El Salvador | Bukele, el autoritario cool – Por Gabriel Labrador

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Por Gabriel Labrador

—Pueblo salvadoreño, buenas noches. Gracias por permitirme llegar hasta sus hogares…

Nayib Bukele, presidente de El Salvador, se dirige a la nación en una cadena televisiva y radiofónica. Es la noche del 17 de mayo de 2020. Treinta salvadoreños han muerto víctimas del covid-19, la tasa de contagio se ha duplicado y no parará de crecer sino hasta agosto. Viste una chaqueta café de cuero y una camisa blanca. Habla desde un escritorio donde hay una Mac, un cuaderno y un legajo de hojas. Detrás suyo se ven dos ventanas con cortinas entreabiertas, dos banderas de la República y un estante de fotos familiares.

—Nos encontramos frente a la emergencia más grande que ha enfrentado al mundo entero en los últimos cien años…

Lleva menos de un año en el poder y meses siendo noticia en el extranjero por diversas cosas; en estos días, por su manejo de la pandemia. “El presidente de El Salvador está usando el covid-19 como excusa para abusar del poder”, dijo The Washington Post en su editorial del 1 de mayo de 2020. “Un presidente joven debilita las instituciones democráticas y empodera a su familia”, señaló The Economist en un reportaje del 7 de mayo.

—Ahora imaginen ustedes tener la responsabilidad de dirigir nuestro país, mientras ven cómo estas potencias caen…

Entre el 21 de marzo y el 11 de abril la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) ha reportado 1 337 denuncias contra las autoridades por violaciones a la libertad de movimiento, al derecho de acceso a la salud, al trabajo y a la alimentación, y por haber denegado datos públicos; 102 denuncias fueron por detención arbitraria o uso excesivo de la fuerza; para el 13 de abril unas 4 300 personas estaban detenidas en 87 centros de contención.

—Imaginen ver a Nueva York construyendo fosas comunes en una isla porque ya no tiene espacios en sus cementerios y que de los hospitales sacan un cadáver cada siete minutos…

Abril y mayo han sido un zafarrancho en términos de seguridad jurídica. Los decretos con los que Bukele ha ejercido la cuarentena no han contado con el aval de la Asamblea Legislativa y muchas veces han ido mal redactados y sustituidos de manera abrupta por nuevos decretos, igualmente ambiguos. Por ejemplo, uno de ellos le permite a la gente salir a comprar alimentos y medicinas pero, al mismo tiempo, prohíbe el uso de buses públicos y sólo permite que circulen personas dedicadas a ciertos oficios y profesiones. Otro decreto restringe las compras a dos veces por semana, pero prohíbe salir del municipio. Y así…

—¿Acaso alguien piensa que nos irá mejor que España, Italia, Alemania, el Reino Unido, Francia? ¿Qué decisiones tomarían ustedes? ¿Abrir la economía gradualmente? ¿Eso harían? Porque, si eso hicieran, déjenme decirles que los muertos serían muchísimos más…

La última crisis ha estallado esta misma tarde, cuando el fiscal General advirtió que el decreto que Bukele firmó para renovar por un mes el Estado de Emergencia Nacional es ilegal, ya que no cuenta con el aval de los diputados.

—No es tiempo de abrir la economía, por más que griten los empresarios…

Para mayo la amplia mayoría de salvadoreños (95%) lo respalda porque creen que ha manejado bien la pandemia, según los sondeos más serios. Esta noche de 2020, después de casi dos meses de cuarentena, Bukele debe anunciar que la obligación de permanecer en casa seguirá vigente por un mes más. Es una noticia difícil.

—A todos ellos, a todos los que están sufriendo, quiero plantearles tres puntos. El primero, el más importante para mí, requiere que hagamos este ejercicio…

En el momento más sublime de la transmisión: habla a la cámara, viéndola fijamente, y luego cierra los ojos.

—Le pido que por favor cierre los ojos. Ciérrelos, no tenga vergüenza de quien esté a la par, no es menos hombre o menos fuerte por tener un momento de humildad y reflexión. Ciérrelos. Ahora, piense quién es la persona que más quiere en este mundo. Puede ser su papá, su mamá, su hermano… Ahora, piense en esa persona ahogándose afuera de un hospital sin poder ser atendido, sin poder respirar, porque no hay un respirador disponible en una UCI. Ahora, piense perder a esa persona y lo que significaría su vida perdiendo a esa persona. Ahora, piense, ¿cuánto pagaría porque eso no sucediera?

El presidente de El Salvador no ha encontrado mejor manera de convencer a sus gobernados sobre la urgencia de quedarse en casa que un espectáculo de horror desplegado en la mente de cada uno.

—Ése pudiera ser nuestro futuro —dice Bukele—. Ya pueden abrir los ojos.

Nayib Bukele nació en San Salvador, la capital salvadoreña, el 24 de julio de 1981. Es el quinto de los diez hijos de un multifacético y próspero hombre de negocios, Armando Bukele Kattán, y Olga Marina Ortez Moreno, una de las seis compañeras de vida de Armando. Ella, once años menor que su pareja, nació en 1957 en un pequeño pueblo en la frontera con Honduras llamado Concepción de Oriente. De esa relación nacieron Nayib y tres más: Karim Alberto, en 1986, y los mellizos Ibrajim Antonio y Yusef Alí, en 1989. Armando, que falleció en 2015, era polígamo porque su religión, el islam, le permitía tener hasta cuatro esposas simultáneas. “Él decía que se puede tener las mujeres que se puede mantener”, dice Claudio Kahn, un textilero francés que forjó una relación amistosa y de negocios con Armando. En paralelo a la unión con Olga Marina, Armando procreó dos hijas más: Karime y Fátima, en 1986 y 1993, respectivamente. Entre noviembre de 1977 y diciembre de 1979 habían nacido otros cuatro hijos, de distinta madre: Yamile, Yamil, Dayana y Emerson.

Armando Bukele es parte de la cuarta generación de una familia de inmigrantes palestinos que llegó a El Salvador a inicios del siglo XX. Fue accionista de un canal de televisión y dueño de empresas dedicadas a la textilería, la química farmacéutica y la publicidad. Fue también el imam de la comunidad musulmana en el país; fundó cuatro mezquitas, la primera en 1992, con el final de la guerra civil.

Con el país en guerra, Nayib Bukele vivió una niñez de privilegios. Las bombas y metrallas fueron un susurro lejano, un quejido del campo y las montañas, aunque sus tíos solían recibir en casa —de manera clandestina— a líderes de la guerrilla izquierdista del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), con quienes tenían una amistad. Estudió doce años en la Escuela Panamericana mientras vivía en la Escalón, un vecindario de clases medias y altas. “La Pana” era uno de tantos colegios para la élite económica del país. “Cuando terminó la guerra en el 92, muchos de los alumnos que tuve estaban frustrados porque decían que querían ser pilotos para ir a bombardear guerrilleros”, cuenta un profesor que accede a hablar bajo la condición de que no se publique su nombre. Algunos de los actuales miembros del gabinete de Bukele estudiaron con él en aquel colegio.

Bukele es recordado por exprofesores y excompañeros como un estudiante promedio. Algunos dicen que era platicón y demasiado bromista. Sobresalía en las clases de informática. “Yo quería ser astronauta”, ha dicho en numerosas entrevistas. “En su casa tenía acceso a libros, enciclopedias, computadoras. Era curioso”, dice Carlos Cañas Dinarte, su profesor hasta séptimo grado. En su último año de bachillerato, en 1999, fue presidente de grado. En el anuario los graduandos aparecían en una foto individual junto con una pequeña descripción. Sus compañeros propusieron describirlo como alguien divertido, pero Bukele maniobró para decidir él mismo la frase que se imprimiría: “Class terrorist”, terrorista de clase. Una excompañera de colegio asegura que Bukele eligió aquel mote por un incidente ocurrido a su regreso de un viaje familiar. Las autoridades migratorias habían retenido a los Bukele por su apellido árabe, pues el 7 de agosto de 1998 habían muerto 250 personas por explosiones adjudicadas a Al Qaeda en las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania.

En 1999 Bukele entró a la Universidad Centroamericana (UCA), una institución jesuita. Alrededor del 2001 administraba una discoteca en la exclusiva Zona Rosa capitalina. Antes de eso, la discoteca se llamaba Mario’s y había estado en la mira de las autoridades por ventas de drogas. Bukele adquirió el lugar y rebautizó la disco con un nombre en inglés: Code. Aunque abandonó la Facultad de Derecho en su segundo año de carrera, según dos excompañeros y un profesor de entonces, en una entrevista de 2018 contó que había estudiado cuatro años y luego Economía en Estados Unidos.

A finales de 1999, durante el primer ciclo de universidad, una profesora lo expulsó de la clase. Beatrice Alamanni de Carrillo, que dos décadas más tarde será recordada por su rol al frente de la PDDH, era en aquel momento profesora de Derecho Constitucional y tenía fama de ser severa con sus estudiantes. Una mañana, Bukele levantó la mano para opinar. “Después de escucharlo, lo echó de la clase; no recuerdo exactamente por qué, pero sí recuerdo que Nayib se salió”, narra una alumna que estaba ahí. Un profesor de Derecho Constitucional recuerda una vez en que Bukele presentó una constancia de trabajo para justificar su ausencia durante la realización de un examen. “Suplicó por una reposición, pero la constancia de trabajo iba firmada por él mismo”, dice. Para ese momento, Bukele ya trabajaba en algunas empresas de la familia y dirigía Obermet S. A. de C. V., una agencia de publicidad. Meses más tarde abandonó la Facultad. “No seguí en la universidad porque decidí aprender con mi padre y seguir aprendiendo en las empresas en lugar de ir a hacer las prácticas a los juzgados”, dijo en una entrevista de 2018.

