Misceláneas del Brasil de Bolsonaro – Por Eduardo Sincofsky

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Por Eduardo Sincofsky*

Tockquevilleanas, Noticias de América es un libro primoroso de la obra de Roberto Da Matta, el gran antropólogo brasileño. Allí resume sus experiencias de más de dos décadas en los Estados Unidos, con su mirada singular de esa sociedad.

Este inicio de septiembre brasileño condensó material para varios meses de investigación en cualquier universidad del mundo, el propio Da Matta debe estar regocijándose con este acontecer. Desde el célebre y caricaturesco “evento Anvisa” en el clásico Brasil – Argentina, hasta la catarata de micro situaciones que experimentó el país desde los festejos de su independencia el martes 7 de septiembre.

Si la realidad política y agenda autoritaria que intentó imponer Bolsonaro llaman la atención del mundo entero, un conjunto de pequeñas situaciones locales definen un panorama aún mas bizarro.

El submundo bolsonarista de las redes sociales funciona como una realidad paralela e imaginaria, un “Truman Show” grotesco, una intersección entre los trágico y lo patético. Personajes que parecen haber salido de un Macondo Digital, como el llamado “Ze Trovão”, líder camionero -que no tiene registro de ningún camión-, barbudo, sombrero mexicano, que desafía al ministro de la Corte a detenerlo en plena avenida Paulista en redes sociales, y acaba huyendo a México, hoy día buscado intensamente por Interpol.

O los videos festejando un supuesto estado de sitio que nunca sucedió (con llantos emocionados, lágrimas patrióticas y agradecimiento a Dios). Sería apenas anecdótico si no fuera que ese submundo fue el detonante de la crisis actual, a fuerza de videos con amenazas, bravuconadas y fake news. La justicia decretó la prisión de cuatro extremistas bolsonaristas. La defensa de la “libertad de expresión” por aquellos que pregonan el cierre de la Corte e intervención militar es una paradoja de estos tiempos. La libertad es un argumento que fue apropiado por la derecha en el continente. Aunque resulte complejo asumirlo, es válido el argumento del bolsonarismo de que la Corte falló en algunos casos de forma discutible, caminando en la cornisa del Lawfare, en este caso del lado de las mayorías democráticas, Lawfare al fin.

Y es justamente ese submundo que Bolsonaro fogonea casi a diario, sus lives de los jueves son un acto político en si mismo, gran parte de su activo comunicacional está en los más 27 millones de seguidores, el cuarto líder político con mayor cantidad en el mundo.

La realidad del ciudadano común pasa básicamente por otro lado, desde ya. Lejos de los videos hilarantes. Además de los cuidados que la pandemia exige, dos puntos críticos definen las prioridades del brasileño “real”: desempleo e inflación, este último un asunto que estaba controlado en el país, y que da señales de aumento inquietante (agosto fue del 0,87%, el valor mas alto en 20 años), totalizando casi 10% en los últimos 12 meses. Sin embargo, la inflación de la carne fue el 30,8%, el pollo 40%, gasolina 39,1%, valores altísimos para una economía acostumbrada a números inferiores a los dos dígitos. Ese panorama, per se, define una erosión abrupta de los intentos releccionistas de Bolsonaro.

Marchas y contramarchas. Las manifestaciones del 7 de setiembre, aventuradas como amenazas golpistas funcionaron como una tentativa, desde la debilidad política y frente a la mayoría de la opinión pública que Bolsonaro tiene, de mostrar fortaleza, un líder popular que tiene apoyo. Bolsonaro tensó la cuerda, dobló la apuesta y sacó su gente a la calle. Cruzó la frontera digital.

Hoy Bolsonaro tiene el apoyo del 21% al 24% del electorado, de acuerdo a las últimas encuestas. Fue ese colectivo, nada menor desde ya, que se manifestó. El problema de tensar la cuerda es cuando algunos movimientos dejan de controlarse. Los bloqueos de rutas de los camioneros, grupo afín al bolsonarismo, pusieron en vilo a la población post manifestaciones. A la falta de “libertad” para circular, se le sumaba la consecuencia directa que podía tener en la inflación. Aun están frescos los recuerdos de la huelga de 10 días de los camioneros hicieron en 2018 -la producción industrial bajó 10% ese mes-, y el presidente rápidamente trató de apagar el incendio que él mismo había creado. Nada como ver un Bolsonaro asustado, el León fascista convertido en un gato pseudo-negociador, apaciguando las aguas. El punto es claro: Bolsonaro vive de generar conflictos. Los conflictos son motor y obstáculo de su realidad. Sin conflictos, parece un personaje aún mas inocuo, carente de cualquier sentido. Por eso llamó la atención su carta formal con la que se retracta el jueves 9 de septiembre. El juez que era un “canalla” dos días atrás en su discurso en la avenida Paulista, ahora era llamado “jurista y profesor”, aquel “no respetaré más las decisiones del juez Alexandre de Moraes” a “mis palabras fueron parte del calor del momento”. Por detrás de todo fascista hay un sujeto acobardado, ese retroceso representa una herida mortal en su tropa más virulenta. “En política nunca admita un error públicamente…” decía Napoleón, en el sentido que será usado sistemáticamente por sus oponentes. “La autocrítica es para los boludos…” dicen que decía Carlos Menen, de forma directa. La política está hecha de símbolos, el culetazo de Bolsonaro lo marcará a fuego tanto en su electorado, como en sus rivales. Apenas el 8% de opinión pública coincide con los dichos del presidente de “no acatar las órdenes del juez Moraes”, lo cual prueba la radicalización de su discurso no tiene adhesión ni en su núcleo mas duro.

Ese golpe de timón lo protege circunstancialmente frente los 126 pedidos de juicio político, ahuyenta esa posibilidad en el corto plazo, calma las aguas del mercado. Pero no va a matar esa tendencia natural conflictiva de Bolsonaro, probablemente acotada a la discusión verbal, a sus embates en redes sociales, sin llamar a la gente a la calle.

Quienes se animaron a salir a la calle son aquellos que fogonean la “tercera vía”, que no quieren ni a Bolsonaro ni a Lula, los llamados “ni-ni” (“ni votos-ni partido”), convocando a una marcha este domingo 12 en San Pablo. Esta vez, quien enarbola esa bandera es el MBL (Movimento Brasil Livre), grupo que fue propulsor de las marchas pro impeachment de Dilma, que acompañó a Bolsonaro en sus inicios, y hoy quiere distanciarse de sus dislates. Son bolsonaristas de “bajas calorías”, pasteurizados. Es sintomático: en términos económicos quieren un país igual al que Bolsonaro propone, pero sin él, más pulcro, con formas mas cuidadas. Menos colores. El bolsonarismo se apropió del verde y amarillo de la bandera, y sus marchas son básicamente amarillas. Las del PT y la izquierda son rojas. Este domingo se pide que todos vayan de blanco. Desde ya que frente a una alternativa Lula o Bolsonaro en una posible segunda vuelta en 2022, no van a votar en blanco. Es un blanco que intenta dar señales de pureza, liviandad, pero que en el fondo intenta lavar las culpas por haber ayudado a llevar al país a esta situación.

*Eduardo Sincofsky es consultor político.

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