Los 40 ladrones – Por Raúl Zibechi

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Por Raúl Zibechi*

Nombrar es una forma de investir legitimidad; de hacer tangible lo que hasta ese momento no tenía la denominación adecuada o quedaba nublado por haber sido mencionado de tal modo que disimulaba una realidad. El acierto o el desvarío en nombrar o conceptualizar puede tener consecuencias que alienten o neutralicen la comprensión y la acción colectivas.

Es preferible nombrar de modo claro y entendible, sin demasiadas vueltas que opaquen la realidad que se desea exponer. Pero sobre todo, es necesario colocar aquellos nombres que surjan de los pueblos en movimiento, de quienes son sujetos de la vida y, por tanto, de las resistencias. Por ejemplo, no es lo mismo decir acumulación por desposesión, concepto académico enteramente válido, que aludir a una cuarta guerra mundial contra los pueblos.

En el segundo caso, se hacen evidentes agresores y agredidos, lo que supone una enorme ventaja desde el punto de vista de la lucha por la emancipación.

Decir burguesía para referirse a la clase dominante y explotadora, supone mirar el pasado. En rigor, lo que hoy existe es bien diferente a aquel concepto acuñado siglos atrás que, sin embargo, seguimos utilizando porque la inercia es una fuerza poderosa. En el pensamiento crítico, la burguesía está asociada a un periodo del capitalismo afincado en la acumulación por reproducción ampliada del capital, según analizó Marx.

Se trata de una forma de acumulación que tuvo su eje en la industria, por la cual el burgués utilizaba su capital inicial para invertirlo en la compra de edificios, maquinarias y materias primas, y para contratar trabajadores a los que extraía plusvalía al hacerlos trabajar más tiempo del necesario para reproducir sus condiciones de vida. Así, al final del proceso, el burgués multiplicaba su capital inicial.

El concepto de burguesía ha ganado un lugar importante en las ciencias sociales establecidas y sigue siendo habitual en el pensamiento crítico de las varias tendencias que lo integran. En estos tiempos de violencia contra los pueblos y las mujeres en particular, contra la tierra y la vida en el planeta, suena lejano, frío y algo aséptico.

Prefiero utilizar el concepto de Abdullah Öcalan, quien define a la clase en el poder como los 40 ladrones, término que empata con el de Fernand Braudel, que define el capitalismo como el visitante nocturno, el ave de rapiña dispuesta a identificar el momento oportuno para llevarse a su presa.

Öcalan dice que el capitalismo se afirma en el poder militar y político para usurpar los valores sociales, entre los que destaca la mujer-madre por el hombre-fuerte, por el grupo de bandidos y ladrones que le acompañan (https://bit.ly/3m96Sfn). Aquí no hay inversión de capital, sino especulación o robo.

Este modo de nombrar apela a los saberes populares, pero que no hace concesiones a la rigurosidad, describe de forma acertada lo que viene sucediendo en estos tiempos. Una ventaja adicional, es que se trata de miradas desde abajo, desde el lugar de quienes sufren el modelo de despojo y genocidio. Podrá decirse que no son conceptos científicos, ni validados por la academia. No es nuestro problema, ni entra en nuestros objetivos.

Uno recorre el continente, México en particular, y encuentra una cadena interminable de violencias y despojos que no caben en el concepto de acumulación que manejaba Marx cuando se refería a la plusvalía, ni al de la burguesía que necesitaba obreros para explotarlos y, luego, para convertirlos en consumidores de las mercancías producidas. Aquel burgués, por repugnante que fuera, necesitaba a sus trabajadores, mientras los 40 ladrones los saquean y asesinan para quedarse con sus medios de vida. Despojar y explotar son cosas diferentes.

Miles de campesinos de la región Choluteca (Puebla) vieron cómo se les secaban sus manantiales, al punto que sus cultivos peligraron, porque la multinacional Bonafont extraía 1.6 millones de litros diarios de agua de un solo pozo. La vida en El Salto (Jalisco) es un verdadero horror, en medio de la brutal contaminación del río Santiago por los desechos de cientos de industrias y de la ciudad de Guadalajara. En otros tiempos, el capital trataba las aguas que desechaba, pero ahora se limita a atropellar y desechar, poniendo en jaque la vida de millones.

Por décadas se enfrentó a la burguesía con paros, huelgas y manifestaciones que buscaban negociar las condiciones de trabajo, en particular el salario. Para ello el sindicalismo fue una herramienta adecuada, aunque muchas luchas partieron de las bases sindicales que sobrepasaban a sus direcciones.

Para enfrentar a los 40 ladrones esas herramientas no resultan útiles. Más que culpar a los malos dirigentes sindicales, que abundan y juegan un papel negativo, debemos comprender los cambios. Las razones por las cuales los pueblos originarios están en la primera línea en la defensa de la vida y la naturaleza, y en la creación de mundos nuevos.

* Periodista, escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina.

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