El chavismo en el laberinto hegemónico (y una novedad histórica) – Por Reinaldo Iturriza

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Reinaldo IturrizaElecciones, salario, inflación y fractura hegemónica

El pasado 21N, por primera vez en los últimos veintiún años, y tomando como referencia solo las contiendas electorales de carácter regional, las candidaturas oficiales del chavismo obtuvieron un porcentaje de votos menor que el alcanzando por el conjunto de fuerzas políticas de oposición: 45,30% versus 52,34%. A esto debemos sumarle una merma de 1.770.596 votos en relación con las elecciones regionales de 2017, lo que equivale a una disminución del 30,44% de su caudal electoral.

Si tomamos como referencia todas las elecciones celebradas en idéntico período, y exceptuando el referendo para la reforma constitucional de 2007, el chavismo siempre obtuvo mayor porcentaje de votos que la oposición, salvo en una oportunidad: las elecciones parlamentarias en diciembre de 2015.

Hagamos un brevísimo ejercicio de memoria: en las elecciones previas a las parlamentarias de 2015, esto es, en las municipales de diciembre de 2013, el chavismo había alcanzado una cómoda victoria. ¿Qué ocurrió entre una elección y otra? Es cierto que el salario mínimo integral experimentó un incremento del 87,93%, pasando de un valor promedio de Bs.F. 5.414,38 en 2014 a un valor promedio de Bs.F. 10.175,34 en 2015. No obstante, la inflación (precio de alimentos) ascendió a 68,5% en 2014 y marcó 180,9% en 2015. Dicho de otra manera, la inflación aumentó 164,09% en 2015 en relación con el año precedente, casi dos veces más que el porcentaje de incremento del salario mínimo integral. El cuadro 1 del anexo ofrece más detalles al respecto.

Si la evaluación del comportamiento de este par de indicadores nos permite una primera aproximación parcial a la magnitud de la desvalorización del salario mínimo integral entre 2014 y 2015, procedamos a tomar en consideración el valor real del salario mínimo integral, medido de acuerdo al valor del dólar especulativo. Así, tenemos que en 2014 el valor promedio del salario mínimo integral fue de 60,17 dólares, -41,05% menos que en 2013, mientras que en 2015 el valor promedio fue de 23,15 dólares. En otras palabras, en 2015, el valor promedio del salario mínimo integral disminuyó -61,53% en relación con el año precedente, como puede observarse en el cuadro 2 del anexo.

Lejos de cualquier determinismo económico, no pretendo sugerir que el comportamiento de estos indicadores nos ofrece una explicación suficiente de las razones de la derrota en las elecciones parlamentarias de 2015. Si existiera tal cosa como una relación causal unívoca, mecánica, entre la desvalorización del salario mínimo integral y los resultados electorales, en adelante el chavismo difícilmente hubiera obtenido alguna victoria electoral: luego de recuperar levemente su valor promedio en 2016 (se apreció 33,05% en relación con 2015), ubicándose en 30,80 dólares, en 2017 disminuyó -35,13% en relación con el año previo, marcando 19,98 dólares; en 2018 cayó -70,73%, ubicándose su valor promedio en 5,85 dólares; en 2019 apenas se apreció, un 6,61%, marcando 6,23 dólares, y en 2020 disminuyó -52,34%, para situarse en 2,97 dólares (ver cuadro 2 del anexo).

Lo que resulta indiscutible es que, para el momento de las elecciones parlamentarias de 2015, la clase trabajadora venezolana había experimentado cuatro años consecutivos de significativa desvalorización de sus ingresos, si tomamos como referencia el valor promedio del salario mínimo integral de acuerdo al dólar especulativo, o tres años consecutivos, si la referencia es el salario según el dólar oficial (ver cuadro 2 del anexo). Durante este período, tal circunstancia económica, a la que se suman una serie de factores políticos, geopolíticos, sociales y culturales, irá creando las condiciones históricas para que se produzca una fractura del bloque histórico democrático popular chavista. El resultado de la contienda de 2015 debe entenderse como el correlato electoral de este fenómeno.