 

En 2003, con veintidós años, Bukele conoció a una bailarina de ballet de dieciocho años, Gabriela Roberta Rodríguez Perezalonso. Mientras fueron novios, ella comenzó a estudiar Psicología y más tarde montó un centro de cuidados maternoinfantiles que aún mantiene. En 2014 crearon juntos una empresa de consultoría que llevaba por nombre la unión de las primeras sílabas de sus apellidos: Bu-Ro, S.A. de C.V. Se casaron en diciembre de 2014 y tuvieron una hija en 2019. Viven actualmente en la montaña, rumbo a la costa, en una casa de 562 metros cuadrados que, según el expediente patrimonial en poder de la Corte Suprema de Justicia, adquirió Bu-Ro por 440 000 dólares.

Su incursión en la política ocurrió en 2011, cuando se lanzó como candidato al gobierno local de Nuevo Cuscatlán, un municipio de siete mil habitantes en la periferia capitalina donde, antes de la explosión inmobiliaria de la zona, la corta de café dominaba el ciclo de la vida de los lugareños. Compitió por el FMLN, el partido de la exguerrilla que a partir de 1992 dejó las armas para incorporarse a la vida política. Bukele y su agencia, Obermet, habían sido los artífices de la propaganda de dicho partido para distintas campañas electorales desde 2000. Su padre había sido un hombre profundamente político que se identificaba con la izquierda, amigo íntimo de los líderes del Frente desde antes de la guerra, entre ellos, Schafik Jorge Hándal, líder del Partido Comunista Salvadoreño, con quien además compartía ascendencia palestina. “Yo me reunía con ellos. El padre influyó mucho en Nayib, le inculcó la política. Creo que lo estimuló para eso”, dice Eugenio Chicas, exdirigente del FMLN que, a lo largo de los años noventa, fue la mano derecha de Hándal.

Pero no está claro qué fue lo que lo motivó a dejar su rol de “colaborador especial”, que era como el FMLN denominaba a sus proveedores de servicios. Bukele contó en una transmisión de Facebook, en octubre de 2017, que la decisión de lanzarse como candidato la tomó junto con el jefe de Comunicaciones del partido, Roberto Lorenzana, un día de 2011. “¿Tienen candidato para alcalde de Nuevo Cuscatlán?”, preguntó Bukele, y Lorenzana respondió que no. “Aquí estoy yo, si quieren que sea así”, dijo. Y eso fue todo. No hay más detalles. Ni siquiera en los dos libros biográficos que escribió Geovani Galeas se explica por qué dio el salto. Bukele sólo ha ocupado frases trilladas para explicar su decisión: “Decidí levantarme de mi silloncito y hacer algo por el país”, dijo en un debate televisado en 2012. Lorenzana no atendió las solicitudes de entrevista para este perfil.

Cuando le contó a su padre que sería candidato, en un principio éste no estuvo de acuerdo. “Le aconsejé que no aceptara —contó Armando Bukele en un programa de televisión en octubre de 2013— porque la política partidarista absorbe mucho tiempo y te descuidas de tus negocios y asuntos personales y proyectos, y se tienen enemigos incluso en tu mismo partido”

Durante su primera campaña, la de Nuevo Cuscatlán, Bukele, a pesar de presentarse por ese partido, huyó de toda la simbología del FMLN (el rojo clásico, la revolución, el colectivismo) y puso énfasis en su nombre, que en los anuncios televisivos aparecía en grandes letras blancas en un fondo azul con estrellas.

Entre los vecinos distribuyó una carta firmada por una pariente del expresidente Elías Antonio Saca, el último gobernante de derecha que había tenido el país, del partido Alianza Republicana Nacionalista (Arena). La misiva usaba sus colores: rojo, blanco y azul. “En la carta, Michelle Sol se describía como una mujer de una familia tradicional de derecha que había decidido votar por Bukele”, cuenta una exasesora. Al mismo tiempo, unos equipos de jóvenes aglutinados en células denominadas “Team Nayib” hacían campaña en la calle. “Eran muchachitos chelitos [blanquitos], muchos de ellos eran también de ascendencia palestina”, dice la exasesora. Así Bukele conectó con círculos con los que el FMLN tradicional jamás habría conectado.

Tenía treinta años y doce de manejar Obermet, donde se habían creado y dirigido las campañas de los candidatos del Frente que, para ese momento, era el partido con mayoría en la Asamblea. En 2012, Obermet manejó las campañas de Nuevo Cuscatlán y San Salvador, ambas muy distintas entre sí. Bukele huyó, por ejemplo, de los símbolos que el FMLN sí ocupó en San Salvador, donde el candidato era un personaje tradicional y hasta simbólico del partido: Jorge Schafik Hándal Vega, que terminó perdiendo la elección, mientras que Bukele ganó y triplicó los votos obtenidos en la elección anterior.

Saúl Hernández, politólogo y periodista, conoció a Bukele unas semanas antes de la votación. Hernández acababa de regresar de Argentina y veía en él a una rara avis, un político renovador en el FMLN. Le escribió un mensaje por Facebook y acordaron verse. Una tarde de marzo de 2021, Hernández recuerda la oficina donde se reunieron: había libros de política en inglés y español.

—Estéticamente era muy conceptual, proyectaba que era la oficina de un creativo. Me contó que llevaba la publicidad del Frente, que le habían asignado la campaña del Ministerio de Turismo y que había decidido hacer política para hacer algo nuevo —me dice Hernández.

En unas semanas volvieron a verse.

—Esa segunda vez fue él quien me llamó. Al llegar, me mostró en su Mac un spot de Rubalcaba [secretario del PSOE español], un político bien vestido, sin corbata, un blazer… “¿Qué opinás de esta comunicación del PSOE?”, me preguntó. Le respondí: “Me parece fresca, creo que es la manera en la que la izquierda debería comunicar, porque por ahora huele a viejo”. “Precisamente eso: ése es el tipo de campaña que vamos a hacer…”, me dijo.

Ya como alcalde de Nuevo Cuscatlán, Bukele aseguró que donaría su salario para becas, publicó anuncios buscando “personas talentosas” para darles trabajo y visitó municipios vecinos para repartir alimentos. Desde luego, todo aquello iba acompañado de un buen despliegue en redes sociales. Casi siempre vestía como un ejecutivo —pantalón de vestir, zapatos de lustre, camisa blanca recogida en los antebrazos, un peinado tupido de gel—, manejaba una camioneta todoterreno, tenía guardaespaldas y hablaba rápido y con una pronunciación milimétrica de todas las eses, a diferencia del acento mayoritario salvadoreño, en el que las eses salen sobrando. Bukele se esforzaba por parecer distinto.

Desechó el antiguo escudo oficial de la alcaldía y lo sustituyó por un nuevo emblema, una gran ene blanca encerrada en un círculo con un fondo azul cian, un color chillante y excéntrico. Grandes enes se colocaron en las entradas del municipio como una especie de talismán: eran enes de Nuevo Cuscatlán, pero también de Nayib. El 9 de diciembre de 2012 inauguró una clínica médica de atención 24/7; en la inauguración enlistó las obras que tenía en marcha y mencionó por primera vez una de las frases que lo acompañarían a futuro: “El dinero alcanza cuando nadie está robando”. Sin embargo, para finales de 2014 el dinero no alcanzaba en Nuevo Cuscatlán. El Ministerio de Hacienda clasificó a la alcaldía en la peor categoría financiera porque la deuda había crecido 320% respecto a 2011. Los ingresos tampoco habían aumentado. En junio de 2014, faltando un año para terminar la gestión, Bukele prometió que conseguiría inversiones por mil millones de dólares. Pero la inversión no llegó.

En mayo de 2015, por la apretada situación financiera, la administración que siguió a la de Bukele informó que buscaría préstamos y que aumentaría las tasas e impuestos municipales. La nueva alcaldesa era Michelle Sol, aquella mujer que había firmado la carta distribuida a todos los vecinos durante la campaña, tres años antes. Ella es ahora viceministra de Vivienda y su esposo, Ernesto Castro (además de ser una de las personas de mayor confianza de Bukele), es diputado de Nuevas Ideas y presidente de la Asamblea.

“Antes de aprobar nuevos préstamos teníamos que hacer un análisis. Comenzamos a pedir información, pero nos dieron datos falsos. La deuda con una distribuidora eléctrica era tres veces mayor y también escondieron un préstamo por 400 000 dólares”, me dijo Gerardo Barón, uno de los regidores del Concejo de Nuevo Cuscatlán entre 2012 y 2018. A partir de mayo de 2015 la alcaldía dejó de entregarle la información que pedía y tuvo que hacer solicitudes vía ley de información pública.

A lo largo de su gestión Bukele insistió en que la alcaldía utilizaba el dinero de manera eficiente. Para intentar demostrarlo, el 2 de diciembre de 2014 publicó en Twitter información sobre el programa de becas: “En menos de tres años, ya hemos entregado $3.5 millones en becas”. Pero el diario El Mundo reveló dos días después que era mentira: entre 2012 y 2014 la alcaldía había desembolsado un monto diecisiete veces menor, es decir, unos 200 995 dólares. Bukele admitió el señalamiento, pero muy a su estilo: “Clases de matemáticas para Diario el Mundo: 350 becas de $10 000 c/u = $3.5 millones. Los desembolsos son mensuales durante toda la carrera (universitaria)”, dijo. No era dinero ya entregado, como había asegurado. Se desdijo, sin ceder nada.

Visité la oficina de información pública de Nuevo Cuscatlán en enero de 2019 para solicitar la información relacionada con las inversiones inmobiliarias y la deuda. Un empleado recibió mi solicitud pero nunca obtuve respuesta. En el portal de transparencia estatal , de las 186 alcaldías que aparecen, Nuevo Cuscatlán es la única que no ha subido ningún documento de su gestión.

