El “no alineamiento activo” en la pugna entre Estados Unidos y China – Por Ariela Ruiz Caro

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Ariela Ruiz Caro*

La reciente publicación El no alineamiento activo y América Latina: una doctrina para el nuevo siglo aparece en un momento en que nuestra región es escenario importante del conflicto suscitado entre la primera economía del mundo y sus esfuerzos por impedir el ascenso y presencia de China.

El libro, compilado por Carlos Fortín, Jorge Heine y Carlos Ominami está dedicado a la memoria del recordado sociólogo, periodista, ex canciller y querido amigo, Rafael Roncagliolo, quien, juntamente con Humberto Campodónico, escribió El Perú, autonomía y no alineamiento, uno de los artículos de la publicación.

En un escenario internacional caracterizado por el surgimiento de lo que, a juicio de los compiladores, tiene visos de ser una nueva guerra fría entre Estados Unidos y China ¿Cómo lograr que América Latina enfrente esta rivalidad y aproveche para sí lo mejor que cada potencia ofrece sin tener que enfrentarse a ninguna de ellas? Este es el eje central en torno al cual giran los textos reunidos en esta oportuna y exhaustiva publicación.

El origen del movimiento de los no alineados y sus circunstancias históricas, el fin de ellas y las características del nuevo escenario, sus diferencias y similitudes y la estrategia del No Alineamiento Activo (NAA) como estrategia de la región para administrar el conflicto entre ambas potencias son algunos de los tópicos que abordan los autores.

La guerra fría entre EEUU y la URSS; el surgimiento de los No Alineados

Luego del fin de la segunda guerra mundial, y la configuración de un mundo bipolar, los países recién independizados en África, Asia y América Latina intentaron definir un espacio propio, no subordinado a Estados Unidos ni a la Unión Soviética, a partir de la Conferencia de Bandung en 1955, y luego con el establecimiento formal del NOAL en la conferencia de Belgrado en 1961. Su planteamiento original consistió en no suscribir alianzas militares con ninguna de ellas, y mantener la autonomía de acción necesaria para su gobernabilidad.

Al comienzo, este priorizó una agenda de tipo político, con un énfasis en la no-intervención, la soberanía nacional, la coexistencia pacífica y el respeto al multilateralismo y al derecho internacional, como correspondía a países que recién se asomaban a la vida soberana. Con el correr del tiempo, y bajo el liderazgo de Argelia, así como de países caribeños como Jamaica, esta se trasladó al campo económico, forjando la demanda de un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI), que fijó por varias décadas la agenda de las relaciones Norte-Sur.

Pero las circunstancias cambiaron. Primero, el fin de la guerra fría en 1991, luego de la desaparición del Pacto de Varsovia y el desmoronamiento de la Unión Soviética y de los países de Europa del Este. Ello significó un claro triunfo para Estados Unidos que consolidó su predominio económico, político y militar, que empezó a debilitarse a principios del milenio, después de que China entrara a la Organización Mundial del Comercio en 2001. Este se hizo más evidente desde el estallido de la primera crisis financiera y económica global del milenio, con la quiebra del Banco Lehman Brothers en 2008. De representar un 50% del producto mundial en 1945, Estados Unidos hoy representa un 24% del mismo, mientras que China representa un 16%. Algunas proyecciones indican que el tamaño de la economía china superará a la de Estados Unidos antes del fin de esta década. De hecho, desde 2014 ya la supera en términos de Paridad de Poder Adquisitivo.

Nueva guerra fría entre Estados Unidos y China: el No Alineamiento Activo

Treinta años después del fin de la “primera” Guerra Fría, América Latina y el Caribe se encuentra sometida a presiones para alinearse, esta vez, con Washington o con Beijing. Hay un sinnúmero de casos, que se describen en la publicación, sobre las presiones que ejerce Estados Unidos a los gobiernos para evitar su relacionamiento con China.

Entre ellos, las condicionalidades del préstamo a Ecuador por 3.500 millones de dólares de la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional (IDFC), del gobierno estadounidense, que establecieron que el país no comprara tecnología china para su red de comunicaciones y que privatizara activos del sector público por un monto equivalente al préstamo. Asimismo, las amenazas para no adquirir la tecnología 5G de China, e inclusive vacunas que no fueran estadounidenses.

Los compiladores consideran que, a partir del inicio de la tercera década del siglo XXI, hay suficientes elementos como para suponer que hay una Segunda Guerra Fría en ciernes. No obstante, a diferencia del conflicto surgido entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, y que configuró un sistema internacional bipolar marcado por fuertes diferencias ideológicas y tensiones en el campo militar, lo que hay ahora sería algo muy distinto.

