votar es el acto más importante. Pensar, además, que uno elige un representante cuya misión será la de cumplir sus promesas y satisfacer mis expectativas es una idea nociva para la democracia porque libera al votante de cualquier responsabilidad. Pero no sólo lo libera de responsabilidad política sino que, y esto es más preocupante aún, inhibe la autonomía individual. ¿Qué tiene de deseable aspirar a encontrar un candidato que interprete y represente nuestro mundo interior a cabalidad? Querer que alguien piense por uno o que alguien articule mis aspiraciones sociales fielmente es una derrota para el intelecto. Por eso aquellos que no quieren votar porque Boric no los representa, o porque creen que va a traicionar sus compromisos de cambio, cometen un error. Nadie, nunca, nos debiese representar tan cabalmente que estemos dispuestos a renunciar a nuestra autonomía.

Por eso votar en contra de alguien, más que a favor de alguien, es una buena forma de votar. Sirve. Aquellos que queremos cambiar las estructuras sociales, que queremos avanzar hacia una sociedad más justa y equilibrada tenemos que entender que es importante votar, pero que ese voto se tiene que acompañar con movilización social. Con marchas, con conversaciones en las calles y en las salas de clase. Los cambios se logran expandiendo los horizontes intelectuales (a través del arte, el estudio) y presionando a las autoridades debidamente elegidas. Se necesita una prensa inquisitiva y una ciudadanía que esté pendiente, informada y siempre atenta para salir a exigir que las autoridades avancen e implementen las medidas que nosotros exigimos. Hay que hacer aquello que la derecha chilena tanto teme: estar con un pie en las instituciones y otro pie en las calles. No basta con elegir representantes. Tampoco basta con la movilización social. Ambas son necesarias, pero por sí solas son insuficientes.

Por todo lo anterior, me parece que, estrictamente hablando, conviene dejar de pensar que elegimos representantes. Más bien, es mejor pensar que elegimos contrincantes. Es decir, no voto por alguien que piense y haga el trabajo por mí. No. En realidad. voto por alguien al que le voy a exigir que implemente los cambios que anhelo. ¿A quién le vas exigir (con cierta expectativa de que te escuche, por cierto) que termine con las AFP? ¿A quién le vas a exigir que invierta en educación pública y que implemente los acuerdos internacionales por el cambio climático? ¿A Boric o a Kast? Con Kast de Presidente, no sólo no seremos escuchados, sino que seremos reprimidos, detenidos y perseguidos. Con Kast de Presidente, el debate y la libre deliberación será acallada (es cosa de recordar lo que sucedió hace poco con los diputados que le exigieron a las universidades estatales los nombres de los profesores que impartían cursos con perspectiva de género).

Con Kast no sólo no hay avance social posible, sino que retroceder es una auténtica posibilidad. Pero con Boric el avance es posible. Y es posible no porque Boric vaya a, necesariamente, tener la iniciativa, el convencimiento y la capacidad de llevar adelante las transformaciones por sí solo. No. Con Boric el avance es posible porque una ciudadanía movilizada, vigilante y exigente puede incidir directamente en el futuro de Chile. Estas razones son más que suficientes para votar contra Kast. El pinochetismo debe ser enterrado de una vez.

El Desconcierto

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