Ya como presidente, su gobierno ha acumulado deuda a un ritmo más veloz que los tres que le precedieron. En cada quinquenio, el promedio de deuda adquirida había sido de 3 750 millones de dólares. Pero el gobierno de Bukele, en sus primeros veintiún meses, adquirió una deuda por 3 700 millones. En ese tiempo, la deuda, como porcentaje de la economía, pasó del 71% al 90% y Nayib Bukele dice cada vez menos que el dinero alcanza cuando nadie roba.

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Desde que entró al FMLN, Bukele lidió con la aparente contradicción que despertaba su clase social. En sus estatutos, el partido dice representar a las mayorías, ser revolucionario, socialista. Él no parecía casar con esa definición. Sus ingresos eran de 120 000 dólares anuales —nueve años más tarde aumentó a 186 000— y al morir su padre, en 2015, heredó numerosos bienes: un edificio de la capital donde funcionaba una agencia de publicidad; el local de la discoteca Code y un porcentaje de los locales aledaños; un porcentaje de siete amplios terrenos en el interior; un porcentaje de los fondos en bancos salvadoreños, en Miami y en Nueva Orleans; un porcentaje de las acciones de dos farmacéuticas; la propiedad completa del Grupo Bebidas del Pacífico; la mitad de Corporación Logística de Servicios que, entre 2004 y 2009, fabricó pasaportes; un porcentaje de la distribuidora de motos Yamaha; un porcentaje de las acciones del antiguo Banco Salvadoreño, ahora Davivienda, y de Inversiones Financieras Bancosal; y un porcentaje de las acciones de la Bolsa de Valores de El Salvador y otro de las acciones en la Bolsa de Nueva York, manejadas por el banco HSBC.

“¿Por qué soy de izquierda?”, publicó en Facebook el 24 de junio de 2012. “En Estados Unidos la derecha está formada mayoritariamente por los residentes del sur y las áreas rurales, mientras la izquierda, por los residentes de las modernas ciudades y las zonas costeras. En Brasil ni siquiera hay un partido de derecha. Por lo tanto, todos los empresarios de Brasil, o su mayoría, tendrían que ser de izquierda”, escribió, olvidando al Partido Progresistas que, por entonces, tenía entre sus diputados a un tipo de nombre Jair Bolsonaro. Bukele vendía la idea de una izquierda cool.

“Hay gente de izquierda que no ve con buenos ojos tu integración al FMLN y dicen que es parte del aburguesamiento de la cúpula del partido”, le dijo a Bukele un periodista del portal Contrapunto en una entrevista publicada el 8 de septiembre de 2012.

—Mira, lo que puedo opinar es que soy de izquierda radical, porque quiero cambios radicales en El Salvador, donde no debe imperar más la ley de la jungla […]. En el mundo actual hay radicales, como yo, que quieren los cambios y sin esperar tanto.

—¿Alguien quiere un presidente populista? —pregunta Bukele, pero el auditorio se queda en silencio—. ¿Nadie?

Es el 20 de mayo de 2013 y ha cumplido un año como alcalde de Nuevo Cuscatlán. Diserta ante estudiantes universitarios, a doscientos kilómetros de la capital, en San Miguel. El título de la ponencia es “La superación laboral de los jóvenes”, pero está claro que no va a hablar de cómo hacer un currículum sino de cómo se cambia el estado de las cosas. “El verdadero problema son los paradigmas, esas cosas que las plantan en nuestra cabeza y que las hacen ver como verdades, aunque no lo son, son todo lo contrario”, dice y luego pronuncia una seguidilla de frases que, según él, son paradigmas: “La política es mala”, “La gente es pobre porque es perezosa”, “El Salvador necesita incentivos fiscales”.

—Éste es mi favorito: populismo. ¿Ya han oído esa palabra? Se oye feo. ¿Alguien quiere un presidente populista?

El auditorio está en silencio.

—¿Nadie?, ¿nadie? Bueno, yo sí. El diccionario define la palabra “populismo” como doctrina política que pretende defender los intereses y aspiraciones del pueblo. Es un paradigma, nos han vendido que el populismo es malo […]. Yo prefiero el populismo antes que el individualismo.

En agosto de 2014 el FMLN lo eligió como candidato para disputar la capital, San Salvador. Lo hicieron porque era popular. “Pesó más el criterio electoral de arrebatarle la capital a Arena”, me explicó el exdirigente, Eugenio Chicas. Su popularidad se explicaba porque había logrado distanciarse del partido en momentos en que su imagen —y la del presidente que habían puesto en 2009, Mauricio Funes— venía en picada desde 2012. Bukele había hecho algo tácitamente prohibido para cualquier militante del FMLN: hacer las críticas en público. El 26 de junio de 2012, en una entrevista, reprobó, por ejemplo, la tibieza de la política fiscal de Funes: “Me siento decepcionado del Gobierno: es el más de derecha de toda Centroamérica, no es un gobierno de izquierda”. En febrero de 2013 lanzó más dardos por un intento de boicot a la Ley de Acceso a la Información pública: “¿Ya no creemos en la transparencia?”, decía en sus redes sociales.

Por esas críticas, había dirigentes que se oponían a su nombramiento como candidato en la capital; porque lo consideraban alguien con vocación separatista.

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Si hay algo ante lo que Bukele se doblega son las mediciones de opinión pública. Él ha dicho en entrevistas que recibe a diario en su celular datos de su nivel de popularidad y que toma decisiones en función de eso. “Nayib no tiene ninguna ideología, lo que lo mueve es la aceptación de la opinión pública. Invierte mucho en encuestas”, me dijo Carlos Araujo, un asesor que trabajó con él entre 2015 y 2018 en ese sector. Tiene un equipo de personas dedicado a recopilar grandes volúmenes de datos sobre gustos y hábitos de las personas en internet. Víctor López Torrents, un asesor español de Bukele, lo confirmó así al diario ABC en un reportaje de mayo de 2021: “Ahora podemos hablar de la posibilidad de ‘hackear’ el cerebro humano con el objetivo de identificar lo que una persona quiere, siente y desea”. Gracias al Big Data, dice López, hacen una lectura intensiva de las sensaciones y opiniones de la ciudadanía con las cuales miden el impacto de sus estrategias. Lo que este equipo hace es identificar a las personas que interactúan en las redes sociales con Bukele; “después los geolocalizamos en su vivienda. Marcamos calles y sabemos que en tal calle vivían ciento veinte personas que nos votan”, explicó a ABC otro asesor de Bukele, Léster Toledo, venezolano.

En 2015 ese trabajo lo hacían Esteban Porras, un consultor costarricense que acompaña a Bukele desde Nuevo Cuscatlán, y un primo suyo, Vladimir Hándal, quien actualmente es el Secretario de Innovación Tecnológica de la Presidencia. “Estuve en reuniones donde Vladimir explicaba el alcance obtenido en Facebook, Twitter y en las cuentas falsas, pero Nayib insistía en que teníamos que medir y saber si la gente simpatizaba con él”, me dijo una ejecutiva de la alcaldía de San Salvador que trabajó con Bukele, quien también pidió reserva de identidad por temor a represalias.

La negativa a salir mencionados en este texto fue una constante. Busqué a 41 personas, entre familiares, amigos, empleados y colaboradores del actual presidente y sólo nueve accedieron a que su nombre saliera citado; dieciséis me dijeron que únicamente hablarían si yo podía garantizarles anonimato y dieciséis más —entre ellos, tres de sus parientes— rechazaron de entrada cualquier posibilidad de conversación y, en contadas ocasiones, ignoraron mis llamadas o mensajes. Las razones que me dieron fueron variadas, aunque el común denominador era el miedo: a ser atacados en redes sociales, a perder el empleo, a ser víctimas de agresiones, a perder la confianza del círculo de Bukele, pero también, a ser perseguidos penalmente ahora que él tiene el poder del Ejecutivo y controla el Legislativo y el Judicial. La mayoría de las entrevistas las hice antes de que Bukele y sus diputados en la Asamblea destituyeran al fiscal General de la República y nombraran a un sustituto, el 1 de mayo de 2021. La Fiscalía ya ha presentado cargos contra el expresidente Salvador Sánchez Cerén y varios de los ministros de los gabinetes del FMLN. “Ahora comienza una cacería de brujas, por eso es mejor mantener el perfil bajo”, me dijo off the record una de las fuentes con las que hablé en marzo de 2021.

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Así como Bukele tiene un equipo para extraer datos del internet, hay otro equipo dedicado a la emisión estratégica de mensajes en redes sociales. The International Crisis Group comparó en un estudio dos etiquetas de Twitter surgidas en la pandemia. La primera era #BukeleDictador, que habían creado sus opositores para criticar sus abusos a los derechos humanos. Y la segunda era #QueBonitaDictadura, creada por sus simpatizantes para responder a la primera y posicionar la idea de que las fuerzas de seguridad del Gobierno ayudan a la gente. #QueBonitaDictadura surgió la noche del 28 de abril de 2020; en seis horas alcanzó un pico de emisiones de diez mil tuits y en cuestión de una semana ya había desaparecido, lo cual, en Twitter, es un síntoma de comportamiento sospechoso. Hasta el 9 de mayo la etiqueta se compartió 33 251 veces y el 5.6% de ellas fue usada por cuentas que, a fin de mes, fueron apagadas por Twitter por considerarlas sospechosas. El primer usuario de Twitter que compartió #QueBonitaDictadura fue Porfirio Chica, un estratega político especializado en el uso de redes sociales que trabaja para Bukele. Fue diputado de Arena y asesoró en comunicación a los gobiernos de ese partido entre 1999 y 2009. También trabajó para el primer presidente que puso el FMLN, Mauricio Funes.

Bukele aumentó un millón de seguidores en su cuenta en las primeras semanas después de tomar posesión, en junio de 2019, según un análisis de Luis Assardo, un periodista y asesor en seguridad digital. En Facebook tiene 5.7 millones de seguidores, una cantidad similar a la población de El Salvador, y veintitrés personas tienen acceso para administrar la página: diez de ellas en Costa Rica y trece en El Salvador, según la información de la página. Bukele pagó, al menos, 25 784 dólares entre 2012 y 2015, mientras fue alcalde de Nuevo Cuscatlán, para que sus publicaciones aparecieran como publicidad, según un rastreo de movimientos bancarios que hizo la Corte Suprema.

