Venezuela vota rumbo a la estabilidad – Por Gerardo Szalkowicz desde Caracas

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Por Gerardo Szalkowicz, editor de NODAL, desde Caracas

La piedra angular de las elecciones regionales de este domingo en Venezuela tal vez no pase tanto por el veredicto final del recuento de votos sino por las novedosas condiciones en las que se realizan. El regreso de la oposición más dura al terreno electoral y la presencia de una misión observadora de la Unión Europea luego de 15 años implican de facto una vuelta al reconocimiento de la institucionalidad venezolana y reformulan las coordenadas en las que se desarrolló el conflicto en los últimos años.

En la elección número 29 desde que asumió Hugo Chávez hace casi 23 años, se eligen a los gobernadores de los 23 estados y a los 335 alcaldes, además de legisladores regionales y concejales. De los más de 70 mil candidatos y candidatas que se presentan, unos tres mil pertenecen a las fuerzas oficialistas y casi 67 mil a las distintas facciones opositoras: después de cuatro años, todos los partidos existentes participan de la contienda.

Los cierres de campaña transcurrieron en un clima de total tranquilidad, sin la máxima tensión y confrontación de años atrás. Pero también sin la efervescencia y el entusiasmo -en ambos lados- de los tiempos de Chávez. El chavismo desplegó su habitual maquinaria con actos locales en cada estado, masivos aunque no multitudinarios. Volvió a mostrar su principal fortaleza que es la maciza unidad (más allá de un sector sin mucha incidencia que rompió por izquierda) y, a pesar del descalabro económico de los últimos años, mantiene su núcleo duro, una base social-electoral que se calcula entre el 20 y el 25%.

Pero tal vez la clave de la continuidad de Nicolás Maduro en el gobierno pasa por la extrema debilidad e ineptitud de la oposición, experta en dispararse en los pies. Hoy atraviesa su peor crisis, atomizada en múltiples partidos, sin liderazgos potables ni poder de movilización. Para estas elecciones, además de decenas de partidos locales, la derecha se presenta en al menos tres vertientes: la Alianza Democrática (coalición que venía participando en elecciones y tiene representación institucional), Fuerza Vecinal (un partido nuevo conformado por alcaldes electos en las regionales pasadas) y la alicaída Plataforma Unitaria, que nuclea a los partidos mayoritarios (Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo, Primero Justicia y Voluntad Popular), el sector más radical que desde 2017 venía promoviendo la abstención y el derrocamiento de Maduro “por otros medios”. Es el espacio con más prensa internacional y vínculos más estrechos con Estados Unidos: su regreso al ruedo electoral responde a las estrategias desplegadas por Washington a partir del fracaso del gobierno paralelo y el “experimento Guaidó”, hoy por fuera de los partidos y sin ningún peso político en el país. Otro factor de la debacle antichavista es que buena parte de su base electoral ha migrado a otros países.

El oficialismo espera retener la mayoría de las gobernaciones. Pero su mayor triunfo será recuperar legitimidad internacional. El proceso electoral contará con más de 300 observadores internacionales, entre ellos 130 de la Unión Europea y otros tantos de las Naciones Unidas, el Centro Carter y el Consejo de Expertos Electorales Latinoamericanos (CEELA).

Este auspicioso contexto electoral se da en el marco de un proceso de diálogo entre el gobierno y la oposición, que inició en agosto en México, y de la renovación en mayo pasado de las autoridades del Consejo Electoral, hoy compuesto por tres rectores ligados al chavismo y dos a la oposición.

Más allá de las urnas

Al margen de la disputa político-electoral, el panorama venezolano está cruzado lógicamente por las derivas que va tomando la crisis económica, punto nodal del éxodo masivo y de un descontento social prolongado que alimentó la despolitización. El descrédito incluye también a la dirigencia opositora, con lo cual el malestar ciudadano se expresa en una abstención que viene siendo mayor al 50%.

En lo económico, parece superado el momento más caótico vivido en 2017-2018, cuando el desabastecimiento y las eternas colas trastornaban el cotidiano. Hoy se consigue de todo en todos lados, pero a precios altísimos y con la irrupción del dólar como principal moneda de intercambio; con un dólar se puede comprar un paquete de arroz o de harina de maíz o una cerveza o un pancho, con dos dólares una docena de huevos o medio kilo de queso y por cinco podés cruzar Caracas en los mototaxis no aptos para cardíacos. El problema es que los salarios formales andan en el piso (el mínimo ronda los cuatro dólares), con lo cual todo el mundo apela al cuentapropismo, a las remesas de familiares o a trabajos en ONGs o empresas de servicios para conseguir los dólares necesarios para subsistir.

El derrumbe económico responde en buena medida a la asfixia inducida por las sanciones estadounidenses. No es pura excusa retórica, se materializa en: dinero del Estado retenido y bloqueado en el sistema financiero internacional (incluido el oro que está en el Reino Unido); el ataque a la moneda manipulando artificialmente el tipo de cambio paralelo, lo que produjo una constante depredación del bolívar; dificultades para importar insumos básicos como medicamentos; sanciones a empresas que intentan comerciar con el gobierno; incluso han trabado el ingreso al país de vacunas contra el Covid.

El gobierno viene desplegando un programa económico más bien ortodoxo, apelando por ejemplo a la apertura a capitales privados. Se percibe cierto repunte desde que la realidad impuso la libre circulación del dólar, lo que también hace aumentar la desigualdad.

El día después

Las elecciones de este domingo tal vez no traigan grandes novedades en términos numéricos. El mapa seguirá pintado de rojo. Pero serán una bisagra de cara a una eventual nueva etapa marcada por el diálogo, con una oposición reinsertada en el terreno democrático y una estabilidad política que facilite rencauzar el rumbo económico, la madre de todas las batallas. Aunque Venezuela -principal reserva petrolera mundial- desde hace dos décadas se lee en clave geopolítica, y buena parte de su futuro dependerá también de cómo se muevan las fichas desde el Norte.

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