Entre lacayos e integracionistas – Por Aram Aharonian

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Por Aram Aharonian*, especial para NODAL

La reactivación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en México el 17 de septiembre quedará marcada por el renovado planteo de algunos gobiernos de reemplazar a la Organización de Estados Americanos (OEA) por un organismo regional sin la presencia de Estados Unidos y Canadá, y las presiones de Washington y Europa para evitarlo.

El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, había pedido sustituir la política de bloqueos y de malos tratos por «la opción de respetarnos, caminar juntos y asociarnos por el bien de América sin vulnerar nuestras soberanías”, tratando de restablecer la acción unitaria en la región a pesar de las diferencias ideológicas. El primero que marcó su oposición fue Brasil, que abandonó la Comunidad.

Quizá la discusión sobre el futuro de la injerencista OEA haya quedado para otra ocasión,  pero lo importante es que la CELAC resurgió como actor contrahegemónico. En la cumbre mexicana quedó evidente una visión diferente desde el Caribe: el primer ministro de San Vicente y las Granadinas, Ralph Gonsalves, señaló la necesidad de avanzar en “la unidad de dos civilizaciones: la caribeña y la latinoamericana”.  Y atrapado en el laberinto de la crisis interna de su país tras perder elecciones internas, el presidente “progresista” argentino Alberto Fernández faltó a la cita, donde se esperaba que recibiera la presidencia de la CELAC de manos de López Obrador. El canciller Felipe Solá, quien viajó a  México, no participó ya que fue notificado in situ de su despido.  Lo que propuso el representante argentino fue “consolidar el bloque regional priorizando las acciones realizadas para hacer frente a la pandemia: la autosuficiencia sanitaria, la recuperación económica, la seguridad alimentaria, el cambio climático y la cooperación internacional, con el fin de posicionar a América Latina y el Caribe como un actor clave en el escenario internacional”.

En el marco de una reconfiguración geopolítica dada por la irrupción de China y Rusia como actores que desafían a Estados Unidos, el hegemón capitalista, nuevamente se opusieron visiones históricas antagónicas sobre la integración: la Doctrina Monroe de 1823, y su derivación, el panamericanismo de cuño estadounidense por un  lado, y la que impulsa el bolivarismo, el unionismo y el multilateralismo con apego a los principios de las cartas fundacionales de la ONU e incluso de la OEA.

Sin presencia de los mandatarios de los tres países más alineados con Washington: (Brasil, Colombia y Chile) fueron los presidentes neoliberales de Paraguay y Uruguay, Mario Abdo y Luis Lacalle, quienes reintrodujeron la retórica de la guerra fría impulsada por Washington, abortando así un diálogo entre mandatarios con posiciones políticas diversas, como lo acordaran los cancilleres de los 33 países participantes. Tras reunirse ambos con el presidente estadounidense del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) Clavier Carone, Abdo descalificó la presencia en la cumbre del presidente constitucional de Venezuela, Nicolás Maduro, y Lacalle expresó su preocupación por lo que ocurre en Cuba, Nicaragua y Venezuela, en escaramuza grotesca y sobre todo descortés para con el anfitrión.

El hecho de las elecciones anunciadas en Venezuela con participación de la oposición, fue dejando en el olvido el Grupo de Lima –formado en 2017 para desestabilizar el gobierno venezolano- , tras las salidas de Argentina y Santa Lucía y el anuncio de su desmantelamiento hecho por el presidente peruano Pedro Castillo.  Aun cuando Colombia logró que el documento final, llamado la «Declaración de México”, no incluyera la petición sobre el desmantelamiento de las sanciones de Estados y la Unión Europea contra Venezuela, no cabe duda de que el esfuerzo de Washington de terminar de cualquier forma el gobierno bolivariano ha perdido el efecto deseado.

Y con las palabras de Abdo y Lacalle, la prensa hegemónica entierra lo acordado, como la reafirmación de que el proceso histórico de consolidación, preservación y el ejercicio pleno de la democracia en la región es irreversible, no admite interrupciones ni retrocesos y seguirá estando marcado por el respeto a los valores esenciales de la democracia.  La declaración final, sin embargo, resalta el papel de la Celac como mecanismo de concertación, unidad y diálogo político que incluye a los 33 países de América Latina y el Caribe, sobre la base de “los lazos históricos, los principios y valores compartidos […] la confianza recíproca, el respeto a las diferencias, la necesidad de afrontar los retos comunes y avanzar en la unidad en la diversidad a partir del consenso regional”.