Cuatro colaboradores suyos entre 2015 y 2017, con los que hablé por separado, me aseguraron que estuvieron en reuniones en las que discutieron el uso de páginas de Facebook, cuentas de Twitter y otras redes sociales controladas por su equipo para difundir mensajes que le favorecían. “Tenían programadas las páginas que tenían que servir para conmoverte, las que tenían que servir para que te rieras, las que usaban para que alguien te gustara”, me dijo alguien que hizo actividades con jóvenes durante la campaña para la capital entre 2014 y 2015. Karim, el hermano de Nayib, dirigía a un equipo de personas en la agencia Obermet dedicado a alimentar con notas curiosas y contenido viral las redes sociales y el sitio de la revista VoxBoxMag.com. También administraban una página de Facebook de memes graciosos llamada Yuk Pelada.

Cuando se confirmó como candidato para disputar la capital, en agosto de 2014, un periodista le preguntó al alcalde Norman Quijano su opinión sobre el primerizo Bukele. “Nayib Bukele está muy jovencito”, respondió quien era el personaje de derechas más reconocido del país. A las pocas horas, su hermano Karim convocó a una reunión del equipo de campaña porque había que reaccionar a la frase “Vos estás muy jovencito”. Estamparon cientos de camisetas con la frase #VosEstásMuyJovencito y las repartieron por la capital. La etiqueta, en Twitter, se hizo viral. A las pocas semanas, Quijano terminó apartándose de la candidatura después de perder el apoyo de grandes financistas de su campaña y de no mejorar en las encuestas.

Bukele ganó San Salvador en marzo de 2015 con un margen de seis mil votos (3%) sobre Arena. Con su victoria, el FMLN recuperó 33 000 votos. En esencia, Bukele había cautivado a un público normalmente apático y desencantado de la política. Mostrarse distinto del Frente y criticar a Arena sacaba réditos.

En su primer día como alcalde, el 1 de mayo de 2015, ordenó que ningún periodista tuviera acceso a la sesión del nuevo Concejo Municipal. Yo estaba ahí y, con otros colegas, nos mantuvimos afuera del salón por varias horas hasta que nos dejaron ingresar, cuando Bukele tocaba la parte de “puntos varios” de la agenda. Alcanzamos a escuchar una decisión que era impactante por el contexto del momento: sabíamos que en tres semanas el Vaticano declararía beato a monseñor Óscar Romero, el arzobispo salvadoreño que en los prolegómenos de la guerra civil llegó a ser reconocido en el mundo porque todos los domingos denunciaba desde el púlpito las violaciones a derechos humanos cometidas contra la población. La decisión que escuchamos, de boca de Bukele, fue que a una calle se le quitaría el nombre de Roberto d’Aubuisson, fundador de Arena, quien había mandado a asesinar a Romero en 1980. Bukele mató dos pájaros de un tiro: golpeaba a su rival político y se congraciaba con el público católico, de amplia mayoría en El Salvador.

Pero, además, aquélla fue una sutil maniobra distractora. Ese mismo día Bukele nombró a familiares y amigos en puestos claves de la municipalidad: a su primo, Hassan Bukele, como secretario municipal; a su tío, Jorge Miguel Kattán, como administrador general de la alcaldía; y a uno de sus hermanos, Yamil Bukele Pérez, como representante legal del Instituto Municipal de Deportes. Aunque los periodistas también documentamos esta decisión, el foco de atención a lo largo de la semana estuvo en la noticia de Romero y la calle del asesino. Su primer acto como alcalde fue un auténtico acto de prestidigitación.

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El 20 abril de 2016 el alcalde Bukele celebró un acto público en la fachada del Palacio Nacional que, por su antigüedad, requería de un permiso especial del Gobierno para su uso. La Secretaría de Cultura no había concedido la autorización, pero eso no impidió que Bukele usara el edificio. En la madrugada, empleados de la alcaldía rompieron las cadenas que aseguraban las vallas de protección y montaron la alfombra, el podio y las luces para que Bukele anunciara el plan de rescate del Centro Histórico de San Salvador. En su discurso habló del abandono de la zona y de la necesidad de respetar el patrimonio cultural. Al terminar el acto, la alcaldía soldó las cadenas rotas y el asunto no pasó a más. Estaba decidido a echar a andar su plan.

Este plan incluía la remodelación de tres plazas en un área de seis manzanas (de un total de 270) del Centro Histórico. Bukele estaba tan determinado a hacerlo que su administración violó la Ley Especial de Protección al Patrimonio para salir a tiempo con las obras de remodelación. En las obras de la Plaza Libertad, por ejemplo, la alcaldía incumplió los requisitos exigidos por la ley. Según un reportaje de El Faro, el 20 de marzo de 2017 , la alcaldía no avisó a la Secretaría del inicio de obras y tampoco pidió el acompañamiento de arqueólogos cuando removió parte del subsuelo. Bukele decía que esto sólo atrasaría las obras. “No pararemos ni aunque ahí esté enterrada la tumba de Atlacatl”, llegó a decir a El Salvador Times , el 8 de marzo de 2017.

Bukele vio que, si lograba despejar las ventas informales del corazón del Centro Histórico, podría diferenciarse de los alcaldes predecesores, que habían intentado lo mismo sin éxito. Cuando terminó su gestión en la capital, las obras en el centro fueron las más reconocidas por los capitalinos, según encuestas como la de LPG Datos de febrero de 2018. “Nayib es como un fotógrafo: ve la foto antes de apretar el obturador, la olfatea, la intuye. Cuando ve la foto, tuitea en el momento o hace algo. Él ve la comunicación”, me dijo un exfuncionario de los gobiernos del FMLN que trabajó con Bukele mientras estuvo en las dos alcaldías y que pide que no se mencione su nombre.

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La tarde del 16 de diciembre de 2016 inauguró un mercado que no parecía un mercado: un edificio de cuatro niveles con escaleras eléctricas, elevadores, WiFi, una azotea con restaurantes, terraza, cámaras de seguridad y una biblioteca con seis mil títulos, cuarenta computadoras y dos áreas de juegos para niños. Parecía una genialidad, pero el proyecto escondía graves problemas administrativos. Una auditoría de la Corte de Cuentas encontró que Bukele y ocho concejales de la alcaldía habían tomado decisiones arbitrarias y sin respaldo legal que provocaron un daño de tres millones de dólares a la municipalidad. Finalizada en febrero de 2020, la auditoría reveló que la cuota que la alcaldía había pagado para arrendar el inmueble donde funcionaría el mercado tenía un sobreprecio de 43%. Y también, que la alcaldía pagó once meses de arrendamiento sin hacer uso de las instalaciones. El juicio de cuentas podría terminar en un año o dos y, si encuentran responsables a Bukele y el resto de funcionarios, tendrán que restituir los tres millones en daños. A Bukele le tocaría pagar 232 167 dólares por los dos reparos en los que aparece señalado.

Los errores en el desarrollo del Mercado Cuscatlán podrían ser una excepción, pero las actas de sesiones evidencian que a veces las decisiones se tomaban sin consultar. El 17 de octubre de 2015, por ejemplo, concejales de oposición reclamaron que la alcaldía aprobó, sin discusión y saltándose requisitos de ley, el contrato por 45 millones de dólares de una empresa que colocaría luminarias en la ciudad. El 27 de enero de 2016 estos concejales también señalaron el desembolso de 370 000 dólares para proyectos de infraestructura sin que antes se les informaran los detalles de las carpetas técnicas. Para inaugurar el mercado, la alcaldía de Bukele ocultó que tuvo que negociar con una de las pandillas más grandes del país —el Barrio 18—, a cambio de que ésta no bloqueara el proyecto. Las células que controlan esa zona habían exigido que se les repartieran algunos puestos de venta en el mercado. Según un reportaje de El Faro de junio de 2018 la Unidad de Reconstrucción de Tejido Social de la alcaldía repartió treinta de 270 puestos entre las distintas “clicas” del Barrio 18.

Tres años más tarde El Faro ha logrado documentar también que la presidencia de Bukele mantuvo diálogos y negociaciones con las tres principales pandillas del país: la Mara Salvatrucha 13 y las dos facciones del Barrio 18, Sureños y Revolucionarios. Bukele asegura que la baja histórica en los homicidios se debe a su Plan de Control Territorial. Fotografías, transcripciones de audios, documentos y testimonios publicados por El Faro el 28 de agosto de 2021 prueban otra cosa: que tres pandillas acordaron dejar de matar a cambio de que el Gobierno les cumpliera una veintena de peticiones, entre ellas, el cese de operativos masivos de la Policía y el Ejército, el cese de detenciones arbitrarias, el financiamiento de microempresas y el relajamiento en el régimen en penales de máxima seguridad. El año 2020 ha sido, hasta ahora, el más bajo en cuanto a tasa de homicidios se refiere: veinte por cada cien mil habitantes. Para lograr ese descenso, Bukele hizo lo mismo que uno de sus antecesores, el expresidente Funes que, entre 2012 y 2013, propició una tregua entre las pandillas para que dejaran de matar. Funes ahora está asilado en Nicaragua, donde también se nacionalizó para evitar ser capturado.

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Como alcalde de la capital, Bukele mantuvo una actitud esquiva con el partido por el que se había presentado. A diferencia de la mayoría de los alcaldes del Frente, él nunca se apropió de los símbolos ni del color rojo y, por el contrario, impuso el cian en la propaganda, en los uniformes y hasta en los camiones de la basura. “Tenemos que hacer que, cuando la gente vea el cian, piense en Nayib”, dijo Karim en una reunión con coordinadores durante la campaña de la cual era el jefe. En el trabajo cotidiano, Bukele tampoco coordinaba la agenda con los concejales del FMLN, según uno de ellos, que habló desde el anonimato por miedo a que su familia sufriera ataques violentos.