El diferendo entre los Estados Unidos y China sería ante todo una competencia por la primacía global que se daría en lo comercial y lo tecnológico, sin los ribetes de un enfrentamiento entre dos modelos de sociedad ni la carrera armamentista que tuvo lugar entre Washington y Moscú.

Las rispideces entre Estados Unidos y China se exacerbaron a partir de 2017 durante la presidencia de Donald Trump. El retorno de un presidente liberal y moderado, como Joe Biden a la Casa Blanca, como ocurrió en 2021, lejos de bajar el tono de la retórica anti-China, ha incrementado las tensiones y ha añadido a los conflictos comerciales o de derechos de propiedad intelectual un nuevo frente: el conflicto entre democracia y autoritarismo.

La realidad hace suponer que estos conflictos se acentuarán por lo que es imprescindible pensar en el significado que ello tiene para América Latina y cuál es su posible respuesta. A la Iniciativa de la Franja y la Ruta lanzada por China en 2013, Estados Unidos, en la Cumbre del G7 en 2021, ha respondido exhortando a los Estados miembros a hacer algo similar, bajo la rúbrica de Building Back Better World (B3W). Pero es evidente que China, sigilosamente, va tomando la posta en muchos ámbitos del comercio, financiamiento, inversiones digitales, infraestructura e inclusive energías renovables.

Es en este contexto en el que surge el concepto de NAA, propuesto inicialmente por Carlos Ominami, en un texto publicado en agosto de 2019. Según los compiladores del libro, no se trata de trasladar mecánicamente planteamientos surgidos en los sesenta a las realidades muy distintas del nuevo siglo. Por el contrario, el desafío radica en adaptar conceptos y términos que expresaron una era, a las de un mundo en acelerado proceso de cambio, con las debidas enmiendas y ajustes del caso.

La irrelevancia de América Latina en el escenario internacional

La región ha perdido peso político y diplomático en los últimos años y ha dejado de ser un actor internacional importante. En efecto, se permitió la injerencia del Departamento de Estado para desactivar la Unasur en 2019; no se pudo impedir que el candidato norteamericano nominado por Trump, Mauricio Claver Carone, se convirtiera en presidente del BID –-rompiendo la tradición de que este fuera latinoamericano– y tampoco apoyo conjuntamente la propuesta de India y Sudáfrica para liberar las patentes de las vacunas hasta que la población mundial estuviera vacunada y así evitar la mutación del virus (como sí la tuvo la Unión Africana que agrupa a los 56 países de ese continente) en el marco del Acuerdo de la OMC sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual

Peor aún, a diferencia de la Unión Europea y la Unión Africana, que sí compraron una parte de sus vacunas de manera conjunta, la región no lo hizo a pesar de contar con mecanismos establecidos para ello en los organismos subregionales de integración.

Nuestra región no solo ha perdido relevancia como actor político sino también en términos del tamaño de su población, sus capacidades nacionales, volumen de comercio, relaciones diplomáticas y participación en organizaciones multilaterales, entre otros.

En este contexto el camino del NAA — entendido no como neutralidad sino como un posicionamiento político claro en el que el ejercicio de la soberanía y la autonomía de acción son criterios fundamentales para impulsar la gobernabilidad nacional y regional, surge como opción valedera para responder al conflicto entre China y Estados Unidos, que tiene a América Latina como uno de sus escenarios en pugna.

En ese sentido, sentar las bases que permitan el consenso mediante el despliegue de una diplomacia de equidistancia frente a ambas potencias, dimensionar los efectos de desindustrialización que imprimen la vinculación con Washington y Beijing –básicamente demandantes de materias primas– e identificar las limitaciones que tienen actualmente los países latinoamericanos para aplicar una política de NAA en materia de seguridad, son algunos de los aspectos que son abordados por los autores del libro.

En materia de defensa el predominio de las entidades interamericanas, lideradas por Estados Unidos, es abrumador. La presencia de China en el sector es mínima, con solo algunas ventas de armas de Venezuela, y algunos otros países, pero en cantidades muy menores.

Se considera que, en la medida en que la competencia estratégica por la región se acentúe, mayor será el poder de negociación de los países, aunque ciertamente ello también dependerá de la capacidad de acción colectiva. En efecto, la declinación hegemónica de Estados Unidos y la creciente presencia regional de China y de otras potencias como Rusia debe ser considerada como una ampliación de un abanico de oportunidades, y no como una reducción de este. Sin embargo, la coordinación y la construcción de consensos será una vez más el gran reto de América Latina. Sin duda, una publicación de lectura imprescindible para comprender la compleja coyuntura internacional.

* Asesora de la Presidencia de la Comisión de Representantes Permanentes del Mercosur, Montevideo; investigadora del Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (CEPES), consultora de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Naciones Unidas (CEPAL), Santiago de Chile

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