Desde la izquierda crítica cubana – Por José Alejandro Esteve Santos
Por José Alejandro Esteve Santos*
El socialismo, más que un fin, es un camino, un tránsito que no tiene sentido si no es con libertad. Y «libertad -decía la extraordinaria Rosa Luxemburgo— solo para los que apoyan al gobierno, solo para los miembros de un partido, por numeroso que este sea, no es libertad en absoluto. Libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa diferente». Así también lo creyó José Martí cuando escribió en sus Escenas.
Los únicos actores políticos y sociales legales en Cuba —tradicionalmente declarados de izquierda—, en su atadura a la esclerótica burocracia se han ido derechizando conforme esta ha persistido en su obliteración estalinista. Tras largos años de dependencia y subordinación, las fuerzas de izquierda perdieron su autonomía. A medida que fue quedando atrapada al ensamblaje estatal se produjo un proceso de desarticulación y, en ese hermetismo atemporal y acrítico, se gestó un fenómeno que no se describe mejor sino a través de la popular certeza de que no existe nada más conservador que un revolucionario aferrado al poder.
Frente a esta situación de larga data, ha germinado una nueva izquierda desde la sociedad civil. Una joven corriente heterodoxa con las teorías crítica latinoamericana y decolonial como nuevos paradigmas, y vindicativa del rico pensamiento revolucionario cubano e internacional. Una izquierda comprometida y consciente, que se niega a que el creciente descontento social sea capitalizado por agendas más centradas en sustituir las formas que en revolucionar plenamente la ecuación formato-contenidos.
La única alternativa viable para salir de la grave situación política, económica y social que vive Cuba es la democratización profunda de la sociedad. Socialismo también es redistribución del poder. Es indispensable que la gente tenga poder para decidir y gestionar su futuro sin que una nomenclatura burocrática marque las agendas, los ritmos y los tiempos. Identificar a la Revolución con la casta dirigente -pensaba Trotski- es traicionar a los trabajadores. La fórmula tiene que ser, diseñar y construir la nación desde abajo en un plebiscito constante. La lucha por la democracia es cuestión intrínseca de la lucha por el socialismo.
La izquierda crítica, si bien defiende la democracia y la total garantía de libertades para el ejercicio del derecho, también considera impostergable honrar las deudas con los sectores empobrecidos y marginados. La transformación de la realidad de estos «preteridos» tiene que ser una prioridad, no un resorte para el impulso de los intereses políticos de siempre.
Claramente, no es posible redistribuir riqueza sin crearla. El propio Marx aseveraba que esto solo conduce a la socialización de la miseria y la reproducción del caos. Sin embargo, tampoco una fórmula neoliberal basada en la acumulación/desposesión puede solucionar las profundas y añejas grietas del país. El desarrollo económico, por sí solo, no conduce al bienestar de todos. Un sistema que tenga como base la igualdad de derechos y la colaboración entre todos los ciudadanos, estructura un desarrollo con justicia social.
La izquierda crítica, siendo coherente con estos fundamentos, en el momento presente debe encauzar y centrar su lucha, que es la de todos, en exigir y demandar el fin a los privilegios de la burocracia y la corrupción política, para asegurar una redistribución justa del precario patrimonio colectivo y un gobierno transparente, con verdadera vocación de servicio público; la socialización real y desmilitarización de las propiedades estatales, con el fin de posibilitar la autogestión y el control popular, potenciando así su misión pública.
También el respeto y garantías inmediatas a los derechos de asociación y sindicalización, huelga y manifestación pacífica, cómo vías de empoderar a la sociedad civil en defensa de sus derechos laborales y ciudadanos frente a los actores que acumulan poder, —dígase burocracia y capital—, y a la pétrea subordinación paraestatal de los existentes sindicatos y organizaciones.
En la aspiración de una sociedad justa, la izquierda debe batallar por equilibrar y asegurar cuotas de poder para todos. Son indispensables en tal sentido los derechos a la información, a la libertad de pensamiento, conciencia y expresión. Es fundamental el logro de la independencia y socialización de los medios de comunicación cómo garantía para un ejercicio contra-hegemónico y popular del periodismo, encaminado a la búsqueda de la verdad.
Reivindicando a Mella, la izquierda crítica tiene que reclamar autonomía universitaria, pues solo el autogobierno de las universidades genera las condiciones para superar y evitar el adoctrinamiento y la enseñanza bancaria, en favor de una educación superior libre y liberadora.
No es posible cambiar una realidad que se niega, sea parcial o totalmente. Se debe reconocer la persistencia de los racismos, la LGTBI-fobia, la desigualdad y violencia de género, cómo fenómenos de significativa incidencia en la desigualdad social, y abogar por su erradicación mediante la educación y la legislación. Urge concretar programas con enfoque de equidad social, que estimulen y protejan el acceso al sistema educativo y laboral, para interrumpir y terminar los ciclos de marginación de sectores históricamente afectados por el colonialismo cultural.
La izquierda crítica se posiciona ante todas las asimetrías de poder. Son ineludibles tanto el cese de la criminalización a la disidencia y la vulneración de sus derechos, la liberación inmediata de los presos de conciencia imputados de delitos comunes; como la oposición, rechazo y condena al imperialismo en cualquiera de sus manifestaciones y orígenes, eso es, el repudio a la política hostil y coercitiva estadounidense y a la injerencia rusa y china.
En definitiva, la izquierda crítica contra-hegemónica y decolonial cubana, tiene que articular esfuerzos en cristalizar una nueva arquitectura para el poder, que tenga como premisas impedir su concentración y fraguar un metabolismo más sano con el eje central en el componente ciudadano. El socialismo se va haciendo realidad en la medida en que el individuo se va liberando de la opresión, ya sea económica o burocrática. La primera condición para conseguirlo es la concientización colectiva. Lo que no toma forma en la conciencia humana, no lo hace en el constructo social.
Ante el peligro siempre presente de la traición, las contra-revoluciones políticas, la prostitución de los principios, el vaciamiento de los paradigmas y la derechización de las tradicionales fuerzas de izquierda en la región, es válido recordar a Trotski y su pronunciamiento de 1936, en el prólogo a La Revolución traicionada: «mientras la revolución es la locomotora de la historia, los regímenes reaccionarios —especialmente regímenes totalitarios como el estalinista— actúan como un gran freno para la conciencia humana».
La nueva izquierda cubana no se puede quedar en el cuestionamiento y el debate, la situación demanda una actitud propositiva y resolutiva; una izquierda con agenda propia que construya. Frente a las disyuntivas políticas actuales, un camino: ni burocratismos ni bloqueos: ¡Socialismo y libertad!
*Estudiante de Medicina (Universidad de Ciencias Médicas de Las Tunas) y líder universitario cubano