El punto 3 de la declaración reitera el compromiso con la construcción de un orden internacional más justo, inclusivo, equitativo y armónico, basado en el respeto al derecho internacional y los principios de la Carta de la ONU, entre ellos la igualdad soberana de los estados, la solución pacífica de controversias, la cooperación internacional para el desarrollo, el respeto a la integridad territorial y la no intervención en los asuntos internos de los estados. Y reafirma el compromiso con la defensa de la soberanía y del derecho de todo Estado a construir su propio sistema político, libre de amenazas, agresiones y medidas coercitivas unilaterales. Pero eso no lo recoge la prensa hegemónica, que se queda con los discursitos ideologizados.  Y los puntos 20 y 41 de la declaración final tienen implícita alusión a Estados Unidos. El punto 20 de la declaración final reitera el rechazo a la aplicación de medidas coercitivas unilaterales contrarias al derecho internacional, y reafirma el compromiso con la plena vigencia del derecho internacional, la solución pacífica de controversias y el principio de no intervención en los asuntos internos de los estados. Y el 41 alude a las directrices de la guerra no convencional del Pentágono, al terrorismo de Estado y las acciones encubiertas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

Asimismo, expresa el profundo rechazo a todo acto de terrorismo en todas sus formas y manifestaciones, sin importar sus motivaciones, financiamiento, lugar y persona que lo haya cometido; reafirma la necesidad de negar cobijo, libertad de operación, circulación y reclutamiento y apoyo financiero, material o político a grupos terroristas o a todo aquel que apoye o facilite la financiación, planificación o preparación de actos terroristas o participe o trate de participar en estas actividades.  Y en una alusión a la Colombia de Iván Duque y/o a un eventual dislate de Jair Bolsonaro, renueva el compromiso de adoptar las medidas prácticas que sean necesarias para que “nuestros territorios no se utilicen para ubicar instalaciones terroristas o campamentos de adiestramiento ni para preparar u organizar actos terroristas contra otros Estados o sus ciudadanos o incitar a su comisión”.  Además, la declaración reitera el rechazo a la aplicación de medidas coercitivas unilaterales (sanciones) contrarias al derecho internacional, incluyendo las listas y certificaciones (de EU) que afectan países de América Latina y el Caribe.

El punto 42 reafirma el uso pacífico de las tecnologías de la información y la comunicación, e insta a la comunidad internacional (léase Estados Unidis) evitar y abstenerse de actos unilaterales al margen de la Carta de la ONU, como aquellos que tienen como objetivo subvertir sociedades o crear situaciones con el potencial de fomentar conflictos entre estados. Y como si todo esto fuera poco, en una declaración especial, la CELAC  instó al presidente Joe Biden a modificar sustancialmente la aplicación del bloqueo comercial, económico y financiero contra Cuba y al Congreso de EU a eliminarlo, y rechazó la ejecución de leyes y medidas extraterritoriales (como la Ley Torricelli) que atentan contra la soberanía e intereses de terceros países.

Es interesante ver las reacciones desde el Norte: para The Washington Post hay  “ánimos grandilocuentes que reventaron ante el muro de una realidad arrinconada. Los sistemas de creencias imperantes entre los gobiernos son hoy irreconciliables y de ahí viene la pesadilla”.  También, que México terminará su mandato sin haber logrado construir un solo puente aunque pudo traer al evento a altos representantes de Cuba, Venezuela y Nicaragua y no acertó para aproximar esas posiciones con las de Brasil, Chile, Colombia, Uruguay o Paraguay.  Para la prensa hegemónica europea, la Cumbre de México hizo evidente que el discurso de la defensa de la soberanía y el rechazo a la intromisión en asuntos internos, como la realización de elecciones, están permitiendo que gobiernos “de dudosa calidad democrática, como el de Nicaragua o Venezuela”, puedan ser reconocidos como democráticos.

Y no podía faltar Don Quijote: «Ladran, Sancho, señal que cabalgamos».

*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)


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