“Para 2016 Nayib sabía que quería ser presidente, pero la pregunta que nos hacíamos era si convenía que se lanzara con el Frente o no”, me explicó el exasesor de Bukele, Carlos Araujo. Lo que tenían claro era que, si quería mantenerse arriba en las encuestas, debía mostrarse independiente del FMLN, como un líder de una izquierda más amplia. Él confiaba en que el partido toleraría su estilo con tal de retenerlo y llevarlo como candidato presidencial en 2019. Pero se equivocó. Sus insistentes críticas terminaron agotando la paciencia de la cúpula. El 8 de marzo de 2016, por ejemplo, Bukele había publicado un post en Facebook que se compartió dieciocho mil veces y tuvo ocho mil comentarios: “El FMLN ganó el Ejecutivo hace siete años y las cosas no han mejorado; más bien, continúan la misma tendencia de empeoramiento. La gran pregunta es: ¿vamos a seguir como el avestruz, metiendo la cabeza en un hoyo y pretender que no pasa nada?”. Era un post lapidario en uno de los países más violentos del mundo. En 2015, finalizada la tregua de Funes y bajo la administración de Salvador Sánchez Cerén, los homicidios se habían disparado: 102 salvadoreños por cada cien mil habitantes habían sido asesinados.

El coordinador general del FMLN, Medardo González, citó a Bukele a una reunión, en junio de 2016, para informarle que no sería candidato presidencial y que, si acaso, podía intentar un segundo período en la capital. Ése fue el momento en que todo cambió para Bukele. Si quería ser candidato en 2019, tendría que serlo de otro partido. Para eso, debían expulsarlo. No podía renunciar. “Entonces Bukele se vistió de oveja para seguir en el FMLN un tiempo más, pero sabía que eventualmente saldría expulsado de ahí”, me explicó Araujo.

La noche del domingo 2 de abril de 2017, a través de un Facebook Live, anunció su decisión de reelegirse. Pero fue un anuncio agrio que ya vaticinaba una ruptura: “Lo que se ve desde adentro [en la política] es todavía más asqueroso que lo que se ve desde afuera. Y a veces uno quiere alejarse de eso”, dijo.

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Bukele puede llegar a ser explosivo. “A él y a Karim los he visto encerrarse en cuartos de oficina a romper cosas cuando pierden el control o cuando las cosas no están saliendo bien”, me dijo un miembro del FMLN que mantiene cierta cercanía con los hermanos y que trabajó con ellos en la campaña para San Salvador. “Nayib es explosivo, no escucha ni es tolerante. Si se reúne contigo, no está preguntándote tu opinión. Sólo quiere que ejecutés lo que dice”, me dijo el exasesor Araujo.

El 6 de septiembre de 2017, durante la sesión del Concejo, Bukele tuvo un encontronazo con Xóchitl Marchelli, la responsable legal de la alcaldía. Eso, sin haberlo planificado, terminó rompiendo su relación con el FMLN. Había sometido a votación del Concejo una prórroga en la entrega de dos plazas del centro capitalino, pero sólo obtuvo la aprobación para una de ellas: los concejales del partido se opusieron. Bukele, entonces, interrumpió la sesión y acusó a Marchelli de cabildear los votos en contra. Ella lo negó, pero la refriega duró varios minutos hasta que alguien sugirió que mejor se reunieran aparte. Entonces Bukele dio por terminada la sesión. “Pueden irse”, les dijo a los concejales. Se acercó a Marchelli, tomó una manzana y la tiró, haciéndola rodar sobre la mesa, en dirección hacia ella. “Tomá esta manzana, bruja”, le dijo, según la denuncia que Marchelli interpuso ante la Justicia por expresiones de violencia contra las mujeres.

Bukele siempre negó que eso hubiera ocurrido, pero el episodio trascendió a la prensa y se armó un revuelo nacional. “Cuando se arma el escándalo en esa magnitud, Nayib se da cuenta de que es una herramienta que puede usar a su favor”, me dijo Araujo. Días después, Bukele viajó a Washington D. C. para reunirse con migrantes salvadoreños. Lo que dijo en aquellas reuniones ensanchó más la herida. “Arena y el FMLN son iguales”, dijo. “En El Salvador no hay presidente”, disparó contra Sánchez Cerén. Un video suyo diciendo aquellas palabras se difundió como pólvora; tanto que el Frente convocó a su militancia en todo el país y les consultó si había llegado el momento de cortar la relación con el alcalde. La respuesta fue un contundente sí.

El martes 10 de octubre, después de un juicio interno en el que no estuvo presente, el Tribunal de Ética del FMLN leyó la sentencia para expulsar a Bukele. Lo acusaron de generar división interna, de fomentar conductas personalistas, de difamar y calumniar a otros militantes y haber irrespetado los derechos de las mujeres. Bukele se había convertido en un alcalde “independiente”.

Una semana después de su expulsión, Bukele hizo un Facebook Live y anunció que lanzaría un movimiento político para buscar la presidencia en 2019. Dijo que su objetivo era llegar al poder “para cambiar, de verdad, el país, junto al pueblo” y días más tarde anunció, en otro live, que las únicas reglas del movimiento serían querer lo mejor para El Salvador, “sumar y no restar”.

En esos días montó en su casa una especie de “escuelita” de formación política a la que asistían amigos y colaboradores cercanos. Discutían y planificaban, por ejemplo, cómo enfrentar al resto de los partidos sin tener su propia base de militantes. Barajaban nombres, pensaban que una alternativa era “Nuestra Nación”, pero eligieron “Nuevas Ideas”, el nombre que habían usado para la campaña en la capital. También estudiaban encuestas: a finales de 2017 la ideología predilecta de los salvadoreños era no tener ninguna y, por primera vez, los simpatizantes del FMLN y de Arena estaban por debajo de los que decían tener un pensamiento político “neutro”. Era un punto de inflexión en la historia política de la posguerra. La gran pregunta era cuánta de esta gente apoyaba a Bukele.

El 14 de enero de 2018, durante un evento que convocó para conmemorar el aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz, Bukele pidió a los presentes que, en las elecciones legislativas del 4 de marzo, anularan el voto. “En la próxima elección no va a haber Nuevas Ideas en la papeleta. ¡Voten nulo! Y si le da pereza [ir a votar], quédese en su casa viendo televisión”, dijo. La campaña surtió efecto. Arena, FMLN volvieron a repartirse la mayoría de los escaños pero las personas que anularon su voto rompieron récord y alcanzaron la cifra de 180 000, lo equivalente a seis diputaciones. Con esta cifra bajo el brazo, Bukele anunció que comenzaría el proceso de inscripción formal del movimiento Nuevas Ideas y que para eso recolectarían doscientas mil firmas en tres días. El domingo 29 de abril alcanzaron la meta y anunciaron que competirían en la presidencial de 2019. Ésa fue la primera vez que se supo, públicamente, cuántos votos era capaz de sumar Bukele.

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Pero Nuevas Ideas no cumplía los requisitos para competir en las presidenciales, aunque Bukele no lo aceptara en público. En realidad, para octubre de 2017, había plazos legales imposibles de cumplir. El verdadero plan era conseguir un partido ya armado para usarlo como cascarón en el cual vaciar las doscientas mil firmas. La ideología era lo de menos. Rodolfo Pérez, secretario general del Partido Salvadoreño Progresista (PSP), un partido de veteranos militares, denunció ante la prensa que Bukele había querido comprarle su partido. “Me chantajeó para que le entregara el mando del PSP”, dijo Pérez. Un operador de Bukele con el que hablé por aquellos días me lo explicó así: “La idea es conseguir un partido chiquito y cambiarle el nombre, cambiarle todo”.

En agosto de 2018 Bukele se inscribió como candidato presidencial del partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (Gana), un partido de derechas, altamente cuestionado por asuntos de corrupción; había surgido en 2009 de un acuerdo entre el último expresidente que tuvo Arena, ahora preso por corrupción, y su sucesor, Funes, el primer presidente que tuvo el FMLN. Ambos crearon Gana para que sus doce diputados le facilitaran a Funes la aprobación de leyes en la Asamblea. Un reportaje de la revista Factum de 2019 reveló que los diputados de Gana recibieron sobornos pagados con fondos de la presidencia de Funes.

Para simular que la inscripción en Gana había sido accidental, Bukele protagonizó una enredada y rocambolesca trama. Bukele sabía que Nuevas Ideas ni siquiera era un partido inscrito cuando se agotó el tiempo para nombrar un candidato presidencial, el 3 de abril de 2018, pero en público acusó al Tribunal Supremo Electoral de bloquear su participación. En privado tenía claro que la única manera de participar era a través de un partido ya existente y por eso hasta sostenía pláticas secretas con Cambio Democrático (CD), de centroizquierda, y Gana. De nuevo, la ideología era lo menos importante. En julio de 2018, cuando el tribunal electoral, nombrado por los partidos oponentes, canceló al CD por un proceso sancionatorio pendiente, Bukele ocupó el hecho para justificar su ingreso a Gana. Pero la verdad es que su inscripción en el partido y su candidatura las había negociado en los últimos cuatro meses.

Carlos Araujo decidió renunciar. “Me separé porque era mentira que estuvieran bloqueando a Nayib y era evidente que podían usar cualquier manipulación para engañar a cualquiera con tal de conseguir un objetivo”, me dijo. Volvió a Arena, el partido donde había militado durante 15 años y hasta se inscribió como candidato a diputado. Ahora es un férreo opositor de Bukele.

