La OEA es de un mundo que ya no existe – Por Carlos Raimundi

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Por Carlos Raimundi*, especial para NODAL

Con motivo de asumir la presidencia pro témpore del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA), el Embajador Josué Fialho, representante de República Dominicana me propuso expresar algunas reflexiones sobre temas de la región.

La primera observación es esta cuestión del hemisferio, como si definiera un todo homogéneo. Creo efectivamente que hay una serie de valores que compartimos en cuanto a libertades, a modos de vida, a derechos, a objetivos, pero no compartimos todos los valores. No creemos, por ejemplo, que haya que desplegar esas ideas desde bases militares diseminadas en el mundo, no creemos que haya que facilitar que la población civil esté armada, no creemos en el almacenamiento nuclear. Quiere decir que hay cosas que algunos en el hemisferio profesan y otros no. La propia noción de hemisferio, en un mundo mucho más complejo que en el momento en el que ese término se acuñó, está bajo observación.

Por su parte, la OEA tiene ámbitos de trabajo, sobre todo las comisiones que tienen que ver con el desarrollo, con las políticas públicas, con las políticas de multiculturalidad, de derechos laborales, de género y diversidad sexual, las luchas organizadas entre todos los Estados contra las grandes amenazas, contra el crimen organizado, son indudablemente ámbitos muy valiosos. A veces, no tan visibles como otros dentro de la OEA, pero muy valiosos en cuanto al trabajo que efectúan, porque allí se fijan estándares que luego son aplicados y mejoran, o por lo menos tienen el objetivo de mejorar, la calidad de vida de nuestros pueblos.

La OEA forma parte de un sistema de organizaciones internacionales multilaterales que data de la segunda posguerra mundial, hace más de siete décadas. Por lo tanto responde a un modo de organización del mundo que ya no existe, que ha cambiado estructuralmente. Creo que hay cierto anacronismo en el sistema de organizaciones multilaterales de posguerra que debe ser revisado. No solamente la OEA sino todo el sistema de organizaciones económicas, políticas, militares, porque el mundo ha cambiado absolutamente, desde el momento en que fueron fundadas hasta ahora.

En segundo lugar, la OEA tiene una suerte de formalidad democrática, por la cual el voto de cada uno de los Estados miembros tiene el mismo valor. Pero de los treinta y cuatro Estados que la integran sólo algunos ostentan el grueso de la riqueza, del producto interno bruto, y por lo tanto, también del financiamiento de la Organización. Hay una asimetría estructural en la OEA que, indudablemente, interfiere sobre esa formalidad aparentemente democrática por la cual cada uno de los Estados vale un voto. Esa descompensación solamente se podrá revertir en la medida en que los países con menor nivel de desarrollo puedan alcanzar niveles de desarrollo que los equiparen a los Estados más poderosos.

Hay otro desafío que es lo que considero una especie de deterioro del multilateralismo. No porque no crea en él, todo lo contrario, creo que el multilateralismo es la forma en la que se encuentran normas internacionales capaces de poner límites, tanto a los Estados más fuertes, al uso de la fuerza, como a los poderes fácticos. Indudablemente el sistema mundial ha avanzado tanto en lo económico, en lo cultural, en lo tecnológico, en lo financiero, que la voz mayoritaria de los Estados resulta impotente frente al poder de las grandes corporaciones.

Hay dos déficits del multilateralismo. Uno, entre los Estados con menor capacidad de decisión, con menor capacidad de influir, respecto de los Estados con mayor capacidad. Se puede ver la causa tan sentida que tiene Argentina sobre la soberanía de Malvinas, que ha sido apoyada mayoritariamente por las Naciones Unidas, por el Comité de Descolonización, por la Organización de Estados Americanos, y sin embargo, no obtiene el concurso del Reino Unido para sentarse a discutir con Argentina ese conflicto, como lo marca el derecho internacional. Y, en este momento, otro tema central es que la mayor parte de los Estados en el mundo hemos pedido a los laboratorios que liberen los derechos de propiedad intelectual para la cooperación internacional en materia de vacunas, y democratizar la provisión de insumos médicos, y no lo hemos logrado. Por lo tanto, allí hay un problema que el multilareralismo tiene que tratar, que es cómo devolver el poder de los Estados que son quienes administran los bienes públicos, para que puedan marcar las reglas de juego a los poderes privados.

Uno se pregunta cuál es el sentido principal de las estructuras burocráticas que necesitan tener organizaciones como OEA, y el sentido principal no es que se autosostenga una élite tecno burocrática, sino que le sirva a los habitantes de nuestros pueblos, a nuestras ciudadanos y ciudadanos. Si esta Organización como cualquier otra no logra ese objetivo, no cumple su cometido.

Creo que la pandemia nos tendría que haber impuesto la necesidad de priorizar esto y conseguir que todos nuestros pueblos accedieran, primero a los insumos, a la infraestructura sanitaria que se necesitaba, a las indumentarias preventivas, y luego a las vacunas. Me hubiera gustado que la OEA se concentrara en eso, no tanto en los detalles del funcionamiento interno de cada país -porque eso tiene que ver con la soberanía de cada país- sino en el problema humano central que representa la pandemia.

Creo que esta crisis que está atravesando el mundo nos tendría que llevar a valorizar dos grandes valores por sobre todo lo demás. Primero, el valor de la solidaridad, de la hermandad, porque aún cuando uno se preserve individualmente si quien está al lado no lo hace, uno se contagia. Esto quiere decir que se necesita el concurso de la solidaridad. El otro es el de las políticas públicas, porque nadie le puede pedir a un sector privado que piense en el pueblo. En general los sectores privados, me refiero a los económicos, piensan en maximizar sus ganancias a como dé lugar. Son los Estados, es el sistema público, el que tiene que equilibrar y satisfacer las demandas colectivas.

Otra cosa que nos enseña la pandemia es que hemos podido vivir, retraídos en nuestros domicilios, en nuestro ámbito más privado, con muchos menos energía, con mucho menos combustible, con mucha menos indumentaria. ¿Por qué antes necesitábamos gastar tanto más? ¿Era por necesidad nuestra o por necesidad de la ganancia de ciertos capitales? Si podemos vivir con menos y preservar al planeta, esto debería también ser una enseñanza a recoger de la pandemia. Y en un momento donde no priva lamentablemente la estabilidad, sino que hay sensaciones reiteradas de incertidumbre, de no saber exactamente adónde está el horizonte, todos los objetivos específicos deberían subsumirse en un gran desafío que es contribuir a que nuestros pueblos puedan vivir con un poquito más de dignidad, con más alivio a las vicisitudes de la vida cotidiana, que puedan tener un horizonte de felicidad, de futuro, de destino, para los adultos, para sus hijos e hijas. En definitiva ese es el objetivo general, después uno puede clasificarlo en áreas de trabajo, pero sin perder de vista ese sentido filosófico fundamental.

* Embajador argentino ante la OEA


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