Está por realizarse un estudio pormenorizado de la manera como fue mutando la estructura de clases de la sociedad venezolana durante aquellos años. Sin disponer, por los momentos, de datos más precisos, no es aventurado afirmar, sin embargo, que durante tal período aumentó notablemente la cantidad de “nuevos” pobres, con el agravante de que muchos de ellos recién habían logrado salir de la pobreza entre 2004 y 2012.

Los datos a la mano sobre pobreza por ingreso, informalidad y desempleo permiten inferir una reducción significativa de una fracción de clase, el subproletariado, que a mi juicio constituyó el centro de gravedad de la política de Chávez. Debe entenderse como formando parte del subproletariado, siguiendo al brasileño Paul Singer, a los pobres que trabajan, aunque su trabajo no les proporcione medios suficientes para asegurar la reproducción normal de su fuerza de trabajo.

Según la CEPAL, la pobreza por ingreso se redujo de 47% en 2004 a 21,2% en 2012, y la pobreza extrema de 18,6% a 6%. La informalidad, mientras tanto, se redujo de 48,9% en el segundo semestre de 2004 a 42,1% en el segundo semestre de 2012. Por último, el desempleo disminuyó de 13,9% a 7,4% en el mismo período. Se cuentan por millones los trabajadores y las trabajadoras que abandonaron su condición de subproletarios para incorporarse, de pleno derecho, a la clase trabajadora formal no empobrecida. La revalorización del salario durante estos años dio pie al surgimiento de lo pudiera considerarse, aunque de manera un tanto equívoca, una “nueva clase media popular”.

Esta “nueva clase media popular”, que en realidad refiere a una clase trabajadora robustecida tras años de revalorización de sus ingresos, será la principal afectada entre 2012 o 2013, según se considere, y 2015, siendo los más perjudicados, en las primeras de cambio, y como resulta harto predecible, quienes se ubicaban más próximos a la línea de la pobreza.

Parece igualmente indiscutible que, tras la derrota en las parlamentarias de 2015, el objetivo estratégico primordial del liderazgo político y partidista de la revolución bolivariana consistía en recomponer fuerzas, encarando la fractura del bloque histórico democrático popular chavista. Pues bien, más allá de cualquier declaración oficial u oficiosa, y dando por hecho que el liderazgo hizo suyo aquel objetivo, lo sensato sería reconocer que éste estuvo muy lejos de ser alcanzado.

En el interregno 2016-2018, el valor promedio del salario mínimo integral se apreció siempre en mayor proporción que la inflación, como puede verse en el cuadro 1 del anexo. Sin embargo, medido en dólares, la situación es muy distinta: como se aprecia en el cuadro 2, si la referencia es el precio oficial, observamos que en 2016 el comportamiento de los indicadores favoreció al valor promedio del salario mínimo integral, que se apreció 78,39% respecto del año anterior, mientras que la inflación aumentó 51,69%. En 2017, el valor promedio del salario mínimo integral siguió apreciéndose, con un 55,21% de incremento, pero la inflación aumentó 214,36% respecto del año anterior, casi cuatro veces más. En 2018, con una economía azotada por la hiperinflación, la situación fue mucho más grave: el valor promedio del salario mínimo integral cayó -68,81%, mientras que la inflación se disparó 14.977,70%. Si la referencia es el dólar especulativo, la correlación siempre fue negativa: el salario aumentó 33,05% en 2016, pero se mantuvo por debajo de la inflación, y disminuyó -35,13% y -70,73% en 2017 y 2018, respectivamente.

Como es sabido, en septiembre de 2018 el Gobierno decidió adoptar un conjunto de medidas económicas orientadas principalmente a reducir la hiperinflación. Vistos los resultados, puede afirmarse que está en vías de lograrlo: ésta pasa de 130.060,20% en 2018 a 9.585,50% en 2019, vuelve a bajar en 2020, cuando marca 2.959,8%, y todo indica que en 2021 seguirá disminuyendo. Pero, en este punto, la pregunta es inevitable: ¿a qué precio? El precio no es otro que el valor del salario. Dicho de manera sencilla: el precio lo está pagando la clase trabajadora venezolana.