En resumen, Bukele terminó inscribiéndose en Gana, un partido insignia de lo que él hasta ese momento había criticado. “Puede que haya gente que nos castigue por aliarnos, pero es el único vehículo que nos dejó el sistema”, se justificó en una entrevista el 27 de septiembre de 2018. Bukele evitó aparecer en público en actividades del partido. Gana, en cambio, se rindió a sus pies: el logo comenzó a ser el de Nuevas Ideas, una golondrina en pleno vuelo, y su color dejó de ser anaranjado para pasar al cian.

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El 3 de febrero de 2019, contra la mayoría de los pronósticos que auguraban que habría una segunda vuelta, Bukele ganó a la primera. Duplicó los votos de Arena y ganó en los catorce departamentos. Aquella noche, para celebrar el fin del bipartidismo, convocó a sus seguidores a la Plaza Morazán del centro, donde una canción no paró de sonar en los altoparlantes: “Viva la vida”, de Coldplay, que habla de cuando el último rey francés pierde el trono y muere decapitado en la plaza a merced del pueblo que exige una nueva Constitución.

Cuatro meses después, el 1 de junio, en la Plaza Gerardo Barrios, frente a una muchedumbre que abuchea e insulta a cuanto diputado se asome, Bukele es investido presidente. Los diputados a cargo de la ceremonia tienen que someterse a los gritos de “¡Corruptos!”, “¡Devuelvan lo robado!”, “¡Fuera!”. Bukele eligió el lugar y pidió que no hubiera restricciones de ningún tipo. En la transmisión, el abucheo y las rechiflas se escuchan perfectamente y hasta parece que tienen asignado su propio micrófono. A Bukele, en cambio, lo ovacionan innumerables veces y él sonríe, aplaude y posa junto con su esposa, Gabriela, embarazada. Una nueva vida, un nuevo gobierno: la metáfora inevitable. “Estamos esperando a nuestra primera hija. Se llamará Laila. Y por ella y por los hijos de todos tenemos que hacer un mejor país”, dice Bukele en su discurso. Y promete una profunda transformación no sin sufrimientos, no sin decisiones difíciles. “Nuestro país es como un niño enfermo: nos toca ahora a todos cuidarlo, nos toca a todos tomar medicina amarga, sufrir un poco de dolor”, agrega.

Juramentado, Bukele quiere que la gente en la plaza también haga votos. Levanta su mano derecha y pide a todos que hagan lo mismo. “Juramos… trabajar todos… para sacar a nuestro país adelante… Juramos… defender… lo conquistado el 3 de febrero… contra todo obstáculo… contra todo enemigo… contra toda barrera… Nada se interpondrá entre Dios y su pueblo para cambiar El Salvador”.

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Cuando asumió como presidente tenía 38 años. Sus primeras decisiones las anunció en Twitter, donde tenía un millón de seguidores. Ordenaba cosas tan disímiles como la destitución de decenas de funcionarios del FMLN, el cambio de nombre de un cuartel que hacía honores a un criminal de guerra o que todos se fueran a dormir. Cuando cumplió dos semanas de gobierno, se autonombró en un tuit como “el presidente más cool del mundo” y solía interactuar con influencers de millones de suscriptores en YouTube. No concedía entrevistas a la prensa, pero sí espectáculo. En su primera intervención en las Naciones Unidas de Nueva York, en septiembre de 2019, hizo un performance. “Me complace dirigirme a ustedes por primera ocasión desde esta palestra”, dijo y sacó su iPhone 11. “Ahora, sólo un segundo, si me permiten…”. Y se tomó una selfie. “Estar aquí ante ustedes —prosiguió— es un privilegio y un honor que quise compartir con el mundo, ya que el nuevo mundo ya no está en esta asamblea general, sino en el lugar a donde irá esta foto…”.

Comenzó a gobernar en un escenario político adverso donde Arena y el FMLN aún tenían tres cuartas partes de la Asamblea y controlaban cosas fundamentales como el presupuesto nacional. Su tono, desde el principio, no fue amigable y antes de que terminara el primer mes de gobierno ya estaba empleitado con los diputados. El 30 de junio, cuando anunció que su plan de seguridad necesitaba un refuerzo de 91 millones de dólares, su tono parecía ser el mismo de cuando estuvo en campaña: “Vamos a ver si la Asamblea está del lado del resto del país o está del lado… o sólo van a hablar tonteras en la televisión”, dijo en una conferencia, rodeado de sus ministros.

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El viernes 6 de septiembre de 2019, mientras esperaba entrar a una conferencia de prensa de Bukele, delegados de la Secretaría de Prensa me comunicaron que tenía prohibido el ingreso a Casa Presidencial. Hice llamadas y escribí mensajes a dos funcionarios, pero no respondieron. Llegada la hora, cuando intenté cruzar el portón, dos soldados me bloquearon el camino . Un día antes, El Faro había enviado al Secretario de Prensa, Ernesto Sanabria , una lista de preguntas sobre la relación del presidente con Herbert Saca, primo del expresidente Saca y, según la Fiscalía , un operador político que pagaba sobornos a los diputados de Gana. La presidencia emitió un comunicado, horas más tarde, diciendo que había bloqueado el ingreso a El Faro, el medio por el cual yo estaba ahí, y a Factum, porque, supuestamente, habíamos sido hostiles en conferencias previas. “Los de Factum y El Faro se están haciendo las ‘vístimas’, pero esta es la realidad”, tuiteó Bukele esa noche. La conferencia a la que aludían en el comunicado había ocurrido una semana antes. Jimmy Alvarado, reportero de El Faro, había intentado hacer preguntas a viva voz y aquello había sido tomado como una actitud hostil. El 7 de septiembre, El Diario de Hoy denunció el bloqueo y, en represalia, Casa Presidencial ordenó que se retirara toda la pauta de propaganda gubernamental de sus páginas.

Bukele tuiteó en octubre de 2020 que una nota de El Faro sobre el incumplimiento de plazos en la construcción de un puente, en un río del oriente, era fake news. Valeria Guzmán, la autora de la pieza y parte de la redacción de El Faro, denunció en redes y en el periódico haber recibido constantes mensajes con amenazas de violencia física y de muerte después del tuit de Bukele.

El 19 de mayo de 2020, después de una participación en una conferencia de prensa que ofreció Bukele, Nelson Rauda, periodista de El Faro, también recibió amenazas de muerte e insultos a través de Twitter: “Tengo ganas de regresar a El Salvador y meterte tres tiros en la cabeza para que dejes de tonto [sic.]”, le escribió un usuario. En otra conferencia de prensa transmitida en cadena nacional, el 24 de septiembre, mientras yo formulaba la pregunta, el presidente me corrigió insistentemente hasta que me apagaron el micrófono. Fuera de la vista del presidente, un miembro del Estado Mayor Presidencial vestido con traje y corbata se acercó: “Deberías tener más respeto al señor presidente, no le podés hablar así”, me dijo, casi en un susurro. “Me llama la atención que digan que aquí se ataca a la prensa”, dijo Bukele minutos después. “Y ¿qué hacen todos ustedes aquí? ¿Quién los golpeó o quitó su poder de publicar? Ustedes se van a ir ahorita a escribir lo que quieran y van a escribir, en el caso de El Faro, una sarta de mentiras del Gobierno y, nosotros, ¿qué hacemos? ¡Desmentirlas! Y ¿eso es violación a la libertad de expresión?”, agregó. Esa noche y los días siguientes recibí en Twitter insultos amenazantes y en internet circularon videos titulados como “Nayib Bukele destroza en vivo a periodista de El Faro”.

Esa misma noche, antes de las preguntas, Bukele había dedicado varios minutos a hablar sobre El Faro y aseguró que el periódico era objeto de una “seria investigación por lavado de dinero”. Con aquella frase, parecía adelantar la conclusión de cuatro auditorías realizadas, en curso en el Ministerio de Hacienda y correspondientes a los ejercicios fiscales de 2014, 2016, 2017 y 2018 de ese medio. Sólo en la de 2017 hay conclusiones, mientras que el resto de los años sigue en estudio. En la auditoria de 2017, Hacienda acusa a El Faro de evadir 33 000 dólares en impuestos al no declarar rentas. Pero Hacienda multiplicó por doce las contribuciones anuales de los suscriptores, como si se tratasen de contribuciones mensuales. No existía deuda, aunque Hacienda manipulara las cifras para que pareciera que sí.

Cuatro días después de esa conferencia en la que habló de la supuesta investigación por lavado, un usuario de Facebook pidió la colocación de un coche bomba en las oficinas del periódico. El 7 y 8 de julio de 2020 un vehículo asignado a un empleado del Organismo de Inteligencia del Estado permaneció estacionado afuera del periódico durante la mayor parte del día. El 2 de julio, en una nota sin créditos ni fuentes, un medio digital cuya administración está en manos de una oficina de Gobierno (La Página ), publicó un texto en el que acusaba, sin pruebas, a un reportero de El Faro de haber violado a una compañera durante un convivio en una casa de campo. La nota fue republicada por diversas autoridades en sus redes sociales. El director de la Policía acusó al periódico de haber encubierto el delito de agresión sexual. El Faro desmintió las acusaciones con un comunicado y la periodista identificada como la víctima negó el relato de La Página. “Sigan publicando basura ya sólo les quedan 99 días malditos violadores” y “el próximo año nos encargaremos que cierren ese panfletito” fueron mensajes enviados a El Faro el 11 de noviembre de 2020 después de que Bukele publicara tuits en los que cuestionó el modelo de financiamiento de medios independientes.

La madre de la periodista Carmen Escobar, de la revista Gato Encerrado, fue sometida a polígrafo y obligada a renunciar en una oficina pública, ocho días después de que Escobar publicara un caso de posible corrupción del ministro de Salud a finales de 2020. El 28 de febrero de 2021 simpatizantes de Nuevas Ideas amenazaron con agredir a Bryan Avelar, periodista de Factum, mientras cubría las elecciones. “De aquí vas a salir bañado… pero de sangre”, le gritaron. A Jorge Beltrán Luna, periodista de El Diario de Hoy, lo abofeteó un oficial de la Policía mientras cubría la recuperación de un cadáver a orillas de un río, el 7 de julio de 2021.

