José Antonio Kast y la república negacionista de Chile – Por Por Andrés Kogan Valderrama
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Andrés Kogan Valderrama
El reciente debate presidencial realizado en Chile, en el cual participaron seis de los siete candidatos que estarán presentes el próximo 19 de noviembre, dejó en evidencia una vez más el profundo desprecio de uno de ellos por los derechos humanos en el país, los cuales fueron violados por el Estado chileno durante la revuelta social de 2019.
Me refiero al candidato del Partido Republicano y perteneciente al Movimiento Apostólico de Schoenstatt, José Antonio Kast Rist, hijo de un oficial del ejército nacionalsocialista alemán (Michael Kast Shindele) y hermano de uno de los integrantes de los llamados Chicago Boys y ministro de Augusto Pinochet (Miguel Kast Rist), quien haciendo honor a su familia mostró su fanatismo ideológico a todo un país.
Si bien no es novedad su mirada negacionista (colonización del Wallmapu, dictadura, violencia de género, transfobia, crisis climática, racismo histórico) y de propuestas que van contra todo derecho internacional (creación de zanjas para migrantes), que haya planteado explícitamente que, de ser presidente, se saldría del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y que cerraría el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), lo hace tan impresentable políticamente, que hasta fue criticado fuertemente por el otro candidato de derecha presente, Sebastián Sichel.
Asimismo, como buen fanático que defiende su doctrina, Kast mintió descaradamente, planteando que se saldría del Consejo de Seguridad, ya que este organismo no ha condenado las violaciones a los derechos humanos en países como Cuba, Venezuela y Nicaragua, lo que es de una falsedad fácilmente contrastable.
Siguiendo los pasos de su amigo Jair Bolsonaro, otro negacionista como él, pareciera estar dispuesto a todo con tal de tener notoriedad en los grandes medios, apelando constantemente a su derecho de libertad de expresión para burlarse y denigrar a minorías y grupos perseguidos históricamente, y en una cruzada contra un supuesto complot mundial de izquierda, liderado por Naciones Unidas y China.
Es conocida su mirada ultranacionalista, contraria a cualquier tipo de reconocimiento de los pueblos originarios, y su postura fundamentalista católica, como buen discípulo de Jaime Guzmán, que lo ha llevado a oponerse y a rechazar la leyes de divorcio, aborto, matrimonio igualitario, antidiscriminación, de identidad de género, de educación sexual integral, de tenencia responsable de mascotas y animales de compañía, y por supuesto el cambio de la Constitución neoliberal de 1980.
En otras palabras, Kast busca ser el líder de una Nueva Derecha en Chile, pura, racional, con carácter y sin complejos, que intente reemplazar a la derecha institucional actual que, según él, con el tiempo solo se dedicó a administrar el modelo económico al creer en el fin de la historia, no siendo capaz de acompañarlo con un relato que permitiera defender los valores de la patria.
En consecuencia, Kast sostiene que los partidos de la derecha institucional en Chile se subordinaron al llamado globalismo, tomando las banderas de la nueva izquierda, el marxismo cultural o la filosofía de la deconstrucción (feminismo, LGTBIQ+, ecologismo, anticolonialismo), llevando su argumentación a una simplificación teórica y política brutal, sacada de un manual conspiracionista de ultraderecha.
De ahí que dé vergüenza ajena que en su programa de gobierno cite y denoste a alguien tan relevante para el pensamiento crítico como lo es Michel Foucault, para así sostener una tesis de que nos encontraríamos sometidos a una supuesta dictadura de lo políticamente correcto, construida por esta nueva izquierda radical, que estaría intentando corromper y destruir a la sociedad chilena.
Aunque parezcan bromas de mal gusto tales afirmaciones, son parte de un discurso que se está instalando en varios países del mundo y que ha crecido con la pandemia, en donde grupos de corte nacional-libertarios ven todo como comunista y colectivista, aunque sean muchas veces políticas liberales y simplemente sanitarias, como pasa con el uso de mascarilla, la vacunación y el confinamiento.
Asimismo, es un discurso que al pararse contra la corrección política cree estar por fuera del establishment y ser anti-elite, lo que recuerda mucho a la retóricas fascistas y nacionalsocialistas de la primera mitad del siglo XX, en donde se construye una narrativa populista de guerra, creando un enemigo con poderes totales a vencer, como lo puede ser la ONU en estos tiempos.
En el caso de Kast, si bien también constantemente apela a que habla desde el sentido común y contra las corruptas elites gobernantes, en la práctica se le hace imposible desligarse de ellas, ya que justamente él viene de los sectores más privilegiados y acomodados del país, ligado a los poderes militares, religiosos, políticos y económicos imperantes, lo que lo lleva a ser incapaz de diferenciarse de ellos.
Un ejemplo claro de ello es lo investigado en el año 2019 por el diario La Tercera (no precisamente un medio de izquierda), que incluyó a Kast en la lista de políticos y empresarios chilenos que tenían sociedades anónimas en paraísos fiscales, lo que no hace otra cosa que mostrar que su discurso patriota finalmente se subordina a sus propios negocios particulares.
Ni qué hablar de su lealtad e incondicionalidad absoluta con los violadores de los derechos humanos en Chile, llegando a defender a un torturador como Miguel Krassnoff, condenado de por vida por múltiples secuestros y desaparición de personas durante el terrorismo de Estado de la dictadura de Pinochet.
En fin, José Antonio Kast se podrá creer el guardián de la República y un guerrero defensor del patriotismo/nacionalismo versus el globalismo/multiculturalismo, pero sus tres pilares a defender (familia tradicional, Estado subsidiario y libertad económica) son lo que ha sostenido un modelo excluyente de país, que se impuso precisamente por una pequeña elite hace 40 años, y que gracias a la revuelta de 2019, se cambiará inevitablemente con lo que se escribirá en la nueva Constitución, aunque él no quiera aceptarlo.