El sexo de los ángeles – Por Héctor Abad Faciolince
Por Héctor Abad Faciolince*
Cuando hablamos de las “discusiones bizantinas” nos referimos a esos debates inanes que no parecen llevar a ninguna parte, pero que, sin duda, tienen algo divertido. En estos días, en una entrevista aparecida originalmente en The New York Times, Yuval Harari (el historiador y filósofo que tiene la gran virtud de abrir la boca y hacernos pensar) equiparó las discusiones actuales sobre género a ciertas discusiones teológicas de los orígenes del cristianismo.
¿El sexo es una cuestión biológica o cultural? ¿Se escoge ser hombre, mujer, heterosexual, homosexual, bisexual, no binario, transexual, fluido, etc., o tenemos una identidad biológica esencial con la que venimos al mundo? ¿Dios es hembra o varón, ni lo uno ni lo otro, no binario, trinitario, al mismo tiempo Dios y hombre, Diosa y mujer, uno y trino, ni lo une ni lo otre? Por no hablar del sexo de los ángeles o de cuántos de estos caben en la cabeza de un alfiler.
Que el asunto sea actual y que produzca muchísima irritación (o desdén, o risa) lo demuestra el nuevo personaje, realmente nuevo, de la resurrección de la vieja serie Sex and the City, Che Diaz, representado por Sara Ramírez, que se niega a ser tratado/a como hombre o como mujer, y cuya marca de género en el lenguaje (gramatical y de identidad) sería, no sé bien, una x o una e.
Si las series de televisión son en cierto sentido un espejo de lo que ocurre en la sociedad, un personaje así, Che, recoge lo que ahora hacen algunas parejas con sus hijos: les ponen un nombre que no es claramente ni de varón ni de hembra (digamos Tole, o Chele, o Mele), les visten de un modo neutro y les imparten también una “educación no binaria”, de modo que estes niñes (en su jerga hay que decir así) tengan la libertad de escoger lo que quieran ser sin influencia de sus padres. Hago lo posible por no caricaturizar y creo que es así, aunque no soy experto. En fin.
Lo interesante en la cuestión planteada por Harari es que esas discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles o sobre la Santísima Trinidad, trasladadas ahora al debate de género, lo que anuncian, según el pensador israelí, es un cambio de era. Para él, convencido hasta ahora de que las categorías del humanismo y del liberalismo eran los mejores relatos creados por la humanidad, los debates sobre género anuncian otro más hondo: el de la transhumanidad.
En sus propias palabras: “Creo que el motivo de que los debates sobre las personas transexuales, no binarias y todo lo demás generen tanto ardor es que la gente quizá tiene la sensación subconsciente de que los debates del futuro versarán sobre lo que podemos hacer con el cuerpo y el cerebro humanos; cómo podemos rediseñarlos, cómo podemos modificarlos”.
La revolución tecnológica permite, o va a permitir en un futuro no tan lejano, cierto diseño de lo que queremos ser o de lo que queremos que sean nuestros hijos.
Tal vez sea posible, por ejemplo, traer al mundo un bebé con ciertas características físicas (color, altura, belleza), con inmunidad a ciertas enfermedades, con capacidades mentales sobresalientes, con cualidades que quizá todavía no podemos ni siquiera imaginar. Las personas transgénero y las que se niegan a envejecer tienen algo en común: modifican su cuerpo con una serie de procedimientos, a veces cosméticos, superficiales, a veces más profundos, quirúrgicos y químicos, que provocan efectos muy visibles.
El bótox, las tetas artificiales, la fabricación quirúrgica de órganos sexuales masculinos o femeninos parecen el anuncio de otro tipo de implantes, digámoslo así, más espirituales: prótesis internas que generen o simulen una memoria prodigiosa, ayudas tecnológicas para desarrollar de un modo genial alguna actividad cultural (jugar al ajedrez, por ejemplo, o escribir sonetos, o resolver problemas matemáticos, o recordar resultados deportivos o tesis filosóficas, o lo que sea). Incluso en los vacunados una, dos, tres o cuatro veces hay ya un atisbo de transhumanismo.
*Escritor y periodista colombiano, conocido por sus libros Angosta, que obtuvo en abril de 2005 en China el premio a la mejor novela extranjera, y El olvido que seremos, sobre la vida y asesinato de su padre Héctor Abad Gómez ( premio Casa de América Latina de Portugal y premio Wola-Duke en Derechos Humanos). Obtuvo el Premio Nacional de Cuento y dos Premios Simón Bolívar de Periodismo de Opinión.