En diciembre de 2020 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) convocó a representantes del Gobierno para que escucharan a periodistas salvadoreños sobre distintas agresiones sufridas. Tras la exposición de los hechos, los representantes dijeron que los periodistas debían tener más tolerancia y que debían “ser más responsables en tiempo preelectoral”.

El 7 de septiembre de 2021 El Salvador se convirtió en el primer país del mundo en adoptar el bitcoin como moneda de curso legal junto con el dólar. Mario Gómez, un informático que había brindado numerosas entrevistas en las que se mostró crítico a la nueva moneda, fue detenido por la Policía, seis días antes, sin que le notificaran la razón de su captura; se le impidió contactar a sus abogados y sus teléfonos fueron decomisados. Lo liberaron horas más tarde tras explicaciones contradictorias por parte de la Policía y la Fiscalía. Gómez y sus abogados han interpuesto una demanda contra la Policía porque creen que se trata de un acto de intimidación por sus críticas contra el bitcoin. Seis de cada diez salvadoreños están en contra de la criptomoneda, según los últimos sondeos, y ésa fue una de las razones por las que, el 15 de septiembre, entre siete mil y diez mil salvadoreños protestaron contra Bukele en las calles.

Durante la protesta, los manifestantes prendieron fuego a uno de los cajeros de bitcoin y Bukele, desde su cuenta de Twitter, acusó a William Gómez, un directivo de la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES) de haber dado instrucciones a los vándalos para hacerlo. La APES ya desmintió el hecho y mostró fotografías y videos para demostrar que el presidente cometió una difamación. Bukele respondió con sarcasmo. En su biografía de Twitter se autonombró como “el Dictador más cool del mundo mundial”.

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A finales de enero de 2020, un millón de hogares del área metropolitana llevaba un mes recibiendo en sus grifos agua maloliente y oscura debido a la proliferación de algas en una planta purificadora. El Gobierno no había logrado frenar la crisis y ésta, por el contrario, había crecido gracias a frases como la de la ministra de Salud, que aseguró que el agua se podía tomar y que sólo era cuestión de hervirla. Tres funcionarios que hablaron con El Faro en marzo de 2020 confirmaron que el problema del agua era lo más urgente de resolver y que, para salir de él, el Gobierno había decidido llevar a cabo una maniobra de distracción: “Se venían haciendo mediciones de la reacción de la gente ante ciertos temas […] Lo del agua sí [impactó]. Salía el semáforo en rojo”, explicó una de las fuentes entrevistadas por El Faro. Otra persona aseguró que, para desviar la atención de este tema, Bukele se enfocó en atacar a la institución que, según sus propios sondeos, era la más odiada por la población, la Asamblea Legislativa. “Entonces, lo que hacés es encontrar una causa, elegís con quién generar el conflicto y hacer que el otro [la Asamblea] ceda por presión”, explicó la fuente.

Bukele comenzó a presionar a los diputados, a través de tuits, para que aprobaran un préstamo de 109 millones de dólares para financiar el plan de seguridad. Los diputados habían negado sus votos porque exigían mayor transparencia y el presidente invocó un artículo de la Constitución que habla de la insurrección popular y dijo que el pueblo tenía derecho a remover a los diputados que se opusieran a favorecer al pueblo. Convocó a sus seguidores para sitiar el Palacio Legislativo el domingo 9 de febrero y ordenó a militares y policías que hicieran lo mismo. Se dirigió a la muchedumbre desde una tarima, afuera del edificio: “Piensen si han perdido a un ser querido, ya sea por enfermedad, por pandillas, por la delincuencia; piensen… ¿cuánto dinero pagarían para que ese ser querido volviera a estar aquí con nosotros? […] ¡Estos delincuentes de la Asamblea no quieren ni siquiera aprobar dinero que no es de ellos para la seguridad del pueblo!”, dijo y la muchedumbre gritó y rechifló en apoyo.

Entonces Bukele entró al edificio, rodeado de policías antimotines y soldados armados. En el Salón Azul, se sentó en la silla del presidente de la Asamblea y dijo: “Creo que está muy claro quién tiene el control de la situación”. Inclinó su cabeza, se tapó el rostro y pareció que oraba, hasta que salió del trance. Se restregó los ojos, se levantó y buscó la salida. Afuera, volvió a subir a la tarima junto con una docena de soldados que sujetaban los rifles en posición de alerta. Esta vez su tono era distinto. Ya no fruncía el ceño ni gritaba.

Pidió calma con las manos, varias veces. “Con toda humildad… le pregunté a Dios y Dios dijo ‘paciencia… paciencia…’”. Pero el gentío reaccionó con un “¡¡¡Nooo!!”. Querían entrar a la Asamblea.

—Ningún pueblo que ha ido en contra de Dios ha triunfado. [Esperemos] una semana.

—¡Nooo!

—Pídanle sabiduría a Dios ustedes mismos, pídanle a Dios ahorita; no confíen en mí, confíen en ustedes mismos, en su relación personal con Dios, pídanle la sabiduría, la prudencia… —dijo Bukele, apuntando con su índice al cielo.

Lo mantuvo así durante casi un minuto hasta que alguien en la multitud comenzó a gritar:

—¡Una semana, una semana!

El estribillo se hizo coro y Bukele aprovechó para salir de escena. “Daría mi vida por ustedes, que Dios los bendiga”, dijo y se fue.

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La toma de la Asamblea con militares marcó el inicio de una crisis diplomática que no sólo se mantiene año y medio después, sino que se ha agravado en los últimos meses. Comenzó al día siguiente de la toma, cuando Ronald Johnson, el entonces embajador de Estados Unidos, cambió su habitual cordialidad con Bukele para censurarlo públicamente: “No apruebo la presencia de la Fuerza Armada en la Asamblea ayer”, dijo Johnson en un comunicado. La Unión Europea se pronunció en ese mismo sentido y entonces Bukele concedió una entrevista a El País en la que dijo que los militares sólo habían llegado para brindar seguridad y que, de hecho, habían logrado disuadir un alzamiento popular. Bukele insistió en esa versión en dos columnas que publicó en The Miami Herald y The Washington Post y también fue la explicación que tres funcionarios le dieron al cuerpo diplomático en una reunión en Casa Presidencial, dos días después de los hechos. Según los funcionarios —entre ellos, la canciller Alexandra Hill—, el Gobierno no había convocado a la muchedumbre ni había hecho llamados a la insurrección. No todos los embajadores creyeron esa versión y los diplomáticos de Japón, España y El Vaticano señalaron que la toma había sido un error y que no debía volver a ocurrir. Mes y medio después el mismo Bukele aceptó, en una entrevista con el cantante puertorriqueño Residente, que el despliegue militar sí lo ordenó y que lo hizo para presionar a los diputados. Desde entonces, Bukele sufre un distanciamiento con la comunidad internacional.

El 1 de mayo de 2021, en el primer día de trabajo de la Asamblea Legislativa con mayoría del partido de Bukele, el Gobierno se ganó una nueva oleada de condenas internacionales cuando los diputados oficialistas removieron, sin seguir el proceso de ley, a los magistrados de la Sala de lo Constitucional y al fiscal General, lo que implicó la eliminación de facto de importantes instituciones de control. Organizaciones que siguen temas de justicia y derechos humanos dicen que fue un golpe de Estado y poderosos voceros como la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, y el canciller de ese país, Anthony Blinken, criticaron los hechos.

En respuesta, Bukele citó al cuerpo diplomático a una reunión en Casa Presidencial el martes 2 de mayo. La sesión fue grabada en video y transmitida en cadena nacional; esto último, sin la autorización de los asistentes. Lo transmitido se editó para destacar las partes donde Bukele increpa y regaña a los embajadores y les exige no intervenir en asuntos domésticos. El 4 de septiembre, después de un fallo de la Corte Suprema en el que habilitó la reelección presidencial inmediata y después de que la Asamblea aprobara la destitución de un tercio de los jueces del país, la Embajada de Estados Unidos dio una inédita conferencia en la que, por primera vez en muchos años, condenó duramente al Gobierno y lo comparó con regímenes como el de Hugo Chávez. Tras las marchas del 15 de septiembre, en el marco del Día de la Independencia, Bukele contraatacó. Volvió a citar a los embajadores a una ceremonia oficial, los mantuvo de pie durante todo su discurso, transmitido en cadena nacional, y los reprendió por supuestamente financiar las protestas en su contra. En todo el evento, cientos de militares armados y en formación se mantuvieron siempre a sus espaldas.

Quizás nadie habría imaginado que aquel muchacho bilingüe que comenzó a gobernar el país a los 38 años, que se tomaba selfies, que prometía modernidad y que en Washington hablaba de mejorar las relaciones con Estados Unidos sería, dos años después, comparado con Chávez y con Daniel Ortega, el dictador nicaragüense. En su búsqueda de soberanía, Bukele parece estar quedándose solo en el mundo.

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Bukele aún lidiaba con la estela de reclamos y condenas internacionales cuando apareció el coronavirus. El Salvador recibió aplausos de la comunidad internacional porque fue de los primeros países en cerrar sus fronteras cuando se declaró oficialmente la pandemia. Pero la sensación en el país era de aturdimiento. Durante el primer mes, Bukele convocó a seis cadenas nacionales de radio y televisión y, en ocasiones, entre el anuncio y la transmisión podían pasar muchas horas o incluso un día. Cada vez que había una convocatoria, la gente se agolpaba en largas filas en los supermercados y mercados por temor a quedar desabastecidos. Él no paraba de tuitear.