Como puede verse en el cuadro 1, tanto en 2019 (aunque por muy poco margen) como en 2020, el valor promedio del salario mínimo integral se apreció por encima de la inflación. No obstante, el cuadro 2 nos muestra que en 2019 se produce una caída de -84,64 en el valor promedio del salario mínimo integral medido en dólares oficiales (6,87 dólares) y otra caída de -55,19% en 2020, cuando el salario mínimo integral pasa a valer 3,04 dólares. Más elocuente aún, nótese que la variación interanual de la inflación (-92,63% y -69,12% en 2019 y 2020, respectivamente) es prácticamente equivalente a la pérdida de valor del salario mínimo integral. En otras palabras, el valor del salario disminuye casi exactamente en la misma proporción que la inflación.

Vistos estos indicadores, no puede sorprendernos en lo absoluto la pérdida de apoyo de las candidaturas oficiales: una disminución de 7,39 puntos porcentuales en relación con 2017, lo que equivale, como apuntamos al principio, a una disminución del 30,44% de votantes.

Bloque histórico democrático popular chavista o novedad histórica

Circunstancias gravísimas y determinantes como el asedio económico imperialista, al que me he referido en varios artículos previos, y que suele estar ausente en la mayor parte de los análisis del antichavismo, puede considerarse un atenuante, sin duda alguna, pero no exime en lo absoluto de responsabilidad al liderazgo político y partidista de la revolución bolivariana.

Adicionalmente, parto del principio, indisociable de la cultura política chavista, de que una de las peores prácticas en que puede incurrir el liderazgo es proceder a “culpar” a las mayorías populares, y concluir que la pérdida de apoyo electoral sería reflejo de una improbable “incomprensión” del momento histórico. El tono elogioso con el que muchos voceros oficiales y oficiosos se refieren a esa minoría “irreductible” de venezolanos y venezolanas que, pese a todo, aún siguen expresando su apoyo electoral a las candidaturas oficiales, apenas es capaz de disimular el reproche implícito a las mayorías crecientemente desafiliadas.

Antes al contrario, estoy convencido de que tanto la minoría “irreductible” como las mayorías desafiliadas están más bien próximas a comprender cabalmente el profundo y nefasto impacto que produce un asedio económico imperialista que es sistemático y deliberado, y la forma como éste afecta nuestras vidas. La diferencia estriba en la manera como una y otras evalúan el desempeño del Gobierno a la hora de hacerle frente. La evaluación tiende a ser, sin duda, muy negativa, por cierto no solo para las mayorías, y es absurdo pensar que esta valoración no se expresará en las urnas electorales.

La desafiliación política de las mayorías populares, quizá el principal fenómeno político de estos tiempos, es la resultante, en buena medida, de la incapacidad del liderazgo para recomponer el bloque histórico democrático popular chavista. Revertir el proceso que condujo a su fractura pasa necesariamente por anteponer los intereses de la clase trabajadora. Pues bien, no es posible recomponer bloque histórico democrático popular aplicando medidas económicas que anteponen el objetivo de controlar la hiperinflación al objetivo de revalorizar los ingresos de trabajadores y trabajadoras.

Parafraseando a Marx, bien es cierto que en el caso de una nación asediada por el imperialismo, como en el caso venezolano, la cuestión social es, antes que todo, la cuestión nacional, y es imposible resolver la primera cuestión sin resolver la segunda. Ahora bien, ¿cómo resolver la cuestión nacional si la base social de apoyo al proyecto revolucionario se fractura y se debilita a pasos agigantados?

El proceso que apuntala el liderazgo, entendiendo siempre que no se trata de una unidad monolítica, y en cuyo seno pudieran manifestarse divergencias programáticas de mayor o menor envergadura, pareciera más bien orientado a recomponer un bloque histórico de distinta naturaleza, uno en el que lo popular, la clase trabajadora, y específicamente el subproletariado en tanto fracción de clase, ya no constituyen el centro de gravedad, lugar que pasarían a ocupar diversas fracciones de la burguesía, tanto de la “nueva” como de la tradicional o histórica.