El 21 de marzo de 2020 por la mañana emitió esta alerta: “Todas las personas que estén lejos de sus hogares. Regresen a sus casas. Pronto se impondrán restricciones de movimiento”. Diez horas más tarde, Bukele explicó el inicio de la cuarentena domiciliar obligatoria. Al día siguiente, el día 22, elevó el tono: “Algunos aún no se han dado cuenta, pero ya inició la Tercera Guerra Mundial”. También contribuyó a la desinformación. El 26 de mayo, durante una conferencia con el embajador de Estados Unidos, mostró a las cámaras unas pastillas que sacó de su bolsillo. “Yo ocupo la hidroxicloroquina como profilaxis. Lo ocupa el presidente Trump y la mayoría de los líderes”, dijo. Trump había dicho lo mismo ocho días antes, pero Bukele, dos meses antes, el 27 de marzo, había dicho lo contrario. “Por favor, no se vayan a automedicar, la hidroxicloroquina es peligrosa, no es un profiláctico”.

Durante el confinamiento, Casa Presidencial acuñó como un estribillo la frase “El Salvador es el país que mejor ha manejado la pandemia”. El primero en publicarla en Twitter fue el presidente. En noviembre, en un hogar de ancianos manejado por el Gobierno, los empleados denunciaban que nunca tuvieron un protocolo de atención y que habían recibido trajes de apicultura para protegerse del virus. No menos de cincuenta ancianos habían fallecido, pero ninguna autoridad brindó el dato exacto.

El 23 de febrero de 2021 el Gobierno decía que “El Salvador mantiene una de las tasas de fallecidos por covid-19 más baja del mundo” y citaba estadísticas de la Universidad Johns Hopkins. Pero eso era difícil de probar, porque las estadísticas nunca fueron confiables. Por ejemplo, según cifras oficiales, desde marzo y hasta el 19 de junio habían ocurrido 86 fallecimientos por covid- 19, mientras un memorándum de Salud (No. 2020-9510-SANEA-261) indicaba que la cifra de personas que habían muerto desde marzo con sospecha de estar contagiados era siete veces más: seiscientas. En Centroamérica, El Salvador fue el país que más ocultó los datos de fallecidos en 2020, según un estudio que publicaron en junio de 2021 investigadores de la City University of New York y del Instituto Centroamericano de Administración de Empresas. Los investigadores obtuvieron el registro oficial de muertes anuales en El Salvador en los cinco años previos a la pandemia y compararon el dato con las muertes ocurridas sólo en 2020. Encontraron que en 2020 murió 26% más de personas respecto del promedio anual del lustro anterior. Luego, compararon la cifra con las estadísticas oficiales y concluyeron que el Gobierno ocultó 90.2% de las muertes de 2020.

El Ministerio de Salud puso bajo reserva (en ocasiones, hasta por un plazo de siete años) información que permite fiscalizar el trabajo del Gobierno, como las estadísticas sobre las pruebas de coronavirus, las altas hospitalarias, las defunciones y los nacimientos y los informes de vigilancia epidemiológica semanal que hasta ese momento se habían publicado ininterrumpidamente.

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Es un día de abril de 2021. Antes de comenzar la entrevista, Fabio Castillo, de 77 años, excoordinador del FMLN (1999–2001) y exconcejal de la alcaldía de San Salvador (2015-2018) pide a uno de sus asistentes que le lleve su loción, un botecito con líquido de aroma a sándalo. También pregunta si deseo tomar refresco de granadilla. Castillo, uno de los abogados más reconocidos del país, quien formalizó la constitución del FMLN como partido político en 1992 al terminar la guerra, me mira por encima de sus gafas de leer, diminutas. El acuerdo es que sólo le pregunte sobre Nayib Bukele. Cualquier pregunta sobre los personajes del entorno del presidente no será contestada.

—¿Qué representa Nayib Bukele? —pregunto.

—Es un líder carismático, con evidente apoyo de la mayoría de la población.

—¿Qué cualidades le destaca?

—Hace lo posible y lo imposible para cumplir con las promesas de campaña.

—¿Y qué podría criticarle?

— Por haber hecho el hospital El Salvador no le puedo criticar. Por haberle dado trescientos dólares a la población necesitada durante la pandemia, tampoco. Que haya repartido alimentos o computadoras a los niños no lo puedo criticar. Lo que sí se puede criticar es la rendición de cuentas. ¡De todo debe rendirse cuentas!—¿Piensa que no es transparente?

—No le puedo decir qué hay en el pensamiento de Nayib o las intenciones de Nayib. En la alcaldía, había concejales que permanentemente pedían que se analizaran los estados de cuenta. Nunca hubo una rendición de cuentas clara. Ya es un estilo de él. A una persona honrada lo que no le debe ofender es que le pidan cuentas.

—¿Le parece un estadista?

—Es un estadista, tiene una visión de Estado… Yo no la conozco, pero está impulsando una transformación del país para lo cual necesita mantener el control del poder político durante, por lo menos, veinte años. Lo está haciendo y lo está logrando.

Un mes después de la entrevista, el 4 de mayo de 2021, Fabio Castillo renunció a su cargo en un equipo gubernamental que estudiaba posibles reformas a la Constitución porque tres días antes había ocurrido la remoción de los magistrados de la Sala de lo Constitucional y del fiscal General. Castillo envió una carta al vicepresidente Ulloa anunciándole su renuncia. “Pido a Dios que dentro de veinte años este quinquenio no sea llamado el del ‘tirano Bukele’”. Cuatro meses más tarde, la Sala de lo Constitucional habilitó a Bukele la posibilidad de la reelección inmediata en 2024, algo prohibido en la Constitución vigente.

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Bukele se comprometió a combatir la corrupción. “El que toque un centavo yo mismo lo voy a meter preso”, decía el 19 de marzo de 2020 en una cadena nacional de radio y televisión, al comienzo de la pandemia. En junio, Jorge Aguilar, presidente del Fondo Ambiental, fue separado del cargo tras la publicación de Salud con Lupa que reveló que su empresa recicladora vendió al Gobierno cien mil protectores faciales con un sobreprecio del 121%. Aguilar dijo a El Faro, en septiembre de ese año, que al momento de la venta él ya no era el dueño de la empresa, pero admitió que la responsable era su hija y que él seguía de supervisor.

Si bien la separación de Aguilar causó buena impresión, eso fue todo. La Fiscalía comenzó a investigar el caso, pero esa y otras investigaciones por compras irregulares durante la pandemia quedaron interrumpidas cuando los diputados de Nuevas Ideas removieron al fiscal General el 1 de mayo de 2021. Según la Fiscalía, el 66 % de las compras del Gobierno estaban amañadas, pero tras el nombramiento del nuevo fiscal General, las pesquisas ya no siguieron porque la unidad investigadora fue desmantelada.

El nuevo fiscal es Rodolfo Delgado, un fiscal de carrera que en 2019 trabajó para Alba Petróleos de El Salvador, una subsidiaria de la petrolera venezolana PDVSA. Esto no sería importante si no fuera porque Alba Petróleos estaba bajo investigación por sospechas de lavado de dinero desde 2018, cuando el fiscal General era otro. Y esto tampoco sería relevante de no ser porque Bukele podría estar relacionado al caso. Bukele recibió 1.9 millones de dólares del conglomerado en 2013, mientras fue alcalde de Nuevo Cuscatlán, a modo de pago por vender un canal de televisión llamado TVX. La Fiscalía tenía la hipótesis de que Alba Petróleos sirvió para lavar dinero, porque erogó mucho más dinero —entre seiscientos y novecientos millones de dólares— de lo que disponía en centenares de transacciones como préstamos y donaciones. Funcionarios actuales del presidente, que en 2013 estaban cerca de Bukele, también recibieron dinero de Alba Petróleos por un monto total de 1.4 millones de dólares a modo de préstamos.

La promesa de combatir la corrupción siguió diluyéndose cuando, el 4 de junio de 2021, el fiscal Delgado canceló el convenio de cooperación con la Organización de Estados Americanos (OEA) que daba vida a una “comisión internacional contra la impunidad” que había sido una promesa de campaña de Bukele. “Vamos a traer una Cicíes [Comisión Internacional Contra la Impunidad en El Salvador] y nombraré a un comisionado contra la corrupción y la impunidad de la oposición”, había prometido el 13 de enero de 2019, durante la presentación de su programa de gobierno. En un año, la Cicíes llegó a tener abiertos doce expedientes de casos de corrupción, entre ellos, el de las compras durante la pandemia.

En un comunicado del 7 de junio la OEA explicó que, antes de que el fiscal Delgado anulara el convenio, la Cicíes ya estaba considerando dar por terminada la misión en El Salvador debido a que su trabajo se había tornado inviable. Entre las razones que enumeró la OEA estaban “las acciones de Gobierno encaminadas a impedir avances en las investigaciones a denuncias de corrupción de la actual administración”. Una de esas acciones había sido la aprobación, el 5 de mayo de 2021, de una ley para que ninguna compra estatal relacionada con la pandemia, presente o pasada, pudiera ser investigada judicialmente. El ministro de Salud, Francisco Alabí, defendió la ley así: “Es una ley que nos permitirá tener todo lo necesario para enfrentar la pandemia”.

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La noche del 29 de abril de 2018, cuando Nuevas Ideas celebraba haber obtenido doscientas mil firmas para inscribirse como partido, Bukele improvisó una arenga de cinco minutos en la plaza Gerardo Barrios. Se colocó al pie de la estatua, tomó un megáfono y algunos de los que le rodeaban le iluminaron el rostro con las linternas de sus celulares: “Este día el pueblo salvadoreño tomó el movimiento Nuevas Ideas. Ya no es mío, ya no es de los que lo empezamos a formar. Es de estas más de doscientas mil personas que, al final del día, si así lo quieren, nos pueden sacar a nosotros también”, dijo Bukele. Y no había terminado de decir eso cuando el público comenzó a callar la idea. El líder decía que el movimiento era de todos, pero todos respondían coreando y gritando un solo nombre: “¡Bukele!, ¡Bukele!, ¡Bukele!”.

El Faro


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