Si tal hipótesis resultara correcta, esto nos permitiría comprender varias cosas, a saber: por qué el liderazgo ha puesto más empeño en suscitar la fractura de la clase política antichavista, que en recuperar apoyo popular masivo; por qué ha puesto tanto empeño en aceitar una maquinaria electoral cada vez más clientelar y asistencial, para derrotar no solo al antichavismo fracturado, sino para combatir cualquier resquicio de maquinaria popular y revolucionaria, como quedó claramente en evidencia en el municipio Simón Planas del estado Lara, durante las primarias abiertas del 8 de agosto; por qué el Gran Polo Patriótico es un espacio de confluencia política cada vez más menguado.

Limitémonos al primer asunto. Buena parte de la vocería oficial y oficiosa no solo ha celebrado el éxito indiscutible de las tácticas encaminadas a dividir a la clase política antichavista, sino que además se ha mostrado muy optimista respecto de lo que pueda suceder en el corto y mediano plazo: a su juicio, y en resumen, se trata de diferencias insalvables entre figuras enceguecidas por sus ambiciones de poder. Siendo así, no tendría mucho sentido perder el tiempo en detalles más bien secundarios, como el hecho de que la oposición antichavista, de haber logrado definir una candidatura unitaria, hubiera podido obtener al menos nueve gobernaciones adicionales; o el hecho de que, por segunda vez en seis años, el chavismo obtuvo menos votos que la oposición; o el hecho de que el chavismo perdió casi un tercio de sus votantes en relación con las últimas elecciones regionales.

Es decir, pareciera haberse instalado muy cómodamente la idea de que es posible seguir ganando elecciones haciendo lo mínimo necesario. Salvo en casos puntuales, como en el estado Barinas, donde fue preciso recurrir a la vía judicial para “resolver” un asunto que tendría que resolverse siempre, y en todas partes, no solo de manera política, sino haciendo política chavista: gobernando revolucionariamente para ganar elecciones.

Así las cosas, no sería de extrañar que eventualmente se hiciera público algún análisis que concluyera que, muy por el contrario de lo que plantean voces agoreras, el bloque histórico ¿chavista? se está recomponiendo con la incorporación a filas de una suerte de “oposición antichavista democrática”.

Los signos de interrogación remiten a un problema, permítaseme la expresión, existencial. Supongamos que tal es el escenario: que el liderazgo, o al menos parte de él, ha asumido que solo es posible prevalecer en el poder recomponiendo bloque histórico vía la incorporación de la “oposición antichavista democrática” y desplazando a la clase trabajadora de su centro de gravedad. ¿Cabría hablar, con propiedad, de bloque histórico democrático popular chavista? ¿Seguiríamos denominándolo chavista, por pura convención, aunque cada vez lo sea menos, y a falta de algún término que dé cuenta de la novedad histórica?

Vayamos más lejos, por más problemas que nos depare el territorio de lo nuevo, como podría haberlo dicho Rosa Luxemburg: ¿acaso alguien en su sano juicio sería capaz de afirmar que la mayoría de ese casi 60% que no acudió a votar el 21N se reconoce en la clase política antichavista? Réstesele el voto ausente (migrantes), el antichavismo desafiliado (quienes, a pesar de identificarse como antichavistas, decidieron abstenerse) y el abstencionismo estructural. Con todo, es muy probable que el grueso de quienes decidieron abstenerse se identificara, durante muchos años, con el chavismo, e incluso puede que una parte lo siga haciendo, pero dejó de sentirse representada en el PSUV.

En artículos previos, intentando analizar a fondo este asunto de la desafiliación política, he sugerido que el fenómeno describiría el hecho de que parte importante de la población ya no se reconoce en el chavismo en tanto identidad política. Pero, ¿acaso no será ésta una manera errada de plantear el problema? ¿No será más bien al contrario: no tanto que millones de personas, o al menos una cantidad considerable de ellas, ya no se identifican con el chavismo, sino que aquella novedad histórica, que aún no sabemos cómo nombrar, ya no expresa los intereses de las mayorías populares?

Anexo

Saber y Poder

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